La Epifanía en Oriente
La Epifanía es una fiesta litúrgica presente en
todas las liturgias cristianas, que celebra la manifestación del Verbo de Dios
encarnado, en un contexto a la vez trinitario y cristológico. Celebrada ya en
Oriente probablemente a mitad del siglo III, conmemoraba las diversas
manifestaciones del Señor al mundo. Cuando en el siglo IV el Nacimiento de Cristo
fue llevado también como celebración cristiana al 25 de diciembre, el contenido
de la fiesta del 6 de enero se centró en la manifestación de Cristo con ocasión
de su bautismo en el Jordán, es decir la segunda manifestación del Salvador a
los hombres, y que tuvo lugar al inicio de su vida pública, una manifestación que
se perfila más con un carácter claramente trinitario, en la que el Padre hace
sentir su voz sobre el Hijo y el Espíritu Santo desciende bajo forma de paloma.
El 6 de enero es además un día en el que, a partir del siglo IV, los
catecúmenos eran bautizados, al igual que en la celebración de Pascua. Los
textos litúrgicos de las diversas liturgias orientales resumen muy bien los
principales misterios de la fe cristiana: el misterio trinitario, la
encarnación del Verbo de Dios, la redención para los que reciben el bautismo. A
este evento miran las celebraciones litúrgicas de todas las tradiciones
cristianas de Oriente, especialmente con la gran bendición de las aguas que
recuerda y celebra el bautismo de Cristo y de cada uno de los fieles
cristianos.
En estas páginas queremos poner en relieve algunos
aspectos teológico-litúrgicos de la Epifanía en la tradición bizantina. La
fiesta del 6 de enero es una celebración litúrgica considerada en todas las
Iglesias Orientales una de las 12 grandes fiestas[1],
y como tal tiene una pre-fiesta que inicia el 2 de enero y una post-fiesta
(octava) que acaba el día 14 de enero. Con los días de preparación y la
subsiguiente octava, la tradición litúrgica bizantina quiere poner en relieve
como la comunidad cristiana se prepara, teniendo a la liturgia como pedagoga, a
la celebración de un gran evento de salvación, y como lo vive en el arco de 8 días,
para subrayar la plenitud a la que el misterio celebrado deve llevar a la
Iglesia que lo celebra y lo vive[2].
Como celebración litúrgica nos centraremos solamente
en estas páginas en los días 5 y 6 de enero. En los días que preceden a la
fiesta, a partir del 2 de enero, algunos troparios[3]
introducen ya en un modo pedagógico a los grandes temas de la fiesta en
cuestión:
Cristo se muestra, Dios se manifiesta... Jordán
alégrate... Como podré yo (Juan Bautista) acercar mi mano al fuego, mano de
barro. El Jordán se retira, oh Salvador, y como podré yo imponer mi mano sobre
la cabeza que hace tremar a los serafines? (2 de enero, vísperas).
A través de los textos pre festivos la liturgia
lleva de la mano, conduce a los fieles al misterio que se celebra:
Como lámpara a la luz, como rayo al sol, como amigo
al esposo, como precursor al Verbo, lleva a cabo, o profeta, tu servicio...
llega la iluminación, se manifiesta la redención en el Jordán, corramos juntos
hacia la purificación cantando himnos vigiliares...Dios entre los hombres, luz
en el Jordán... (4
de enero, vísperas).
La gran vigilia de la Epifanía, el día 5 de enero,
en los libros litúrgicos bizantinos viene llamada “paramonì[4]
de las luces” o de la Epifanía. Dejando de lado las vísperas y el orthros
(celebración conjunta de los maitines y laudes) del 5 de enero, merecen una
atención especial en ese día la celebración de las “Grandes Horas” de prima,
tercia, sexta y nona, y ya al final del día las vísperas de la Epifanía y la
Divina Liturgia de San Basilio. En primer lugar las “horas menores” vienen
llamadas “Grandes Horas” porque sin modificar la propia estructura litúrgica la
enriquecen con salmos propios que la tradición bizantina lee en clave
claramente cristológica, con lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento, y con
una perícope evangélica para cada una de estas Grandes Horas. Indicamos a
continuación la lista de salmos y lecturas para cada una de las horas, para
poner en relieve la dimensión cristológica con la que la tradición bizantina
escoge, lee e interpreta los textos de la Sagrada Escritura del Nuevo y
sobretodo del Antiguo Testamento.
