miércoles, 3 de abril de 2013


La Epifanía en Oriente
La Epifanía es una fiesta litúrgica  presente en todas las liturgias cristianas, que celebra la manifestación del Verbo de Dios encarnado, en un contexto a la vez trinitario y cristológico. Celebrada ya en Oriente probablemente a mitad del siglo III, conmemoraba las diversas manifestaciones del Señor al mundo. Cuando en el siglo IV el Nacimiento de Cristo fue llevado también como celebración cristiana al 25 de diciembre, el contenido de la fiesta del 6 de enero se centró en la manifestación de Cristo con ocasión de su bautismo en el Jordán, es decir la segunda manifestación del Salvador a los hombres, y que tuvo lugar al inicio de su vida pública, una manifestación que se perfila más con un carácter claramente trinitario, en la que el Padre hace sentir su voz sobre el Hijo y el Espíritu Santo desciende bajo forma de paloma. El 6 de enero es además un día en el que, a partir del siglo IV, los catecúmenos eran bautizados, al igual que en la celebración de Pascua. Los textos litúrgicos de las diversas liturgias orientales resumen muy bien los principales misterios de la fe cristiana: el misterio trinitario, la encarnación del Verbo de Dios, la redención para los que reciben el bautismo. A este evento miran las celebraciones litúrgicas de todas las tradiciones cristianas de Oriente, especialmente con la gran bendición de las aguas que recuerda y celebra el bautismo de Cristo y de cada uno de los fieles cristianos.

En estas páginas queremos poner en relieve algunos aspectos teológico-litúrgicos de la Epifanía en la tradición bizantina. La fiesta del 6 de enero es una celebración litúrgica considerada en todas las Iglesias Orientales una de las 12 grandes fiestas[1], y como tal tiene una pre-fiesta que inicia el 2 de enero y una post-fiesta (octava) que acaba el día 14 de enero. Con los días de preparación y la subsiguiente octava, la tradición litúrgica bizantina quiere poner en relieve como la comunidad cristiana se prepara, teniendo a la liturgia como pedagoga, a la celebración de un gran evento de salvación, y como lo vive en el arco de 8 días, para subrayar la plenitud a la que el misterio celebrado deve llevar a la Iglesia que lo celebra y lo vive[2].
Como celebración litúrgica nos centraremos solamente en estas páginas en los días 5 y 6 de enero. En los días que preceden a la fiesta, a partir del 2 de enero, algunos troparios[3] introducen ya en un modo pedagógico a los grandes temas de la fiesta en cuestión:
Cristo se muestra, Dios se manifiesta... Jordán alégrate... Como podré yo (Juan Bautista) acercar mi mano al fuego, mano de barro. El Jordán se retira, oh Salvador, y como podré yo imponer mi mano sobre la cabeza que hace tremar a los serafines? (2 de enero, vísperas).
A través de los textos pre festivos la liturgia lleva de la mano, conduce a los fieles al misterio que se celebra:
Como lámpara a la luz, como rayo al sol, como amigo al esposo, como precursor al Verbo, lleva a cabo, o profeta, tu servicio... llega la iluminación, se manifiesta la redención en el Jordán, corramos juntos hacia la purificación cantando himnos vigiliares...Dios entre los hombres, luz en el Jordán... (4 de enero, vísperas).
La gran vigilia de la Epifanía, el día 5 de enero, en los libros litúrgicos bizantinos viene llamada “paramonì[4] de las luces” o de la Epifanía. Dejando de lado las vísperas y el orthros (celebración conjunta de los maitines y laudes) del 5 de enero, merecen una atención especial en ese día la celebración de las “Grandes Horas” de prima, tercia, sexta y nona, y ya al final del día las vísperas de la Epifanía y la Divina Liturgia de San Basilio. En primer lugar las “horas menores” vienen llamadas “Grandes Horas” porque sin modificar la propia estructura litúrgica la enriquecen con salmos propios que la tradición bizantina lee en clave claramente cristológica, con lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, y con una perícope evangélica para cada una de estas Grandes Horas. Indicamos a continuación la lista de salmos y lecturas para cada una de las horas, para poner en relieve la dimensión cristológica con la que la tradición bizantina escoge, lee e interpreta los textos de la Sagrada Escritura del Nuevo y sobretodo del Antiguo Testamento.
