miércoles, 14 de julio de 2010

(Continuamos compartiendo algunos para parágrafos del Capítulo quinto del libro del Padre Gabriel Bunge, sobre la Vigilancia “Vasos de Barro”, primera parte)

“Oren sin cesar” ( 1 Ts 5,17)
Según opinión muy difundida, una “oración” es un texto o libremente formulado, o ya fijado, al estilo del padrenuestro, la oración más noble de los cristianos. Tales “oraciones” tienen una longitud determinada y pueden ser, como en el caso del padrenuestro, relativamente breves.
“Rezar”, significará, entonces, o bien dirigirse espontáneamente a Dios, o bien servirse para ello de un texto modelo previamente fijado. Por más largo que sea el tiempo que uno insista en rezar de esta manera, al final de cuentas su “diálogo con Dios” terminará necesariamente por estar circunscrito en el tiempo.
La exhortación de Jesús, de “orar siempre”1, y la de Pablo de “orar sin cesar”2, para nada significan, por lo tanto que haya que rezar frecuentemente, ni siquiera muy frecuentemente. Los primeros Padres monásticos entendieron la exhortación (a orar sin cesar) de manera absoluta y totalmente literal, en contraste a algunos Padres de la Iglesia que no la entendieron de esa misma forma.
No nos fue prescrito trabajar, velar y ayunar continuamente, sino que se nos ordenó “orar sin cesar”. Porque las tareas nombradas en primer lugar, que sirven para curar la parte pasional del alma, necesitan del cuerpo para ser llevadas a cabo. Sin embargo este, a causa de su natural debilidad, no es capaz de soportar tales fatigas. Por el contrario, la oración fortalece y purifica el intelecto para el combate, porque (este) ha sido dotado por naturaleza para orar, incluso separado del cuerpo, y para combatir a los demonios, - como suele hacerlo -, en defensa de todas las potencias del alma3.
El que haya que entender el precepto de Pablo literalmente, no sólo era una opinión sostenida por Evagrio. Los primeros Padres monásticos opinaban de manera idéntica. Sin embargo, aunque el principio quedaba fuera de toda duda, su realización práctica no dejaba de suscitar interrogantes:
Pregunta: ¿Cómo es posible orar siempre? ¿Ya que (mientras se ora) durante la liturgia el cuerpo se fatiga?
Respuesta: No sólo es y se denomina oración la que se hace en los “tiempos (destinados) a la oración”, sino el (orar) siempre.
P.: ¿Cómo(hay que entender eso de) siempre?
R.: Sea que comas, que bebas, o que camines, o que realices cualquier trabajo, ¡no ceses ni dejes de orar!
P.: Pero si uno se entretiene hablando con alguien, ¿cómo puede uno cumplir (el mandamiento) de orar siempre?
R.: Es en vistas a esto que el Apóstol (Pablo) dijo: “eleven constantemente oraciones y ardientes súplicas (animados por el Espíritu)” 4. Si entonces te estás entreteniendo y hablando con alguno y no estás cumpliendo con la oración, “reza entonces con súplicas ardientes”.
P.: ¿Con qué oración se debe rezar?
R.: Con el padrenuestro...( y las palabras que siguen).
P.: ¿Cuál es la medida a observar en cuanto a la (longitud) de la oración?
R.: No se nos ha señalado ni indicado medida alguna. Pues el “orar siempre” e “incesantemente” no tiene medida. Pues el monje que sólo reza cuando está allí (pre)parado para orar, ese no ora nunca. Y (el anciano) agregó: “quien quiera realizar esto debe considerar a todos los hombres como uno solo5 y abstenerse de toda malidicencia6.
