Dialogando con Padre Simeón, aclaramos que este es el nombre de fantasía que utilizamos para mantener la privacidad de nuestro Abba, para comunicarse con el Padre se ha de hacer a través de este Blog.
Padre Simeón: ¿Cómo podemos saber si estamos en la Voluntad de Dios?
Padre Simeón: ¿Cómo podemos saber si estamos en la Voluntad de Dios?
Primera Parte
Siguiendo lo indicado por el gran Padre Silvano del Monte Athos yo iniciaría diciendo que es un gran bien el abandonarse a la voluntad de Dios. Entonces, sólo el Señor está en el alma; no entra allí ningún otro pensamiento. La oración se vuelve pura, y el corazón experimenta el amor de Dios, aun cuando el cuerpo estuviera sufriendo. Cuando un alma se abandona enteramente a la voluntad de Dios, el Señor comienza a guiarla. El alma es entonces directamente instruida por Dios, mientras que en otros tiempos lo estaba por maestros y por las Escrituras. Pero es raro que el Maestro del alma sea el mismo Señor, y que Él la instruya por la gracia del Espíritu Santo. Poco numerosos son aquellos que lo experimentan: únicamente los que viven según la voluntad de Dios.
El hombre orgulloso no quiere vivir según la voluntad de Dios; porque le gusta dirigirse él mismo. No comprende que no puede dirigirse él mismo por su sola razón, olvidándose de Dios. Yo también, cuando vivía en el mundo y no conocía al Señor y a su Espíritu Santo, no sabía cuánto nos ama, y confiaba en mi propia razón. Pero cuando, por el Espíritu Santo, conocí a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, mi alma se abandonó a Dios. Y desde entonces, acepto todas las pruebas que me llegan y digo: "El Señor me ve; ¿qué he de temer?" Pero, en otros tiempos, no podía vivir así.
Para aquél que se ha abandonado a la voluntad de Dios, le es mucho más fácil vivir, porque hasta en la enfermedad, en la pobreza y en la persecución piensa: "Eso gusta a Dios; y yo debo soportarlo a causa de mis pecados".
Hace muchos años que sufro dolores de cabeza, difíciles de soportar. Pero eso me hace bien, porque, por la enfermedad, el alma se vuelve humilde. Mi alma tiene un deseo ardiente de orar y velar, pero la enfermedad me lo impide, pues el cuerpo enfermo tiene necesidad de calma y reposo. He rogado mucho al Señor para que me cure, pero el Señor no ha escuchado mi plegaria. Es el signo de que esto no me sería útil.
Esto me sucedió una vez, cuando el Señor me escuchó rápidamente y me salvó. Un día de fiesta, servían pescado en el refectorio. Comiendo, tragué una espina que quedó prendida profundamente a mi garganta. Invoqué a San Pantaleón, pidiéndole que me curara, porque los médicos no pueden extraer una espina del pecho. Y en el momento en que pronunciaba la palabra "cúrame", recibí en el alma la respuesta: "sal del refectorio, respira profundamente y la espina saldrá con sangre." Así lo hice; salí, respiré profundamente, tosí y una espina grande salió con sangre. Entonces comprendí que si el Señor no cura mis dolores de cabeza, significa que me es útil sufrir así.
Lo más preciado en el mundo es conocer a Dios y comprender, por lo menos parcialmente, su voluntad. El alma que ha conocido a Dios debe abandonarse totalmente a la voluntad de Dios, y vivir ante Él en el temor y el amor. En el amor, porque el Señor es amor. En el temor, porque hay que cuidar de no ofender a Dios con algún mal pensamiento. Cuando la gracia está con nosotros, ella fortifica nuestro espíritu; pero cuando la perdemos, descubrimos nuestra debilidad. Vemos que, sin Dios, ni siquiera llegamos a tener un buen pensamiento.
Veamos un indicio: si la privación de alguna cosa te aflige, es porque no te encuentras enteramente abandonado a la voluntad de Dios, teniendo quizás la impresión de vivir según su voluntad.
