miércoles, 4 de mayo de 2011

Queremos proponerles para los próximos días tomar contacto con un tema de suma importancia, y por muchos aspectos casi abandonado de la reflexión cristiana en muchos ambientes.

Dialogaremos con

Padre Simeón sobre el demonio.

¿PADRE, QUE NOS PUEDE DECIR SOBRE EL DEMONIO SEGÚN LO PRESENTA EL MAGISTERIO DE IGLESIA CATÓLICA Y LA TRADICIÓN BÍBLICA?

*Primera Parte

Comenzaré introduciendo el tema para plantear mi objetivo al abordar éste argumento.

En esta breve exposición no pretendo agotar un tema tan vasto y amplio como el que nos empeña, pero sí presentar una propuesta compendiada de datos objetivos sobre la existencia y naturaleza del diablo, sin eludir algunas de las principales manifestaciones de la acción diabólica, ciertamente hablamos de datos objetivos.

No obstante debo decirles que vengo ustedes a compartirles una lectura que he realizado sobre el argumento, no soy un demonólogo ni un gran experto, simplemente el tema me interesa, diré más me preocupa desde el punto de vista de la falta de información y formación que se ofrece al pueblo de Dios que peregrina entre dudas y certezas.

Me explico: sí dudas, las dudas que siembran quienes desde la más grande de las indiferencias laicas, dicen y afirman que no existe un tal personaje llamado diablo y entre las certezas de un sin número de situaciones que realmente nos hablan de un tal personaje como el que hemos mencionado.

Por esto podemos afirmar que de la misma manera que no sirven las afirmaciones carentes de fundamento serio, tampoco son aceptables las negaciones gratuitas, aunque estén de moda.

A propósito de tales negaciones cabría recordar la frase de Goethe: “El vulgo no se da cuenta del diablo ni siquiera cuando éste lo ha tomado por el cuello”. Al fin y al cabo, como decía Baudelaire, “el mayor éxito del diablo es persuadirnos de que no existe”.

Esta persuasión es lógica para quienes profesen el ateísmo. Si Dios desaparece del horizonte del pensamiento o de las aspiraciones supremas del hombre, es natural que se esfume también la idea del diablo, quien, como veremos, intenta apartarnos de Dios. Si fuera cierto que “Dios ha muerto”, como algunos han afirmado con blasfema petulancia, habría que matar, por incoherente, la idea del diablo. También se explica que nieguen la existencia del diablo aquellos que, aunque no se proclamen ateos e incluso se digan teólogos, están exclusivamente preocupados por encontrar soluciones intramundanas, ajenas a toda trascendencia; intentan explicar la revelación divina como una proyección del espíritu humano, sirviéndose para ello de métodos exegéticos basados en apriorismos racionalistas, que les permitan aplicar sin trabas las teorías subjetivistas según los gustos del momento. Por supuesto, esto está, a mi pobre juicio, al margen del Magisterio de la Iglesia o lo relativizan a su antojo. Pero así como el sol no deja de lucir porque yo cierre la ventana, así la realidad objetiva está ahí, independientemente de toda artificiosa negación. Y como vemos esta no es una mera postura, “pasada de moda”, perteneciente a la década de los setenta, sino una acuciante y exigente realidad.

El MAGISTERIO DE LA IGLESIA NOS DICE:

Según Pablo VI (15 de noviembre de 1972), “se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niegue a reconocer su existencia (la del diablo); o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquiera otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias”[1]. Afirmaciones tan rotundas no se hacen por casualidad; están avaladas por un amplio magisterio anterior, basado en las fuentes de la revelación.

En efecto, muchos símbolos de fe de la Iglesia primitiva solían comenzar así: “Creemos en un solo Dios, creador de todo, de los seres visibles y de los invisibles”. El Magisterio posterior aclarará que esas creaturas invisibles son los ángeles, algunos de los cuales pecaron y, por su culpa, se hicieron malos. Así, el Concilio IV de Letrán (1215) dirá: “El diablo y demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos en cuanto a su naturaleza, mas ellos por sí mismos se hicieron malos” (DS[2] 800). Esta puntualización, así como otras similares, de fecha anterior y posterior, no es sino una exposición actualizada de aquel primitivo símbolo de la fe.

No se define la existencia del diablo: se la da por supuesta, como la de cualquier otra criatura. El Magisterio puede intervenir con definiciones dogmáticas cuando algunos niegan verdades reveladas por Dios. No era éste el caso: ni en la antigüedad ni en la Edad Media se niega la existencia del diablo. Los errores surgen, a veces, al explicar la naturaleza y atribuciones del mismo. Entonces la Iglesia puntualiza cuestiones fundamentales relativas al origen, naturaleza espiritual, pecado, condenación eterna y actividad maléfica del diablo, sin entrar en otros pormenores. La persuasión general de que el diablo existe no tiene fisuras hasta fechas relativamente recientes. Veamos algunos ejemplos de la enseñanza de la Iglesia:

· El sínodo Constantinopolitano del año 543 publicó un edicto contra algunos discípulos de Orígenes, en el que se afirma que el castigo de los demonios es eterno, jamás terminará y no habrá lugar a la “reintegración” de los mismos (cf. DS 411).

