jueves, 16 de diciembre de 2010

TRATADO DE LA ORACIÓN

III PARTE

81. Sabe que los santos ángeles nos inducen a orar y permanecen a nuestro lado alegres y orando con nosotros. Pero si somos negligentes y aceptamos pensamientos del enemigo, los irritamos mucho. Efectivamente, mientras ellos luchan a favor nuestro, nosotros no queremos siquiera suplicar a Dios por nosotros mismos, y despreciando su servicio, abandonamos a Dios, su Señor, para acudir al encuentro de los impuros demonios.

82. Ora con mansedumbre y sin ansiedad; salmodia con inteligencia y armonía, y serás como el aguilucho que vuela en las alturas.

83. La salmodia calma las pasiones y apacigua la intemperancia del cuerpo. La oración, en cambio, hace que el espíritu se ejercite en la actividad que le es propia.

84. La oración es la actividad que, ciertamente, conviene más a la dignidad del espíritu, donde éste ejercita distintamente su discernimiento.

85. La salmodia es la imagen de la sabiduría multiforme, La oración, en cambio, es el preludio de la gnosis inmaterial y simple.

86. La gnosis es algo excelente. Colabora con la oración moviendo la potencia intelectual del espíritu a la contemplación de la ciencia divina.

87. Si aún no has recibido el carisma de la oración o de la salmodia, persevera y lo recibirás.

88. El Señor enseñó a sus discípulos una parábola que mostraba que debían orar siempre sin cansarse. No te canses, pues, de esperar, ni te descorazones por no haber recibido: ya recibirás luego. La parábola concluía así: “Aunque yo no temo a Dios ni me importan los hombres, sólo por librarme del fastidio que me causa esta mujer, le haré justicia” (Lc 18, 4-5). Así Dios hará pronto justicia a los que lo invocan noche y día. Ten, pues, buen ánimo y persevera en la santa oración.

89. No desees que tus cosas sucedan como a ti te guste sino como quiera Dios.

Entonces tu oración estará llena de paz y de acción de gracias.

90. Aunque te parezca que estás unido a Dios, ten cuidado del demonio de la impureza que es muy falaz y el más envidioso de todos. Él trata de ser más rápido que el movimiento y la vigilancia de tu espíritu para poder apartarlo de Dios cua.ldo está en su presencia con devoción y temor.

91. Si te entregas a la oración, prepárate para los asaltos de los demonios, y soporta valientemente sus golpes, Ellos se arrojarán sobre ti como bestias salvajes y maltratarán todo tu cuerpo.

92. Prepárate como un luchador experimentado. Aunque veas de pronto un fantasma, no te conmuevas; si se te aparece una espada amenazante, o un resplandor ofusca tu vista, no tiembles; si ves una figura horrible y sanguinolenta, no desfallezca tu alma. Permanece firme en la confesión de tu santa fe y dominarás fácilmente a tus enemigos.

93. El que soporta la aflicción hallará la alegría, y al que sobrelleva lo desagradable no le faltará el gozo.

94. Vigila para que los demonios no te engañen con alguna visión. Sé prudente y recurre a la oración. Invoca a Dios para que te haga ver si lo que percibes viene de El, y, si no es así, para que El arroje pronto de ti al seductor. Ten confianza; si te diriges a Dios con ardor, los perros no podrán resistir. Pronto, invisiblemente y en secreto serán expulsados lejos, castigados por el poder de Dios.

95. Es bueno que no desconozcas esta artimaña: a veces, los demonios se separan entre ellos, y cuando tú pides ayuda contra unos, entran los otros con aspecto angélico y echan a los primeros. Lo hacen para engañarle y hacerte creer que son verdaderos santos ángeles.

96. Esfuérzate por tener una gran humildad, y las amenazas de los demonios no llegarán hasta tu alma, ni el flagelo se acercará a tu tienda. El dará órdenes a sus ángeles para que te guarden y aparten invisiblemente de ti todas las maquinaciones hostiles.

97. Quien se esfuerza por alcanzar la oración pura, aunque oiga ruidos, estrépitos, voces e insultos, no se abatirá ni se rendirá, sino que le dirá al Señor: “No temeré ningún mal porque tú estás conmigo”, y cosas semejantes.

98. En los momentos de tales tentaciones recurre a una oración breve e intensa.

99. Si los demonios, apareciéndose de improviso en el aire, te amenazan para aterrarte y asolar tu espíritu o, bajo la apariencia de fieras, parecen querer destrozar tu carne, no temas nada ni te preocupes de sus amenazas. Ellos te quieren atemorizar a ver si los atiendes o si los desprecias del todo.

100. Si en tu oración estás ante Dios todopoderoso. Creador y Providente ¿cómo estás en su presencia olvidándote locamente de su temor soberano y temiendo, en cambio, a los mosquitos y escarabajos? ¿No oíste a Aquel que dijo: “Tú temerás al Señor tu Dios” (Deut 10, 20), y también “Ante tu poder todo se estremece y tiembla” (cf. Joel 2, 10-11 y Eclo16, 19)?

