sábado, 4 de diciembre de 2010

Evagrio Póntico

TRATADO DE LA ORACIÓN

PRÓLOGO

Estando yo abrasado por el fuego de malas pasiones, la llegada de tu piadosa carta fue para mí, como de costumbre, un verdadero alivio. Reconfortaste mi espíritu fatigado hasta el extremo, imitando felizmente al gran Preceptor y Maestro. Y esto no es raro, pues tú siempre tuviste la mejor parte, como el bienaventurado Jacob. Por Raquel serviste espléndidamente, y recibiste a Lía; y ahora buscas la deseada, porque ya has cumplido la semana.

Yo, por mi parte, no niego que había trabajado toda la noche sin haber pescado nada, cuando, impulsado por tu palabra, eché la red, y pesqué una cantidad de peces, aunque no ciertamente de gran tamaño. Son ciento cincuenta y tres. Te los envío como otros tantos capítulos en la cesta de la caridad, para cumplir tu orden.

Admiro y alabo mucho la excelente intención que te ha hecho desear estos capítulos sobre la oración, pues no ansías tenerlos solamente en las manos, escritos con tinta sobre el papel, sino cimentados en el espíritu por la caridad y por el olvido de las injurias.

Pero como, según el sabio Jesús Ben Sira (Eclo 42,25), todas las cosas tienen un doble aspecto, uno frente a otro, recibe lo que te envío, según la letra y según el espíritu, entendiendo que el espíritu precede absolutamente a la letra, ya que si aquel falta, de nada la letra vale. Así, pues, dos son los modos de la oración, uno “práctico” y otro “teórico”, del mismo modo que en el número hay un aspecto palpable, que es la cantidad, y otro solamente indicado, que es la cualidad.

Dividiendo el tratado de la oración en ciento cincuenta y tres párrafos, te hemos enviado un evangélico alimento, para que halles el gozo del número simbólico en la figura del triángulo y del hexágono, que representan la gnosis de la Santísima Trinidad y la descripción del arden de este mundo.

El número cien es, en sí mismo, un número cuadrado, y el cincuenta y tres, triangular y esférico, ya que este último consta del número veintiocho, que es triangular, y del veinticinco que es esférico, pues se compone de cinco veces cinco. Tienes así la figura del cuadrado no sólo en el cuaternario de las virtudes sino en la sabia gnosis del siglo, con la que se relaciona el número vigésimo quinto, si se atiende a la esfericidad de los tiempos. Pues una semana sigue a otra semana, y un mes a otro mes; el tiempo gira de año en año, y una estación sucede a otra estación, como la primavera y el verano, a las que conocemos por el movimiento del sol y de la luna.

El triángulo puede indicarte la gnosis de la Santísima Trinidad. Pero si consideras que ciento cincuenta y tres es triangular a causa de la multiplicidad de los números que la componen, se puede descubrir en él la ciencia práctica, la natural y la teología, o la fe, la esperanza y la caridad; oro, plata y piedras preciosas.

Esto, en cuanto a los números. En cuanto a los capítulos, no desprecies su pobreza, tú que sabes acomodarte a la abundancia y a la estrechez, y que te acuerdas de Aquel que no rechazó las dos monedas de la viuda, sino que las prefirió a las riquezas de muchos otros.

Y puesto que conoces el fruto de la bondad y de la caridad, espero que guardes estos capítulos para tus verdaderos hermanos, rogándoles que oren por el enfermo para que este se cure, tome su camilla y, en adelante, camine por la gracia de Cristo, verdadero Dios nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



TEXTO
1. Si se quiere preparar un perfume de agradable olor, se mezclará, como dice la ley (Ex 30,34), igual cantidad de incienso transparente, canela, ónix y mirra. Este es el cuaternario de las virtudes. Si estas alcanzan su plena medida y equilibrio, el espíritu no será traicionado.

2. El alma purificada por la plenitud de las virtudes afianza al espíritu en una actitud inconmovible y le da la capacidad de recibir el estado que busca.

3. Si la oración es el trato íntimo del espíritu con Dios ¿en qué estado deberá hallarse el espíritu para que, establecido en una paz inalterable, vaya hacia su propio Señor y trate con Él sin ningún intermediario?

4. Si Moisés, cuando intentó acercarse a la zarza ardiente, no pudo hacerlo hasta que se quitó las sandalias de sus pies ¿cómo tú, que pretendes ver al que está por encima de todo conocimiento y sentimiento, no te desprendes de todo pensamiento perturbado por la pasión?

5. Pide ante todo recibir el don de lágrimas para ablandar, por la compunción, la rudeza de tu alma, de modo que, confesando contra ti mismo tu iniquidad al Señor, obtengas de Él, el perdón.

6. Usa de las lágrimas para tener éxito en todas tus súplicas, pues el Señor se alegra mucho cuando recibe una oración hecha con lágrimas.

