Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Texto
21. El anciano
respondió: "Perseverar en la adversidad y soportar los males, sostenerse
hasta el fin en la tentación y no ceder en la sorpresa a la ira, ni decir
palabra insensata, ni sospechar ni pensar cosa que no convenga a un hombre
piadoso, según lo que dice la Escritura: hasta
su momento aguanta el que es longánimo, y al final se le da la alegría. Hasta su momento oculta sus palabras, y
entonces los labios de muchos proclamarán su inteligencia[1].
22.
Estos son los signos de la longanimidad, y no sólo estos sino también el
considerarse a sí mismo como causa de la tentación, es propio de la
longanimidad. Y esto es así porque
muchas veces las cosas que nos suceden, nos suceden para nuestra corrección,
sea para quitar pecados pasados, sea para corregirnos de la negligencia
presente, sea para cortar pecados futuros.
Quien se da cuenta que por una de estas cosas le viene la tentación, no
se irrita, golpeado, porque tiene conciencia de ser él mismo un pecador; no
acusa a aquél por medio de quién le viene la tentación. Sea por medio de él o
por medio de otro, de todos modos habría debido siempre beber el cáliz del
juicio divino; sino que mira a Dios y agradece al que lo ha perdonado,
acusándose a sí mismo y aceptando de grado la corrección, como lo hizo David
con Semei, y Job con su mujer. El
insensato pide muchas veces a Dios que tenga piedad de él, y no acepta la
misericordia que le viene, porque no viene como él quería sino como el médico
de las almas estimó que era conveniente. Y por esto se desanima y se turba, y
entonces combate airadamente contra los hombres, entonces blasfema contra Dios. Haciendo esto manifiesta su insensatez, y
nada recibe excepto la vara".
23.
El hermano dijo: "Has dicho bien, padre, ahora te suplico que también me
digas cómo la continencia extingue la concupiscencia".
El anciano le respondió: "porque hace
abstenerse de todas aquellas cosas que no satisfacen una necesidad, sino que
sólo producen placer, y no hace participar ninguna otra cosa salvo las
necesarias para vivir, y hace buscar, no las cosas dulces, sino las necesarias;
mide la comida y la bebida de acuerdo a la necesidad, y no permite al cuerpo
una molicie superflua y mantiene sólo la vida del cuerpo, protegiéndolo de la
turbación del impulso carnal. Así la continencia extingue la concupiscencia. El
placer y la saciedad de los alimentos y bebidas recalientan el vientre y
encienden el impulso hacia el deseo vergonzoso, y empujan al animal, todo
entero, hacia la unión ilegítima[2].
Entonces los ojos se vuelven impúdicos, y la mano sin freno, la lengua dice
cosas que acarician el oído, y la oreja acoge palabras vanas, el espíritu
desprecia a Dios, y el alma comete mentalmente al adulterio e incita al cuerpo
a la acción ilícita".
24.
El hermano dijo. "En verdad padre, es así, ahora te suplico que me enseñes
acerca de la oración, cómo apartar al nous de todos los pensamientos"
El anciano respondió: "Los pensamientos,
son pensamientos acerca de cosas; unas son sensibles y otras inteligibles.
Cuando, pues, el nous se entretiene con ellas, se llena de pensamientos, pero
la gracia de la oración une al nous con Dios y, unido con Dios, se aparta de todo
pensamiento. Entonces el nous desnudo, conversando con Dios, se vuelve deiforme[3].
Y hecho tal, pide a Dios lo que es conveniente, y su súplica no deja jamás de
ser escuchada. Por eso el apóstol manda
orar intensamente[4],
para que uniendo la mente continuamente a Dios, podamos librarnos, poco a poco,
de la afección a las cosas materiales".
25.
El hermano dijo: "¿Y cómo puede orar incesantemente[5] el
nous, pues cuando nos consagramos a la salmodia o a la lectura, cuando nos
encontramos o cuando servimos, nos dispersamos en muchos pensamientos e
imágenes?"
