Continuamos compartiendo algunos para parágrafos del Capítulo Cuarto del libro del Padre Gabriel Bunge, sobre la Vigilancia “Vasos de Barro”, última parte)
5.- “Ellos hacían oración con ayunos” (Hch 14,23)
Tan estrechamente unida como estaba, ya desde los tiempos bíblicos, la oración con la sobriedad vigilante, igualmente lo estaba con otra práctica corporal: la del ayuno; práctica que por eso mismo no debemos dejar de mencionar, siendo que desde antiguo está, también él, ligado a determinados tiempos. A la mayoría de las personas que viven hoy por hoy en Occidente sólo les es familiar bajo la forma secularizada de "ayuno en pro de la salud". El “gran ayuno cuaresmal” que precede la Pascua, hoy apenas si afecta la vida cotidiana, aun la del cristiano práctico. Esto no fue, como ya dijimos, siempre así, y sigue no siéndolo en el Oriente cristiano.
La oración y el ayuno están ya desde antiguo tan ligados entre sí, que con mucha frecuencia aparecen juntos en la Sagrada Escritura, puesto “que excelente es la oración unida al ayuno”1. La anciana profetisa Ana “servía a Dios día y noche con ayunos y oraciones”2, del mismo modo que Pablo3 y la comunidad primitiva4. Esta costumbre estaba tan bien arraigada en la primitiva tradición cristiana, que algunos copistas agregaron espontáneamente a la palabra “oración”, la de “ayuno” en textos en los que originalmente, - con toda probabilidad -, no aparecía, como en Mt 17,21; Mc 9,29; 1 Co 7,5.
A primera vista pareciera que la práxis primitiva del ayuno no puede remitirse al ejemplo y a la palabra de Cristo, y, más aun, que estaría en flagrante contradicción. ¡Cierto! Cristo estando en el desierto ayunó cuarenta días con sus noches5, pero por lo demás se lo tenía por “glotón y borracho”6, por que no tenía empacho en comer con “publicanos y pecadores”, y muchas veces hasta tomaba él mismo la iniciativa de hacerlo. Tuvo por eso que dejarse preguntar por qué sus discípulos no ayunaban y rezaban con tanta frecuencia como los discípulos de Juan y los de los fariseos7. ¿Será que tanto Pablo como la comunidad primitiva mal interpretaron a Cristo cuando finalmente imitaron en esto a los discípulos de Juan y a los de los fariseos?
En modo alguno, pues Cristo ni rechazaba la oración ni tampoco el ayuno. Lo que en ambos casos le importaba era preservar a sus discípulos de todo tipo de hipocresía o de cualquier clase de vanidosa ostentación de la propia “piedad”:
Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas , que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan; en verdad les digo que ya recibieron su recompensa.
Tú en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre, que está allí en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará .8
Con el ayuno, por lo tanto, ocurre lo que con la oración: naturalmente que también los discípulos de Cristo practican el ayuno, pero lo hacen únicamente por (amor de) Dios, no para ser vistos o alabados. Lo mismo vale de la limosna y, al fin de cuentas, de toda práctica virtuosa. Los Padres, que como es sabido eran grandes ayunadores, tomaban esto muy a pecho. Para el caso del ayuno es muy válido aquello de “sellar el perfume de los propios esfuerzos (ascéticos) con el silencio”:
Del mismo que les escondes tus pecados a los hombres, escóndeles también tus esfuerzos (ascéticos)9.Por lo demás, lejos de los Padres toda sobre valoración de cualquier “obra” corporal, y por tanto también del ayuno:
Preguntaron a un anciano: “¿Cómo puedo encontrar a Dios?” Y él contestó: “en los ayunos, en el esfuerzo de los trabajos (ascéticos), en la misericordia y más que en cualquier otra (práctica) en la discreción. Porque te aseguro que muchos castigaron su carne, pero como lo hicieron sin discreción acabaron con las manos vacías. Nuestra boca apesta a causa del ayuno, sabemos toda las Escrituras de memoria, e (igualmente) de memoria recitamos a todo el David (es decir el salterio entero), pero no poseemos lo que Dios busca: el amor y la humildad 10
Es bueno saber que Cristo tenía una razón muy concreta para apartarse de las costumbres sobre el ayuno generalmente admitidas en aquellos tiempos por los “piadosos de Israel”, liberando de ellas a sus discípulos: la presencia del “Esposo”11. En ese corto y privilegiado lapso de su presencia el asunto es muy distinto: “¡El Reino de Dios está muy cerca, conviértanse y crean en el Evangelio!”12. Cristo se servía de la comida en común como un medio privilegiado para acercarles a todos la Buena Noticia de la reconciliación y el anuncio de la conversión: a los jefes de los fariseos13, a los publicanos influyentes14 como también a “pecadores” de todo tipo y especie15. La comida en común como signo de reconciliación: enseñanza,- también esta -, tomada muy a pecho por los Padres del desierto:
Si tu hermano te amarga y exaspera,
invítalo a tu casa,
y no dudes en visitarlo,
antes bien, come tu bocado con él.