¡Rezar “siempre” y hacerlo “sin cesar”, significa nada menos que orar siempre y en todas partes, sin entender esto como un “trabajo” similar a los otros quehaceres (y que por eso sólo puede hacerse independientemente uno del otro), sino contemporáneamente a dichos quehaceres! Cómo sea posible hacer esto no nos es explicado, pero si ponemos toda nuestra atención vemos que el Padre al que se le preguntó, hace una distinción importante entre “oración” y “súplica ardiente”. Como ejemplo de la primera, nombra el padrenuestro, que comúnmente se dice en voz alta; cual sea la forma de la segunda no se explica aquí. La alusión a Efesios 6,18 insinúa que de alguna manera ocurre en el “espíritu”.
Queremos en primer lugar preguntar por la “técnica” de la “oración continua, y por el método para aprenderla y practicarla.
A través del “Peregrino ruso” y de la “Filocalia”, aquel libro de los santos Padres que el peregrino llevaba siempre consigo, son muchos los que conocen específicamente el método hesicasta de oración, desarrollado por los monjes bizantinos en los siglos 13 y 14; el método consiste en sentarse en un taburete bajo, con el cuerpo en postura acuclillada, controlando la respiración, etc. Este método está destinado para los “hesicastas”, es decir para monjes que viven en la mayor soledad y que sólo debe ser practicado bajo la guía de un experimentado maestro; siempre será practicable y accesible para muy pocas personas. Por el contrario, lo que sabemos de las prácticas de los antiguos Padres, las hacen comparativamente mucho más accesibles para un mayor número de personas, gracias a su simplicidad7.
Los Padres del desierto egipcio poseían ya desde los primeros tiempos sus propias tradiciones y costumbres. Ellas ciertamente que en parte reflejan sus específicas condiciones de vida; pero también debemos afirmar que ordenaban toda su vida en vistas a alcanzar la deseada meta:
Las Horas y los himnos (del Oficio) son tradiciones eclesiásticas y estas son buenas con el fin de marchar al unísono con todo el pueblo; lo mismo vale para las comunidades (monásticas) a fin de que los muchos obtengan la unidad. Sin embargo los (monjes) de Las Celdas (es decir de Escete) ni rezan las Horas (de una liturgia de las Horas) ni emplean himnos, sino que (viviendo solos se ocupan), alternativamente y a pequeños intervalos, en trabajos manuales, meditación y oraciones.
En lo que respecta a las Vísperas, los de Escete recitan doce salmos y al final de cada salmo colocan en lugar de la doxología el “aleluya” y realizan una oración. Lo mismo hacen en el (Oficio) nocturno: doce salmos, y después de los salmos se sientan para el trabajo manual8.

Los monjes del desierto de Escete sólo conocían dos Oficios: las Vísperas después de la puesta del sol, y las Vigilias nocturnas de (unas) cuatro horas de duración, hasta la aurora9, que en parte también consistían en trabajo manual al que, por otra parte, dedicaban prácticamente el día entero. Trabajo manual que los monjes pacomianos ni siquiera abandonaban durante la oración comunitaria, ya que no distrae al (que reza), sino que por el contrario lo ayuda al recogimiento. Los ‘scetiotas’, y así mismo aquel monje al que Juan de Gaza escribe lo hacían de la siguiente manera:
Cuando te sientas para realizar el trabajo manual, o bien debes aprender de memoria o bien debes recitar salmos. Al final de cada salmo reza permaneciendo sentado: “Oh Dios, por tu inmensa compasión apiádate de mi”10. Si eres perturbado por los pensamientos, entonces agrega: “Oh Dios, estás viendo mi angustia, ven a prisa a socorrerme”11.
Cuando hayas terminado (de anudar) tres filas de la estera, entonces álzate para la oración, e igualmente cuando te arrodilles o cuando vuelvas a levantarte, recita dicha oración12.
Vemos entonces que el “método” es de lo más sencillo (que uno imaginarse pueda). Consiste en interrumpir el trabajo, - en este caso el trenzado de esteras -, a “pequeños intervalos” fijados con antelación, levantándose para efectuar la oración y la postración que la acompañaba. Así por ejemplo, tanto Macario el egipcio como su discípulo Evagrio realizaban cien oraciones por día13, con las cien genuflexiones correspondientes. Esta parece haber sido la “regla” general14, pero también encontramos referencias (a prácticas) distintas, ya que cada uno podía tener su propia “medida”15.
