(Continuamos compartiendo algunos para parágrafos del Capítulo 2 del libro del Padre Gabriel Bunge, “Vasos de Barro”, tercera parte)
3. “Siete veces al día te alabo” (Sal 118,164)
En esta tierra el ser humano está sujeto al tiempo y al espacio. Es por ello que la “elección del tiempo adecuado” para rezar no es menos importante que la elección del lugar, como ya lo constataba Orígenes.
Experimentamos el tiempo como sucesión ordenada del sol y de la luna según un ritmo determinado. Algunas de estas sucesiones se repiten cíclicamente. Desde un punto de vista global el tiempo en nuestra vida avanza linealmente hacia una meta. Es por eso que uno de los secretos de la vida espiritual consiste en una rítmica regularidad que se adapte a la cadencia de nuestra vida. En este terreno todo ocurre como para el aprendizaje de cualquier oficio, - o de cualquier arte -, para lo cual no basta, por ejemplo, tocar de vez en cuando las teclas de algún piano para llegar a ser un eximio pianista. “La práctica es lo que logra la maestría”, - igualmente en el caso de la oración. Un “cristiano práctico”, en el sentido que le dan los santos Padres, no es una persona que con mayor o menor fidelidad cumple sus obligaciones dominicales, sino aquel que a lo largo de toda su vida reza cada día, ¡más aun varias veces al día!; es decir alguien que practica con regularidad su fe, del mismo modo que ejercita con regularidad las funciones necesarias a la vida, - comer, dormir, respirar... -. Únicamente así su “quehacer espiritual” adquirirá aquella connaturalidad que para las funciones nombradas se da por descontada.
Para el hombre bíblico era evidente la necesidad de practicar la oración personal con toda regularidad como también la de participar en la oración comunitaria. Daniel doblaba tres veces por día sus rodillas para rezarle a Dios vuelto hacia Jerusalén ya que se hallaba en el exilio babilónico1 . Esta era sin duda la costumbre de todo judío piadoso. Los salmos están llenos de alusiones correspondientes (a dicha costumbre). Las horas preferidas para orar eran evidentemente temprano a la mañana 2, por la tarde3 o bien por la noche4 es decir los momentos más apacibles de la jornada. Como vimos estos eran justamente los momentos en los que Cristo prefería retirarse a la soledad para orar.
El hecho de orar tres veces por día, es decir por la mañana, al mediodía, en la tarde5 ,- vale decir a las horas de Tercia, Sexta y Nona -, era una costumbre fijada ya en tiempos del cristianismo primitivo 6. Los antiguos Padres derivan esta costumbre de los Apóstoles mismos, quienes sin duda simplemente se mantuvieron fieles a la costumbre judía como nos lo demuestra el ejemplo de Daniel. Es así que Tertuliano escribe aproximadamente entre los años 200 y 206:
Respecto a los momentos de oración nada se nos prescribe, a no ser el “orar siempre” 7, y “en todo lugar” 8.
Tertuliano, después de aclarar en qué sentido quiere se entienda aquello de “en todo lugar”, - lo explica por el lado del decoro o necesidad -, para así no caer en contradicción con lo expresado en Mt 6,5, y luego continúa escribiendo:
Respecto a los tiempos (señalados para orar) no es superfluo observar ciertos horarios, precisamente aquellas horas comunitarias que señalan los momentos más importantes del día, como las (horas) de Tercia, Sexta y Nona que también en la Escritura se nombran como las más destacadas. Cerca de la hora de Tercia el Espíritu Santo fue derramado por primera vez sobre los discípulos reunidos 9. Era la hora Sexta cuando Pedro, al subir a la azotea para rezar, tuvo la visión de la comunión (entre judíos y paganos 10. Y fue en la hora de Nona cuando el mismo Pedro, subiendo con Juan al Templo, le devolvió la salud al paralítico11.
Aunque Tertuliano no ve en esta costumbre apostólica una prescripción obligatoria, tiene sin embargo por muy adecuado darle forma y solidez a la oración mediante el rezo en los tres momentos arriba señalados. “Prescindiendo, naturalmente, de las oraciones obligatorias, de las que aunque nadie nos exhorte somos deudores los cristianos de hacerlas al inicio del día y de la noche”, deberíamos rezar “no menos de al menos” tres veces por día, - como deudores de las tres divinas Personas: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”12. Con lo que tendríamos cinco momentos de oración diarios, como aquellos a los que todavía hoy se atienen los discípulos de Mahoma.
