lunes, 17 de mayo de 2010

Seguimos compartiendo algunos parágrafos del Capítulo 2
del Libro de Gabriel Bunge, Vasijas de Barro.

Lugares y tiempos
Capítulo II

“Rezar” es, de acuerdo a su esencia, un acontecer espiritual entre Dios y el hombre poseyendo entonces nuestro “intelecto” la capacidad, gracias a su naturaleza espiritual, de hasta orar sin el cuerpo como (nos) lo asegura Evagrio1 . Sin embargo, dado que el hombre está formado de alma y cuerpo, estando este último sujeto al tiempo y al espacio, el orar humano transcurre siempre sujeto al espacio y en el tiempo. Por eso mismo la elección de un lugar apto y de horas adecuadas del día o de la noche para orar no son premisas intrascendentes de aquello que los Padres llaman “oración auténtica”.
Orígenes enumera, entre las providencias necesarias para la oración, de acuerdo a la disposición interior, las de “lugar”, de “orientación” y de “tiempo”. También nosotros seguiremos ese mismo orden.


1. “Tú, cuando ores, retírate a tu habitación” (Mt 6,6)
En la actualidad “orar” sólo significa para muchos cristianos participar de una liturgia o de algún otro “acto religioso” comunitario. La oración personal en la práctica, o ha desaparecido, o ha cedido su lugar a alguna de las variadas formas de “meditación”. Por el contrario, tanto para el hombre bíblico como para los Padres, no sólo era normal el participar en horas fijas y establecidas a la oración común a todos los creyentes, sino igualmente normal el retirarse con idéntica regularidad para hacer la oración personal.

Tanto es así, que sabemos de nuestro Señor Jesucristo, en cuya vida terrenal los cristianos de todos los tiempos ven un paradigma a imitar, que participaba regularmente en la liturgia de los sábados de las sinagogas de Palestina, como también que ya desde niño peregrinaba a Jerusalén con ocasión de las grandes fiestas. Seguramente que todo piadoso judío de aquella época se comportaba de manera semejante. Pero lo que especialmente parece haber impresionado a los discípulos y que por eso nos lo trasmiten repetidamente, es su oración personal.

Es evidente que Cristo tenía la costumbre de rezar “solo” y de hacerlo así con regularidad2. Para este personalísimo diálogo con su Padre celestial prefería retirarse o bien a “lugares desiertos”3 o “a solas a una montaña”4 . Cuando quería orar él se substraía y siempre se distanciaba de las multitudes a las que sin embargo se sabía enviado5; y hasta se alejaba de sus mismos discípulos6 que si no lo acompañaban constantemente. Aun en el huerto de Getsemaní se alejó de sus íntimos, a los que sin embargo había llevado allí expresamente, - de Pedro y de los dos hijos de Zebedeo -, distanciándose “un tiro de piedra” no pudiendo así ser escuchado por ellos, para allí desde la oración y enteramente solo, consignar su corazón mortalmente angustiado a la voluntad del Padre7 .

Lo que él mismo vivió a lo largo de su vida lo enseñó expresamente a sus discípulos. En oposición a una piadosa y extendida costumbre de ponerse a rezar en las esquinas de las calles y en los lugares públicos cuando el sonido de la trompeta señalaba el comienzo del sacrificio matutino o vespertino en el Templo (de Jerusalén), ordena Cristo retirarse a la “habitación” más escondida de la propia casa, dónde únicamente pueda ser escuchado y visto por el Padre que penetra en el escondite más recóndito8.

Idéntica costumbre mantuvieron los Apóstoles y, después de ellos, los santos Padres. Vemos así como Pedro y Juan suben al Templo a “la novena hora para la oración”9; y como toda la comunidad primitiva “persevera unánime en oración”10; pero igualmente vemos cómo Pedro reza solo “al subir a la azotea a la hora sexta para orar”11. C0m0 ve, es posible rezar en cualquier lugar en el que uno se halle circunstancialmente. Pero no por eso se dejará de elegir un lugar apropiado para dedicarse a la oración personal. Pedro se hallaba de viaje y no le quedaba más opción que la de subir a la azotea de la casa en la que se alojaba, para estar solo.

En los tiempos en los que todavía se daba por supuesto y era normal para un cristiano dedicarse diaria y regularmente a la oración personal era necesario que los Padres se ocupaban de determinar el lugar adecuado para dicha oración.

