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PROFUNDIZACIÓN DE LA DOCTRINA EVAGRIANA
4. La lucha contra los demonios
Los demonios, como se ha visto, tienen una estrategia que les puede conferir, si obtienen sus objetivos, un cierto dominio sobre los pensamientos recuerdos, pasiones y hasta sobre el cuerpo del monje, pero no sobre su espíritu. Este poder parece más grande de lo que realmente es, pues según Evagrio, está confinado dentro de los límites de la autorización de Dios: no se pueden aproximar a ningún ser creado, ni siquiera a los animales, sin la licencia de Dios. Incluso deben solicitarle a Él el permiso para poder tentar a los hombres. Pero por su parte estos tienen que recordar siempre que nada pueden, especialmente en su lucha contra los demonios, sin la gracia y el auxilio del Creador (cf. TP 14).
El monje que combate contra los demonios debe aceptar que, en ocasiones recibirá golpes de ellos, pero nunca desesperará del amor de Dios:
“Es un hecho el que los luchadores golpeen y sean golpeados en el combate. Ahora bien, si los demonios luchan contra nosotros, algunas veces ellos nos golpearán a nosotros, y otras veces nosotros los golpearemos a ellos” (TP 72).
“Ten confianza; si te diriges a Dios con ardor, los perros (los demonios) no podrán resistir. Pronto, invisiblemente y en secreto, serán expulsados lejos, castigados por el poder de Dios” (TO 94).
Entre los medios de defensa señalados por Evagrio, algunos son tradicionales: los hallamos en casi todos los escritos del monacato primitivo; tal el caso del ayuno, la oración, la apertura al padre espiritual 1.
Para oponerse a los logismói, Evagrio recomienda por sobre todo el discernimiento de espíritus. El anacoreta tiene que observar y aprender a reconocer sus diversos estados psicológicos, que están conectados a los diversos espíritus. En particular deberá distinguir entre la paz verdadera y la falsa, entre turbación y quietud:
“Hay dos estados apacibles del alma: uno proviene de las energías naturales, el otro es fruto de la retirada de los demonios. El primero está acompañado por la humildad, la compunción las lágrimas, un deseo infinito de Dios y un celo sin medida por el trabajo. En el segundo la vanagloria acompañada por el orgullo aprovecha la desaparición de los otros demonios para arrastrar al monje a la perdición. Sin embargo, quien observe las características del primer estado reconocerá rápidamente las incursiones de los demonios” (TP 57).
“Los pensamientos que nos inspiran los ángeles son seguidos de un estado apacible, los que nos sugieren los demonios, de un estado de turbulencia de nuestra inteligencia” (TP 80).
Por tanto, es imprescindible analizar las modalidades de los diversos logismói:
“Si un monje quiere tener un conocimiento de los demonios más crueles y familiarizarse con sus estrategias para adquirir experiencia en su arte monástico, debe observar sus propios pensamientos. También debe aprender a conocer la intensidad de ellos, sus períodos de declinación sus subidas y sus caídas, su complejidad, su periodicidad, cuáles demonios hacen esto o aquello, cuál demonio sigue a tal otro, el orden de su sucesión y la naturaleza de sus asociaciones. Que se pregunte desde Cristo por las razones de estas cosas que ha observado. Porque los demonios no pueden soportar a los que practican la virtud activa con inteligencia, pues están deseosos de arrojar a las tinieblas a los que tienen el corazón recto (Sal 10,2)” (TP 50).
El monje debe, pues, constituirse en el portero verdadero de su propio corazón (Carta 11). Tiene que interrogar a cada uno de los pensamientos que se le presenten, para conocer los métodos del demonio y combatir con gnósis. A veces, deberá oponer a un mal pensamiento uno bueno; en otras circunstancias, necesitará combatirlos con el pensamiento de la virtud correspondiente al vicio con que es atacado, para cortar así la acción del demonio (cf. TP 58).