7. Aunque derrames torrentes de lágrimas en tu oración, no por eso te engrías como si fueras más que los demás. Simplemente tu oración ha recibido una ayuda para que puedas confesar generosamente tus pecados y aplacar al Señor con tus lágrimas.

8. No conviertas, pues, en pasión el antídoto de las pasiones, no sea que irrites más al que te da la gracia. Muchos que lloraban sus pecados se olvidaron de la finalidad de las lágrimas y se extraviaron enloquecidos.

9. Persevera con valor en una esforzada oración, y aparta las preocupaciones y pensamientos que surjan, porque ellos te turban y te agitan para debilitar tu vigor.

10. Cuando los demonios te ven lleno de entusiasmo por la verdadera oración, te sugieren primero el pensamiento de cosas necesarias, y luego avivan su recuerdo e incitan al espíritu a que las busque. Pero como éste no las halla, entonces se entristece y descorazona. En el tiempo de la oración le representan las cosas que buscaba y su recuerdo, para que el espíritu, relajado por esta consideración, defeccione y pierda.


La oración fructuosa.
11. Pugna para que tu espíritu, en el tiempo de la oración, sea sordo y mudo. Entonces podrás orar.

12. Cuando sufras alguna prueba o contradicción, cuando te irrites, o cuando te sientas impulsado a vengarte o a replicar, acuérdate de la oración y del juicio que en ella te espera, e inmediatamente se apaciguará en ti el movimiento desordenado.

13. Todo lo que hicieres para vengarte de un hermano que te ha ofendido, se te convertirá en piedra de tropiezo en el tiempo de la oración.

14. La oración es un retoño de la mansedumbre y de la ausencia de c6iera.

15. La oración es fruto de la alegría y de la acción de gracias.

16. La oración es defensa contra la tristeza y el abatimiento.

17. Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, toma tu cruz y niégate a ti mismo, para que puedas orar sin distracción.

18. Si quieres que tu oración sea digna de alabanza, niégate a ti mismo y soporta sabiamente toda clase de males por amor a la oración.

19. Si sobrellevas sabiamente una pena, recogerás el fruto en el tiempo la oración.

20. Si quieres orar como conviene, no causes tristeza a ningún alma. De lo contrario, corres en vano.

21. Ha sido dicho: “Deja tu ofrenda delante del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano”

(Mt 5,24). Luego vendrás y orarás sin inquietud. Pues el rencor oscurece la facultad rectora del que ora y entenebrece sus oraciones.

22. Los que acumulan penas y rencores y se imaginan que oran, son como quienes sacan agua y la vierten en un barril agujereado.

23. Si eres paciente, orarás siempre con alegría.

24. Cuando ores como conviene, se te ocurrirán cosas tales que te parecerá ciertamente justo el enojarte, Pero nunca absolutamente es justa la cólera contra el prójimo, y si buscas atentamente verás que es posible solucionar el asunto sin enojarte. Usa, pues, de todos los medios para no estallar en c6lera.

25. Ten cuidado, no sea que por sanar a otro te vuelvas tú mismo un enfermo incurable y destroces tu oración.

26. Si evitas la ira, aprenderás a ser discreto, te mostrarás prudente en tus pensamientos, y serás contado entre los hombres de oración.

27. Pertrechado contra la ira, no admitirás jamás la concupiscencia. Esta es quien provee de materia a la ira, la cual perturba el ojo del espíritu y deteriora el estado de oración.

28. No ores solamente con actitudes exteriores, sino que, con gran temor, conduce tu espíritu para que sienta la oración espiritual.

29. A veces, en cuanto te pongas en oración orarás bien. Otras veces, aunque te esfuerces mucho no alcanzarás tu objeto. Esto último te sucede para que busques más y, una vez que halles, guardes inviolablemente lo que hallaste.

30. Al llegar un ángel, se alejan al instante aquellos que nos importunan, y el espíritu, gozando de una paz inalterable, ora saludablemente. A veces, por el contrario, cuando la guerra acostumbrada nos oprime, el espíritu, asediado por diversas pasiones, se debate sin poder levantar la cabeza. Sin embargo, si éste busca con insistencia, hallará, y si golpea con fuerza, se le abrirá.

31. No ores para que se realicen tus deseos, pues estos no siempre concuerdan con la voluntad de Dios. Ora, más bien, como aprendiste, diciendo: “Que tu voluntad se cumpla en mí”. Así, en todas las cosas, le pides lo que es bueno y conveniente para, tu alma, pues tú no siempre buscas esto.

32. Muchas veces he pedido en mis oraciones lo que yo estimaba que era bueno para mí, obstinándome en mi demanda y violentando neciamente ¡a voluntad de Dios, sin permitirle que me diera lo que El sabía que más me convenía. Y cuando recibía lo que había implorado, era grande mi decepción por haber pedido que se hiciera mi voluntad, pues la cosa no era como yo me imaginaba.

Equipo de redacción: "En el Desierto"