Textos de San Máximo
El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Centurias
sobre la Caridad
primera centuria
23
Quien ama a Dios, ama
ciertamente también al prójimo. Ése no puede conservar riquezas, sino que las
administra de modo digno de Dios, ofreciéndolas a cada uno de los que las
necesitan.
24
Quien hace la limosna a
imitación de Dios, no conoce distinción entre malo y bueno o entre justo e
injusto en las cosas necesarias al cuerpo, sino que distribuye a todos por
igual según la necesidad, aún si por una buena elección prefiere el virtuoso al
malo.
25
Como Dios, que es por
naturaleza bueno e imperturbable, ama de igual modo a todos los hombres como
obras suyas, pero glorifica al virtuoso[1],
porque Le está unido íntimamente también con la voluntad, y por bondad tiene
compasión del malo y en esta vida lo convierte corrigiéndolo; así también quien
es por voluntad bueno e impasible ama por igual a todos los hombres: al
virtuoso, por naturaleza (humana) y por la buena elección; al malo, por
naturaleza (humana) y por compasión, teniendo piedad de él como de quien es
insensato y anda en tinieblas.
26
La disposición de la
caridad se manifiesta no sólo mediante la distribución de riquezas, sino mucho
más mediante la distribución de la palabra de Dios y el servicio corporal (diakonía).
27
Quien ha renunciado
sinceramente a las cosas del mundo y sirve -no hipócritamente- al prójimo por
la caridad, se libra rápidamente de toda pasión y es constituido partícipe de
la caridad y de las ciencia divinas.
28
Quien ha adquirido en
sí la divina caridad, no se cansa de seguir tras el Señor su Dios, según el
divino Jeremías[2],
sino que soporta con coraje toda fatiga, ultraje y violencia, no pensando
generalmente mal de nadie.
29
Cuando recibas
violencia de parte de cualquiera o seas ultrajado en cualquier cosa, entonces
guárdate de los pensamientos de ira, para que éstos, separándote de la caridad
por medio de la tristeza, no te sitúen en la región del odio.
30
Cuando sufras
intensamente por una injuria o una deshonra, reconoce que te es de gran
provecho, porque mediante la deshonra es expulsada de ti providencialmente la
vanagloria.
31
Como la memoria del
fuego no calienta el cuerpo, así la fe sin la caridad no obra la iluminación
del conocimiento en el alma.
32
Como la luz del sol
atrae a sí al ojo sano, así también el conocimiento de Dios atrae a Sí
naturalmente al nous puro, mediante
la caridad.
33
Es puro el nous que, habiendo sido separado de la
ignorancia, es iluminado por la luz divina.
34
Es pura el alma que ha
sido liberada de las pasiones y es alegrada continuamente por la caridad
divina.
35
La pasión es el movimiento
reprochable del alma contra la naturaleza.
36
La imperturbabilidad es
el estado pacífico del alma, por el cual ésta llega a ser difícilmente
excitable hacia el mal[3].
37
Quien por el empeño ha
adquirido los frutos de la caridad, no se aparta de ésta aún si sufriese
innumerables males. Y que te persuada Esteban, el discípulo de Cristo y sus
seguidores, y Él mismo, que ora por sus asesinos y pide al Padre perdón por
ellos como por aquellos que no saben[4].
38
Si es propio de la
caridad el ser longánimo y hacer el bien[5],
quien se irrita y obra el mal se hace claramente extraño a la caridad; y quien
es extraño a la caridad es extraño a Dios, porque Dios es caridad[6].
39
No
digáis,
-afirma el divino Jeremías[7]-: Es el templo del Señor. Y tú no digas:
La sola fe en nuestro Señor Jesucristo me puede salvar. Esto es imposible, si
no adquieres también el amor a Él mediante las obras. En cuanto al solo creer, también los demonios creen y tiemblan[8]
40
Obras de caridad son el
hacer el bien al prójimo por buena disposición, la longanimidad, la paciencia y
el uso de todas las cosas con recta intención.
41
El que ama a Dios no se
entristece ni entristece a nadie por cosas temporales; en cambio se entristece
y entristece por una tristeza salvífica, por la cual el bienaventurado Pablo se
entristeció y entristeció a los Corintios[9].
42
Quien ama a Dios vive
una vida angélica sobre la tierra ayunando, velando, salmodiando, orando y
pensando siempre el bien de todo hombre.
43
Si uno desea cualquier cosa, lucha para
obtenerla; de todas las cosas buenas y deseables es incomparablemente más bueno
y más deseable lo divino. ¡Cuánto empeño debemos mostrar para conseguir esto,
lo que es bueno y deseable por naturaleza.
44
No ensucies tu carne en
acciones vergonzosas y no manches tu alma en malos pensamientos, y la paz de
Dios descenderá sobre ti, trayendo la caridad.
45
Macera tu carne con la
abstinencia y la vigilia y conságrate sin pereza a la salmodia y a la oración,
y la santidad de la continencia descenderá sobre ti, trayendo la caridad.
46
Quien ha sido hecho
digno del conocimiento divino y ha obtenido su iluminación por medio de la
caridad, no se dejará inflar por el espíritu de la vanagloria; quien, en cambio
aún no ha sido hecho digno, es agitado fácilmente por aquel. Pero si éste mira
a Dios en todas sus acciones, como haciendo todo por Él, la evitará fácilmente
con la ayuda de Dios.
47
Quien aún no ha
obtenido el conocimiento divino que obra mediante la caridad, piensa grandes
cosas de las acciones que realiza según Dios. Quien, en cambio, fue hecho digno
de tenerlo, dice con convicción las palabras del patriarca Abraham, aquellas
que pronunció cuando fue hecho digno de la divina manifestación: Yo soy tierra y ceniza[10].
48
Quien teme al Señor
tiene siempre por compañía a la humildad y, mediante sus sugerencias, llega a
la caridad y al agradecimiento a Dios. Recuerda su precedente conducta mundana
y las diversas caídas y las tentaciones
acaecidas desde la juventud y cómo el Señor lo arrancó de todas aquellas cosas
y lo hizo pasar de la vida viciosa a la vida divina. Y junto con el temor
recibe también la caridad, dando siempre gracias con mucha humildad al
Benefactor y Guía de nuestra vida.
Continuará…
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate"
Notas:
[1] El texto crítico aportado por Ceresa-Gastaldo dice enáteron. Seguramente debería decir enáreton.
[2] Cf. Jr 17, 16.
[3] Véase la semejanza de esta definición con la que Evagrio hace de la virtud en Kephalaia Gnostica VI, 21: “la virtud es
el estado del alma racional, en el cual ella difícilmente es puesta en
movimiento hacia el mal”. Les six
Centuries des Kephalia gnostica, ed. crit. y trad. de A. Guillaumont. Patrologia
Orientalis 28. París 1958, p. 225.
[4] Cf. Hch 7, 59- 60 y Lc 23, 34.
[5] Cf. 1 Co 13, 4
[6] Cf. 1 Jn 4, 8.
[7] Jr
7, 4.
[8] St
2, 19.
[9] Cf. 2 Co 7, 8ss.
[10] Gn 18, 27.