Aquél que vive según la voluntad de Dios no se preocupa por nada. Y si tiene necesidad de alguna cosa, confía su persona, así como esa cosa, en las manos de Dios. Y si no obtiene lo que necesita, permanece tranquilo, como si la tuviera.
El hombre que se ha abandonado a la voluntad de Dios no teme nada: ni la tormenta, ni a los bandidos, ni a nada. Y ante cualquier cosa que pase, él se dice: "Esto le gusta a Dios". Si está enfermo, piensa: "¡Es el signo de que esta enfermedad me es necesaria, sino Dios no me la hubiera enviado!"
Es así como se mantiene la paz en el alma y en el cuerpo.
Aquél que se preocupa por sí mismo, no puede abandonarse a la voluntad de Dios de tal manera que su alma encuentre la paz en Dios. Pero el alma humilde se abandona a la voluntad de Dios y vive delante de Él en el temor y en el amor. En el temor: para no ofender a Dios en nada; en el amor: porque el alma sabe cuánto el Señor nos ama.
La mejor obra es abandonarse a la voluntad de Dios y soportar las pruebas con esperanza. El Señor, viviendo nuestras penas, jamás nos cargará más allá de nuestras fuerzas. Si nuestros sufrimientos nos parecen demasiado pesados, es el signo de que no nos hemos abandonado a la voluntad de Dios.
El alma que se ha abandonado enteramente a la voluntad de Dios, encuentra el reposo en Él, porque sabe, por la experiencia y por las Sagradas Escrituras, que el Señor nos ama y vela sobre nuestras almas, haciendo revivir todo por su gracia en la paz y en el amor. Aquél que se ha abandonado a la voluntad de Dios no se aflige por nada, aunque estuviera enfermo, pobre y perseguido. El alma sabe que el Señor cuida de nosotros con ternura. El Espíritu Santo atestigua las obras divinas y el alma Lo conoce. Pero los hombres orgullosos y desobedientes no quieren abandonarse a la voluntad de Dios, pues les gusta realizar su propia voluntad, lo que es pernicioso para el alma.
Siguiendo lo indicado por el gran Padre Silvano del Monte Athos yo iniciaría diciendo que es un gran bien el abandonarse a la voluntad de Dios. Entonces, sólo el Señor está en el alma; no entra allí ningún otro pensamiento. La oración se vuelve pura, y el corazón experimenta el amor de Dios, aun cuando el cuerpo estuviera sufriendo. Cuando un alma se abandona enteramente a la voluntad de Dios, el Señor comienza a guiarla. El alma es entonces directamente instruida por Dios, mientras que en otros tiempos lo estaba por maestros y por las Escrituras. Pero es raro que el Maestro del alma sea el mismo Señor, y que Él la instruya por la gracia del Espíritu Santo. Poco numerosos son aquellos que lo experimentan: únicamente los que viven según la voluntad de Dios.
El hombre orgulloso no quiere vivir según la voluntad de Dios; porque le gusta dirigirse él mismo. No comprende que no puede dirigirse él mismo por su sola razón, olvidándose de Dios. Yo también, cuando vivía en el mundo y no conocía al Señor y a su Espíritu Santo, no sabía cuánto nos ama, y confiaba en mi propia razón. Pero cuando, por el Espíritu Santo, conocí a nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, mi alma se abandonó a Dios. Y desde entonces, acepto todas las pruebas que me llegan y digo: "El Señor me ve; ¿qué he de temer?" Pero, en otros tiempos, no podía vivir así.
Para aquél que se ha abandonado a la voluntad de Dios, le es mucho más fácil vivir, porque hasta en la enfermedad, en la pobreza y en la persecución piensa: "Eso gusta a Dios; y yo debo soportarlo a causa de mis pecados".