Hora de prima. Salmos[5]: 5; 22; 26. Lecturas: Is 35, 1-10; Hechos 13, 25-33; Mt 3, 1-6.
Hora de tercia. Salmos: 28; 41; 50. Lecturas: Is 1, 16-20; Hechos 19, 1-8; Mc 1, 1-8.
Hora de sexta: Salmos: 73; 76; 90. Lecturas; Is 12, 3-6; Rm 6, 3-11; Mc 1, 9-11.
Hora de nona: Salmos 92; 113; 85. Lecturas: Is 49, 8-15; Tit 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 1-18.
Los salmos propios de cada una de las horas ponen en relieve la centralidad del Jordán y de la luz como lugar en la que el Señor lleva a término su manifestación y su salvación para con los hombres: salmos 26, 28, 113... Las profecías mesiánicas de Isaías en cada una de las cuatro horas ponen en relieve la renovación y la redención que tienen lugar a través de la manifestación de la divinidad del Verbo de Dios encarnado. Las perícopes apostólicas y evangélicas se centran más en el tema bautismal. Los troparios de estas Grandes Horas ponen en evidencia el lugar ocupado por el Jordán (las aguas), y la “humillación” (kenosis) del Verbo de Dios que se hace siervo:
Hoy se santifica la naturaleza de las aguas, se divide el Jordán... viendo el Soberano que se purifica... Tu vienes, Señor, tomando forma de siervo, para pedir el bautismo, tu que no conoces el pecado... Acercándose hoy a las orillas del Jordán, el Señor anuncia a Juan: Bautízame sin temor, porque vengo para salvar a Adán el primer creado... (troparios de la hora de prima). Dice el Señor a Juan Bautista: profeta, acércate y bautiza a Aquél que te ha creado, que ilumina con su gracia y a todos purifica. Toca sin dudar a mi cabeza divina... (troparios de la hora de sexta).
La celebración propiamente dicha de la Epifanía inicia con las vísperas, a las que sigue sin solución de continuidad la Divina Liturgia con la anafora de san Basilio[6]. Las lecturas bíblicas previstas para las vísperas son: Gen 1, 1-13; 2Re 2, 6-14; 2Re 5, 9-14; 1Co 9, 19-27; Lc 3, 1-19. Dos troparios se cantan entre la primera y la segunda de las lecturas, y entre la segunda y la tercera; son troparios que claramente subrayan la clave de lectura cristológica del texto veterotestamentario que ha sido proclamado:
Te has manifestado al mundo, tu que lo has creado, para iluminar a aquellos que estàn sentados en las tinieblas. O filántropo, gloria a ti[7] (vísperas, primer tropario a las lecturas). En la riqueza de tu misericordía te has manifestado a pecadores y publicanos, o nuestro Salvador. Y donde podía brillar tu luz sino entre aquellos que están en las tinieblas? Gloria a ti (vísperas, segundo tropario).
Los textos himnológicos de vísperas y del orthros son obra de los grandes himnógrafos bizantinos que encontramos en el arco cronológico que va del siglo VI, Romano el Melodo, passando por Sofronio de Jerusalén (+ 638), Andrés de Creta (+ 740), Germán de Constantinopla (+ 733), Juan Damasceno (+ 750), Cosmas de Maiuma (+ 752), hasta el siglo IX con José el Himnógrafo. Los troparios de vísperas subrayan especialmente el estupor y la maravilla de Juan Bautista y de toda la creación: ángeles, firmamento, las aguas del Jordán... ante la manifestación humillada y humilde de Cristo que se acerca al bautismo:
Viendo el precursor a aquél que es nuestra luz, que ilumina a todos los hombres, que se acerca para recibir el bautismo, se alegra en su alma, tiembla en su mano... Los ejércitos de los ángeles temblaron al ver a nuestro Redentor bautizado por un siervo, recibiendo el testimonio de la presencia del Espíritu... Las aguas del Jordán te han acogido a ti, que eres la fuente, y el Paráclito ha bajado con forma de paloma. Inclina la cabeza aquél que hace inclinar a los cielos. Grita la arcilla a aquél que lo ha plasmado: soy yo que necesito tu bautismo... (vísperas, troparios del lucernario).
