lunes, 14 de noviembre de 2011


Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Texto
31. ¿Qué excusa tendremos aquel día, habiendo tenido tal ejemplo y habiendo permanecido negligentes así? Jeremías lloró por nosotros que, habiendo sido hechos dignos de tal gracia, tuvimos tan poco cuidado o, más aún, nos cubrimos de todo mal, diciendo: ¿Quién dará a mi cabeza agua y a mis ojos la fuente de las lágrimas y lloraré por este pueblo día y noche?[1]. Acerca de nosotros escucho decir a Moisés: comió Jacob, se sació, y se apartó el amado, engordó, se puso grueso, se ensanchó, rechazó a Dios, que lo creó, y se alejó de Dios, su salvador[2]. Y a Miqueas, que lamentándose, dice: ¡Ay alma mía! El piadoso ha desaparecido del país, ni un recto hay entre los hombres, cada uno oprime a su hermano, sus manos están listas para el mal[3]. Y el salmista, dice, semejantemente, respecto de nosotros: ¡Sálvame, Señor!, no hay mas santos; la verdad ha desaparecido entre hijos de los hombres[4], etc.

32. El Apóstol lamentándose proféticamente por nosotros, dijo: No hay quien haga el bien, no hay ni uno solo. Sepulcro abierto es su garganta, con sus lenguas urden engaños, veneno de áspides bajo sus labios: su boca está llena de maldición y amargura. Ruina y miseria en sus caminos. El camino de la paz, no lo conocieron; no hay temor de Dios ante sus ojos[5].
Por eso nuevamente, viendo por anticipado las cosas futuras, escribe a Timoteo acerca de nuestra mala conducta actual: Sabe esto: en los últimos días vendrán momentos difíciles,, los hombres serán egoístas, amigos del dinero, fanfarrones, orgullosos, difamadores, rebeldes a sus padres, ingratos, irreligiosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, enemigos del bien, traidores, irreflexivos[6], etc.
Por eso, ¡Ay de nosotros, porque hemos llegado a los límites de mal!  ¿Quién de entre nosotros, dime, no tiene algunos de estos vicios enumerados?, ¿no encuentran su cumplimiento en nosotros estas profecías?, ¿no somos todos dominados por la gula?, ¿no amamos todos el placer?, ¿no estamos apegados a las cosas materiales?, ¿no somos irascibles?, ¿no somos todos rencorosos?, ¿no guardamos el recuerdo de las ofensas?, ¿ no somos todos nosotros traidores de todas las virtudes?, ¿ y todos maledicentes?, ¿y todos burlones, coléricos e irreflexivos?, ¿no odiamos a nuestros hermanos?, ¿no estamos todos inflados de suficiencia, altivos, orgullosos y vanidosos?, ¿no somos hipócritas y embusteros?, ¿no somos todos celosos, desobedientes, llenos de acedia, negligentes, inconstantes?, ¿no somos todos negligentes respecto a los mandamientos del Salvador?, ¿no estamos todos llenos de toda malicia? Acaso, ¿no nos hemos hecho templos de ídolos en lugar de templos de Dios? ¿No nos hemos hecho morada de los malos espíritus en lugar de morada del Espíritu Santo? ¿No invocamos ficticiamente a Dios como Padre? Acaso, ¿no hemos llegado a ser hijos de la gehena, en lugar de hijos de Dios? Acaso, los que ahora llevamos el gran nombre de Cristo, ¿no nos hemos hecho peores que los judíos? y que nadie se moleste al escuchar la verdad.  Los judíos decían mientras transgredían la ley: nosotros tenemos un Padre, Dios pero oyeron del Salvador la respuesta: Ustedes tienen al diablo por padre y son los deseos de su padre los que ustedes quieren realizar[7].

