martes, 29 de mayo de 2012



PRESENTAMOS AHORA UNA CONFERENCIA DADA por el P. JUAN BAUTISTA ROMANO, Monje de la Santa Cruz y miembro de la Alianza Sacerdotal de los Amigos del Sagrado Corazón, en el Congreso Internacional del Amor Infinito, realizado en Colombia en el año 2010.
Agradecemos al P. Juan Bautista el permitirnos reproducir esta Conferencia.


SACRIFICIO DE CONSAGRACIÓN SACERDOTAL

 El sacrificio de Cristo ha ocupado el lugar de todos los sacrificios antiguos, es decir, de todas las especies de sacrificios que se ofrecían en el Antiguo Testamento. Ha cumplido plenamente lo que aquéllos querían realizar, pero no lo alcanzaban.
En cuanto a nosotros, ahora, y como punto de partida, frente a esta reflexión nos preguntamos: y, ¿qué podemos decir sobre el sacrificio sacerdotal a la luz de algunos textos de: “Al servicio de Dios Amor”, de Madre Luisa Margarita? Yo, vengo de un mundo monástico, y en lo profundo de mi alma resonó y resuena: “Comparte aquello que es característico de la vida monástica, que te es propio, tu experiencia de la Palabra de Dios, de la Lectio Divina, de tu encuentro con Cristo.” El Señor dice a Madre Luisa Margarita: “Mi Sacerdote es otro yo”… Yo les doy mi Corazón…lleno de compasión y dulzura”[1]
         Por lo tanto, Padres, Hermanos y Hermanas queridas, simplemente les compartiremos una experiencia de Lectio, hecha reflexión, como parte de esta historia de la Obra en la Argentina.
         Deseamos compartirles este largo parágrafo de “Al Servicio de Dios-Amor”: 
“He visto varias cosas referentes al amor que Nuestro Señor espera de sus sacerdotes, pero no he tenido tiempo para escribirlas.
Una vez, estando totalmente absorta y recogida en el interior de mí misma, vi primero las complacencias de amor que las tres divinas Personas de la Santísima Trinidad tienen en el sacerdote, la imagen más perfecta del Verbo Encarnado. Inefable complacencia del Padre que contempla los rasgos de su Hijo; del Hijo que se reconoce a Sí mismo; del Espíritu Santo que mira una de sus más hermosas obras maestras.
Después he visto la retribución de amor y de complacencia que la Santísima Trinidad espera, a su vez, del sacerdote.
El sacerdote no debe solamente amar a Dios como lo hacen los fieles, de una manera general; es necesario que el sacerdote tenga un sentimiento de amor particular para cada una de las divinas Personas.
Debe tener para el Padre un amor de adoración y de respeto filial, semejante al amor de Jesús para con su Padre. Para el Hijo, un amor de unión que le mantenga en relación continua con Él. Para el Espíritu Santo, un amor de docilidad, de dependencia, que continuamente recurra a Él."[2]
         Viniendo del mundo de la Lectio Divina, como les dije, intentaré ser eco de la Palabra de Dios y de mi experiencia eclesial.
         Quiero iniciar citando a San Juan, en el capítulo 15, 5 de su evangelio, en donde Jesús, el Hijo del Padre, nos dice: “Sin mí no pueden hacer nada”. Nosotros, como presbíteros, como sacerdotes, participamos por nuestro ministerio en el ministerio de Jesucristo y por esto no podemos ni debemos olvidar estas palabras. Nuestro ministerio lo podemos desarrollar sólo unidos a Jesús. No es suficiente la capacidad y la formación intelectual, o nuestros cansancios apostólicos para ser enviados, apóstoloi de Jesús, como Él es el enviado del Padre (cf. Jn 13, 20); es absolutamente necesario que nosotros vivamos con Él (cf. Mc. 3 14), como pastores que participamos de la única misión del Hijo. No tenemos nada propio, en este ministerio, todo es don gratuito para ser dado gratuitamente. También a Madre Luisa Margarita dice el Señor: “El sacerdote es mucho más que un servidor mío, por participar de mi Sacerdocio recibe una especial igualad conmigo, se convierte en el hijo muy amado de mi Padre”[3]