Por lo que se refiere al orthros, la perícope evangélica que se lee es la de Mc 1, 9-11, ya leída precedentemente en la grande hora de sexta. El canon matutino[8] es una larga poesía atribuída a Cosmas de Maiuma con dos troparios atribuidos a Romano el Melodo; a lo largo del texto encontramos toda la temática de la Epifanía desarrollada a partir del cántico veterotestamentario en el que el texto se apoya e inspira:
Ode 1, cántico de Moisés Ex 15, 1-19. En las olas del Jordán, el Señor crea de nuevo a Adán que se había corrompido... el Rey de los siglos, el Señor grandemente glorificado(Ex 15,1)... Con la carne material, revestida del fuego inmaterial de la divinidad, se inmerge en las olas del Jordán, el Señor encarnado de la Virgen, grandemente glorificado(Ex 15,1).
Ode 3, cántico de Ana 1Sa 2, 1-10. Estéril un tiempo, con amargura sin hijos, hoy alégrate, Iglesia de Cristo: porque del agua y del Espíritu te han nacido hijos que con fe aclaman: nadie es santo como nuestro Dios, no hay justo sino tu, Señor(1Sa 2,2).
Ode 4, cántico de Habacuc Ha 3, 1-10. Ha oído Señor a tu voz(Ha 3,2) aquél que tu llamaste voz de uno que grita en el desierto, cuando te has hecho sentir sobre las grandes aguas para dar testimonio de tu Hijo, por medio del Espíritu...
De los dos troparios atribuidos a Romano el Melodo transcribimos el segundo, en el que el poeta bizantino resume la teología de la redención a través de imágenes bíblicas y poéticas de extraordinaria belleza:
Para Galilea de las gentes, para la región de Zabulón y para la tierra de Neftalí, como dijo el profeta, ha surgido una gran luz (Is 8, 23-9,1), Cristo: para aquél que estaba en las tinieblas ha aparecido como fúlgido resplandor, fulgurante en Belén. O mejor dicho: naciendo de María, el Señor, sol de justícia (Mal 3,20), expande por toda la tierra sus rayos luminosos. Venid, hijos de Adán que estábais desnudos (Ge 3,7), venid todos, revistámonos de Él que nos vivifica con su calor: sí, como refugio para los desnudos y luz para los ciegos, tu has venido, te has mostrado, tu que eres la luz inaccesible (1Ti 6,16)[9].
Otro texto de la celebració litúrgica de la Epifanía en la tradición bizantina es la gran bendición de las aguas, celebrada o al final de vísperas o al final de la Divina Liturgia del mismo día 6 de enero, y que se celebra o en el bautisterio o en un lugar donde se coloca un recipiente con agua abundante. El texto de la oración para la consagración del agua se atribuye a Sofronio de Jerusalén (+ 638), y es un largo texto con un carácter literario y teológico claramente anafórico y con una estructura de celebración litúrgica a se stante, aunque se celebre sin solución de continuidad con las vísperas o con la Divina Litúrgia. Subrayamos algunos aspectos importantes de este texto. Después de los troparios iniciales, tomados de la misma liturgia del 6 de enero, se proclaman las tres profecías: Is 35, 1-10; 55, 1-13; 12, 3-6, tomadas la primera y la tercera de las grandes horas de prima y sexta; sigue 1C 10, 1-4, y el evangelio Mc 9, 1-11. Sigue al evangelio la gran letanía díaconal en la que se añaden diversas peticiones que tienes ya un carácter claramente epiclético de invocación del Espíritu Santo para la consagración de las aguas: Para que sea santificada esta agua con la virtud, la fuerza y la venida del Espíritu Santo... Para que descienda sobre estas aguas la acción purificadora de la Santísima Trinidad... Para que nosotros seamos iluminados con la luz del conocimiento y de la piedad por la venida del Espíritu Santo... Para que esta agua se convierta en don de santificación, lavado de los pecados para purificación del alma y del cuerpo... Esta letanía, cantada por el diácono, contiene ya en modo muy explícito la petición para que el agua, por el don del Espíritu Santo, se trasmute en fuente de perdón, de purificación y de vida nueva para los cristianos.