33. ¿Cómo no oiremos nosotros, siendo también transgresores de sus mandatos, las mismas cosas de parte de Él?  El apóstol dice de aquellos que son conducidos por el Espíritu que son Hijos de Dios: Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios, dice, son hijos de Dios[8] ¿Como, pues, nosotros, que somos conducidos por la muerte, podremos ser llamados hijos de Dios? La sabiduría de la carne es la muerte[9]. En cambio, aquellos que son conducidos por el Espíritu se reconocen por los frutos del Espíritu. Conocemos los frutos del Espíritu. El fruto del Espíritu, dice, es la caridad, la alegría, la paz, la magnanimidad, la bondad, la benignidad, la fe, la mansedumbre, la temperancia[10].  ¿Tenemos, acaso, esas cosas en nosotros? !Ojalá no tengamos todo lo opuesto! ¿Cómo podemos ser llamados hijos de Dios y no, más bien, lo contrario? Porque el que ha nacido de un ser, se asemeja a aquel que lo ha engendrado.  El Señor lo manifiesta por estas palabras: el engendrado del Espíritu, es Espíritu[11]. Pero hemos llegado a ser carne, ardiendo en deseos opuestos al Espíritu, y por eso justamente oímos de parte de Él: Mi Espíritu no reposará en estos hombres porque son carne[12]. ¿Cómo podemos ser llamados cristianos, nosotros que no tenemos absolutamente nada de Cristo en nosotros?

34. Posiblemente alguno dirá: ‘Tengo la fe y me basta la fe en Él para ser salvado’, pero Santiago lo contradice diciendo: Los demonios también creen y tiemblan[13], y  la fe sin las obras está muerta, como también las obras sin la fe[14]. ¿Cómo creemos en Él o le creemos respecto a cosas futuras, sin creerle en aquello que concierne a las cosas temporales y presentes?  Por eso estamos sumergidos en las cosas materiales, vivimos para la carne y luchamos contra el Espíritu. 
Pero aquellos que han creído verdaderamente en Cristo y lo han hecho inhabitar plenamente en sí mismos por medio de los mandamientos, así dijeron: Vivo, pero no más yo, sino que Cristo que vive en Mí.  Y si ahora vivo en la carne, también vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí[15]. Por eso, en cuanto perfectos imitadores suyos y auténticos custodios de sus mandamientos, sufren a causa suya y para la salvación de todos. Siendo insultados, bendecimos; perseguidos, soportamos; calumniados, consolamos[16].  Ellos, en efecto, habían oído decir: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian, bendecid a quienes os maldicen, y orad por quienes os maltratan[17], etc. Y, por sus palabras y acciones, se manifestaba Cristo, quien obraba en ellos.
Nosotros, por el contrario, hacemos todo lo opuesto a sus mandamientos, por eso estamos colmados de toda impureza. Por eso hemos llegado a ser casa de comercio, en vez de templo de Dios[18]; y en lugar de casa de oración, cueva de ladrones[19]; en vez de pueblo santo, pueblo pecador[20]; en vez de pueblo de Dios, pueblo lleno de pecados; en vez de semilla santa, semilla de maldad; y en lugar de hijos de Dios, hijos impíos, porque abandonados los mandatos del Señor, nos esclavizamos a los espíritus malignos por medio de las pasiones impuras y encolerizamos  al Santo de Israel[21].

35.  Por eso, el gran Isaías, lamentándose por nosotros y queriéndonos, al mismo tiempo, socorrer en nuestra caída, grita: ¿Por qué sois golpeados, agregando iniquidad? Toda la cabeza está en dolor, toda entraña doliente; de los pies a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladura, heridas frescas, ni vendadas ni cuidadas con aceite[22]. ¿Y qué es lo que sigue?: será abandonada la hija de Sión, como tienda en la viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada[23].  También el apóstol, mostrando esta desolación de nuestra alma, decía: y como no probaron tener el pleno conocimiento de Dios, los entregó Dios a su nous insensato, para que hicieran lo que no conviene; llenos de toda injusticia, maldad, malicia y codicia; colmados de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, calumniadores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, implacables, despiadados, los cuales, aún conociendo la sentencia de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no sólo las practican si no que aprueban a los que las cometen[24]. Por eso Dios los entregó a las pasiones vergonzosas de sus corazones, a la impureza de deshonrar sus cuerpos entre sí[25]. Y para terminar: desde el cielo se manifiesta la cólera de Dios contra toda impiedad e injusticia de los hombres[26], etc.