Obrando de este modo,
salvarás tu alma
y no se te hará así obstáculo
en el momento de la oración 16
Por lo general vale aquello de que “los regalos apaciguan el rencor”, cosa que ya decía el sabio Salomón17. Los Padres del desierto apenas si poseían algo para regalar. Es por eso que “nosotros, al ser pobres, - aconseja Evagrio -, suplimos nuestra indigencia invitando a la mesa”18.
“Ciertamente que el ayuno es cosa útil, pero depende de nuestra libre elección”19.
Muy diferente es lo que se refiere al divino mandamiento del amor: ya que abroga todas las costumbres humanas por más útiles que sean. El deber de la hospitalidad suprime entonces todas las reglas del ayuno, aunque uno tuviera que preparar la mesa seis veces...20.
En una ocasión dos hermanos fueron a visitar a cierto anciano. Este no tenía la costumbre de comer todos los días. Al verlos los recibió con alegría, y les dijo: “El ayuno tiene su recompensa. Por otra parte, quien come por amor (de caridad) cumple dos mandamientos, pues deja de hacer su propia voluntad y cumple el mandamiento (del amor)”. Y agasajó a los hermanos21.
Recordando siempre este precepto del amor, en lo referente al ayuno los discípulos de Cristo para nada se quedaron atrás, - “una vez que el Esposo les fue arrebatado” -, ni de los discípulos de Juan el Bautista ni de los de los fariseos22; si bien es cierto que ya desde antiguo, y con el fin de distinguirse de los judíos, no ayunaban como estos los lunes y los jueves, sino los miércoles y los viernes23.
Dado que el ayuno forma parte de los ritos penitenciales, se explica por si mismo, que desde antiguo estuviera prohibido ayunar en aquellos días en los que los cristianos hacen memoria del retorno de Cristo, el “Esposo”:
Desde el sábado al atardecer, en las vísperas del día del Señor, hasta el anochecer del día siguiente, no se doblan las rodillas entre los (monjes) egipcios, como tampoco durante todo el tiempo de la "Pentekoste" (entre Pascua y Pentecostés), y durante este tiempo tampoco se observa la regla del ayuno .24
Si el ayuno tiene un valor meramente relativo, como las demás austeridades de este tipo, ¿qué sentido tiene, entonces? Ya el salmista señala una primera razón: “humilla el alma”25, al revés de la “saciedad” que enorgullece al alma hasta apartarla de Dios26. El ayuno recuerda palpablemente al ser humano que “no sólo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, del que igualmente recibe el pan indispensable para mantenerse en vida. Justamente, para que hiciera esta experiencia es que Dios “humilló e hizo hambrear” a Israel en el desierto27.
El sentido espiritual del ayuno, consiste entonces en primera instancia, en humillar el alma. “Pues nada humilla tanto al alma como el ayuno”28. Ya que esto le permite experimentar de manera primordial su dependencia absoluta de Dios.
Los obstáculos para llegar a esta humildad del corazón son nuestras “pasiones”, aquellas “enfermedades del alma”, que no le permiten expresarse de modo “natural”, es decir, en consonancia con la creación . El ayuno es un medio privilegiado de “cubrir” dichas pasiones como nos lo dice Evagrio, explicando alegóricamente el versículo de un salmo:
El ayuno es el cobertor del alma, que cubre sus pasiones, es decir sus apetitos dañinos y su ira irracional. Por tanto, quien no ayuna muestra su desnudez indecentemente29, como Noé en su ebriedad30, a quien Evagrio alude aquí. Constatamos así que el sentido del ayuno corporal es el de purificar el alma de sus vergonzosos pecados insuflándole el sentido de la humildad. Sin esta “pureza del corazón” el mero deseo de tener una “oración auténtica” sería ya blasfemo:
Aquel que (aun) se halla sumido en el pecado y en accesos de cólera, y en ese estado se atreve a dirigirse hacia el conocimiento de las cosas divinas y, hasta pretende hollar (el lugar) de la oración inmaterial, sea consciente que se hace merecedor de la amonestación del apóstol, según la cual orar con la cabeza descubierta y sin velo no carece de peligro: “Un alma tal, debe – nos dice – por tanto, llevar sobre la cabeza un signo de autoridad por causa de los ángeles que la rodean31, revistiéndose del pudor y de la humildad convenientes32.
