martes, 21 de febrero de 2012


Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate

Centurias sobre la Caridad

tercera centuria

76
La pasión de la avaricia se muestra en el recibir con alegría y en el dar con tristeza. Tal hombre no puede ser un buen administrador.

77
Por estas razones se soporta sufriendo: por el amor de Dios o por la esperanza de la recompensa o por temor al castigo o por temor a los hombres o por naturaleza o por placer o por ganancia o por vanagloria o por necesidad.

78
Una cosa es ser liberado de los pensamientos y otra serlo de las pasiones. Muchas veces nos libera de los pensamientos cuando no están presentes aquellas cosas por las cuales se tienen las pasiones. Las pasiones están escondidas en el alma y se manifiestan cuando aparecen las cosas. Es necesario, pues, custodiar al nous de las cosas y saber hacia cuál tiene pasión.

79
Amigo auténtico es aquel que en el tiempo de la tentación soporta, sin agitarse ni turbarse, junto con el prójimo toda eventual aflicción, necesidad y desgracia como propia.

80
No desprecies la conciencia que te sugiere siempre cosa óptimas: te da consejos divinos y angélicos, y libera de las manchas escondidas del corazón y concede confianza con Dios en el momento de la partida.

81
Si quieres llegar a ser sabio y modesto y no ser esclavo de las pasiones de la presunción, busca siempre en los seres qué está escondido a tu conocimiento. Y encontrando muchísimas y diversas cosas que se te esconden, te maravillarás de tu ignorancia y reprimirás tu soberbia y, habiéndote conocido a ti mismo, comprenderás muchas, grandes y maravillosas cosas; porque el creer saber no permite progresar hacia el saber[1].

82
Desea verdaderamente ser salvado el que no se opone a los remedios saludables: éstos son los dolores y tristezas que provienen por variadas circunstancias. El que, en cambio, se rebela a ellas, no sabe a qué tienden ni qué ventajas le traerán antes de dejar el mundo.

83
Vanagloria y avaricia son una el origen de la otra: los que tienen vanagloria enriquecen y los ricos tienen vanagloria, pero en cuanto mundanos; mientras el monje, careciendo de posesiones, tiene más vanagloria, pues teniendo dinero, lo esconde, avergonzándose de poseer una cosa no conveniente a su estado.

84
Es propio de la vanagloria del monje vanagloriarse por la virtud y por lo que le sigue; además es propio de su soberbia exaltarse por su rectitud, despreciando a los otros, y atribuyéndosela a sí mismo y no a Dios. Es propio, en cambio, de la vanagloria y de la soberbia del hombre mundano vanagloriarse y exaltarse por la belleza, la riqueza, el poder y la prudencia.

85
Los bienes de los hombres mundanos son males para los monjes, y los bienes de los monjes son males para los hombres mundanos. Por ejemplo, los bienes de los hombres mundanos son riquezas, gloria, poderío, lujo, buena salud, fecundidad de prole y las cosas que siguen a éstos; llegando a éstos, el monje está perdido. Así los bienes del monje son la falta de posesiones, de gloria, de poderío, dominio de sí, sufrimiento las cosas que siguen a éstos; llegando a éstos el hombre amante del mundo considera esto como una gran desgracia e incluso corre peligro muchas veces de ahorcarse y hubo algunos que, ciertamente, lo hicieron.

86
Los alimentos fueron creados por dos motivos: para la nutrición o para el cuidado. El que usa de ellos fuera de estos motivos está condenado como disoluto, porque abusa de lo que ha sido dado en uso por Dios, y en todas estas cosas el abuso es el pecado.

87
La humildad es la oración continua con lágrimas[2] y aflicciones; ella, clamando siempre a Dios en auxilio, no permite confiar insensatamente en la propia fuerza y sabiduría ni que nos exaltemos sobre los otros; dichos vicios son enfermedades penosas de la pasión de la soberbia.

88
Una cosa es combatir contra el pensamiento simple, para no excitar la pasión, y otra es combatir contra el pensamiento pasional, para que no suceda el consenso. Ambos modos, sin embargo, no permiten que los pensamientos se detengan.