36. También el Señor, indicando esta desolación del alma, decía: Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y lapidas a aquellos que te son enviados, ¿cuántas veces quise reunir a tus hijitos como una gallina reúne sus pichones bajo sus alas, y tu no quisiste? he aquí que vuestra casa queda desierta[27]. Y también Isaías, viéndonos a nosotros que nos decimos monjes, que cumplimos solamente con los oficios corporales, despreciando los espirituales, y que por eso estamos orgullosos, decía: Escuchen la palabra de Dios, príncipes de Sodoma, atiendan a la ley de Dios, pueblo de Gomorra, ¿qué me importa la multitud de los sacrificios que Uds. realizan?, Harto estoy de los holocaustos de carneros. La grasa de carnero, sangre de novillos y machos cabríos no las quiero. No agreguéis esa pateadura de mis atrios.  Si traen flor de trigo, es en vano; el incienso es náusea para mí; vuestros novilunios, sábados y el gran día no lo soporto. El ayuno, el reposo y vuestras fiestas las aborrece mi alma.  Han llegado a ser para mí un hartazgo que ya no soporto. Cuando extendéis las manos hacia mí, aparto mis ojos de vosotros. Aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Y, ¿por qué esto?  Vuestras manos -dice- están llenas de sangre[28], puesto que quien odia a su hermano es un homicida[29].  Por eso, toda la ascesis que no tenga caridad es extraña a Dios.

37. Por eso, rechazando nuestra hipocresía, decía más adelante: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí y en vano me dan culto[30], etc. Y las cosas que nuestro Señor dijo, maldiciendo a los fariseos, las entiendo como dirigidas a nosotros, los hipócritas de ahora; nosotros, que habiendo sido hechos dignos de tal gracia, estamos peor que ellos. ¿Acaso no atamos fardos pesados e insoportables y los cargamos sobre las espaldas de los hombres, mientras que no queremos moverlos si quiera con un dedo?[31]¿Acaso no realizamos todas nuestras acciones para ser vistos por los hombres?[32] ¿Acaso no nos  gustan  los primeros asientos en las fiestas y los primeros lugares en las reuniones (sinagogas) y ser llamados por los hombres: Rabí, Rabí?[33] . Y si se niegan a acceder a nuestras exigencias emprendemos contra ellos una lucha a muerte. Y, ¿acaso no llevamos la llave de la ciencia y cerramos el reino de los cielos ante los hombres, sin entrar nosotros ni hacer entrar a los demás? [34] ¿O acaso no andamos cielo y tierra para hacer un prosélito, y cuando llega a serlo, lo hacemos digno de la gehena dos veces más que nosotros mismos[35]?¿Acaso no somos guías ciegos que filtramos el mosquito pero nos tragamos el camello[36]?¿Acaso no purificamos el exterior de la copa y el plato, pero nuestro interior está lleno de rapiña y de avaricia, es más, de intemperancia[37]? ¿Acaso no pagamos el diezmo de la menta, de la ruda y de toda hortaliza, y transgredimos la justicia y el amor de Dios[38]? ¿No somos acaso como los sepulcros oscuros, por fuera aparecemos a los hombres como justos, pero por dentro estamos llenos de hipocresía, impiedad y de toda impureza[39]? ¿No construimos acaso los sepulcros de los mártires y embellecemos las tumbas de los apóstoles y somos semejantes a los que los han matado[40]?

¿Quién llorará por nosotros, encontrándonos en tal situación? ¿Quién no llorará por esta tan penosa cautividad? A causa de esto los magníficos hijos de Dios son contados como vasijas de tierra. Por eso el oro se ha oscurecido y la plata se ha alterado[41] Por eso los nazareos de Sión, que brillan más que la nieve, hemos llegado a ser como los etíopes; y los que son más blancos que la leche, han sido oscurecidos más que la tinta.  Por eso nuestro rostro se ha ensombrecido como el hollín[42] y los que fuimos criados en la púrpura, abrazamos el estiércol.  Nuestra iniquidad ha sobrepasado los pecados de Sodoma[43].  Por eso los hijos del Día y de la Luz, hemos llegado a ser hijos de las sombras y de las tinieblas[44].  Por eso los hijos del Reino, hemos llegado a ser hijos de la gehena.  Por eso los hijos del Altísimo morimos como hombres y caemos como uno de los príncipes.  Por eso fuimos entregados en manos de enemigos impíos, es decir, de los demonios salvajes, y del rey injusto y más malvado de la tierra, es decir a su príncipe, porque pecamos y obramos indignamente, transgrediendo los mandatos del Señor, nuestro Dios, y pisoteando al Hijo de Dios y profanando la Sangre de la Alianza[45].