Pero además de todo lo anterior, el ayuno tiene una finalidad eminentemente práctica:
Un estómago vacío
prepara a orar vigilantemente ,
pero el estómago saciado
conduce al sueño profundo33 .
Esta utilidad práctica, a su vez, tiene una finalidad espiritual, a la que todo finalmente apunta:
En un espejo sucio no se ve con nitidez
la imagen que en él se refleja,
al igual que el intelecto embotado por la saciedad
no puede asimilar el conocimiento de Dios34.
La oración del que ayuna
cual aguilucho sube rauda hacia lo alto,
mientras que la del crápula, entorpecida por la saciedad,
se precipita hacia el abismo35.
El intelecto del que ayuna
es una estrella que brilla en noche serena,
mientras que la (mente del) crápula
se ampara en las tinieblas nocturnas36.
En otras palabras, al igual que la “sobria vigilancia”, también el ayuno predispone el espíritu del orante para la contemplación de los misterios divinos.
Si para quien desea “orar con autenticidad” se hacen indispensables tanto la “sobria vigilancia” como el ayuno, ello tiene que ocurrir, - como todo en la vida espiritual -, “a su debido tiempo y en su justa medida”. Cada uno tiene su tiempo y medida, según sus fuerzas, edad, circunstancias de vida, etc.
Lo hecho sin medida y a destiempo dura muy poco y lo que poco dura es más bien perjudicial que provechoso37.
5.- “Ellos hacían oración con ayunos” (Hch 14,23)
Tan estrechamente unida como estaba, ya desde los tiempos bíblicos, la oración con la sobriedad vigilante, igualmente lo estaba con otra práctica corporal: la del ayuno; práctica que por eso mismo no debemos dejar de mencionar, siendo que desde antiguo está, también él, ligado a determinados tiempos. A la mayoría de las personas que viven hoy por hoy en Occidente sólo les es familiar bajo la forma secularizada de "ayuno en pro de la salud". El “gran ayuno cuaresmal” que precede la Pascua, hoy apenas si afecta la vida cotidiana, aun la del cristiano práctico. Esto no fue, como ya dijimos, siempre así, y sigue no siéndolo en el Oriente cristiano.
La oración y el ayuno están ya desde antiguo tan ligados entre sí, que con mucha frecuencia aparecen juntos en la Sagrada Escritura, puesto “que excelente es la oración unida al ayuno”1. La anciana profetisa Ana “servía a Dios día y noche con ayunos y oraciones”2, del mismo modo que Pablo3 y la comunidad primitiva4. Esta costumbre estaba tan bien arraigada en la primitiva tradición cristiana, que algunos copistas agregaron espontáneamente a la palabra “oración”, la de “ayuno” en textos en los que originalmente, - con toda probabilidad -, no aparecía, como en Mt 17,21; Mc 9,29; 1 Co 7,5.
A primera vista pareciera que la práxis primitiva del ayuno no puede remitirse al ejemplo y a la palabra de Cristo, y, más aun, que estaría en flagrante contradicción. ¡Cierto! Cristo estando en el desierto ayunó cuarenta días con sus noches5, pero por lo demás se lo tenía por “glotón y borracho”6, por que no tenía empacho en comer con “publicanos y pecadores”, y muchas veces hasta tomaba él mismo la iniciativa de hacerlo. Tuvo por eso que dejarse preguntar por qué sus discípulos no ayunaban y rezaban con tanta frecuencia como los discípulos de Juan y los de los fariseos7. ¿Será que tanto Pablo como la comunidad primitiva mal interpretaron a Cristo cuando finalmente imitaron en esto a los discípulos de Juan y a los de los fariseos?
En modo alguno, pues Cristo ni rechazaba la oración ni tampoco el ayuno. Lo que en ambos casos le importaba era preservar a sus discípulos de todo tipo de hipocresía o de cualquier clase de vanidosa ostentación de la propia “piedad”:
Cuando ustedes ayunen no pongan cara triste, como los hipócritas , que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan; en verdad les digo que ya recibieron su recompensa.