Con respecto al lugar (de la oración) sepamos que bien ora en todas partes la persona que ora bien. Pues en “todo lugar se ofrece incienso a mi nombre... dice el Señor”12. Y “quiero que los hombres oren en todo lugar”13.
Pero para que todos puedan realizar sus oraciones con tranquilidad y sin distracciones, existe una disposición, la de elegir en el propio hogar, de ser esto posible, el lugar más santo para (allí)....orar14.
Los primeros cristianos – como también los primeros monjes del desierto egipcio – de hecho reservaban, siempre que les era posible, una habitación apartada de su casa, tranquila y orientada de manera determinada para allí realizar su oración personal. Los oratorios de los primeros monjes del desierto egipcio, que desde hace unos años van siendo desenterrados de la arena, son fácilmente reconocibles como tales. Claro que esto no impedía que los cristianos gustaran reunirse a orar allí “donde se juntan los creyentes, como es natural”, y Orígenes agrega,

Ya que (allí) se reúnen tanto los ángeles junto a la multitud de los fieles, como también “el mismo poder del Señor”15 nuestro Salvador; además (concurren) también los espíritus de los justos, estimo que de los ya muertos pero también de aquellos que aún permanecen con vida, aunque el “cómo” no sea fácil de determinar16

Este testimonio de una conciencia viva y fuerte de aquello que llamamos “la comunión de los santos” pero que con tanta dificultad experimentamos, proviene de una época en la que los cristianos eran perseguidos por su fe y por eso mismo no se reunían aun en “templos” sino que debían hacerlo en salas de las grandes casas particulares.

Los Padres tomaron muy a pecho la advertencia de Cristo de evitar cualquier exhibicionismo de la propia piedad, es decir, de cuidarse de toda hipocresía, que constituye justamente una sutil tentación para los “piadosos”.

El vanidoso orgullo
aconseja rezar en las plazas,
pero quien lo combate,
ora en su habitación17.


Por múltiples relatos sabemos que los monjes del desierto se esforzaban muchísimo en mantener ocultas las prácticas de su ascetismo, y sobre todo su oración. Pero el ejemplo de Cristo y también el de algunos Padres nos permite reconocer que no sólo se trata de evitar los pecados de vanidad. Orar es en su esencia más profunda “un diálogo del intelecto con Dios” a tal punto que en determinadas circunstancias la presencia de otros puede distraer.

Dijo abba Marcos a abba Arsenio: “¿por qué huyes de nosotros?” Le respondió el anciano: “Dios sabe que los amo, pero no puedo estar con Dios y con los hombres. Los millares y miríadas de (ángeles) celestiales tienen (sólo) una voluntad18 , pero los hombres muchas. No puedo entonces abandonar a Dios para estar con los hombres19 .

Pero no es el peligro de distracciones por la presencia de otros, de la que tenemos que cuidarnos igualmente en la oración comunitaria, la causa última de las exigencias de soledad del auténtico orante. Pues en ese “estar con Dios”, del que habló Arsenio, suceden cosas entre el Creador y su criatura que por su misma naturaleza no están destinadas para ojos u oídos extraños.

Fue un hermano a la celda de abba Arsenio en Escete, y mientras esperaba a la puerta, vio al anciano todo como de fuego – era el hermano digno de ver esto -. Cuando llamó salió el anciano, y vio al hermano que estaba sorprendido. Le dijo: “¿hace mucho que estas llamando? ¿Has visto acaso algo?” Le respondió: “No”. Y después de hablar con él lo despidió20 .
Esta misteriosa “oración de fuego” la conocemos también a través de otros Padres21; Evagrio habla de ella22, también lo hace Casiano23. Su tiempo es principalmente el de la noche, cuya oscuridad cancela el mundo para nuestros ojos, su lugar la desnudez del “desierto“, el alto “monte” que de todo nos separa, y si estos están fuera de alcance, pues la “habitación” escondida (y secreta).


Equipo de Redacción de “En el Desierto”
orthroseneldesierto@gmail.com
Notas:
1.Evagrio, Praktikos 49.
2.Lc 9,18.
3.Mc 1,35; Lc 5,16.
4.Mt 14,23; cf. Mc 6,46; Lc 6,12; 9,28.
5.Cf. Mc 1,38.
6.Mc 1,36 s.
7.Lc 22,41 y par.
8.Mt 6,5-6.
9.Hch 3,1.
10.Hch 1,14 y frecuentemente.
11.Hch 10,9.
12.Ml 1,11.
13.I Tm 2,8.
14.Orígenes, De Oratione XXXI,4.
15.Ver I Co 5,4.
16.Orígenes, De Oratione XXXI,5.
17.Evagrio, De Octo Spiritibus Malitiae VII,12.
18.Ver Mt 6,10.
19.Arsenio 13 (51).
20.Arsenio 27 (65).
21.Isaias 4; José de Panefo 6 (Dijo abba José a abba Lot: “No puedes llegar a ser monje si no te vuelves por completo como fuego ardiente”); y también: José de Panefo 7.
22.Evagrio, De Oratione 111.
23.Casiano, Conlationes IX,15 ss (Petschenig).