martes, 31 de agosto de 2010

Continuamos con la propuesta que los Monjes de la Santa Cruz ofrecen a los jóvenes que inician su Escuela de Comunión. (Segunda Parte)


d) - Modelos de la vida monástica:

Mas bien que recurrir a nociones abstractas, los antiguos monjes prefirieron utilizar, para expresar el ideal según el cual vivían, imágenes que rápidamente se hicieron tradicionales, y que contienen toda una teología de la vida monástica.

1 - La vida angélica. La antigüedad cristiana ha llamado a la vida monástica "vida angélica", porque está organizada con objeto de favorecer en toda la medida posible el desapego del mundo presente y la pertenencia al mundo futuro, a la ciudad de los ángeles y de los santos. La virginidad, la pobreza, la austeridad de vida del monje son a la vez el signo de la preferencia que el otorga a las realidades escatológicas, y el fruto de la nueva vida derramada en su corazón por el Espíritu Santo. La oración litúrgica y la contemplación interior son una participación en la liturgia de la ciudad celestial.

2 - Vida profética. Fijado en un estado de vida que anticipa la condición escatológica de la humanidad, y eso gracias al poder del Espíritu Santo que vive en el, el monje lleva una vida en cierta manera "profética". A los antiguos les gustó ver en los profetas del Antiguo Testamento, sobre todo en Elías y San Juan Bautista, modelos y prefigura de la vida monástica.

3 - Iglesia primitiva de Jerusalén. Bajo la inspiración del Espíritu de Pentecostés y la dirección de los Apóstoles, que habían llevado semejante vida común junto a Jesús durante los tres años de su vida publica, los cristianos de la primitiva Iglesia de Jerusalén se habían esforzado en poner integralmente en práctica las enseñanzas del Señor sobre la renuncia a los bienes de aquí abajo, en vista al Reino, y sobre la distribución que uno hace de sus posesiones a los pobres. La vida común descrita en el libro de los Hechos, era el signo del adviento de los tiempos escatológicos y las primicias de la reunión final de todos los hijos de Dios en la ciudad celestial. Para justificar su modo de vivir, los antiguos monjes solían referirse a esa "vida apostólica" que querían perpetuar en la Iglesia. Los mismos ermitaños que habían distribuido sus bienes para seguir a Cristo se hacían eco de ella.

4 - El Martirio. Para los cristianos de los tres primeros siglos, el martirio representaba la más alta perfección a la cual puede llegar un discípulo de Cristo que desea seguir a su Maestro hasta el fin. El mártir, es un "hombre del Espíritu". Experimenta la fuerza de Cristo resucitado que, en él, triunfa de Satanás y del mundo, otorgándole un amor a Dios más fuerte que todos los atractivos del mundo presente. Cuando las persecuciones llegaron a su fin, los monjes aparecieron como los sucesores de los mártires: ellos también reviven la pasión de Cristo considerada como obra de amor y como combate contra satanás. Y del mismo modo que el martirio había estado considerado como un "segundo bautismo", porque en el se realizaba plenamente la configuración con la muerte y resurrección Cristo, sacramentalmente inaugurada con el bautismo, así también la vida monástica entera fue considerada como un "segundo bautismo" por lo cual el monje se esforzaba en realizar libre y personalmente el misterio sacramental. No fue sino más tarde que ese tema se aplicó al mismo de la profesión monástica.

Ejemplo del monje en su combate ascético, el martirio lo es también en su contemplación, puesto que ella no es otra cosa sino la experiencia del amor de Cristo derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

e) - El monje y la Iglesia:

De lo que venimos diciendo podemos concluir que en la orden monástica, la iglesia se junta con los orígenes, no por un retorno arqueológico al pasado, sino por un movimiento hacia lo que hay de más profundo en ella. Allí se rehace la iglesia de los apóstoles, de los mártires y de los padres. Y a la vez allí manifiesta de modo más tangible que en cualquier otra parte, su carácter escatológico.

En la iglesia, la vida monástica no es un misterio, ni una función particular. A diferencia del estado sacerdotal y del estado matrimonial, no se funda sobre un sacramento particular. Por lo que tiene de específico, no se sitúa en el orden de los signos sacramentales, más bien en el orden de las realidades de la gracia significada por los sacramentos. Simplemente es el lugar donde todo esta organizado a fin que los medios de santificación, cuyo deposito ha recibido la iglesia, produzcan todos sus frutos de vida en el Espíritu.

Por eso es que el monaquismo se sitúa verdaderamente en el corazón de la iglesia cuyo misterio recapitula de cierta manera.

La institución monástica representa el modo de vivir que la iglesia, maestra de perfección, propone al hombre que no quiere vivir sino para desarrollar plenamente en si, por el juego de su libre consentimiento, las semillas de gracias depositadas en su corazón por la proclamación de la Palabra de Dios y la celebración de los misterios del culto. Como tal, el monacato constituye el aspecto más interior de la tradición eclesial y reviste para cada cristiano un valor de ejemplo.

Por otra parte, en la misma medida que el empleo de esos medios de santificación ha producido sus frutos en el monje, gracias a su oración y a su santa vida, goza, como todos los amigos de Dios, de un poder de intercesión poderosísimo, que constituye como un sacerdocio espiritual. A la vez, el monje santo y el monasterio donde vive, ejercen, por la irradiación de la belleza espiritual que emana de ellos, un atractivo poderoso sobre las almas, y contribuyen a introducirlas en el misterio del Reino de Dios, cuya presencia secreta en la tierra ellos manifiestan.

Equipo de redacción “En el Desierto”