El uso de una frase como “no menos de al menos” ya insinúa que el sentido de esos momentos fijos de oración no puede ser el de únicamente rezar a esas horas, ya se trate de hacerlo sólo por la mañana y por la tarde, ya cinco veces, ya “siete veces por día”13 como se hará costumbre más tarde.
Si algunos dedican horas fijas a la oración, como por ejemplo tercia, sexta y nona, debemos objetar a eso que en todo caso el gnóstico está orando la vida entera, esforzándose por estar en unión con Dios, y, para decirlo brevemente, desentendiéndose de todo aquello que de nada le sirve una vez que ha llegado allí, pues ya desde aquí abajo ha logrado la perfección del que obrando en el amor ya ha llegado a la perfección de la edad adulta.
Sin embargo la triple distribución de horas (arriba mencionadas) que están agraciadas con idénticas oraciones, bien la conocen los que están familiarizados con la feliz y bienaventurada trinidad de las santas moradas14 (celestiales)15 .
Este ideal del “gnóstico” cristiano, es decir el contemplativo agraciado con el verdadero conocimiento de Dios, que Clemente de Alejandría formulara mucho antes de que surgiera un monacato organizado, fue más tarde asumida por los discípulos de san Antonio. Los padres del desierto sólo conocían dos tiempos fijos de oración, al comienzo y al final de la noche, que ni siquiera eran demasiado largos. Para el resto del día y buena parte de la noche se servían de un “método”,- que ya tendremos ocasión de ver -, para “mantener su espíritu permanentemente en Dios”. El monacato palestino tenía un número mayor de tiempos fijos de oración. Vemos así como Epifanio, obispo de Salamina en Chipre, y que era originario de Palestina, deduce siete tiempos de oración, a partir de citas tomadas del salterio, libro con el que está tan familiarizado.
(Epifanio de Chipre) decía: el profeta David “oraba en lo profundo de la noche16, “se levantaba a medianoche”17, “invocaba (a Dios) antes de la aurora”18, “al alba ya estaba en oración (ante Dios)”19, “imploraba al amanecer, al mediodía y por la tarde”20, por eso podía decir: “siete veces al día te alabo” 21.
Con todo, igualmente para (Epifanio) el ideal era el de la “oración continua”, ideal que así mismo ya se halla delineado en los salmos. Pues el salmista asevera “que todo el día invoca a Dios”23 , o que “medita su ley día y noche”23, es decir continuamente.
El bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre tenía un monasterio en Palestina. Su abad le mandó decir: “Gracias a tus oraciones no hemos descuidado nuestra regla, sino que con celo celebramos no sólo la hora de Prima, sino también las de Tercia, Sexta y Nona como también la de Vísperas”. Pero él lo reprendió con las siguientes palabras: “Es claro entonces que ustedes descuidan las demás horas del día, cesando en la oración. El verdadero monje debe tener la salmodia y la oración incesantemente24 en el corazón”25.
La observancia de cierto número de horas fijas de oración repartidas a intervalos durante el día (y la noche), -lo que requiere cierta autodisciplina-, no tiene al fin y al cabo otra finalidad que la de proporcionarnos puentes a través de los cuales nuestro inquieto espíritu pueda atravesar el “río” del tiempo. Gracias a este entrenamiento (nuestro espíritu) adquiere un adiestramiento que le permite la agilidad y soltura de movimientos sin los cuales ningún artista y ningún artesano pueden arreglárselas en su oficio. Ciertamente que todo esto simplemente puede calificarse de “rutina”, pero ella es necesaria para cumplir con la finalidad del oficio en cuestión: el arte, -sea el del carpintero, el violinista o el futbolista ..., y también el arte de la oración- que es la ocupación más alta y más noble de nuestro espíritu como nos lo asegura Evagrio26 (así lo exige). Cuanto mayor sea la práctica tanto mayor será la impresión de una completa naturalidad de movimientos, y tanto mayor la alegría al realizarlos.
Como en cualquier arte también habrá que superar en la práctica diaria de la oración ciertos obstáculos que de vez en cuando se irán presentando. El peor enemigo es un cierto hastío frecuentemente indefinible, que también se hace presente aunque a uno no le falte el ocio necesario.
Esta situación de disgusto y desgano, que los Padres harto bien conocían, puede a veces llegar a ser tan fuerte, que el monje, - al menos eso es lo que piensa- ya no es capaz de recitar su oficio diario. Si cede en esto llegará al punto en que dudará del sentido de su propia existencia. Equivocadamente, ya que:
Luchas como estas se nos presentan como un estar abandonados por Dios, con el fin de poner a prueba la propia libertad, para verificar hacia donde se inclina27.