· El concilio de Braga (a. 561): “Si alguno dice que el diablo no fue primero un ángel bueno hecho por Dios y que su naturaleza no fue obra de Dios, sino que dice que emergió del caos y de las tinieblas y que no tiene autor alguno de sí, sino que él mismo es el principio y la sustancia del mal, como dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema. Si alguno cree que el diablo ha hecho en el mundo algunas criaturas y que por su propia autoridad sigue produciendo los truenos, los rayos, las tormentas y las sequías, como dijo Prisciliano, sea anatema” (DS 457-458)

· El Concilio de Sens (1140) proscribió, entre otros errores de Pedro Abelardo, la tesis de que el diablo sugestiona mediante determinadas piedras y hierbas (cf. DS 736).

· En la profesión de fe propuesta a Durando de Huesca y a sus compañeros valdenses (a. 1208) se dice: “Creemos que el diablo se hizo malo no por creación, sino por albedrío” (DS 797).

· El concilio de Florencia, en su decreto para los jacobitas (a. 1442): “Firmemente cree, profesa y enseña que nadie concebido de hombre y de mujer fue jamás librado del domino del diablo sino por la fe en el Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, Señor nuestro”(DS 1347).

· El concilio de Trento afirma en el decreto de la justificación (a. 1547) que los hombres, tras el pecado original, “estaban bajo el poder del diablo y de la muerte” (DS 1521). Al hablar de la perseverancia, advierte que, después de la justificación, “aún les aguarda la lucha... con el diablo” (DS 1541). Los que pecan después del bautismo se entregan “a la servidumbre del pecado y al poder del demonio” (DS 1668). A propósito de la unción de los enfermos (a. 1551), refiriéndose al diablo, dice “aunque nuestro adversario, durante toda la vida, busca y aprovecha ocasiones para poder de un modo u otro devorar nuestras almas (cf. 1 Pe 5, 8), ningún tiempo hay, sin embargo, en que con más vehemencia intensifique toda la fuerza de su astucia para perdernos totalmente y apartarnos, si pudiera, de la confianza de la misericordia divina, como el ver que es inminente el término de nuestra vida” (DS 1694). Gracias a este sacramento, el enfermo “resiste mejor las tentaciones del demonio” (DS 1696).

· Inocencio XI, al condenar los errores de Miguel de Molinos (a. 1687), afirma indirectamente que Dios no permite ni quiere que el diablo violente de tal manera al hombre, que éste no sea responsable de algunos actos pecaminosos (cf. DS 2241- 2253; cf. 2192).

· León XIII, mediante decreto del Santo Oficio (a. 1887), proscribió, entre otros errores de Rosmini, su intento de explicar el dominio del diablo sobre el hombre tras el pecado original. La proposición condenada es esta: “como los demonios poseían el fruto, pensaron que, si el hombre comía de él, ellos entrarían en el hombre; porque convertido aquel alimento en el cuerpo vivo del hombre, podrían entrar libremente en su animalidad, esto es, en la vida subjetiva de este ente y así disponer de él como se habían propuesto” (DS 3233).

· Pío XII, en la encíclica Humani generis (a. 1950), censura la actitud de algunos que se planteaban “La cuestión de si los ángeles (y, por tanto, también el diablo) son criaturas personales” (DS 3891).

· El concilio Vaticano II afirma que “el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás” (SC 6); que el Padre envió a su Hijo “a fin de arrancar por él a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás” (AG 3); y que, en efecto, “Cristo derroca el imperio del diablo” (AG 9). Aludiendo a Ef 6, 11- 13, habla de las “asechanzas del diablo” (LG 48).

· Pablo VI se refirió en varias ocasiones a la existencia y a la actividad maléfica del diablo. En su homilía del 29 de junio de 1972, pronunció la conocida frase: “A través de alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”[3]. Y el 15 de noviembre del mismo año hablaba así del diablo: “Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos también que este ser oscuro y perturbador existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra errores e infortunios en la historia humana... Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica o de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro actuar, para introducir en él desviaciones, muchos más nocivas porque en apariencia son conformes a nuestras estructuras físicas o psíquicas, o a nuestras instintivas y profundas aspiraciones”[4]. Y añadía: “Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa contra la verdad evidente, donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde...; donde el espíritu del Evangelio es mixtificado y desmentido; donde se afirma la desesperación como la última palabra”[5].

Resumen: a) Estos documentos, de índole dispar, convienen en dar por supuesta la existencia del diablo como ser personal. Se trata de un dato de fe. Como escribe K. Rahner, el diablo “no puede ser entendido como una mera personificación mitológica del mal en el mundo, o sea, la existencia del diablo no puede discutirse” (Sacramentum mundi II 249).

b) El diablo depende radicalmente de Dios creador: fue creado por Dios y, por tanto, fue creado bueno. La maldad del diablo se debe a que pecó. Se apartó libremente de Dios y quedó condenado para siempre.

c) Por permisión divina actúa con astucia, induciendo al hombre al mal, aunque no puede anular la libertad humana. El hombre, al pecar, cae bajo su dominio maléfico.

d) Cristo Redentor nos libera del dominio del diablo.

Equipo de redacción: "En el Desierto"


[1] PABLO VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios 1972 (Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 1973) p184

[2] La sigla DS se refiere a la obra Enchiridon Symbolorum, Definitionum et Declarationum de rebus fidei et morum, editada por H. Denzinger y Schönmetzer. Traducción española: Enchiridon Symbolorum. El Magisterio de la Iglesia (Herder, Barcelona 1976).

[3] “Ecclesia” 32 [1972] 969.

[4] Ibid., p. 186

[5] Ibid.