domingo, 9 de mayo de 2010



Breve reseña biográfica de San Pacomio
en el día de su memoria, 9 de Mayo

San Pacomio nació en Egipto, en Esne, en la Alta Tebaida (292- 346). Hijo de padres paganos, durante su servicio militar en el ejército romano, se convirtió al cristianismo y experimentó la llamada al desierto. Recién enrolado, conoció a unos cristianos que se dedicaban a ayudar y consolar a los reclutados contra su voluntad. Impulsado por este testimonio de caridad, se convirtió al cristianismo y prometió dedicarse a ayudar a los demás si lograba librarse del ejército. Poco después fue liberado.
Pacomio se hizo bautizar a los 23 años en Shenesit o Chenoboskion, actual Kar-es-Sayad. Durante los tres años siguientes, vivió un estilo de vida semi- eremítico, como laico, sirviendo a una comunidad.
A los 26 años, fue a golpear a la celda del ermitaño Palamón, con quien entabló este diálogo:
-“¿Qué quieres?”
-“Por favor, haz de mí un monje”.
-“Tú no puedes ser monje. El servicio de Dios no es cosa fácil. Muchos vinieron y no lo soportaron...
Mi ascesis es ruda. En verano, ayuno todos los días; en invierno, sólo como cada tres. Y por la gracia de Dios, no como más que pan y sal. Paso velando, como me lo enseñaron, la mitad de la noche, orando y meditando la Palabra de Dios; a veces, incluso toda la noche...”

-“Confío en que, con la ayuda de Dios y tus oraciones, soportaré todo lo que has dicho”, le respondió Pacomio.
Palamón, convencido de la vocación de Pacomio, lo recibió y durante siete años lo formó como su discípulo, practicando la ascesis anacorética.
Un día, en que Pacomio andaba por el desierto, dio con una aldea abandonada, Tabennesis, y mientras rezaba allí, escuchó una voz:
-“Pacomio, Pacomio, lucha, instálate aquí y construye una morada porque una muchedumbre de hombres vendrán a ti, se harán monjes a tu lado y hallarán la salvación para sus almas”.
Al volver se lo contó a su padre espiritual, quien discernió que aquella era la voz de Dios y le ayudó a construir una celda en ese lugar. Entonces Pacomio llevó una vida eremítica hasta que empezó a llegar la “muchedumbre” anunciada por la Voz, comenzando por su propio hermano mayor, Juan.
Se cuenta que un día, mientras Pacomio trabajaba, se le apareció un ángel que le dijo: “La voluntad de Dios es que te pongas al servicio de los hombres para reconciliarlos con Él”.