101. Como el pan es alimento para el cuerpo, la virtud lo es para el alma, y la oración inmaterial (espiritual) para el espíritu.

102. No ores como el fariseo sino como el publicano, en el lugar sagrado de la oración, para que tú también seas justificado por el Señor.

103. Esfuérzate en tu oración para no desear nunca mal a nadie, no sea que, haciendo abominable tu oración, destruyas lo que edificas.

104. El deudor que debía diez mil talentos te enseña que si tú no perdonas al que te debe, tampoco alcanzarás el perdón, pues escrito está que aquel fue entregado a los verdugos.

105. No hagas caso de las exigencias del cuerpo cuando estés orando, no sea que por la picadura de un piojo, de una pulga, de un mosquito o de una mosca pierdas el grandísimo provecho de la oración.

106. Llegó hasta nosotros la noticia de que el maligno combatía tanto a cierto santo que, cuando éste extendía las manos, el enemigo, transformándose, en león e irguiéndose sobre las patas traseras, clavaba las garras en las mejillas del atleta, sin soltarlo hasta que bajara las manos. Pero él nunca las bajó hasta terminar las oraciones acostumbradas.

107. Sabemos que así era también Juan el pequeño, o por decirlo mejor ese muy gran monje que llevaba vida solitaria en una fosa. Gracias a su íntima unión con Dios, permanecía inconmovible mientras el demonio, bajo la forma de un dragón enroscado en su cuerpo, le trituraba las carnes y eructaba en su rostro. 1

108. Seguramente habrás leído en la vida de los monjes de Tabenisi, aquel pasaje donde se narra que dos víboras se acercaron un día a los pies del abad Teodoro mientras éste estaba hablando a los hermanos. Sin inmutarse les hizo un lugar entre los pies para alojarías allí hasta el fin de la conferencia. Recién entonces se las mostró a los hermanos y les cont6 lo sucedido.

109. También hemos leído que una víbora se enroscó en los pies de otro varón espiritual mientras éste oraba. Pero él no bajó los brazos hasta terminar la oración habitual, a pesar de lo cual no sufrió ningún daño por haber amado más a Dios que a sí mismo.

110. Mantén quieta tu mirada durante la oración. Renuncia a tu carne y a tu alma y vive según el espíritu.

111. Un santo solitario del desierto, mientras oraba con gran fortaleza, fue asaltado por los demonios. Estos, durante dos semanas jugaron a la pelota con él arrojándolo al aire y recibiéndolo en una estera. Pero en modo alguno pudieron apartar su espíritu de su ferviente oración.

112. Otro, lleno de amor de Dios y de celo por la oración, iba por el desierto cuando se le aparecieron dos ángeles que se pusieron a ambos lados y caminaban junto a él. Pero él no se preocupó de atenderlos para no perder lo que era más importante, acordándose de las palabras del Apóstol: “Ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades podrán separarnos de la caridad de Cristo” (Rom 8, 38-39).

113. El monje, por la verdadera oración, se vuelve igual a los ángeles.

114. Si quieres ver el rostro del Padre que está en los cielos, no trates en modo alguno de percibir alguna forma o figura en el tiempo de la oración.

115. No desees ver sensiblemente a los ángeles o a las potestades o a Cristo, no sea que pierdas totalmente el juicio y recibas al lobo en lugar del pastor, y adores a los demonios enemigos.

116. Esta ilusión nace de la vanagloria espiritual, la cual incita al espíritu a imaginar la divinidad limitada bajo formas o figuras.

117. Dirá algo que pienso y que ya se lo he dicho a los jóvenes: Feliz el espíritu que en el tiempo de la oración consigue una total ausencia de formas.

118. Feliz el espíritu que, orando sin distracción, crece siempre más en el deseo de Dios.

119. Feliz el espíritu que en el tiempo de la oración se vuelve inmaterial y pobre.

120. Feliz el espíritu que en el tiempo de la oración llega a despojarse de todo lo sensible.

121. Feliz el monje que se considera el desecho de todos.

122. Feliz el monje que, con gran alegría, ve la salvación y progreso de todos como suyos propios.

123. Feliz el monje que tiene a todos por Dios, después de Dios.

124. Monje es aquel que está separado de todos y unido a todos.

125. Monje es aquel que se considera unido a todos porque se ve siempre a sí mismo en cada uno de los hombres.

126. Aquel que ofrece a Dios el fruto de las primicias de su espíritu, lleva la oración a la perfección.

127. Puesto que eres monje y deseas orar, evita toda falsedad y todo juramento; si no, en vano aparentas lo que eres.

128. Si quieres orar con el espíritu, no le pidas nada a la carne, y ninguna nube se te opondrá en el tiempo de la oración.

129. Deja en las manos de Dios el cuidado de tu cuerpo, y así le mostrarás que le confías también el cuidado de tu espíritu.

Equipo de redacción: "En el Desierto"