Pero no nos abandones[46] para siempre a causa de tu Nombre, Señor, y no rechaces tu alianza, ni retires de nosotros tu misericordia[47] a causa de tu nombre, Padre nuestro, que estás en los cielos, y en nombre de la compasión de tu Hijo unigénito y por medio de la misericordia de tu Santo Espíritu no recuerdes nuestras culpas pasadas, sino que venga pronto a nosotros tu compasión, porque estamos abatidos del todo.  Socórrenos, Oh Dios, Salvador nuestro. Por la gloria de tu Nombre, Señor, líbranos y perdona nuestros pecados[48], acordándote de nuestra primicia; primicia que, tomando de nosotros tu Hijo unigénito por amor a los hombres, conserva en el cielo para concedernos una esperanza firme de salvación, y para que no lleguemos a ser peores, por la desesperanza, derramó su preciosa sangre para dar vida al mundo. Por sus santos apóstoles y mártires que derramaron su propia sangre a causa de su Nombre; por los santos profetas, padres y patriarcas que lucharon por agradar a tu santo Nombre. No desprecies nuestra plegaria, Señor, ni nos abandones para siempre[49]. No confiamos en nuestra justicia, sino en tu misericordia[50], por la cual preservas nuestra estirpe. Suplicamos y pedimos a tu bondad que no sea para nuestra condenación el misterio de salvación realizado en favor nuestro por tu Hijo único, y que no nos arrojes lejos de tu rostro. No sientas repugnancia por nuestra indignidad sino que compadécete de nosotros según tu gran misericordia, y según la grandeza de tu compasión[51] perdona nuestros pecados: a fin que viviendo sin condenación ante tu santa gloria, seamos dignos de la protección de tu Hijo unigénito y no seamos rechazados como siervos malos a causa de nuestros pecados.  Sí, Maestro y Señor Todopoderoso, escucha nuestra súplica porque fuera de ti no conocemos a otro.  Invocamos tu Nombre. Tú  eres el que obra todas las cosas en todos[52] y es junto a ti que todos acudimos por auxilio. Observa desde el cielo, Señor, y mira desde la morada de tu santa gloria.  ¿Dónde está tu celo y tu fuerza? ¿Donde está la enormidad de tu piedad? ¿Por qué has permitido nuestra caída? Tú eres nuestro Padre, porque Abraham no nos conoció e Israel no nos reconoció. Pero Tú Señor, Padre nuestro, líbranos, porque desde el principio está sobre nosotros tu santo Nombre y el de tu unigénito Hijo[53] y el de tu Santo Espíritu. ¿Por qué nos hiciste errar lejos de tus caminos, Señor? No nos castigues con la vara de tus juicios. ¿Por qué endureciste nuestros corazones para que no te temamos? ¿Por qué nos abandonaste a nuestra autonomía en el error? Convierte, Señor, a tus siervos, por tu santa Iglesia, por todos tus santos de siempre a fin que tengamos en herencia una pequeña parte de tu santo monte.  Nuestros enemigos han saqueado tu santuario.  Hemos llegado a ser  como en los tiempos antiguos cuando no nos gobernabas ni era invocado tu Nombre sobre nosotros[54].