         Y en este contexto, y después de un año en el que hemos vivido de manera particular, el ministerio de los sacerdotes, por el Año Sacerdotal promovido por el Santo Padre Benedicto XVI, creo que hablar de una espiritualidad presbiteral, no es otra cosa que hablar de una vida, la nuestra, vivida en el ministerio eclesial que se funda en el bautismo y se alimenta de la Palabra de Dios y de los sacramentos, recibidos y ofrecidos, ya que es en el ejercicio de nuestro ministerio en donde se produce el crecimiento en la fe que nos alimenta, y en la donación que nos hace
generosos; en el anuncio de la Palabra que nos nutre, al tiempo que nos envía, y finalmente en la celebración de la Eucaristía que nos adentra más profundamente en el misterio pascual del Hijo de Dios, dándonos la gracia de la reconciliación, y celebrándola sacramentalmente, celebramos y gustamos la misericordia de Dios, sea escuchando a nuestros hermanos y hermanas, llevando en nuestros corazones sus heridas, experimentando que somos sanados, sanando; y perdonados en el perdón que ofrecemos y que recibimos. En definitiva, viviendo como buenos pastores somos pastoreados. El Papa nos decía al dar inicio al Año Sacerdotal: “Este año deseo contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo. ‘El Sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús’, repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars, nos dice el Papa. Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de ‘amigos de Cristo’, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él?” Veamos cómo todo esto tiene para nosotros, que vivimos bajo el impulso espiritual de Madre Luisa Margarita, un eco muy particular. Es central en la espiritualidad de la Madre, el Corazón de Jesús, como lo era para el santo Cura de Ars y así lo tomó el Santo Padre.
         Nosotros como presbíteros, sabemos que somos cristianos llamados por el Señor y puestos por el Espíritu Santo para presidir a la comunidad, presidiendo en el servicio del anuncio de la Palabra, la liturgia Eucarística y el cuidado de las almas. El presbítero preside en el discernimiento que lo impulsa a servir como el Buen Pastor, bello y bueno ( ho poimèn ho kalós) como dice san Jn 10, 11, como aquel que está dispuesto a dar la vida por sus hermanos y hermanas (cf Jn 10, 11), como aquel que camina delante de la comunidad peregrina (cf Jn 10, 14). Pastor de la comunidad, siervo de la comunión y discípulo del Maestro Jesús junto a sus hermanos para los que ha de ser guía, siendo el guiado por el Espíritu Santo (cf Hech 20, 28), no puede haber verdadero sacerdocio, decía Juan Pablo II, sino hay intimidad con Cristo Jesús y nosotros podemos agregar que la caridad de Cristo nos impulsa a una fidelidad mayor que hace de nosotros Sacerdotes según su corazón, corazón de Hijo del Padre Celeste y Hermano de todos los hijos. Esta es la gracia que nos comunica Cristo y que junto a san Pablo en la segunda carta a Timoteo nos llama a: “Te aconsejo que reavives el don de Dios que te fue dado cuando te impuse las manos” 2 Tm 1,6 y en 1 Tm 4, 14 nos dice: “No hagas estéril el don que posees y que te fue conferido”. Y este ministerio, vivido junto a otros hermanos sacerdotes, se renueva y florece sólo si lo vivimos “en relación” con los otros sacerdotes y con el obispo, en diálogo con todos.
         Sí, hermanos, el don que de Dios hemos recibido en la ordenación sacerdotal, no disminuye por nuestros límites, por el contrario nos impulsa a ser y a darnos como el buen pastor, por esto es importante recurrir a la Palabra y a los sacramentos que nos reavivan el don del Espíritu. Hemos de contemplar en nuestros hermanos sacerdotes este misterio que nos recuerda cuán grande es el don que tenemos entre manos, sea el de la propia ordenación como el de la comunión fraterna, sólo así evitaremos ser escándalo para el pueblo fiel y simple, y ya sabemos lo que dice Jesús en el evangelio sobre aquellos que escandalicen al los simples.
        
                                                                                             Equipo de redacción: "En el Desierto"

[1]Cf Al Servicio de Dios – Amor, pp. 223 y 234.
[2] Cf Id. Pp. 281-282. Par 1.
[3]Cf Id. P. 227