¿Qué hay que hacer? Hay que obligarse, vale decir activar la fuerza de voluntad, con el fin de cumplir con los tiempos de oración prescritos aunque su contenido deba ser reducido a un mínimo: un salmo, o tres “gloria al Padre”, o tres “santo eres” y un ponerse de rodillas, siempre que uno al menos pueda esto. Si el abatimiento espiritual se agiganta hay que recurrir a un último remedio:
Hermano, si esta lucha contra ti arrecia, a tal punto que hasta te cierra la boca, no permitiéndote recitar el oficio, ni siquiera de la manera como lo dije más arriba, entonces oblígate a ponerte en pie y a recorrer tu celda de arriba abajo, mientras saludas a la cruz y haces una “metanía”, y nuestro Señor en su misericordia hará que (esta lucha) cese 28.
Cuando las palabras parecen haber perdido todo sentido, sólo queda el gesto corporal, un tema sobre el que explícitamente volveremos más adelante.
3. “Siete veces al día te alabo” (Sal 118,164)
En esta tierra el ser humano está sujeto al tiempo y al espacio. Es por ello que la “elección del tiempo adecuado” para rezar no es menos importante que la elección del lugar, como ya lo constataba Orígenes.
Experimentamos el tiempo como sucesión ordenada del sol y de la luna según un ritmo determinado. Algunas de estas sucesiones se repiten cíclicamente. Desde un punto de vista global el tiempo en nuestra vida avanza linealmente hacia una meta. Es por eso que uno de los secretos de la vida espiritual consiste en una rítmica regularidad que se adapte a la cadencia de nuestra vida. En este terreno todo ocurre como para el aprendizaje de cualquier oficio, - o de cualquier arte -, para lo cual no basta, por ejemplo, tocar de vez en cuando las teclas de algún piano para llegar a ser un eximio pianista. “La práctica es lo que logra la maestría”, - igualmente en el caso de la oración. Un “cristiano práctico”, en el sentido que le dan los santos Padres, no es una persona que con mayor o menor fidelidad cumple sus obligaciones dominicales, sino aquel que a lo largo de toda su vida reza cada día, ¡más aun varias veces al día!; es decir alguien que practica con regularidad su fe, del mismo modo que ejercita con regularidad las funciones necesarias a la vida, - comer, dormir, respirar... -. Únicamente así su “quehacer espiritual” adquirirá aquella connaturalidad que para las funciones nombradas se da por descontada.
Para el hombre bíblico era evidente la necesidad de practicar la oración personal con toda regularidad como también la de participar en la oración comunitaria. Daniel doblaba tres veces por día sus rodillas para rezarle a Dios vuelto hacia Jerusalén ya que se hallaba en el exilio babilónico1 . Esta era sin duda la costumbre de todo judío piadoso. Los salmos están llenos de alusiones correspondientes (a dicha costumbre). Las horas preferidas para orar eran evidentemente temprano a la mañana 2, por la tarde3 o bien por la noche4 es decir los momentos más apacibles de la jornada. Como vimos estos eran justamente los momentos en los que Cristo prefería retirarse a la soledad para orar.
El hecho de orar tres veces por día, es decir por la mañana, al mediodía, en la tarde5 ,- vale decir a las horas de Tercia, Sexta y Nona -, era una costumbre fijada ya en tiempos del cristianismo primitivo 6. Los antiguos Padres derivan esta costumbre de los Apóstoles mismos, quienes sin duda simplemente se mantuvieron fieles a la costumbre judía como nos lo demuestra el ejemplo de Daniel. Es así que Tertuliano escribe aproximadamente entre los años 200 y 206:
Respecto a los momentos de oración nada se nos prescribe, a no ser el “orar siempre” 7, y “en todo lugar” 8.
Tertuliano, después de aclarar en qué sentido quiere se entienda aquello de “en todo lugar”, - lo explica por el lado del decoro o necesidad -, para así no caer en contradicción con lo expresado en Mt 6,5, y luego continúa escribiendo:
Respecto a los tiempos (señalados para orar) no es superfluo observar ciertos horarios, precisamente aquellas horas comunitarias que señalan los momentos más importantes del día, como las (horas) de Tercia, Sexta y Nona que también en la Escritura se nombran como las más destacadas. Cerca de la hora de Tercia el Espíritu Santo fue derramado por primera vez sobre los discípulos reunidos 9. Era la hora Sexta cuando Pedro, al subir a la azotea para rezar, tuvo la visión de la comunión (entre judíos y paganos 10. Y fue en la hora de Nona cuando el mismo Pedro, subiendo con Juan al Templo, le devolvió la salud al paralítico11.
