lunes, 12 de diciembre de 2011

Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate

Centurias sobre la Caridad

primera centuria
23
Quien ama a Dios, ama ciertamente también al prójimo. Ése no puede conservar riquezas, sino que las administra de modo digno de Dios, ofreciéndolas a cada uno de los que las necesitan.

24
Quien hace la limosna a imitación de Dios, no conoce distinción entre malo y bueno o entre justo e injusto en las cosas necesarias al cuerpo, sino que distribuye a todos por igual según la necesidad, aún si por una buena elección prefiere el virtuoso al malo.

25
Como Dios, que es por naturaleza bueno e imperturbable, ama de igual modo a todos los hombres como obras suyas, pero glorifica al virtuoso[1], porque Le está unido íntimamente también con la voluntad, y por bondad tiene compasión del malo y en esta vida lo convierte corrigiéndolo; así también quien es por voluntad bueno e impasible ama por igual a todos los hombres: al virtuoso, por naturaleza (humana) y por la buena elección; al malo, por naturaleza (humana) y por compasión, teniendo piedad de él como de quien es insensato y anda en tinieblas.

26 
La disposición de la caridad se manifiesta no sólo mediante la distribución de riquezas, sino mucho más mediante la distribución de la palabra de Dios y el servicio corporal (diakonía).

27
Quien ha renunciado sinceramente a las cosas del mundo y sirve -no hipócritamente- al prójimo por la caridad, se libra rápidamente de toda pasión y es constituido partícipe de la caridad y de las ciencia divinas.

28
Quien ha adquirido en sí la divina caridad, no se cansa de seguir tras el Señor su Dios, según el divino Jeremías[2], sino que soporta con coraje toda fatiga, ultraje y violencia, no pensando generalmente mal de nadie.

29
Cuando recibas violencia de parte de cualquiera o seas ultrajado en cualquier cosa, entonces guárdate de los pensamientos de ira, para que éstos, separándote de la caridad por medio de la tristeza, no te sitúen en la región del odio.

30
Cuando sufras intensamente por una injuria o una deshonra, reconoce que te es de gran provecho, porque mediante la deshonra es expulsada de ti providencialmente la vanagloria.

31
Como la memoria del fuego no calienta el cuerpo, así la fe sin la caridad no obra la iluminación del conocimiento en el alma.

32
Como la luz del sol atrae a sí al ojo sano, así también el conocimiento de Dios atrae a Sí naturalmente al nous puro, mediante la caridad.

33
Es puro el nous que, habiendo sido separado de la ignorancia, es iluminado por la luz divina.

34
Es pura el alma que ha sido liberada de las pasiones y es alegrada continuamente por la caridad divina.

35
La pasión es el movimiento reprochable del alma contra la naturaleza.

36
La imperturbabilidad es el estado pacífico del alma, por el cual ésta llega a ser difícilmente excitable hacia el mal[3].

37
Quien por el empeño ha adquirido los frutos de la caridad, no se aparta de ésta aún si sufriese innumerables males. Y que te persuada Esteban, el discípulo de Cristo y sus seguidores, y Él mismo, que ora por sus asesinos y pide al Padre perdón por ellos como por aquellos que no saben[4].

38
Si es propio de la caridad el ser longánimo y hacer el bien[5], quien se irrita y obra el mal se hace claramente extraño a la caridad; y quien es extraño a la caridad es extraño a Dios, porque Dios es caridad[6].

39
No digáis, -afirma el divino Jeremías[7]-: Es el templo del Señor. Y tú no digas: La sola fe en nuestro Señor Jesucristo me puede salvar. Esto es imposible, si no adquieres también el amor a Él mediante las obras. En cuanto al solo creer, también los demonios creen y tiemblan[8]

40
Obras de caridad son el hacer el bien al prójimo por buena disposición, la longanimidad, la paciencia y el uso de todas las cosas con recta intención.

41
El que ama a Dios no se entristece ni entristece a nadie por cosas temporales; en cambio se entristece y entristece por una tristeza salvífica, por la cual el bienaventurado Pablo se entristeció y entristeció a los Corintios[9].

42
Quien ama a Dios vive una vida angélica sobre la tierra ayunando, velando, salmodiando, orando y pensando siempre el bien de todo hombre.

43
Si uno desea cualquier cosa, lucha para obtenerla; de todas las cosas buenas y deseables es incomparablemente más bueno y más deseable lo divino. ¡Cuánto empeño debemos mostrar para conseguir esto, lo que es bueno y deseable por naturaleza.

44
No ensucies tu carne en acciones vergonzosas y no manches tu alma en malos pensamientos, y la paz de Dios descenderá sobre ti, trayendo la caridad.

45
Macera tu carne con la abstinencia y la vigilia y conságrate sin pereza a la salmodia y a la oración, y la santidad de la continencia descenderá sobre ti, trayendo la caridad.

46
Quien ha sido hecho digno del conocimiento divino y ha obtenido su iluminación por medio de la caridad, no se dejará inflar por el espíritu de la vanagloria; quien, en cambio aún no ha sido hecho digno, es agitado fácilmente por aquel. Pero si éste mira a Dios en todas sus acciones, como haciendo todo por Él, la evitará fácilmente con la ayuda de Dios.

47
Quien aún no ha obtenido el conocimiento divino que obra mediante la caridad, piensa grandes cosas de las acciones que realiza según Dios. Quien, en cambio, fue hecho digno de tenerlo, dice con convicción las palabras del patriarca Abraham, aquellas que pronunció cuando fue hecho digno de la divina manifestación: Yo soy tierra y ceniza[10].

48
Quien teme al Señor tiene siempre por compañía a la humildad y, mediante sus sugerencias, llega a la caridad y al agradecimiento a Dios. Recuerda su precedente conducta mundana y las diversas caídas y  las tentaciones acaecidas desde la juventud y cómo el Señor lo arrancó de todas aquellas cosas y lo hizo pasar de la vida viciosa a la vida divina. Y junto con el temor recibe también la caridad, dando siempre gracias con mucha humildad al Benefactor y Guía de nuestra vida.
Continuará…
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate" 


Notas:
[1] El texto crítico aportado por Ceresa-Gastaldo dice enáteron. Seguramente debería decir enáreton.
[2] Cf. Jr  17, 16.
[3] Véase la semejanza de esta definición con la que Evagrio hace de la virtud en Kephalaia Gnostica VI, 21: “la virtud es el estado del alma racional, en el cual ella difícilmente es puesta en movimiento hacia el mal”. Les six Centuries des Kephalia gnostica, ed. crit. y trad. de A. Guillaumont. Patrologia Orientalis 28. París 1958, p. 225.
[4] Cf. Hch  7, 59- 60 y Lc 23, 34.
[5] Cf. 1 Co 13, 4
[6] Cf. 1 Jn  4, 8.
[7] Jr  7, 4.
[8] St  2, 19.
[9] Cf. 2 Co  7, 8ss.
[10] Gn  18, 27.