Hora de prima. Salmos[5]:
5; 22; 26. Lecturas: Is 35, 1-10; Hechos 13, 25-33; Mt 3, 1-6.
Hora de tercia. Salmos: 28; 41; 50. Lecturas:
Is 1, 16-20; Hechos 19, 1-8; Mc 1, 1-8.
Hora de sexta: Salmos: 73; 76; 90. Lecturas;
Is 12, 3-6; Rm 6, 3-11; Mc 1, 9-11.
Hora de nona: Salmos 92; 113; 85. Lecturas: Is
49, 8-15; Tit 2, 11-14; 3, 4-7; Lc 3, 1-18.
Los salmos propios de cada una de las horas ponen en
relieve la centralidad del Jordán y de la luz como lugar en la que el Señor
lleva a término su manifestación y su salvación para con los hombres: salmos 26,
28, 113... Las profecías mesiánicas de Isaías en cada una de las cuatro horas
ponen en relieve la renovación y la redención que tienen lugar a través de la
manifestación de la divinidad del Verbo de Dios encarnado. Las perícopes
apostólicas y evangélicas se centran más en el tema bautismal. Los troparios de
estas Grandes Horas ponen en evidencia el lugar ocupado por el Jordán (las
aguas), y la “humillación” (kenosis) del Verbo de Dios que se hace
siervo:
Hoy se santifica la naturaleza de las aguas, se
divide el Jordán... viendo el Soberano que se purifica... Tu vienes, Señor,
tomando forma de siervo, para pedir el bautismo, tu que no conoces el pecado...
Acercándose hoy a las orillas del Jordán, el Señor anuncia a Juan: Bautízame
sin temor, porque vengo para salvar a Adán el primer creado... (troparios de la hora de prima). Dice el Señor a
Juan Bautista: profeta, acércate y bautiza a Aquél que te ha creado, que
ilumina con su gracia y a todos purifica. Toca sin dudar a mi cabeza divina... (troparios
de la hora de sexta).
La celebración propiamente dicha de la Epifanía inicia
con las vísperas, a las que sigue sin solución de continuidad la Divina
Liturgia con la anafora de san Basilio[6].
Las lecturas bíblicas previstas para las vísperas son: Gen 1, 1-13; 2Re 2,
6-14; 2Re 5, 9-14; 1Co 9, 19-27; Lc 3, 1-19. Dos troparios se cantan entre la
primera y la segunda de las lecturas, y entre la segunda y la tercera; son troparios
que claramente subrayan la clave de lectura cristológica del texto
veterotestamentario que ha sido proclamado:
Te has manifestado al mundo, tu que lo has creado,
para iluminar a aquellos que estàn sentados en las tinieblas. O filántropo,
gloria a ti[7] (vísperas, primer tropario a las lecturas). En
la riqueza de tu misericordía te has manifestado a pecadores y publicanos, o
nuestro Salvador. Y donde podía brillar tu luz sino entre aquellos que están en
las tinieblas? Gloria a ti (vísperas, segundo tropario).
Los textos himnológicos de vísperas y del orthros
son obra de los grandes himnógrafos bizantinos que encontramos en el arco
cronológico que va del siglo VI, Romano el Melodo, passando por Sofronio de
Jerusalén (+ 638), Andrés de Creta (+ 740), Germán de Constantinopla (+ 733),
Juan Damasceno (+ 750), Cosmas de Maiuma (+ 752), hasta el siglo IX con José el
Himnógrafo. Los troparios de vísperas subrayan especialmente el estupor y la
maravilla de Juan Bautista y de toda la creación: ángeles, firmamento, las
aguas del Jordán... ante la manifestación humillada y humilde de Cristo que se
acerca al bautismo:
Viendo el precursor a aquél que es nuestra luz, que
ilumina a todos los hombres, que se acerca para recibir el bautismo, se alegra
en su alma, tiembla en su mano... Los ejércitos de los ángeles temblaron al ver
a nuestro Redentor bautizado por un siervo, recibiendo el testimonio de la
presencia del Espíritu... Las aguas del Jordán te han acogido a ti, que eres la
fuente, y el Paráclito ha bajado con forma de paloma. Inclina la cabeza aquél
que hace inclinar a los cielos. Grita la arcilla a aquél que lo ha plasmado:
soy yo que necesito tu bautismo... (vísperas, troparios del lucernario).