Hacia el año 320, fundó el primer cenobio o koinonía en Tabennesis. A éste le siguieron otros ocho, dos de ellos femeninos.
Estas comunidades se basaban en una perfecta organización de la vida comunitaria. San Pacomio supo hacer compatible el espíritu eremítico y las exigencias de una vida en común organizada.
Cada koinonía constaba de una serie de «casas» dispersas en un amplio recinto cerrado por un tapial. En cada una de estas casas, unos veinte monjes vivían con gran independencia, pues cada uno tenía su propia celda individual o para dos personas. Incluso, aunque existían una serie de servicios comunes (cocina, comedor, despensa, biblioteca, etc.), cada monje gozaba de una amplia libertad para asistir a los servicios comunes, rezos, comida, trabajo...
Cada casa tenía un responsable, prepósito o prefecto, y cada tres o cuatro casas se constituía una tribu. Al frente de toda la Comunidad se hallaba un superior ayudado por un «segundo» y un ecónomo responsable de toda la administración económica. A su vez, cada una de las koinonías vivía en dependencia de un superior general, el propio San Pacomio que, a su vez, era ayudado por un ecónomo general.
La organización del trabajo en la comunidad se reglamentaba de manera estricta, pues cada casa estaba especializada en un servicio determinado: una era la responsable de preparar las mesas de los demás, otra de los enfermos, otra de los huéspedes, etc. En cada comunidad aparecen los «semaneros» o «hebdomadarios», cada uno de los cuales era responsable de un servicio general durante una semana.
Cada koinonía se configuraba como una aldea e incluso algunas fuentes las denominan «pueblo», formada por familias agrupadas en casas. El recinto que las rodeaba era un verdadero «témenos» que marcaba esta condición de separación y apartamiento y resalta su condición de lugar sagrado, separado del mundo. Se trataba de verdaderas «repúblicas» independientes plasmadas sobre el modelo de organización de las aldeas egipcias y de la estructura administrativa romana.
La base económica de la koinonía era la tierra, a cuyo trabajo se entregaban los propios monjes. Con el tiempo, los monasterios se convertirían en grandes propietarios de tierras y en unidades económicas independientes. Como actividades y fuentes de ingresos complementarios, trabajaban también en la artesanía, fabricando todo tipo de productos. Las casas agrupaban a los miembros que ejercían un mismo oficio: tejedores, estereros, carpinteros, zapateros, bataneros, sastres, etc. El ecónomo general era el responsable de la administración de todos los fondos y de la comercialización de sus productos que no sólo alcanzaba a las aldeas y ciudades próximas, sino que llegaba incluso a Alejandría.
Los monasterios estaban integrados por gente de las ciudades y aldeas próximas en las que abundaban los desheredados, desarraigados, fugitivos...
Pacomio intentó desarrollar una labor de formación cultural y de alfabetización. El mejor exponente de este afán fue la creación de una biblioteca en cada koinonía y la insistencia en las Reglas de que todos los analfabetos aprendieran a leer. El objetivo, naturalmente, era que todos tuvieran acceso a las Escrituras. La lengua predominante era el copto, que era la del propio San Pacomio, lo que contribuyó enormemente a afirmar en el interior de Egipto la lengua, cultura y tradiciones coptas muy alejadas de las imperantes en Alejandría.
Pacomio tenía como meta formar una comunidad de almas y de bienes según la primitiva Iglesia de Jerusalén. Al decir de Paladio: “Poseyó en grado eminente el espíritu humanitario y de hospitalidad fraterna” (Historia Lausíaca c. 32). Su monaquismo era resueltamente cenobítico y no un noviciado en vistas al desierto. Sin embargo, parece excesivo atribuirle la fundación de la comunidad de vida desde sus orígenes, si bien fue su primer y gran legislador, al punto que su Regla, juntamente con las de san Basilio y san Agustín, serán las Reglas madres de todo el monaquismo posterior.
La koinonía pacomiana ha de ser entendida ante todo como una comunidad organizada, cuyo objetivo es hacer visible el misterio de la presencia de Cristo en medio de un grupo humano. Su centro son la Eucaristía y la meditación de la Sagrada Escritura. De estos dos elementos brotan todos los demás que la identifican con la comunidad apostólica primitiva: oraciones comunes, servicio comunitario, bienes en común, caridad, etc.


San Pacomio, nos llama a reflexionar.

Ciertamente el camino de la santidad no es fácil; la puerta del cielo es estrecha y la vida que proponen los santos es la del camino que conduce al cielo. “…La casa de Dios y la puerta del cielo, como dice Génesis 28, 17…” También es verdad que no son muchas las personas que optan por este camino, y menos en éstos tiempos tan controvertidos y secularizados que desean aniquilar la fe de la Iglesia. Pocas personas piensan en opciones como estas. Sería bueno escuchar el corazón y animarnos a no seguir a la mayoría indiferente, sino a esos pocos que confiados en el auxilio de Dios siguen la llamada de la puerta estrecha.
Elegir el género de vida más seguro y no el más cómodo, es la opción que proponen los santos. Nosotros, ¿en dónde nos encontramos parados?.

Equipo de redacción de “En el desierto”.