lunes, 7 de noviembre de 2011


Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Texto
21. El anciano respondió: "Perseverar en la adversidad y soportar los males, sostenerse hasta el fin en la tentación y no ceder en la sorpresa a la ira, ni decir palabra insensata, ni sospechar ni pensar cosa que no convenga a un hombre piadoso, según lo que dice la Escritura: hasta su momento aguanta el que es longánimo, y al final se le da la alegría.  Hasta su momento oculta sus palabras, y entonces los labios de muchos proclamarán su inteligencia[1].

22. Estos son los signos de la longanimidad, y no sólo estos sino también el considerarse a sí mismo como causa de la tentación, es propio de la longanimidad.  Y esto es así porque muchas veces las cosas que nos suceden, nos suceden para nuestra corrección, sea para quitar pecados pasados, sea para corregirnos de la negligencia presente, sea para cortar pecados futuros.  Quien se da cuenta que por una de estas cosas le viene la tentación, no se irrita, golpeado, porque tiene conciencia de ser él mismo un pecador; no acusa a aquél por medio de quién le viene la tentación. Sea por medio de él o por medio de otro, de todos modos habría debido siempre beber el cáliz del juicio divino; sino que mira a Dios y agradece al que lo ha perdonado, acusándose a sí mismo y aceptando de grado la corrección, como lo hizo David con Semei, y Job con su mujer.  El insensato pide muchas veces a Dios que tenga piedad de él, y no acepta la misericordia que le viene, porque no viene como él quería sino como el médico de las almas estimó que era conveniente. Y por esto se desanima y se turba, y entonces combate airadamente contra los hombres, entonces blasfema contra Dios.  Haciendo esto manifiesta su insensatez, y nada recibe excepto la vara".

23. El hermano dijo: "Has dicho bien, padre, ahora te suplico que también me digas cómo la continencia extingue la concupiscencia".
  El anciano le respondió: "porque hace abstenerse de todas aquellas cosas que no satisfacen una necesidad, sino que sólo producen placer, y no hace participar ninguna otra cosa salvo las necesarias para vivir, y hace buscar, no las cosas dulces, sino las necesarias; mide la comida y la bebida de acuerdo a la necesidad, y no permite al cuerpo una molicie superflua y mantiene sólo la vida del cuerpo, protegiéndolo de la turbación del impulso carnal. Así la continencia extingue la concupiscencia. El placer y la saciedad de los alimentos y bebidas recalientan el vientre y encienden el impulso hacia el deseo vergonzoso, y empujan al animal, todo entero, hacia la unión ilegítima[2]. Entonces los ojos se vuelven impúdicos, y la mano sin freno, la lengua dice cosas que acarician el oído, y la oreja acoge palabras vanas, el espíritu desprecia a Dios, y el alma comete mentalmente al adulterio e incita al cuerpo a la acción ilícita".

24. El hermano dijo. "En verdad padre, es así, ahora te suplico que me enseñes acerca de la oración, cómo apartar al nous de todos los pensamientos"
  El anciano respondió: "Los pensamientos, son pensamientos acerca de cosas; unas son sensibles y otras inteligibles. Cuando, pues, el nous se entretiene con ellas, se llena de pensamientos, pero la gracia de la oración une al nous con Dios y, unido con Dios, se aparta de todo pensamiento. Entonces el nous desnudo, conversando con Dios, se vuelve deiforme[3]. Y hecho tal, pide a Dios lo que es conveniente, y su súplica no deja jamás de ser escuchada.  Por eso el apóstol manda orar intensamente[4], para que uniendo la mente continuamente a Dios, podamos librarnos, poco a poco, de la afección a las cosas materiales".