El anciano respondió:"La divina
Escritura no manda nada imposible. El mismo apóstol, salmodiaba, leía, servía y
oraba incesantemente. Incesante es la oración que conserva al nous unido a Dios
con gran respeto y deseo de estar siempre adherido a Él y de pender siempre de
Él por medio de la esperanza; y tener confianza en Él en todas las cosas, en
todas las obras y en todo lo que nos sucede.
En tal situación el apóstol decía: ¿Quién
nos separará del Amor de Cristo?, ¿la traición?, ¿la angustia?, y lo que
sigue[6]. Y un poco después: estoy convencido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles[7]y
también atribulados en todo, pero no
aplastados: perplejos, pero no desesperados, perseguidos pero no abandonados,
derribados pero no aniquilados. Llevamos
siempre en nuestros cuerpos, por todas las partes el morir de Cristo, a fin de
que también la vida de Cristo se manifieste en nuestra carne mortal[8].
26.
En tal condición el apóstol oraba incesantemente: en todas las obras, como ha
dicho, y en todo lo que sucede pendía de la esperanza de Dios. Por eso los
santos se alegraban siempre en las aflicciones, para poseer el hábito de la
caridad divina. Y por eso decía el apóstol: "Gustosamente me gloriaré en
mis debilidades, para que repose en mí el poder de Cristo"[9] Y poco después "cuando soy débil,
entonces soy poderoso"[10].
Pero
¡Ay! de nosotros míseros que abandonamos el camino de los santos padres, y por
eso estamos privados de toda obra espiritual.
27
El hermano dijo entonces: "¿por qué, padre, no tengo compunción?
el
anciano respondió: "porque no hay temor de Dios ante nuestros ojos, porque
nos hemos hecho el refugio de todo mal, y por eso despreciamos, como si se
tratase de una simple pensamiento, el terrible castigo de Dios. ¿Quién, de
hecho, no se conmueve[11]
escuchando a Moisés, el cual, en nombre del Señor, dice a los pecadores: Se ha encendido fuego de mi ira que quemará
hasta lo más profundo del infierno, devorará la tierra y sus productos y
abrazará los cimientos de los montes. Reuniré sobre ellos males y completaré
mis flechas sobre ellos[12]y
aún: Afilaré como rayo mi espada y mi
mano empuñará el juicio; tomaré venganza de mis adversarios, y retribuiré a
quienes me aborrecen[13]. E
Isaías que grita: ¿Quién os anunciará que
el fuego quema? ¿Quién os indicará el lugar eterno?[14].Caminad a la luz de vuestro fuego y en la
llama que encendisteis[15]. Y
aún Saldrán y verán los cadáveres de
aquellos que se rebelaron contra mí, su gusano no morirá, su fuego no se
apagará y estarán a la vista de toda carne[16]. Y
estas palabras de Jeremías Dad gloria al
Señor vuestro Dios antes que oscurezca y avancen vuestros pies sobre montes
sombríos[17].
Y nuevamente Oíd esto pueblo necio y sin
corazón, tienen ojos y no ven, orejas y no oyen. ¿No me temerán? -dice el
Señor- ¿delante de mí, no temblarán, que
puse la arena como límite al mar eterno, un mandato eterno, y no traspasará?[18]. Y nuevamente, Tu apostasía te corregirá, y tu malicia te escarmentará; reconoce y ve
lo malo y amargo que te es dejarme, dice el Señor. Yo planté una viña
fructífera, toda verdadera. ¿Cómo se ha vuelto amarga y bastarda la viña?[19] Y nuevamente, no me senté en la reunión de los que juegan sino que aparté mi rostro
de tu mano. Solitario me senté, porque estaba lleno de amargura[20].Y
¿quién no temblará al escuchar a Ezequiel que dice: Derramaré sobre ti mi furor y completaré mi cólera sobre ti. Voy a
juzgarte en tus caminos y retribuiré todas tus abominaciones. No perdonará mi
ojo, ni tendré piedad, y entonces conocerás que yo soy el Señor[21]
¿Quién
no se llenará de compunción escuchando a Daniel describir tan claramente el día
del terrible juicio, cuando dice: Yo
Daniel contemplaba hasta que se colocaron unos tronos. Y el anciano de días se
sentó. Su vestidura era blanca como la
nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana. Su trono, llama de fuego; sus ruedas eran
fuego ardiente. Un río de fuego corría, saliendo delante de él. Miles de miles
le servían, y miríadas de miríadas asistían ante él. El tribunal se sentó y los
libros fueron abiertos[22], es
decir las acciones de cada uno. Y nuevamente: Contemplaba en la visión de la noche. Y he aquí que con las nubes del
cielo venía como un hijo del hombre. Se digirió hacia el anciano de días y fue
llevado a su presencia, y se le dio el imperio, honor y reino, y todos los
pueblos, naciones y lenguas le servirán.