Durante dicho trabajo tampoco el espíritu permanecía ocioso, sino que se aplicaba a la “meditación”, es decir a la repetición meditativa de versículos de la Escritura, con frecuencia salmos, que precisamente con este fin se aprendían de memoria. A la dicha “meditación” seguía siempre una muy breve jaculatoria que se realizaba permaneciendo sentados. Su contenido no estaba fijado y en caso de haber adoptado una “fórmula” se la podía cambiar a voluntad. Ni las “oraciones” arriba mencionadas, como tampoco las jaculatorias, eran demasiado largas ni tenían porque serlo.
En lo que se refiere a la prolongación de la oración, si estás (rezando) o si “oras sin cesar” de acuerdo a (lo ordenado por el) Apóstol, no es necesario que al levantarte prolongues (la oración). Pues el día entero tu intelecto ora 16.
Cuando las oraciones se alargan el peligro de las distracciones siempre está al acecho, ya que el recogimiento disminuye, o, peor aún, por que los demonios entremezclan y siembran su cizaña17. Estas cortas oraciones son en su contenido de inspiración netamente bíblica. Logran que la palabra de Dios se transforme en oración personal, pero puede que simplemente (asuman el texto aprendido de memoria) literalmente.
Cuando te pones en pie para la oración, pide ser redimido y liberado “del hombre viejo”18, o recita el padrenuestro, o ambas cosas a la vez19, luego siéntate para el trabajo manual20.
A nadie que desee “rezar auténticamente” le resultará difícil, a partir de estos sencillos principios, desarrollar su propio y personal “método” (de oración), que tome en cuenta las circunstancias de la propia vida, sobre todo (teniendo en cuenta) el tipo específico de trabajo. Si uno observa atentamente, cae en la cuenta que los Padres del desierto no tenían una vida de oración añadida al resto de su vida, sino que trabajaban, como el resto de las personas, para poder vivir, y que igualmente dormían seis horas por las noches. Su vida de oración es idéntica y se identifica con su vida cotidiana, la embebe totalmente y lleva a que el espíritu “permanezca el día entero en oración”. Ni circunstancias externas, ni tampoco “distracciones” de ningún tipo, por ejemplo conversaciones, perturban ya dicho estado (de oración).
Los hermanos contaban lo siguiente: “Un día fuimos a visitar a unos ancianos. Después de haber orado, según es costumbre, nos saludamos y nos sentamos para conversar juntos. Terminada la conversación, en el momento de marcharnos, pedimos el tener nuevamente juntos un momento de oración. Uno de aquellos ancianos nos dijo: “¿Cómo, no rezaron ustedes ya?”. Le dijimos: “Sí, abba, hicimos oración al llegar, pero desde entonces hasta ahora no hicimos otra cosa que hablar”. Nos dijo entonces el anciano: “perdónenme, hermanos, pero uno de los hermanos que estuvo sentado conversando con nosotros y mientras hablaba hizo ciento tres oraciones”. Después de decir esto, hicieron oración y nos despidieron” 21.
Es fácilmente comprensible que este modo de obrar hace que en un determinado momento el espíritu, por gracia de Dios, permanezca en un “estado de oración” en el que cesa todo inútil vagar de los pensamientos y el espíritu permanece como “fijado”, con la mirada de los “ojos” clavada en Dios. Ciertamente que esto se ve favorecido por un retirarse transitoria o permanentemente a la soledad, pero ello no es indispensable. Este tan deseado “estado”, lo define en una oportunidad Evagrio de la siguiente manera:
El estado de oración es un hábito impasible, que impulsado por un amor muy intenso arrebata al intelecto espiritual y amante de la sabiduría elevándolo hasta la cumbre de lo inteligible22.