La oración para la consagración del agua inicia con una primera parte a modo de prefacio, en la que el sacerdote enumera en la alabanza los atributos de la Trinidad divina[10]: diez atributos que encontramos presentes también en las anáforas de san Juan Crisóstomo y de san Basilio: Trinidad sobresustacial, divinísima, buenísima, omnipotente, invisible, omnividente, creadora... El texto pasa enseguida a dirigirse a Cristo, con títulos cristológicos que denotan que es un texto que surge un contexto claramente calcedoniano[11]: Señor, amigo de los hombres, omnipotente, rey, Hijo unigénito, nacido sin padre de la Madre, y sin madre del Padre... En la fiesta precedente[12] te contemplamos niño, en esta te vemos llegado a la perfección, manifestado como Dios nuestro perfecto. El texto de la oración prosigue con la enumeración de los hechos salvíficos celebrados en la fiesta; a lo largo de 24 invocaciones, repitiendo la forma “Hoy” al inicio de cada frase, el texto describe no solo lo que ocurrió a lo largo de la historia de la salvación y que hoy se conmemora, sino que el “Hoy” toma de por si una fuerza de actualización en la celebración y en la vida de la Iglesia que celebra este misterio[13]:
Hoy la gracia del Espíritu Santo, en forma de paloma  desciende sobre las aguas... Hoy aquél que es increado es tocado por las manos de su criatura... Hoy las orillas del Jordán se transforman en medicina de vida gracias a la presencia del Señor... Hoy somos rescatados d ela tiniebla y llevados al conocimiento divino...
Sigue la alabanza hecha por el sacerdote y repetida tres veces por la enumeración de los prodígios salvíficos:
Grande eres, o Señor, y tus obras son prodigiosas, y no hay palabra capaz de alabar a tus maravillas.
Dos frases del sacerdote con carácter epiclético invocan la santificación de las aguas:
Tu, Señor, Rey y amigo de los hombres, sé presente ahora por la venida de tu Espíritu Santo y santifica esta agua (repetida tres veces). Tu, Señor, santifica ahora esta agua con tu Espíritu Santo (repetida tres veces).
Acabada la oración consacratoria, el sacerdote toma una cruz manual, junto con un ramo de hierbas aromáticas, y la introduce tres veces hasta el fondo del agua consagrada, cantando tres veces el tropario propio de la fiesta de la Epifanía:
Bautizado en el Jordán, oh Señor, se manifestava la adoración de la Trinidad. La voz del Padre te llamaba Hijo predilécto, y el Espíritu Santo con forma e paloma confirmaba la palabra infalible. Cristo Dios nuestro que hoy te has manifestado y has iluminado el mundo, gloria a ti.
Acabada la consagración del agua, los fieles pasan a besar la cruz que les presenta el sacerdote mientras son aspergidos con el agua consagrada. La piedad popular añade la tradición del llevarse consigo a las propias casas agua consagrada en esta celebración. Como indicábamos al inicio, la celebración de la Epifanía tiene una octava que se concluye el día 14 de enero.
La riqueza de los textos litúrgicos bizantinos de la fiesta del 6 de enero nos permitiría de poner en evidencia diversos aspectos. Subrayamos como conclusión solo tres de ellos.
En primer lugar la celebración de la Epifanía como manifestación de la divinidad sobretodo en clave trinitaria; el bautismo de Cristo en el Jordán manifiesta sì la revelación del Verbo de Dios, pero incluye necesariamente la del Padre y la del Espíritu Santo. La centralidad cristológica de la gran oración de la consagración del agua no puede hacernos olvidar que la mayoría de los troparios del oficio del 6 de enero subrayan la manifestación de la Trinidad.
En segundo lugar la celebración de la Epifanía pone en relieve la obra salvífica de Cristo manifestada ya en su bautismo, y llevada a término a través de su humillación, es decir de su encarnación y de su venida al Jordán vistas en clave de “kenosi”.
En tercer lugar la celebración de la Epifanía significa también la comunicación a los hombres de la gracia del Espíritu Santo por medio del agua del bautismo; en las aguas del Jordán Cristo ha vencido al maligno y, como consecuencia también nosotros a través del agua santificada somos salvados, santificados, configurados a la misma victoria de Cristo.
