sábado, 31 de julio de 2010

(Continuamos compartiendo algunos parágrafos del Capítulo quinto del libro del Padre Gabriel Bunge)

La Vigilancia “Vasos de Barro” - sexta parte-

Los maestros de la vida espiritual advierten explícitamente del peligro de destruir la susodicha “visita del Espíritu Santo”[1] por quererse aferrar tozudamente a la propia manera de obrar, a la “regla” adoptada por uno. En ese momento lo único que cuenta es la “libertad de los hijos de Dios”, como nos lo enseña el místico siro – oriental Jausep Hazzaya:

Cierra todas las puertas de tu celda, penetra en el cuarto interior y siéntate en la oscuridad y el aislamiento, allí donde ni siquiera puedas oír el canto de un pájaro. Y cuando llegue la hora de un Oficio ten cuidado de no moverte, no vayas a actuar como aquel niño, que en su ignorancia cambia un talento de oro por un higo que endulzará su paladar (apenas) por un instante. Tú, por el contrario, habiendo en ese instante encontrado la “ perla de gran precio”[2] actúa como aquel sabio mercader, (no sea) que eligiendo las cosas despreciables que siempre están a tu disposición, sea tu fin semejante al de aquel pueblo que al salir de Egipto despreció el maná espiritual por añoranza de la comida de los egipcios[3].

Esta libertad, hasta para no rezar el Oficio, que por lo demás, para los monjes es siempre de absoluta obligatoriedad, vale mientras esta luz divina ilumine al orante. Apenas éste abandona, - o, deba abandonar -, dicho “lugar” retoma con toda humildad y fidelidad su obrar de siempre[4].

¡No sólo los labios deben callar cuando se está en el “lugar de la oración”! La “adoración silenciosa del Indecible”[5], supone así mismo, y antes que nada, el silencio del corazón como ya vimos. Es necesario, entonces, silenciar todos los pensamientos sobre Dios. Paradojalmente, no es este silencio la meta última, según la enseñanza de aquel Padre siro – oriental que citamos un poco más arriba. Pues si el Espíritu Santo guía al hombre, introduciéndolo más profundamente en la luz de la Santísima Trinidad, brota entonces en él una fuente de un misterioso “hablar”, que día y noche no cesa ya de manar[6]. Esta asombrosa experiencia la describe Evagrio con las siguientes palabras:

Quien reza “en espíritu y en verdad”[7] ya no honra al Creador a partir de las criaturas, sino que alaba (a Dios) en Él mismo[8]

Esta es aquella “conversación con Dios sin mediación alguna”, de la que ya hablamos. Ya que las criaturas, por sublimes que sean, son siempre intermediarias entre nosotros y Dios. “Espíritu y Verdad” sin embargo, de acuerdo a la interpretación evagriana de Jn 4,23, son las personas del Espíritu Santo y del Hijo Unigénito[9], y que son “Dios de Dios”, según reza el credo del segundo concilio ecuménico (381), y no criaturas.

El que, gracias a la oración “espiritual” y “verdadera”, ha llegado a ser “teólogo”[10], llegando al grado más alto de oración, alaba al Padre sin mediación alguna, - ¡en forma directa a través del Espíritu y del Hijo! – Se ha convertido en “teólogo”, pues ya no habla sobre Dios por lo que de Él pueda haber escuchado, sino que da testimonio de la Santísima Trinidad basándose en su experiencia familiar e íntima[11].

Si la “vida eterna” consiste en que “conozcamos al Padre y al que Él ha enviado”[12], entonces la “oración en Espíritu y en Verdad” es un verdadero “degustar”, ya por anticipado, de esa felicidad escatológica.

Equipo redactor "En el Desierto"

orthroseneldesierto@gmail.com



[1] Evagrio, De Oratione 70(69).

[2] Mt 13,46.

[3] Jausep Hazzaya, p. 153. La referencia es a Nm. 11,5-6.

[4] Ibid. p. 159.

[5] Evagrios, Gnostikos 41 (Guillaumont).

[6] Jausep Hazzaya, pp. 156 y ss.

[7] Jn 4,23.

[8] Evagrio, De Oratione 60 (59).

[9] Ibid. 59(58).

[10] Ibid. 61(60).

[11] Ver Evagrio, Ad Monachos 120 (Grebmann).

[12] Jn 17,3.