miércoles, 7 de julio de 2010

Dialogando con Padre Simeón: Padre, háblenos de la Oración de Corazón

Segunda Parte.

Les contaré un poco de historia sobre la oración


RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ORACIÓN DE JESÚS

Jesús, sálvame,- Kyrie eleison!: este clamor del corazón que se encuentra en el centro de la plegaria de Oriente procede directamente del Evangelio: es el clamor del ciego de Jericó; la súplica del publicano. Esta llamada de auxilio, es, en primer lugar, un acto de fe en Jesús Salvador. El mismo nombre de Jesús significa YWVH salva y es una confesión, en el Espíritu Santo, de que es el Señor. Recuérdese que nadie puede pronunciar el Nombre de Jesús sin la inspiración del Espíritu Santo (I Co, 12,3).

El Nombre de Jesús no es tan sólo el que le ponen sus padres cuando nace –de acuerdo con el mandato a José o lo que se dijo a María en la Anunciación: Le pondrás por nombre Jesús -sino también el nombre divino que le ha dado el Padre tal como dice Jesús en la oración sacerdotal (Jn 17,11): Padre Santo guárdalos en tu nombre, aquel que me diste, para que sean uno como somos nosotros. También Pablo dirá en el himno de Fil2,9-11, a propósito de la humillación y exaltación de Cristo: Le fue concedido el nombre sobre todo nombre para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

La gloria del cristiano es proclamar este nombre, y su felicidad estriba en sufrir por Él: Y si recibís insultos porque predicáis el nombre de Cristo ¡Felices vosotros! El Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros. (I Pe 4,13)

En su Nombre los cristianos somos bautizados y por causa de su Nombre, perseguidos. Por su Nombre sufriremos y seremos glorificados (textos de Lucas y libro de los Hechos). Pedro confiesa ante el Sanedrín (Hechos 4,12): La Salvación no se encuentra en nadie más, porque bajo el cielo Dios no ha dado a los hombres otro Nombre en el que puedan ser salvos. Pablo, después de perseguir a los que invocaban el Nombre del Señor (Hechos 9,14) se dirige en su primera carta a los Corintios a todos aquellos que invocan el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y anima a su estimado discípulo Timoteo a buscar la fe y la caridad con todos los que, con corazón puro, invocan el Nombre del Señor.

Los textos del Nuevo Testamento que hacen referencia al Nombre de Jesús son innumerables y pertenecen a todas las tradiciones: Pablo, Sinópticos, Juan. El nombre de Jesús es divino y fuerte. Y quien le invoca siempre es escuchado. Él mismo lo dice en Juan 16,23-24: Con toda verdad os digo que mi Padre os concederá todo lo que le pidáis si lo hacéis en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; hacedlo en mi nombre y recibiréis todo lo que pidáis y vuestra alegría será plena.

El nombre de Jesús es Eucarístico: Todo lo que hagáis, sea de palabra, sea de obra, hacedlo en el nombre de Jesús, dirigiendo por Él a Dios la Acción de Gracias (que esto significa Eucaristía (Col 3,17).

En Efesios, Lucas y Tesalonicenses se nos anima a orar en toda ocasión siempre y constantemente. La invocación al Señor es un plegaria interior porque nosotros no sabemos que hemos de pedir para rezar como es debido, es Él, el Espíritu, quien ora en lugar nuestro (Rom,8,26). Y nadie puede decir Jesús si no es movido por el Espíritu Santo (1Co,12,3)

Así pues, el Nuevo Testamento legitima la invocación del Nombre de Jesús y de cómo se nos impone en la gracia bautismal. Esta invocación del Nombre de Jesús no se convertirá en la Oración de Jesús hasta que no se le asocie al deseo de oración continua expresado en las invocaciones breves que contienen el nombre del Señor o de Jesús. Casiano y S.Agustín dan testimonio de la existencia de estas breves oraciones o jaculatorias entre los eremitas del desierto de Egipto.


LOS PADRES DEL DESIERTO

Los Padres del Desierto retoman la oración del publicano en el siglo IV. Ammonas, en el desierto egipcio, aconseja que se conserve siempre en el corazón las palabras del publicano, para experimentar la salvación y Macario, interrogado sobre cómo se ha de orar, enseña: No es necesario perderse en palabras; es suficiente con que extendáis las manos y digáis: Señor, como Tú quieres y como Tú sabes, ¡ten piedad! Y si viniera el combate (la tentación): ¡Señor, venid en mi auxilio!. Él sabe lo que nos conviene y tendrá misericordia.

Fue Diadoco de Fótice en el siglo V quien propuso invocar en el fondo del corazón sin interrupción al Señor Jesús y a su santo y glorioso nombre, para purificar y unificar el alma dividida por el pecado y experimentar la gracia como base del perpetuo recuerdo de Dios: Cuando, recordando a Dios, cerramos las salidas del espíritu, éste sólo precisa que le dejen alguna actividad adecuada para mantener en acción su natural dinamismo. Es el momento de entregarle la invocación del Nombre de Jesús como única actividad en que puede concentrarse todo el que quiere. Está escrito: Nadie puede decir Señor Jesús sino es en el Espíritu Santo. Y Barsanufio insiste: A nosotros, débiles, sólo nos resta refugiarnos en el Nombre de Jesús.

Fue en Gaza, en el desierto palestinense, donde los monjes dieron a la invocación del Nombre de Jesús una formulación más desarrollada. El joven Dositeo mantuvo siempre la memoria de Jesús durante la grave de enfermedad de la que habría de morir. Su padre espiritual, Doroteo, le había enseñado a repetir sin descanso: ¡Hijo de Dios, venid en mi auxilio!. Esta era su oración continua. Y cuando ya estaba tan débil que no podía repetirla le aconsejó: ¡Ten presente solamente a Dios y piensa que está a tu lado!

Así pues, encontramos que la tradición de la invocación del Nombre de Jesús u Oración de Jesús se extendía por Palestina cuando comienza la segunda etapa en que se asocia al hesicasmo sinaítico y al del Monte Athos.

Equipo de redacción "En el desierto"

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