Aunque Tertuliano no ve en esta costumbre apostólica una prescripción obligatoria, tiene sin embargo por muy adecuado darle forma y solidez a la oración mediante el rezo en los tres momentos arriba señalados. “Prescindiendo, naturalmente, de las oraciones obligatorias, de las que aunque nadie nos exhorte somos deudores los cristianos de hacerlas al inicio del día y de la noche”, deberíamos rezar “no menos de al menos” tres veces por día, - como deudores de las tres divinas Personas: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”12. Con lo que tendríamos cinco momentos de oración diarios, como aquellos a los que todavía hoy se atienen los discípulos de Mahoma.
El uso de una frase como “no menos de al menos” ya insinúa que el sentido de esos momentos fijos de oración no puede ser el de únicamente rezar a esas horas, ya se trate de hacerlo sólo por la mañana y por la tarde, ya cinco veces, ya “siete veces por día”13 como se hará costumbre más tarde.
Si algunos dedican horas fijas a la oración, como por ejemplo tercia, sexta y nona, debemos objetar a eso que en todo caso el gnóstico está orando la vida entera, esforzándose por estar en unión con Dios, y, para decirlo brevemente, desentendiéndose de todo aquello que de nada le sirve una vez que ha llegado allí, pues ya desde aquí abajo ha logrado la perfección del que obrando en el amor ya ha llegado a la perfección de la edad adulta.
Sin embargo la triple distribución de horas (arriba mencionadas) que están agraciadas con idénticas oraciones, bien la conocen los que están familiarizados con la feliz y bienaventurada trinidad de las santas moradas14 (celestiales)15 .
Este ideal del “gnóstico” cristiano, es decir el contemplativo agraciado con el verdadero conocimiento de Dios, que Clemente de Alejandría formulara mucho antes de que surgiera un monacato organizado, fue más tarde asumida por los discípulos de san Antonio. Los padres del desierto sólo conocían dos tiempos fijos de oración, al comienzo y al final de la noche, que ni siquiera eran demasiado largos. Para el resto del día y buena parte de la noche se servían de un “método”,- que ya tendremos ocasión de ver -, para “mantener su espíritu permanentemente en Dios”. El monacato palestino tenía un número mayor de tiempos fijos de oración. Vemos así como Epifanio, obispo de Salamina en Chipre, y que era originario de Palestina, deduce siete tiempos de oración, a partir de citas tomadas del salterio, libro con el que está tan familiarizado.
(Epifanio de Chipre) decía: el profeta David “oraba en lo profundo de la noche16, “se levantaba a medianoche”17, “invocaba (a Dios) antes de la aurora”18, “al alba ya estaba en oración (ante Dios)”19, “imploraba al amanecer, al mediodía y por la tarde”20, por eso podía decir: “siete veces al día te alabo” 21.
Con todo, igualmente para (Epifanio) el ideal era el de la “oración continua”, ideal que así mismo ya se halla delineado en los salmos. Pues el salmista asevera “que todo el día invoca a Dios”23 , o que “medita su ley día y noche”23, es decir continuamente.
El bienaventurado Epifanio, obispo de Chipre tenía un monasterio en Palestina. Su abad le mandó decir: “Gracias a tus oraciones no hemos descuidado nuestra regla, sino que con celo celebramos no sólo la hora de Prima, sino también las de Tercia, Sexta y Nona como también la de Vísperas”. Pero él lo reprendió con las siguientes palabras: “Es claro entonces que ustedes descuidan las demás horas del día, cesando en la oración. El verdadero monje debe tener la salmodia y la oración incesantemente24 en el corazón”25.
La observancia de cierto número de horas fijas de oración repartidas a intervalos durante el día (y la noche), -lo que requiere cierta autodisciplina-, no tiene al fin y al cabo otra finalidad que la de proporcionarnos puentes a través de los cuales nuestro inquieto espíritu pueda atravesar el “río” del tiempo. Gracias a este entrenamiento (nuestro espíritu) adquiere un adiestramiento que le permite la agilidad y soltura de movimientos sin los cuales ningún artista y ningún artesano pueden arreglárselas en su oficio. Ciertamente que todo esto simplemente puede calificarse de “rutina”, pero ella es necesaria para cumplir con la finalidad del oficio en cuestión: el arte, -sea el del carpintero, el violinista o el futbolista ..., y también el arte de la oración- que es la ocupación más alta y más noble de nuestro espíritu como nos lo asegura Evagrio26 (así lo exige). Cuanto mayor sea la práctica tanto mayor será la impresión de una completa naturalidad de movimientos, y tanto mayor la alegría al realizarlos.