Tú en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre, que está allí en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará .8
Con el ayuno, por lo tanto, ocurre lo que con la oración: naturalmente que también los discípulos de Cristo practican el ayuno, pero lo hacen únicamente por (amor de) Dios, no para ser vistos o alabados. Lo mismo vale de la limosna y, al fin de cuentas, de toda práctica virtuosa. Los Padres, que como es sabido eran grandes ayunadores, tomaban esto muy a pecho. Para el caso del ayuno es muy válido aquello de “sellar el perfume de los propios esfuerzos (ascéticos) con el silencio”:
Del mismo que les escondes tus pecados a los hombres, escóndeles también tus esfuerzos (ascéticos)9.Por lo demás, lejos de los Padres toda sobre valoración de cualquier “obra” corporal, y por tanto también del ayuno:
Preguntaron a un anciano: “¿Cómo puedo encontrar a Dios?” Y él contestó: “en los ayunos, en el esfuerzo de los trabajos (ascéticos), en la misericordia y más que en cualquier otra (práctica) en la discreción. Porque te aseguro que muchos castigaron su carne, pero como lo hicieron sin discreción acabaron con las manos vacías. Nuestra boca apesta a causa del ayuno, sabemos toda las Escrituras de memoria, e (igualmente) de memoria recitamos a todo el David (es decir el salterio entero), pero no poseemos lo que Dios busca: el amor y la humildad 10
Es bueno saber que Cristo tenía una razón muy concreta para apartarse de las costumbres sobre el ayuno generalmente admitidas en aquellos tiempos por los “piadosos de Israel”, liberando de ellas a sus discípulos: la presencia del “Esposo”11. En ese corto y privilegiado lapso de su presencia el asunto es muy distinto: “¡El Reino de Dios está muy cerca, conviértanse y crean en el Evangelio!”12. Cristo se servía de la comida en común como un medio privilegiado para acercarles a todos la Buena Noticia de la reconciliación y el anuncio de la conversión: a los jefes de los fariseos13, a los publicanos influyentes14 como también a “pecadores” de todo tipo y especie15. La comida en común como signo de reconciliación: enseñanza,- también esta -, tomada muy a pecho por los Padres del desierto:
Si tu hermano te amarga y exaspera,
invítalo a tu casa,
y no dudes en visitarlo,
antes bien, come tu bocado con él.
Obrando de este modo,
salvarás tu alma
y no se te hará así obstáculo
en el momento de la oración 16
Por lo general vale aquello de que “los regalos apaciguan el rencor”, cosa que ya decía el sabio Salomón17. Los Padres del desierto apenas si poseían algo para regalar. Es por eso que “nosotros, al ser pobres, - aconseja Evagrio -, suplimos nuestra indigencia invitando a la mesa”18.
“Ciertamente que el ayuno es cosa útil, pero depende de nuestra libre elección”19.
Muy diferente es lo que se refiere al divino mandamiento del amor: ya que abroga todas las costumbres humanas por más útiles que sean. El deber de la hospitalidad suprime entonces todas las reglas del ayuno, aunque uno tuviera que preparar la mesa seis veces...20.
En una ocasión dos hermanos fueron a visitar a cierto anciano. Este no tenía la costumbre de comer todos los días. Al verlos los recibió con alegría, y les dijo: “El ayuno tiene su recompensa. Por otra parte, quien come por amor (de caridad) cumple dos mandamientos, pues deja de hacer su propia voluntad y cumple el mandamiento (del amor)”. Y agasajó a los hermanos21.
Recordando siempre este precepto del amor, en lo referente al ayuno los discípulos de Cristo para nada se quedaron atrás, - “una vez que el Esposo les fue arrebatado” -, ni de los discípulos de Juan el Bautista ni de los de los fariseos22; si bien es cierto que ya desde antiguo, y con el fin de distinguirse de los judíos, no ayunaban como estos los lunes y los jueves, sino los miércoles y los viernes23.
Dado que el ayuno forma parte de los ritos penitenciales, se explica por si mismo, que desde antiguo estuviera prohibido ayunar en aquellos días en los que los cristianos hacen memoria del retorno de Cristo, el “Esposo”:
Desde el sábado al atardecer, en las vísperas del día del Señor, hasta el anochecer del día siguiente, no se doblan las rodillas entre los (monjes) egipcios, como tampoco durante todo el tiempo de la "Pentekoste" (entre Pascua y Pentecostés), y durante este tiempo tampoco se observa la regla del ayuno .24
Si el ayuno tiene un valor meramente relativo, como las demás austeridades de este tipo, ¿qué sentido tiene, entonces? Ya el salmista señala una primera razón: “humilla el alma”25, al revés de la “saciedad” que enorgullece al alma hasta apartarla de Dios26. El ayuno recuerda palpablemente al ser humano que “no sólo vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, del que igualmente recibe el pan indispensable para mantenerse en vida. Justamente, para que hiciera esta experiencia es que Dios “humilló e hizo hambrear” a Israel en el desierto27.