Como ese “ser arrebatado” ya lo insinúa, aquí llegamos al límite y a la frontera del actuar humano, y es Dios, - el Hijo y el Espíritu más precisamente -, quien desde ahora obra. “Orar” no será ya una actividad específica y por ello una ocupación delimitada de nuestro espíritu junto a otras ocupaciones, sino que de manera del todo natural “como actividad propia de la dignidad del intelecto”23, llegará a sernos tan connatural y espontaneo como el respirar.
Cristo respira siempre, crean en él, es lo que el moribundo Antonio aconsejaba a sus discípulos24. La oración es la respiración espiritual del alma, su vida verdadera y auténtica.
Este ideal de la oración continua, que a nosotros hoy puede parecernos algo “típicamente monástico”25, es en realidad muy anterior al monacato y una “de aquellas primitivas tradiciones orales” que los Padres de la Iglesia atribuyen a los mismos Apóstoles. Ya Clemente de Alejandría describió a su verdadero “gnóstico” como alguien para el cual “la vida entera es una conversación con Dios” 26, ...
Ya que ora en toda circunstancia, sea que pasee, que converse, descanse, lea, o comience alguna obra según la razón. Y aunque sólo se trate de un pensamiento tenido en la “recámara”27 de su alma y “con gemidos inexpresables”28 “invoque al Padre”29, éste está tan cerca que lo oye antes que termine de hablar30.
Los primeros monjes no hicieron otra cosa, que darle a ese ideal una forma fija, que por su sencillez a todos les es accesible, con tal que lo intenten con seriedad. Pues toda “alma”, por su esencia, está destinada a “alabar al Señor”.
“Todo lo que respira alabe al Señor”:
Si la “luz del Señor” de acuerdo a Salomón, es “la respiración del hombre”, entonces toda naturaleza racional, que aspira dicha “luz” debe alabar al Señor 31.


Notas:


1-Lc 18,1.
2-1 Ts 5,17.
3-Evagrio, Praktikos 49.
4-Ef 6,18.
5-Evagrio, De Oratione 125: “Monje es aquel que se estima unido a todos (o, uno con todos), porque se ve a sí mismo en cada uno sin excepción alguna”. Eso es lo que significa: “amar al prójimo como a sí mismo” .
6-J.-G. Guy, Un entretien monastique sur la contemplation, en Recherches de Sciences Religieuses 50 (1962), 230 ss. (Nro. 18-22).
7-Ver para lo que sigue: G. Bunge, Das Geistgebet (= La oración en Espíritu), Colonia 1987, pp. 29 y ss. (“Oren sin cesar”).
8-Barsanufio y Juan, Epistula 143.
9-Idem, Epistula 146; según lo arriba citado, en el Capítulo II, nota 127.
10-Sal 50,3.
11-Sal 69,6.
12-Barsanufio y juan, Epistula 143.
13-Paladio, Historia Lausiaca 20 (Butler, p. 63,13 ss) y 38 (Butler, p 120,11).
14-J 741 (Regnault, Série des anonymes, p. 317).
15-Ver Regnault, La prière continuelle ‘monolegistos’..., en Irenikon 48(1975)479 ss.
16-Barsanufio y Juan, Epistula 143.
17-Casiano, Conl IX,36; igualmente Agustín, Epistula CXXX,20 citada en este mismo capítulo, n.55.
18-Ver Ef 4,22; Col 3,9.
19-Barsanufio y Juan, Epistula 176.
20-Ibid, Epistula 143.
21-Nau 280.
22-Evagrio, De Oratione 53 (52).
23-Ibid. 84.
24-Atanasio, Vita Antonii 91,3 (Bartelink).
25-De hecho Casiano, Conl. IX,2 ya la califica como “meta única del monje y como perfección del corazón”.
26-Clemente de Alejandría, Strom. VII,73,1.
27-Mt 6,6 (Nota del traductor).
28-Rm8,26.
29-P 1,17.
30-Referencia al Sal 144,18. Cita de Clemente de Alejandría, Strom. VII,49,7.
31-Evagrio, In Ps 150,6 . La cita es de Pr 20,27.