A travès de la lectura y sobretodo de la celebración de los textos litúrgicos bizantinos, hemos visto como la Epifanía de nuestro Señor Jesucristo se centra en el hecho de su bautismo en el Jordán. En este bautismo la tradición bizantina contempla la manifestación de la divinidad, la de Cristo en modo especial, sin separarla de la de las otras dos Personas de la Santa Trinidad.

P. Manuel Nin osb
Rettore
Pontificio Collegio Greco
Roma



[1] Las 12 grandes fiestas concretamente en la tradición bizantina son: la Natividad de la Madre de Dios (8-IX), la Exaltación de la Santa Cruz (14-IX), la Entrada de la Madre de Dios en el Templo (21-XI), el Nacimiento de Cristo (25-XII), la Epifanía (6-I), la Presentación de nuestro Señor Jesucristo (2-II), la Anunciación (25-III), Pascua, Ascensión, Pentecostés, la Transfiguración (6-VIII) y la Dormición de la Madre de Dios (15-VIII).
[2] Este es el sentido de las vigilias y de las octavas que encontramos en todas las Liturgias Cristianas de Oriente y de Occidente.
[3] El tropario es una composición poética o en prosa propia de la tradición bizantina que describe y canta el misterio de la fiesta que se celebra.
[4] El término griego “paramonì” indica que los fieles “se paran”, “se quedan”, “permanecen” –en el sentido de vigilar en la oración-, preparándose a la celebración de día siguiente festivo.
[5] La numeración de los salmos corresponde a la de la Vulgata. Nótese que los salmos 5 (prima), 50 (tercia), 90 (sexta y 85 (nona), que hemos indicado en cursivo, son algunos de los salmos fijos para estas horas a lo largo del año, mientras que los otros dos de cada hora son propios de la vigilia de la Epifanía.
[6] La tradición bizantina en la celebración eucarística usa durante todo el año la anáfora de San Juan Crisóstomo, excepto 10 días en los que usa la de San Basilio: vigilia de Navidad (24-XII), 1 de enero que celebra la fiesta de San Basilio, vigilia de la Epifanía (5-I), los cinco domingos de la Gran Quaresma, el Jueves Santo y el Sábado Santo.
[7] El tropario se repite cuatro veces intercalando los versículos del salmo 3; la lectura veterotestamentaria precedente ha sido un fragmento de la narración de la creación en el libro del Génesis.
[8] En la tradición litúrgica bizantina, el cánon matutino es una composición poética estructurada en nueve odas o cánticos que siguen y se inspiran en los nueve cánticos del Antiguo Testamento cantados o recitados después de la lectura del evangelio matutino. La mayoría de estos cánticos veterotestamentarios coinciden con los usados por la liturgia romana en el oficio de laudes. En la tradición bizantina pero el cántico noveno lo constituyen, en un único texto, los cánticos de Lc 1, 46-55 (Magnificat) y de Lc 1, 68-79 (Benedictus).
[9] Como la mayoría de troparios bizantinos, éste de Romano es una composición hecha con un entretejido de citas bíblicas implícitas y explícitas de las que el autor, y la Iglesia que las canta, hace una exégesis espiritual y cristológica. Interesante notar la contraposición hecha entre la primera y la segunda parte del tropario, con la introducción de la manifestación del Verbo de Dios a partir de su nacimiento de María. La luz profetizada por Isaías se manifiesta en el Verbo hecho hombre. La desnudez y el frío de Adán y de su prole el poeta teólogo la pone en relación con la desnudez de los que se preparan al bautismo y el calor, la vida, que viene del bautismo, del ser revestidos de Cristo.
[10] En la primera parte de la oración, brevemente el autor se dirije alabándola a la Trinidad; el resto del texto será claramente cristológico.
[11] El concilio de Calcedonia del 451 define las dos naturalezas divina e humana del Verbo de Dios encarnado.
[12] Referencia a la celebración del 25 de diciembre.
[13] Muchísimos de los troparios de las grandes fiestas bizantinas comienzan con el “simeron”, del mismo modo que diversas de las antífonas de la lituúrgia romana inician con el “hodie”.