25. El hermano dijo: "¿Y cómo puede orar incesantemente[5] el nous, pues cuando nos consagramos a la salmodia o a la lectura, cuando nos encontramos o cuando servimos, nos dispersamos en muchos pensamientos e imágenes?"
  El anciano respondió:"La divina Escritura no manda nada imposible. El mismo apóstol, salmodiaba, leía, servía y oraba incesantemente. Incesante es la oración que conserva al nous unido a Dios con gran respeto y deseo de estar siempre adherido a Él y de pender siempre de Él por medio de la esperanza; y tener confianza en Él en todas las cosas, en todas las obras y en todo lo que nos sucede.  En tal situación el apóstol decía: ¿Quién nos separará del Amor de Cristo?, ¿la traición?, ¿la angustia?, y lo que sigue[6].  Y un poco después: estoy convencido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles[7]y también atribulados en todo, pero no aplastados: perplejos, pero no desesperados, perseguidos pero no abandonados, derribados pero no aniquilados.  Llevamos siempre en nuestros cuerpos, por todas las partes el morir de Cristo, a fin de que también la vida de Cristo se manifieste en nuestra carne mortal[8].

26. En tal condición el apóstol oraba incesantemente: en todas las obras, como ha dicho, y en todo lo que sucede pendía de la esperanza de Dios. Por eso los santos se alegraban siempre en las aflicciones, para poseer el hábito de la caridad divina. Y por eso decía el apóstol: "Gustosamente me gloriaré en mis debilidades, para que repose en mí el poder de Cristo"[9]  Y poco después "cuando soy débil, entonces soy poderoso"[10]
Pero ¡Ay! de nosotros míseros que abandonamos el camino de los santos padres, y por eso estamos privados de toda obra espiritual.

27 El hermano dijo entonces: "¿por qué, padre, no tengo compunción?
el anciano respondió: "porque no hay temor de Dios ante nuestros ojos, porque nos hemos hecho el refugio de todo mal, y por eso despreciamos, como si se tratase de una simple pensamiento, el terrible castigo de Dios. ¿Quién, de hecho, no se conmueve[11] escuchando a Moisés, el cual, en nombre del Señor, dice a los pecadores: Se ha encendido fuego de mi ira que quemará hasta lo más profundo del infierno, devorará la tierra y sus productos y abrazará los cimientos de los montes. Reuniré sobre ellos males y completaré mis flechas sobre ellos[12]y aún: Afilaré como rayo mi espada y mi mano empuñará el juicio; tomaré venganza de mis adversarios, y retribuiré a quienes me aborrecen[13]. E Isaías que grita: ¿Quién os anunciará que el fuego quema? ¿Quién os indicará el lugar eterno?[14].Caminad a la luz de vuestro fuego y en la llama que encendisteis[15]. Y aún Saldrán y verán los cadáveres de aquellos que se rebelaron contra mí, su gusano no morirá, su fuego no se apagará y estarán a la vista de toda carne[16]. Y estas palabras de Jeremías Dad gloria al Señor vuestro Dios antes que oscurezca y avancen vuestros pies sobre montes sombríos[17]. Y nuevamente Oíd esto pueblo necio y sin corazón, tienen ojos y no ven, orejas y no oyen. ¿No me temerán? -dice el Señor- ¿delante de mí, no temblarán, que puse la arena como límite al mar eterno, un mandato eterno, y no traspasará?[18]. Y nuevamente, Tu apostasía te corregirá, y tu malicia te escarmentará; reconoce y ve lo malo y amargo que te es dejarme, dice el Señor. Yo planté una viña fructífera, toda verdadera. ¿Cómo se ha vuelto amarga y bastarda la viña?[19]  Y nuevamente, no me senté en la reunión de los que juegan sino que aparté mi rostro de tu mano. Solitario me senté, porque estaba lleno de amargura[20].Y ¿quién no temblará al escuchar a Ezequiel que dice: Derramaré sobre ti mi furor y completaré mi cólera sobre ti. Voy a juzgarte en tus caminos y retribuiré todas tus abominaciones. No perdonará mi ojo, ni tendré piedad, y entonces conocerás que yo soy el Señor[21]
¿Quién no se llenará de compunción escuchando a Daniel describir tan claramente el día del terrible juicio, cuando dice: Yo Daniel contemplaba hasta que se colocaron unos tronos. Y el anciano de días se sentó.  Su vestidura era blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana.  Su trono, llama de fuego; sus ruedas eran fuego ardiente. Un río de fuego corría, saliendo delante de él. Miles de miles le servían, y miríadas de miríadas asistían ante él. El tribunal se sentó y los libros fueron abiertos[22], es decir las acciones de cada uno. Y nuevamente: Contemplaba en la visión de la noche. Y he aquí que con las nubes del cielo venía como un hijo del hombre. Se digirió hacia el anciano de días y fue llevado a su presencia, y se le dio el imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán.  Y su imperio es un imperio eterno, y su reino es un reino eterno. Y yo Daniel, mi espíritu se estremeció por estas cosas y las visiones de mi cabeza me turbaron[23].