Por lo que se refiere al orthros, la perícope
evangélica que se lee es la de Mc 1, 9-11, ya leída precedentemente en la grande
hora de sexta. El canon matutino[8]
es una larga poesía atribuída a Cosmas de Maiuma con dos troparios atribuidos
a Romano el Melodo; a lo largo del texto encontramos toda la temática de la
Epifanía desarrollada a partir del cántico veterotestamentario en el que el
texto se apoya e inspira:
Ode 1, cántico de Moisés Ex 15, 1-19. En las olas
del Jordán, el Señor crea de nuevo a Adán que se había corrompido... el Rey de
los siglos, el Señor grandemente glorificado(Ex 15,1)... Con la carne material,
revestida del fuego inmaterial de la divinidad, se inmerge en las olas del
Jordán, el Señor encarnado de la Virgen, grandemente glorificado(Ex 15,1).
Ode 3, cántico de Ana 1Sa 2, 1-10. Estéril un
tiempo, con amargura sin hijos, hoy alégrate, Iglesia de Cristo: porque del
agua y del Espíritu te han nacido hijos que con fe aclaman: nadie es santo como
nuestro Dios, no hay justo sino tu, Señor(1Sa 2,2).
Ode 4, cántico de Habacuc Ha 3, 1-10. Ha oído
Señor a tu voz(Ha 3,2) aquél que tu llamaste voz de uno que grita en el
desierto, cuando te has hecho sentir sobre las grandes aguas para dar
testimonio de tu Hijo, por medio del Espíritu...
De los dos troparios atribuidos a Romano el Melodo
transcribimos el segundo, en el que el poeta bizantino resume la teología de la
redención a través de imágenes bíblicas y poéticas de extraordinaria belleza:
Para Galilea de las gentes, para la región de
Zabulón y para la tierra de Neftalí, como dijo el profeta, ha surgido una gran
luz (Is 8, 23-9,1), Cristo: para aquél que estaba en las tinieblas ha aparecido
como fúlgido resplandor, fulgurante en Belén. O mejor dicho: naciendo de María,
el Señor, sol de justícia (Mal 3,20), expande por toda la tierra sus rayos
luminosos. Venid, hijos de Adán que estábais desnudos (Ge 3,7), venid todos,
revistámonos de Él que nos vivifica con su calor: sí, como refugio para los
desnudos y luz para los ciegos, tu has venido, te has mostrado, tu que eres la
luz inaccesible (1Ti 6,16)[9].
Otro texto de la celebració litúrgica de la Epifanía
en la tradición bizantina es la gran bendición de las aguas, celebrada o al
final de vísperas o al final de la Divina Liturgia del mismo día 6 de enero, y
que se celebra o en el bautisterio o en un lugar donde se coloca un recipiente
con agua abundante. El texto de la oración para la consagración del agua se
atribuye a Sofronio de Jerusalén (+ 638), y es un largo texto con un carácter
literario y teológico claramente anafórico y con una estructura de celebración
litúrgica a se stante, aunque se celebre sin solución de continuidad con
las vísperas o con la Divina Litúrgia. Subrayamos algunos aspectos importantes
de este texto. Después de los troparios iniciales, tomados de la misma liturgia
del 6 de enero, se proclaman las tres profecías: Is 35, 1-10; 55, 1-13; 12,
3-6, tomadas la primera y la tercera de las grandes horas de prima y sexta;
sigue 1C 10, 1-4, y el evangelio Mc 9, 1-11. Sigue al evangelio la gran letanía
díaconal en la que se añaden diversas peticiones que tienes ya un carácter
claramente epiclético de invocación del Espíritu Santo para la consagración de
las aguas: Para que sea santificada esta agua con la virtud, la fuerza y la
venida del Espíritu Santo... Para que descienda sobre estas aguas la acción
purificadora de la Santísima Trinidad... Para que nosotros seamos iluminados
con la luz del conocimiento y de la piedad por la venida del Espíritu Santo...
Para que esta agua se convierta en don de santificación, lavado de los pecados
para purificación del alma y del cuerpo... Esta letanía, cantada por el
diácono, contiene ya en modo muy explícito la petición para que el agua, por el
don del Espíritu Santo, se trasmute en fuente de perdón, de purificación y de
vida nueva para los cristianos.