El sentido espiritual del ayuno, consiste entonces en primera instancia, en humillar el alma. “Pues nada humilla tanto al alma como el ayuno”28. Ya que esto le permite experimentar de manera primordial su dependencia absoluta de Dios.
Los obstáculos para llegar a esta humildad del corazón son nuestras “pasiones”, aquellas “enfermedades del alma”, que no le permiten expresarse de modo “natural”, es decir, en consonancia con la creación . El ayuno es un medio privilegiado de “cubrir” dichas pasiones como nos lo dice Evagrio, explicando alegóricamente el versículo de un salmo:
El ayuno es el cobertor del alma, que cubre sus pasiones, es decir sus apetitos dañinos y su ira irracional. Por tanto, quien no ayuna muestra su desnudez indecentemente29, como Noé en su ebriedad30, a quien Evagrio alude aquí. Constatamos así que el sentido del ayuno corporal es el de purificar el alma de sus vergonzosos pecados insuflándole el sentido de la humildad. Sin esta “pureza del corazón” el mero deseo de tener una “oración auténtica” sería ya blasfemo:
Aquel que (aun) se halla sumido en el pecado y en accesos de cólera, y en ese estado se atreve a dirigirse hacia el conocimiento de las cosas divinas y, hasta pretende hollar (el lugar) de la oración inmaterial, sea consciente que se hace merecedor de la amonestación del apóstol, según la cual orar con la cabeza descubierta y sin velo no carece de peligro: “Un alma tal, debe – nos dice – por tanto, llevar sobre la cabeza un signo de autoridad por causa de los ángeles que la rodean31, revistiéndose del pudor y de la humildad convenientes32.
Pero además de todo lo anterior, el ayuno tiene una finalidad eminentemente práctica:
Un estómago vacío
prepara a orar vigilantemente ,
pero el estómago saciado
conduce al sueño profundo33 .
Esta utilidad práctica, a su vez, tiene una finalidad espiritual, a la que todo finalmente apunta:
En un espejo sucio no se ve con nitidez
la imagen que en él se refleja,
al igual que el intelecto embotado por la saciedad
no puede asimilar el conocimiento de Dios34.
La oración del que ayuna
cual aguilucho sube rauda hacia lo alto,
mientras que la del crápula, entorpecida por la saciedad,
se precipita hacia el abismo35.
El intelecto del que ayuna
es una estrella que brilla en noche serena,
mientras que la (mente del) crápula
se ampara en las tinieblas nocturnas36.
En otras palabras, al igual que la “sobria vigilancia”, también el ayuno predispone el espíritu del orante para la contemplación de los misterios divinos.
Si para quien desea “orar con autenticidad” se hacen indispensables tanto la “sobria vigilancia” como el ayuno, ello tiene que ocurrir, - como todo en la vida espiritual -, “a su debido tiempo y en su justa medida”. Cada uno tiene su tiempo y medida, según sus fuerzas, edad, circunstancias de vida, etc.
Lo hecho sin medida y a destiempo dura muy poco y lo que poco dura es más bien perjudicial que provechoso37.
Notas:
1-Tb 12,8.
2-Lc 2,37.
3-2 Co 6,5; ver 1 Tm 2,8 y la nota 160.
4-Hch 13,3.
5-Mt 4,2 y par.
6-Mt 11,19.
7-Lc 5,33.
8-Mt 6,16-18.
9-Evagrio, Ad Eulogium 14 (PG 79,1112 B).
10-Nau 222.
11-Mt 9,15.
12-Mc 1,15.
13-Lc 7, 36 ss.
14-Lc 9,1 ss.
15-Mt 9,10 s. y etc.
16-Evagrio, Ad Monachos 15.
17-Pr 21,14.
18-Evagrio, Praktikos 26.
19-Casiano 1.
20-Casiano 3.
21-Nau 288. (Equivale a Py J XIII,10; nota del traductor).
22-Mt 9,15.
23-Didajé 8,1 (Rordorf/Tuilier).
24-Casiano, De Institutis II,18 (Petschenig).
25-Sal 34,13.
26-Ver Dt 8,12 y ss; 32,15; etc.
27-Dt 8,3.
28-Evagrio, In Ps 34,13 j.
29-Evagrio, In Ps 68,11 u.
30-Gn 9,21.
31-1 Co 11,5. 10.
32-Evagrio, De Oratione 145.
33Evagrio, De Octo Spiritibus Malitiae I,12.
34-Ibid. I,17.
35-Ibid I,14.
36-Ibid. I,15.
37-Evagrio, Praktikos 15.