lunes, 7 de febrero de 2011

Continuamos con…

PROFUNDIZACIÓN DE LA DOCTRINA EVAGRIANA

2. Clasificación de los demonios

La demonología de Evagrio tiene dos aspectos complementarios especulativo y práctico. Y en el segundo es completamente fiel a la tradición del desierto, pero que él ha logrado enriquecer con amplitud. A partir de la psicología humana y de los diversos estadios de la vida espiritual, establece una clasificación de los demonios distinguiendo entre los que presiden las pasiones del alma y los que presiden las pasiones del cuerpo (cf. TP 36). Pero sin duda su aportación más significativa es el establecimiento en forma definitiva y fija de una lista de ocho malos pensamientos que se oponen a la actividad propia del monje: su busca de la perfecta sanidad del alma.

En el sistema evagriano, por tanto, el monje no puede evitar las tentaciones, no puede impedir que los pensamientos inquieten su alma, pero si está en sus manos impedir que los pensamientos se instalen en su alma y lo alejen de Dios. Los malos pensamientos son, sin duda, el arma preferida de los demonios en su lucha contra los anacoretas.

Los malos pensamientos son los medios utilizados por los demonios para provocar la pasión en el anacoreta: el demonio -con el pensamiento que sugiere- hace irrupción en la vida misma del anacoreta. Provoca tentaciones que, por lo común, tienen un carácter de representaciones que afectan a la imaginación o a los razonamientos. Así los demonios impulsan al monje a pecar no tanto con obras sino en su imaginación. No son los objetos los que lo tientan, sino los malos pensamientos que esos objetos suelen despertar. Por ello en la lucha contra el demonio hay que evitar a toda costa que los malos pensamientos se instalen en el alma.

Para combatir bien contra los demonios es fundamental aprender a conocer “la personalidad” de cada uno, y el asceta la puede reconocer en su comportamiento. Algunos, sostiene Evagrio aparecen más raramente, pero son más “pesados”; otros son asiduos, pero son más “livianos” (o ligeros); la fornicación, por ejemplo, se caracteriza por su rapidez, que suele superar el movimiento de la inteligencia (TP 51; cf. 43).

También hay que conocer la sucesión de los pensamientos o demonios. Hay que saber qué demonio sigue a tal otro, y cuál no acompaña a cual otro:

“Observa atentamente y descubrirás que entre los demonios dos son más rápidos y superan en un instante el movimiento de nuestro pensamiento: el demonio de la fornicación y el que nos incita a blasfemar contra Dios. El segundo dura poco, y el primero, si los pensamientos que provoca no están cargados de pasión, no nos impedirá llegar a la contemplación de Dios” (TP 51).

Evagrio piensa que es imposible que los diversos demonios tienten todos juntos y al mismo tiempo al monje; así, el demonio de la vanagloria es opuesto al de la fornicación, y no es posible “que los dos asalten el alma al mismo tiempo, porque uno promete honores y el otro es agente de deshonor” (TP 58).

Se suceden, pues, en un orden bastante riguroso, y normalmente los nuevos pensamientos son peores que los anteriores (TP 59). Por ejemplo, el demonio de la vanagloria suele aparecer cuando el monje ha logrado vencer a los otros y se aprovecha del hecho mismo de la victoria lograda:

“Yo he observado que el demonio de la vanagloria se expulsado por casi todos los demonios, pero cuando caen los que la expulsan, entonces se aproxima abiertamente y expone ante los ojos del monje la grandeza de sus virtudes” (TP 31).

Y el demonio de la acedia, cuya aparición la preparan la cólera y la fornicación[1], no tiene sucesores inmediatos, le sigue una profunda alegría: el demonio de la acedia, “una vez derrotado, no es seguido inmediatamente por ningún otro, un estado apacible y un gozo inefable le suceden en el alma después de la lucha” (TP 12).

Equipo de redacción: "En el Desierto"


[1]No te abandones al pensamiento de la cólera, combatiendo interiormente al que te ha perjudicado; ni al de la fornicación, imaginando continuamente el placer. Porque el primero oscurece el alma y el segundo invita a dejarse dominar por la pasión: en ambos casos tu espíritu es deshonrado. Y como en el momento de la oración recuerdas esas imágenes y no ofreces una oración pura a Dios (cf. Mt 5,24), en ese mismo instante te entregas al demonio de la acedia, que ataca precisamente en tales circunstancias y despedaza el alma del mismo modo que un perro a un cervatillo” (TP 23).