Y su imperio es un imperio eterno, y su reino es un reino eterno. Y yo
Daniel, mi espíritu se estremeció por estas cosas y las visiones de mi cabeza
me turbaron[23].
28.
¿Quién no temerá a David que dice: Dios
ha hablado una vez, dos veces le he oído, que de Dios es la fuerza; tuyo,
Señor, el amor y Tú pagas al hombre
de acuerdo a sus obras[24]. Y
aún a estas palabras del Eclesiastés: escucha
la conclusión, teme a Dios y observa sus mandamientos, que eso es ser hombre
cabal, porque toda obra la emplazará Dios a su juicio, también todo lo oculto,
a ver si es bueno o malo[25]?
29.
¿Quién no temblará escuchando cosas semejantes del apóstol: es necesario que todos nos presentemos ante
el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo por
medio de su cuerpo, el bien o el mal[26].
¿Quién
no llorará por nuestra falta de fe y la ceguera de nuestra alma? Porque
habiendo escuchado estas cosas, no nos convertimos y no lloramos amargamente
nuestra negligencia y nuestra pereza.
Jeremías, habiendo visto esto por adelantado, decía: Maldito el que hace la obra de Dios con
negligencia[27],
porque si tuviéramos un poco de preocupación por la salvación de nuestras
almas, temblaríamos ante las palabras del Señor y nos esforzaríamos en cumplir
sus mandamientos, mediante los cuales somos salvados. Y sin embargo, habiendo
escuchado al Señor decirnos: entrad por
la puerta estrecha que conduce a la vida[28],
hemos preferido la ancha y espaciosa que conduce a la perdición. Por eso
escucharemos cuando venga del cielo a juzgar a vivos y muertos: Apártense de mí, malditos, vayan al fuego
eterno que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles[29].
30.
Y oiremos estas cosas, no por haber hecho el mal, sino por haber descuidado el
bien y por no haber amado a nuestro prójimo.
Pero si hemos obrado el bien, ¿cómo podemos soportar ese día quienes
somos negligentes? Además el No cometerás
adulterio, No matarás, no robarás[30],
etc., fueron dirigidos a los antiguos
por medio de Moisés. Pero, el Señor, sabiendo que la sola observancia de los
mandamientos no basta para la perfección del cristiano, dice: En verdad les digo, si vuestra justicia no
es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los
cielos[31].
Por eso prescribe en toda ocasión la santidad del alma, por medio del cual el
cuerpo es también santificado, y el amor sincero hacia todos los hombres. Por
estos medios podemos conseguir también el amor a Él . Y Él se ofreció a sí
mismo como ejemplo para nosotros, amando hasta la muerte, como también lo han
hecho sus discípulos, como se ha dicho ya muchas veces.
Continuará…
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate"
[2] Esta explicación fisiológica se encuentra bastante extendida en
la literatura monástica antigua.
[3] Cf. Char III, 33
[5] Esta es quizá el deseo más ardiente de la vida monástica desde
sus inicios: supeditar todo a esta meta, orar incesantemente. De distintas
formas se buscó vivir prácticamente este mandato del apóstol.
[11]Cf. Char III, 54