Hace muchos años que sufro dolores de cabeza, difíciles de soportar. Pero eso me hace bien, porque, por la enfermedad, el alma se vuelve humilde. Mi alma tiene un deseo ardiente de orar y velar, pero la enfermedad me lo impide, pues el cuerpo enfermo tiene necesidad de calma y reposo. He rogado mucho al Señor para que me cure, pero el Señor no ha escuchado mi plegaria. Es el signo de que esto no me sería útil.
Esto me sucedió una vez, cuando el Señor me escuchó rápidamente y me salvó. Un día de fiesta, servían pescado en el refectorio. Comiendo, tragué una espina que quedó prendida profundamente a mi garganta. Invoqué a San Pantaleón, pidiéndole que me curara, porque los médicos no pueden extraer una espina del pecho. Y en el momento en que pronunciaba la palabra "cúrame", recibí en el alma la respuesta: "sal del refectorio, respira profundamente y la espina saldrá con sangre." Así lo hice; salí, respiré profundamente, tosí y una espina grande salió con sangre. Entonces comprendí que si el Señor no cura mis dolores de cabeza, significa que me es útil sufrir así.
Lo más preciado en el mundo es conocer a Dios y comprender, por lo menos parcialmente, su voluntad. El alma que ha conocido a Dios debe abandonarse totalmente a la voluntad de Dios, y vivir ante Él en el temor y el amor. En el amor, porque el Señor es amor. En el temor, porque hay que cuidar de no ofender a Dios con algún mal pensamiento. Cuando la gracia está con nosotros, ella fortifica nuestro espíritu; pero cuando la perdemos, descubrimos nuestra debilidad. Vemos que, sin Dios, ni siquiera llegamos a tener un buen pensamiento.
Veamos un indicio: si la privación de alguna cosa te aflige, es porque no te encuentras enteramente abandonado a la voluntad de Dios, teniendo quizás la impresión de vivir según su voluntad.
Aquél que vive según la voluntad de Dios no se preocupa por nada. Y si tiene necesidad de alguna cosa, confía su persona, así como esa cosa, en las manos de Dios. Y si no obtiene lo que necesita, permanece tranquilo, como si la tuviera.
El hombre que se ha abandonado a la voluntad de Dios no teme nada: ni la tormenta, ni a los bandidos, ni a nada. Y ante cualquier cosa que pase, él se dice: "Esto le gusta a Dios". Si está enfermo, piensa: "¡Es el signo de que esta enfermedad me es necesaria, sino Dios no me la hubiera enviado!"
Es así como se mantiene la paz en el alma y en el cuerpo.
Aquél que se preocupa por sí mismo, no puede abandonarse a la voluntad de Dios de tal manera que su alma encuentre la paz en Dios. Pero el alma humilde se abandona a la voluntad de Dios y vive delante de Él en el temor y en el amor. En el temor: para no ofender a Dios en nada; en el amor: porque el alma sabe cuánto el Señor nos ama.
La mejor obra es abandonarse a la voluntad de Dios y soportar las pruebas con esperanza. El Señor, viviendo nuestras penas, jamás nos cargará más allá de nuestras fuerzas. Si nuestros sufrimientos nos parecen demasiado pesados, es el signo de que no nos hemos abandonado a la voluntad de Dios.
El alma que se ha abandonado enteramente a la voluntad de Dios, encuentra el reposo en Él, porque sabe, por la experiencia y por las Sagradas Escrituras, que el Señor nos ama y vela sobre nuestras almas, haciendo revivir todo por su gracia en la paz y en el amor. Aquél que se ha abandonado a la voluntad de Dios no se aflige por nada, aunque estuviera enfermo, pobre y perseguido. El alma sabe que el Señor cuida de nosotros con ternura. El Espíritu Santo atestigua las obras divinas y el alma Lo conoce. Pero los hombres orgullosos y desobedientes no quieren abandonarse a la voluntad de Dios, pues les gusta realizar su propia voluntad, lo que es pernicioso para el alma.