38. ¡Ah si abrieras los cielos! Ante ti  los montes temblarían y se fundirían como la cera ante el fuego. Y el fuego consumiría a los adversarios y tu Nombre les sería terrible.  Cuando realices obras gloriosas temblarán ante ti las montañas. Desde los tiempos antiguos no oímos ni nuestros ojos vieron otro Dios fuera de ti, y tus obras, esas obras que haces en favor de los que esperan en  tu misericordia, se realizarán en favor de los que practican la justicia y ellos recordarán tus sendas.  Y he aquí que Tú te enojaste y nosotros pecamos[55]. O más aún, pecamos y te enojaste. Por eso erramos y nos hemos hecho impuros todos nosotros. Como paño inmundo es toda nuestra justicia. Caímos como hojas por nuestras culpas y como a ellas el viento nos llevará, y no hay quien invoque tu Nombre y recuerde apoyarse en ti, pues apartaste tu rostro de nosotros y nos dejaste a merced de nuestras culpas.  Pues bien, Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla obra de tus manos, no te irrites demasiado contra nosotros, ni recuerdes para siempre la culpa.  Y ahora, mira, pues todos somos tu pueblo.  La ciudad de tu santuario ha quedado desierta; desolada ha quedado Jerusalén. La morada de nuestro santuario está maldita, y la gloria que bendecían nuestros padres, ha ardido con el fuego y todo lo glorioso ha caído.  Has permanecido insensible a todo esto, Señor, has guardado silencio y nos has humillado sin medida.

39. Todas estas cosas sucedieron al pueblo antiguo en figura, y ahora se cumplen verdaderamente en nosotros. Hemos llegado a ser vergüenza para nuestros vecinos, burla y escarnio para los que nos rodean[56].  Pero, mira desde el cielo y ve, y sálvanos por tu santo Nombre y,  danos a conocer los engaños de nuestros adversarios, y líbranos de sus insidias y no alejes de nosotros tu auxilio, porque no somos capaces de vencer a nuestros enemigos; pero Tú eres poderoso para salvarnos de toda adversidad. Sálvanos de los peligros de este mundo por tu bondad, a fin que, atravesando con conciencia pura el océano de esta vida, podamos mantenernos sin censura ni reproche ante tu temible trono y seamos hechos dignos de la vida eterna.

40. El hermano,  habiendo escuchado todas estas cosas, profundamente compungido, dijo al anciano: "por lo que veo, padre, no me queda esperanza de salvación, mis iniquidades sobrepasan mi cabeza[57].  Pero dime, te suplico, que debo hacer para salvarme”.
 El anciano le respondió diciendo: "Salvarse es para los hombres imposible, pero para Dios todo es posible"[58] como dijo el Señor mismo Vayamos a su presencia confesando, adorémoslo, postrémonos y lloremos ante el Señor, que nos ha hecho, porque él es nuestro Dios[59].  Y escuchémoslo decir por boca del profeta Isaías: Cuando vuelvas y gimas, entonces serás salvado[60] y aún: ¿es impotente la mano del Señor para salvar o su oído demasiado duro para escuchar? Pero nuestros pecados están entre nosotros y Dios, y por nuestros pecados apartó de nosotros su rostro, para no tener piedad[61]; por eso nos dice: Lavaos, purificaos, quitad la malicia de vuestras almas de delante de mis ojos, cesad en vuestras maldades. Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, liberad al oprimido, haced justicia al huérfano y justificad a la viuda; y venid, pues, y disputaremos, dice el Señor, y aún si vuestros pecados son como la escarlata, los blanquearé como la nieve, y si fuesen rojos como la púrpura, los blanquearé como la lana y si queréis y me escucháis, comeréis las delicias de la tierra. La boca del Señor, ha hablado estas cosas[62]. Y nuevamente por Joel: convertíos a mí, de todo corazón, con ayunos, lágrimas y llantos de duelo; rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, porque el Señor es clemente y compasivo y se arrepiente del mal[63].Y dice a Ezequiel: Hijo del hombre, di a la Casa de Israel: Hablad así diciendo: nuestros pecados y nuestras iniquidades están sobre nosotros, y por causa de ellos nos consumimos. ¿Cómo viviremos? Diles: Vivo yo, dice el Señor, que no quiero la muerte del impío sino que se convierta de su camino y viva. Convertíos de vuestro camino. ¿Por qué has de morir, Casa de Israel?[64]. Y el tercer libro de los Reyes manifestando la exuberancia de la bondad divina, dice así: Mientras que Ajab, estaba en la viña de Nabot, que había heredado después que este fue asesinado por instigación de Jezabel escuchó a Elías decirle: ‘Esto dice el Señor: Has asesinado y has heredado, y en lugar donde los perros lamieron la sangre de Nabot, lamerán la tuya, y los perros comerán a Jezabel sobre el muro de Israel[65]. Y, habiendo escuchado Ajab estas palabras, rasgó sus vestiduras y se puso un saco sobre su carne y ayunó y durmió sobre su saco.  Y vino la palabra del Señor a Eliseo diciendo: ‘Has visto como se ha convertido Ajab ante mi rostro; no atraeré la desgracia durante sus días[66].  Y David dice: Mi falta la he dado a conocer y no oculté mi pecado, dije: confesaré contra mí mi iniquidad al Señor, y tú has quitado la iniquidad de mi corazón, por eso que todo fiel te suplique en el momento oportuno y  en la inundación las grandes caudalosas no se le acercarán[67]. Y el Señor en los Evangelios: Convertíos, dice, se ha acercado el reino de los cielos[68]. A Pedro que pregunta cuántas veces al día debo perdonar a mi hermano si peca contra mí, ¿hasta siete veces?; le respondió el que es bueno por naturaleza e inigualable en bondad: No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete[69]¿Qué es igual a este amor? ¿Qué cosa puede rivalizar con esta filantropía?
Continuará…
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate" 