89
La tristeza está unida al rencor; cuando el nous mira con tristeza el rostro del hermano, es evidente que tiene rencor hacia él. Pero los caminos de los rencorosos llevan a la muerte, porque todo rencoroso es un transgresor de la ley[3].

90
Si guardas rencor a alguno, ora por él y así frenas la pasión que te turba, separando con la oración la tristeza del recuerdo del mal que te hizo; llegado luego a ser caritativo y compasivo (filántropo), expulsa completamente del alma la pasión. Si, en cambio, otro te guarda rencor, sé gentil y humilde con él, estate amigablemente son él y así lo libras de la pasión.

91
Con esfuerzo detendrás la tristeza del envidioso, él considera desgracia aquello que envidia en ti y no es posible detener la tristeza de otro modo, si no lo ocultas algo. Pero si eso es provechoso a muchos, y lo entristece a él, ¿por cuál parte optarás? Es necesario ser de utilidad a muchos y no descuidar a aquel, en cuanto es posible, ni dejarse arrastrar por la malicia de la pasión, como si combatieses no contra la pasión, sino contra el que está sujeto a ella; debes, en cambio, con humildad considerarlo superior a ti y en todo tiempo, lugar y situación darle la precedencia. También tu envidia puede detenerse, si te alegras de lo que se alegra el que es envidiado por ti y si también te entristeces de lo que él se entristece, cumpliendo la palabra del Apóstol: Alégrate con los que se alegran y llora con los que lloran[4].

92
Nuestro nous está en medio de dos cosas, produciendo cada una un efecto propio; de la virtud y del vicio, es decir del ángel y del demonio. El nous tiene el poder y la capacidad sea de seguir sea de oponerse al que quiere.

93
Las santas Potencias nos mueven hacia el bien; las tendencias naturales y la buena disposición nos auxilian. Las pasiones y la mala disposición favorecen a los asaltos de los demonios.

94
El nous puro es enseñado por Dios mismo viniendo a él, o por las santas Potencias que le inspiran el bien, o por la naturaleza de las cosas contempladas por él.

95
El nous que fue hecho digno del conocimiento debe conservar imperturbables las ideas de las cosas y estables sus contemplaciones y puro el estado de la oración; no puede, en cambio, preservarlo siempre de los impulsos de la carne, ahumado por el ataque de los demonios.

96
No siempre nos airamos por aquellas cosas por las cuales nos entristecemos, las causas de la tristeza son más numerosas que aquellas de la ira. Por ejemplo si esta cosa se quebró, se arruinó esta otra, murió un tal: por estas cosas solamente nos entristecemos. Por las restantes, nos entristecemos y nos airamos, no comportándonos de modo filosófico.

97
Acogiendo el nous las ideas de las cosas, es llevado por naturaleza a transformarse en cada idea; contemplándolas espiritualmente, se transfigura variadamente en cada objeto contemplado; llegado a Dios, se hace totalmente sin forma y sin figura; contemplando a Aquel que es simple, llega a ser simple y todo luminoso.

98
Es perfecta el alma cuya potencia pasible se ha inclinado enteramente hacia Dios.

99
Es perfecto el nous que por medio de la verdadera fe en suprema ignorancia conoce supremamente a Aquel que es supremamente incognoscible y contemplando la universalidad de sus creaturas, ha recibido de Dios el conocimiento que abraza la providencia y el juicio respecto a ellas -digo, en cuanto es posible a los hombres.

100
El tiempo se divide en tres períodos y la fe se extiende a todos los tres; la esperanza, a uno, la caridad, a dos. Y la fe y la esperanza duran hasta un determinado momento; la caridad, en cambio, permanece por siglos infinitos, en suprema unión con Aquel que es supremamente infinito y en continuo aumento: y por esto más grande que todas es la caridad[5].
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
       al hno. Pablo Argárate"
Notas:
[1] Es fácil intuir en el trasfondo la vieja cuestión de la Apología: Gnósthi seautón.
[2] La oración con lágrimas es uno de los aspectos característicos de la espiritualidad monástica.
[3] Pr 12, 28 y 21, 24.
[4] Rm  12, 15.
[5] 1 Co  13, 13.