Como en cualquier arte también habrá que superar en la práctica diaria de la oración ciertos obstáculos que de vez en cuando se irán presentando. El peor enemigo es un cierto hastío frecuentemente indefinible, que también se hace presente aunque a uno no le falte el ocio necesario.
Esta situación de disgusto y desgano, que los Padres harto bien conocían, puede a veces llegar a ser tan fuerte, que el monje, - al menos eso es lo que piensa- ya no es capaz de recitar su oficio diario. Si cede en esto llegará al punto en que dudará del sentido de su propia existencia. Equivocadamente, ya que:
Luchas como estas se nos presentan como un estar abandonados por Dios, con el fin de poner a prueba la propia libertad, para verificar hacia donde se inclina27.
¿Qué hay que hacer? Hay que obligarse, vale decir activar la fuerza de voluntad, con el fin de cumplir con los tiempos de oración prescritos aunque su contenido deba ser reducido a un mínimo: un salmo, o tres “gloria al Padre”, o tres “santo eres” y un ponerse de rodillas, siempre que uno al menos pueda esto. Si el abatimiento espiritual se agiganta hay que recurrir a un último remedio:
Hermano, si esta lucha contra ti arrecia, a tal punto que hasta te cierra la boca, no permitiéndote recitar el oficio, ni siquiera de la manera como lo dije más arriba, entonces oblígate a ponerte en pie y a recorrer tu celda de arriba abajo, mientras saludas a la cruz y haces una “metanía”, y nuestro Señor en su misericordia hará que (esta lucha) cese 28.
Cuando las palabras parecen haber perdido todo sentido, sólo queda el gesto corporal, un tema sobre el que explícitamente volveremos más adelante.
Equipo de redacción "En el Desierto"
Notas:
1-Dn 6,10. 13.
2-Sal 5,4; 58,17; 87,14; 91,3.
3-Sal 54,18; 140,2.
4-Sal 76,3. 7; 91,3; 118,55; 133,2.
5-Sal 54,18.
6-Didajé 8,3 (Rordorf/Tuilier).
7-Lc 18,1.
8-1 Tm 2,8. Cita de Tertuliano, De Oratione 23.
9-Hch 2,15.
10-Hch 10,9.
11-Tertuliano, De Oratione 25. Ver Hch 3,1.
12-Ibid.
13-Sal 118,164.
14-Ver Clemente de Alejandría, Strom VI,114,3 (referencia corregida por el traductor).
15-Clemente de Alejandría, Strom VII,40,3-4.
16-Sal 118,147.
17-Sal 118,64.
18-Sal 118,148.
19-Sal 5,4.
20-Sal 54,18.
21-Epifanio 7(202); la última cita es del Sal 118,154..
22-Sal 31,3.
23-Sal 1,2.
24-1 Ts 5,17.
25-Epifanio 3(198).
26-Evagrio, De Oratione 84. (Algunos traducen “actividad del intelecto” más bien que . “del espíritu”. Nota del traductor).
27-Jausep Hazzaya, p. 140.
28-Ibid., p. 144.
2-Sal 5,4; 58,17; 87,14; 91,3.
3-Sal 54,18; 140,2.
4-Sal 76,3. 7; 91,3; 118,55; 133,2.
5-Sal 54,18.
6-Didajé 8,3 (Rordorf/Tuilier).
7-Lc 18,1.
8-1 Tm 2,8. Cita de Tertuliano, De Oratione 23.
9-Hch 2,15.
10-Hch 10,9.
11-Tertuliano, De Oratione 25. Ver Hch 3,1.
12-Ibid.
13-Sal 118,164.
14-Ver Clemente de Alejandría, Strom VI,114,3 (referencia corregida por el traductor).
15-Clemente de Alejandría, Strom VII,40,3-4.
16-Sal 118,147.
17-Sal 118,64.
18-Sal 118,148.
19-Sal 5,4.
20-Sal 54,18.
21-Epifanio 7(202); la última cita es del Sal 118,154..
22-Sal 31,3.
23-Sal 1,2.
24-1 Ts 5,17.
25-Epifanio 3(198).
26-Evagrio, De Oratione 84. (Algunos traducen “actividad del intelecto” más bien que . “del espíritu”. Nota del traductor).
27-Jausep Hazzaya, p. 140.
28-Ibid., p. 144.