miércoles, 19 de mayo de 2010

Encuentro con Padre Simeón.

Padre Simeón es un monje ermitaño perteneciente a una familia monástica de solitarios que viven juntos, pedimos permiso y el Padre del Monasterio nos autorizó visitar al Venerable Padre en su Kellión.
Les compartimos dos de las respuestas que nos brindó entre las varias preguntas que le planteamos. Padre Simeón, como todos los Solitarios del Señor, tiene la particularidad de no gastarse en muchas palabras, por lo tanto sus respuestas son breves pero sumamente concisas.
Le preguntamos:
_Venerable Padre, ¿qué nos puede decir de su experiencia como hesicasta?
_Como Ustedes saben, hesicasmos significa quietud, calma. Les puedo decir que la verdad que he buscado durante mi larga vida ha sido la de la calma interior como capacidad de vivir en armonía con mi propia interioridad. Para esto, Dios el Eterno Padre, me donó el hábito de repetir el Santísimo Nombre de su Hijo Jesucristo y de esta manera pude responder a la llamada del Apóstol San Pablo que nos llama a orar de forma incesante en la primera carta a los Tesalonicenses en el capítulo 5 versículo 17. La calma interior se adquiere centrando nuestra interioridad en el Nombre y presencia de Jesús, en su persona. La conversión que nos trae la repetición del Nombre de Jesús se armoniza en la conjunción Santísimo Nombre, inspiración espiración. Cuando decimos “Señor Jesucristo Hijo de Dios” inspiramos y al decir “ten piedad de mi pecador” espiramos. Y es así que a través de este proceso nos vamos convirtiendo, ya que nos obliga a concentrarnos siempre en Dios como nuestra única ocupación.
El monacato del oriente, se basa fuertemente en la oración del interior del Nombre de Jesús para llegar a la espiritualidad profunda del corazón. Oración de Jesús y espiritualidad eclesial, en oriente, caminan juntas y nosotros en nuestra pequeña familia monástica, si bien de tradición latina y en un contexto occidental, hemos adoptado esta forma de espiritualidad orante, donde la repetición del Santísimo Nombre de Jesús se ha transformado en Escuela en la que aprendemos a ser monjes y vivir sólo de Dios, para Dios. La oración de Jesús, por aquella dimensión de arrepentimiento, de compunción por los pecados, “ten piedad de mi pecador”, constituye, para nosotros monjes, el eje de nuestra conversión, transformándose en la gran pedagoga del corazón.
Por lo tanto hemos de mantener la vigilancia en la “puerta del corazón” como un método de defensa para rechazar inmediatamente los pensamientos intrusos. Este tema es frecuente en varios apotegmas: “sé el portero de tu corazón para que no entren los extranjeros diciendo ¿tú eres de los nuestros o de nuestros enemigos?” “No necesita obedecer a los demonios, sino más bien hacer lo contrario”.
_Padre entonces ¿se puede hablar de una espiritualidad del corazón?
_Ciertamente, ya que esta espiritualidad del Nombre de la que hemos hablado se centra y se cimenta en el corazón. Ya que en el corazón del orante descansa el deseo de unión con Dios, por ende podemos hablar de una espiritualidad unitiva. Unidad que se alcanza por la repetición del nombre que nos ayuda a controlar los pensamientos sincronizándonos con la conciencia de naturaleza afectiva y con la vigilancia de los actos humanos. Es decir con nosotros, con lo que somos y tenemos. Dios se manifiesta en un corazón que se ha vaciado de imágenes mentales, por la práctica de la repetición del Santísimo Nombre de Jesús, dejando actuar al Espíritu Santo que nos pondrá siempre en la presencia de Dios.
Si quisiéramos hablar de un fin de la espiritualidad del corazón, tendríamos que decir que es llegar a vivir de manera permanente en la presencia de Dios, donde esta presencia se transforma en nuestra identidad. El corazón es el símbolo de lo más íntimo del hombre; en él se origina todo lo bueno que luego se hace realidad en la conducta externa de la persona. La Pureza del Corazón como expresión de su propia espiritualidad, agranda su capacidad de amar, mientras el aburguesamiento, el egoísmo, la ceguera espiritual son consecuencia de una interioridad manchada.
El Señor nos pide que guardemos el corazón, defendiéndolo de aquello que pueda incapacitarlo para amar y que seamos consecuentes en todo momento con la propia vocación y estado. Los casados deben guardarlo para la persona con quien se casaron, en los comienzos y cuando pasen los años, y recordar siempre que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano y no en los ensueños. A los que el Señor nos pidió nuestro corazón por entero, sin compartirlo con otra criatura, recordar siempre que Él los quiere como hostia viva y grata a Dios (SAN JERÓNIMO, Epístola), sin compensaciones, hilillos o cadenas, con generosidad y fortaleza. Todo esto, a modo de introducir el hacia dónde nos encamina una auténtica experiencia del Corazón. Si, la guarda del corazón comienza en muchas ocasiones por la guarda de la vista. Además es aconsejable mantener una prudente distancia con las personas con las que Dios no quiere que se quede el corazón apegado. Cuidar que la afectividad no se desborde, sino ordenarla y encauzarla según el querer de Dios. Vigilar la memoria, la imaginación, la ensoñación. Estos peligros se agudizan en momentos de cansancio, de aridez interior o como compensación a los pequeños fracasos de la vida normal.


Equipo de redacción de “En el Desierto”
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