28. ¿Quién no temerá a David que dice: Dios ha hablado una vez, dos veces le he oído, que de Dios es la fuerza; tuyo, Señor, el amor y Tú pagas al hombre de acuerdo a sus obras[24]. Y aún a estas palabras del Eclesiastés: escucha la conclusión, teme a Dios y observa sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal, porque toda obra la emplazará Dios a su juicio, también todo lo oculto, a ver si es bueno o malo[25]?

29. ¿Quién no temblará escuchando cosas semejantes del apóstol: es necesario que todos nos presentemos ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo por medio de su cuerpo, el bien o el mal[26].
¿Quién no llorará por nuestra falta de fe y la ceguera de nuestra alma? Porque habiendo escuchado estas cosas, no nos convertimos y no lloramos amargamente nuestra negligencia y nuestra pereza.  Jeremías, habiendo visto esto por adelantado, decía: Maldito el que hace la obra de Dios con negligencia[27], porque si tuviéramos un poco de preocupación por la salvación de nuestras almas, temblaríamos ante las palabras del Señor y nos esforzaríamos en cumplir sus mandamientos, mediante los cuales somos salvados. Y sin embargo, habiendo escuchado al Señor decirnos: entrad por la puerta estrecha que conduce a la vida[28], hemos preferido la ancha y espaciosa que conduce a la perdición. Por eso escucharemos cuando venga del cielo a juzgar a vivos y muertos: Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles[29].

30. Y oiremos estas cosas, no por haber hecho el mal, sino por haber descuidado el bien y por no haber amado a nuestro prójimo.  Pero si hemos obrado el bien, ¿cómo podemos soportar ese día quienes somos negligentes? Además el No cometerás adulterio, No matarás, no robarás[30], etc.,  fueron dirigidos a los antiguos por medio de Moisés. Pero, el Señor, sabiendo que la sola observancia de los mandamientos no basta para la perfección del cristiano, dice: En verdad les digo, si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos[31]. Por eso prescribe en toda ocasión la santidad del alma, por medio del cual el cuerpo es también santificado, y el amor sincero hacia todos los hombres. Por estos medios podemos conseguir también el amor a Él . Y Él se ofreció a sí mismo como ejemplo para nosotros, amando hasta la muerte, como también lo han hecho sus discípulos, como se ha dicho ya muchas veces.
Continuará…
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate" 



[1] Si  1, 29- 30
[2] Esta explicación fisiológica se encuentra bastante extendida en la literatura monástica antigua.
[3] Cf. Char  III, 33
[4] 1  Ts  5, 17
[5] Esta es quizá el deseo más ardiente de la vida monástica desde sus inicios: supeditar todo a esta meta, orar incesantemente. De distintas formas se buscó vivir prácticamente este mandato del apóstol.
[6] Rm  8, 35
[7] Rm  8, 38
[8] 2 Co  4, 10- 11
[9] 2 Co  12, 9
[10] 2 Co  12, 10
[11]Cf. Char  III, 54
[12] Dt  32, 22. 25
[13] Dt  32, 41
[14] Is  33, 14
[15] Is  50, 11
[16] Is  66, 24
[17] Jr  13, 16
[18] Jr  5, 21- 22
[19] Jr  2, 19- 21
[20] Jr  15, 17
[21] Ez  7, 4. 9
[22] Dn  7, 9- 10
[23] Dn  7, 12- 15
[24] Sal 61, 12.
[25] Qo 11, 13.
[26] 2 Co 5, 10; cf. Rm 14, 10.
[27] Jr 48, 10.
[28] Mt 7, 13.
[29] Mt 25, 41.
[30] Ex 20, 13.
[31] Mt 5, 20.