[1] Jr 8, 23.
[2] Dt 32, 15.
[3] Mi 7, 1- 13.
[4] Sal 11, 2.
[5] Rm 3, 11-13. 16-18.
[6] 2 Tm 3, 1-4.
[7] Jn 8, 41-44.
[8] Rm 8, 14.
[9] Rm 8, 6.
[10] Ga 5, 22.
[11] Jn 3, 6.
[12] Gn 6, 3.
[13] St 2, 19.
[14] St 2, 17. 26.
[15] Ga 2, 20.
[16] 1 Co 4, 12.
[17] Lc 6, 27.
[18] Cf. 1 Co 3, 16; Jn 2, 10.
[19] Mt 21, 13.
[20] 1 P 2, 9.
[21] Cf. Is 1, 4.
[22] Is 1, 5-6.
[23] Is 1, 8.
[24] Rm 1, 28-32.
[25] Rm 1, 24.
[26] Rm 1, 18.
[27] Mt 23, 37.
[28] Is 1, 10-15.
[29] 1 Jn 3, 15.
[30] Mt 15, 8. Cf. Is 29, 13.
[31] Mt 23, 4.
[32] Mt 23, 5.
[33] Cf. Mt 23, 6.
[34] Cf. Lc 11, 52; Mt 23, 13.
[35] Cf. Mt 23, 15.
[36] Cf. Mt 23, 24.
[37] Cf. Mt 23, 25.
[38] Cf. Lc 11, 42.
[39] Cf. Lc 11, 42.
[40] Cf. Mt 23, 29.
[41] Cf Lm 4, 2,
[42] Cf. Lm 4, 7.
[43] Cf. Lm 4, 6.
[44] Cf. 1 Ts 5, 5.
[45] Cf. Hb 10, 29.
[46]Aquí comienza una hermosísima y larga oración que suplica la misericordia divina. Ella está tejida de citas bíblicas.
[47] Cf. Dn 3, 34.
[48] Cf. Sal 78, 8.
[49] Sal 54, 2 y 43, 24.
[50] Dn 9, 18.
[51] Cf. Sal 50, 13.2.3
[52] 1 Co 12, 6.
[53] Veremos como en la Interpretación del Padre Nuestro Máximo interpreta el “Nombre de Dios” como la segunda persona de la Trinidad. Esto no ocurre aquí.
[54] Cf. Is 63, 15.19.
[55] Cf. Is 63, 19 y 64, 4.
[56] Sal  78, 4.
[57] Sal  37, 5.
[58] Cf.Lc  1, 37.
[59] Sal  94, 2.
[60] Is  30, 15.
[61] Is  59, 1.
[62] Is  1, 16- 20.
[63] Jl  2, 12-13.
[64] Ez  33, 10- 11.
[65] 1 R 21, 19- 23.
[66] 1 R  21, 27- 29.
[67] Sal 31, 5-6.
[68] Mt  4, 17.
[69] Mt  18, 21- 22.