La oración para la consagración del agua inicia con
una primera parte a modo de prefacio, en la que el sacerdote enumera en la
alabanza los atributos de la Trinidad divina[10]:
diez atributos que encontramos presentes también en las anáforas de san Juan
Crisóstomo y de san Basilio: Trinidad sobresustacial, divinísima, buenísima,
omnipotente, invisible, omnividente, creadora... El texto pasa enseguida a
dirigirse a Cristo, con títulos cristológicos que denotan que es un texto que surge un contexto claramente calcedoniano[11]:
Señor, amigo de los hombres, omnipotente, rey, Hijo unigénito, nacido sin
padre de la Madre, y sin madre del Padre... En la fiesta precedente[12]
te contemplamos niño, en esta te vemos llegado a la perfección, manifestado
como Dios nuestro perfecto. El texto de la oración prosigue con la
enumeración de los hechos salvíficos celebrados en la fiesta; a lo largo de 24 invocaciones,
repitiendo la forma “Hoy” al inicio de cada frase, el texto describe no
solo lo que ocurrió a lo largo de la historia de la salvación y que hoy se
conmemora, sino que el “Hoy” toma de por si una fuerza de actualización
en la celebración y en la vida de la Iglesia que celebra este misterio[13]:
Hoy la gracia del Espíritu Santo, en forma de paloma desciende sobre las aguas... Hoy aquél que es increado es tocado por
las manos de su criatura... Hoy las orillas del Jordán se transforman en
medicina de vida gracias a la presencia del Señor... Hoy somos rescatados d ela
tiniebla y llevados al conocimiento divino...
Sigue la alabanza hecha por el sacerdote y repetida
tres veces por la enumeración de los prodígios salvíficos:
Grande eres, o Señor, y tus obras son prodigiosas, y
no hay palabra capaz de alabar a tus maravillas.
Dos frases del sacerdote con carácter epiclético
invocan la santificación de las aguas:
Tu, Señor, Rey y amigo de los hombres, sé presente
ahora por la venida de tu Espíritu Santo y santifica esta agua (repetida tres veces). Tu, Señor, santifica
ahora esta agua con tu Espíritu Santo (repetida tres veces).
Acabada la oración consacratoria, el sacerdote toma
una cruz manual, junto con un ramo de hierbas aromáticas, y la introduce tres
veces hasta el fondo del agua consagrada, cantando tres veces el tropario
propio de la fiesta de la Epifanía:
Bautizado en el Jordán, oh Señor, se manifestava la
adoración de la Trinidad. La voz del Padre te llamaba Hijo predilécto, y el
Espíritu Santo con forma e paloma confirmaba la palabra infalible. Cristo Dios
nuestro que hoy te has manifestado y has iluminado el mundo, gloria a ti.
Acabada la consagración del agua, los fieles pasan a
besar la cruz que les presenta el sacerdote mientras son aspergidos con el agua
consagrada. La piedad popular añade la tradición del llevarse consigo a las
propias casas agua consagrada en esta celebración. Como indicábamos al inicio,
la celebración de la Epifanía tiene una octava que se concluye el día 14 de
enero.
La riqueza de los textos litúrgicos bizantinos de la
fiesta del 6 de enero nos permitiría de poner en evidencia diversos aspectos.
Subrayamos como conclusión solo tres de ellos.
En primer lugar la celebración de la Epifanía como
manifestación de la divinidad sobretodo en clave trinitaria; el bautismo de
Cristo en el Jordán manifiesta sì la revelación del Verbo de Dios, pero incluye
necesariamente la del Padre y la del Espíritu Santo. La centralidad
cristológica de la gran oración de la consagración del agua no puede hacernos
olvidar que la mayoría de los troparios del oficio del 6 de enero subrayan la
manifestación de la Trinidad.
En segundo lugar la celebración de la Epifanía pone
en relieve la obra salvífica de Cristo manifestada ya en su bautismo, y llevada
a término a través de su humillación, es decir de su encarnación y de su venida
al Jordán vistas en clave de “kenosi”.
En tercer lugar la celebración de la Epifanía
significa también la comunicación a los hombres de la gracia del Espíritu Santo
por medio del agua del bautismo; en las aguas del Jordán Cristo ha vencido al
maligno y, como consecuencia también nosotros a través del agua santificada
somos salvados, santificados, configurados a la misma victoria de Cristo.
A travès de la lectura y sobretodo de la celebración
de los textos litúrgicos bizantinos, hemos visto como la Epifanía de nuestro
Señor Jesucristo se centra en el hecho de su bautismo en el Jordán. En este
bautismo la tradición bizantina contempla la manifestación de la divinidad, la
de Cristo en modo especial, sin separarla de la de las otras dos Personas de la
Santa Trinidad.
P. Manuel Nin osb
Rettore
Pontificio Collegio Greco
Roma
[1] Las 12 grandes fiestas concretamente en la
tradición bizantina son: la Natividad de la Madre de Dios (8-IX), la Exaltación
de la Santa Cruz (14-IX), la Entrada de la Madre de Dios en el Templo (21-XI),
el Nacimiento de Cristo (25-XII), la Epifanía (6-I), la Presentación de nuestro
Señor Jesucristo (2-II), la Anunciación (25-III), Pascua, Ascensión,
Pentecostés, la Transfiguración (6-VIII) y la Dormición de la Madre de Dios
(15-VIII).
[2] Este es el sentido de las vigilias y de las octavas
que encontramos en todas las Liturgias Cristianas de Oriente y de Occidente.
[3] El tropario es una composición poética o en prosa
propia de la tradición bizantina que describe y canta el misterio de la fiesta
que se celebra.
[4] El término griego “paramonì” indica que los fieles
“se paran”, “se quedan”, “permanecen” –en el sentido de vigilar en la oración-,
preparándose a la celebración de día siguiente festivo.
[5] La numeración de los salmos corresponde a la de la
Vulgata. Nótese que los salmos 5 (prima), 50 (tercia), 90 (sexta y 85 (nona),
que hemos indicado en cursivo, son algunos de los salmos fijos para estas horas
a lo largo del año, mientras que los otros dos de cada hora son propios de la
vigilia de la Epifanía.
[6] La tradición bizantina en la celebración
eucarística usa durante todo el año la anáfora de San Juan Crisóstomo, excepto
10 días en los que usa la de San Basilio: vigilia de Navidad (24-XII), 1 de
enero que celebra la fiesta de San Basilio, vigilia de la Epifanía (5-I), los
cinco domingos de la Gran Quaresma, el Jueves Santo y el Sábado Santo.
[7] El tropario se
repite cuatro veces intercalando los versículos del salmo 3; la lectura
veterotestamentaria precedente ha sido un fragmento de la narración de la
creación en el libro del Génesis.
[8] En la tradición litúrgica bizantina, el cánon
matutino es una composición poética estructurada en nueve odas o cánticos que
siguen y se inspiran en los nueve cánticos del Antiguo Testamento cantados o
recitados después de la lectura del evangelio matutino. La mayoría de estos
cánticos veterotestamentarios coinciden con los usados por la liturgia romana
en el oficio de laudes. En la tradición bizantina pero el cántico noveno lo
constituyen, en un único texto, los cánticos de Lc 1, 46-55 (Magnificat)
y de Lc 1, 68-79 (Benedictus).
[9] Como la mayoría de troparios bizantinos, éste de
Romano es una composición hecha con un entretejido de citas bíblicas implícitas
y explícitas de las que el autor, y la Iglesia que las canta, hace una exégesis
espiritual y cristológica. Interesante notar la contraposición hecha entre la
primera y la segunda parte del tropario, con la introducción de la manifestación
del Verbo de Dios a partir de su nacimiento de María. La luz profetizada por
Isaías se manifiesta en el Verbo hecho hombre. La desnudez y el frío de Adán y
de su prole el poeta teólogo la pone en relación con la desnudez de los que se
preparan al bautismo y el calor, la vida, que viene del bautismo, del ser revestidos
de Cristo.
[10] En la primera parte de la oración, brevemente el
autor se dirije alabándola a la Trinidad; el resto del texto será claramente
cristológico.
[11] El concilio de Calcedonia del 451 define las dos
naturalezas divina e humana del Verbo de Dios encarnado.
[12] Referencia a la celebración del 25 de diciembre.
[13] Muchísimos de los troparios de las grandes fiestas
bizantinas comienzan con el “simeron”, del mismo modo que diversas de
las antífonas de la lituúrgia romana inician con el “hodie”.