Otro medio para combatir a los demonios., que propone Evagrio, pero cuyo uso supone un cierto progreso en la vida espiritual, es el llamado antirrhétikos (contradecir o refutar). Consiste en responder a los ataques de los demonios con fuerza, atrevidamente o incluso con una santa ira. Para ello hay que usar respuestas que los desenmascaren, algo que ellos tomen sobremanera, y conviene, según Evagrio, utilizar textos de las Sagradas Escrituras apropiados:
“Cuando seas tentado no ores en ese mismo momento, antes bien dirígele palabras cargadas de cólera al que te aflige... Si les dices algunas palabras llenas de ira a tus adversarios los confundes y haces desaparecer los pensamientos que te sugerían” (TP 42).
“En el momento en que los pensamientos comienzan a liberar sus propias fuerzas, y antes que seamos conducidos demasiado lejos de nuestro estado propio, es necesario que pronunciemos algunas palabras contra ellos, las más apropiadas para el demonio que se nos presenta. De esa manera progresaremos fácilmente, con la gracia de Dios. En cuanto a los demonios, los haremos retroceder, atemorizados y llenos de admiración por nuestra perspicacia” (TP 43).
Cuando los demonios se la toman con el cuerpo, que Evagrio no considera malo en sí mismo (KG IV, 82 y 60), hay que emplear contra ellos medios también corporales: hacer penitencia. También la salmodia es muy apta para resistir a esta clase de ataques:
“Cuando el espíritu vagabundea, la lectura, las vigilias y la oración lo estabilizan. Cuando la concupiscencia está excitada, el hambre, la austeridad y la soledad la aplacan. Cuando el irascible está agitado, la salmodia, la paciencia y la misericordia lo calman. Estas prácticas deben realizarse en el momento y en la medida conveniente porque lo que se hace sin moderación e inoportunamente dura poco, y lo que dura poco es más perjudicial que útil.
“Cuando nuestra alma desea alimentos variados, que reduzca su ración de agua, para que se sienta agradecida aún por un simple bocado de pan. Porque la saciedad desea alimentos de todas clases, mientras que el hambre considera el pan como un supremo gozo”.
“El uso moderado del agua contribuye mucho a la temperancia. Esto lo aprendieron muy bien los trescientos Israelitas que acompañando a Gedeón se apoderaron de Madián (cf. Jc 7,5-7)” (TP 15-17).
Sin embargo, por encima de cualquier otro recurso, Evagrio insiste en la importancia de la oración sin cesar, porque ella verdaderamente es como un seguro de vida en la lucha contra nuestros enemigos:
“Como la vista es el más noble de los sentidos, así la oración es la más divina de las virtudes... Cuando tu oración sea para tí tu mayor alegría, entonces habrás hallado verdaderamente la oración” (TO 150 y 153).
El combate espiritual, tal como aparece sistematizado en los escritos de Evagrio Póntico, en continuidad con la tradición de los antiguos monjes egipcios, se nos presenta a nosotros, hombres del siglo XXI, innegablemente condicionada por una visión antropológica y cosmológica muy distinta de la nuestra. Este es un motivo de dificultad para su correcta comprensión y cabal valoración, a la par que no facilita la aplicación de sus enseñanzas a nuestra vida cotidiana. Sin embargo, me parece que vale la pena esforzarse, sobre todo porque los monjes antiguos nos instruyen sobre el origen y la gravedad del mal; y sólo por esta camino lograremos valorar más correctamente la obra salvífica de Cristo, y afrontar el combate cotidiano de y por nuestra fe sin temor.
“Al principio hay grandes luchas y penas para los que se acercan a Dios, pero después encuentran una alegría inefable. Como los que quieren encender el fuego primero absorben el humo y lagrimean, pero después obtienen lo que buscan -se ha dicho, en efecto, Nuestro Dios es un fuego ardiente (Hb 12,29)- igualmente debemos encender en nosotros el fuego divino, con lágrimas y esfuerzo” (Apotegma Amma Sinclética, 892)2 .
PROFUNDIZACIÓN DE LA DOCTRINA EVAGRIANA
4. La lucha contra los demonios
Los demonios, como se ha visto, tienen una estrategia que les puede conferir, si obtienen sus objetivos, un cierto dominio sobre los pensamientos recuerdos, pasiones y hasta sobre el cuerpo del monje, pero no sobre su espíritu. Este poder parece más grande de lo que realmente es, pues según Evagrio, está confinado dentro de los límites de la autorización de Dios: no se pueden aproximar a ningún ser creado, ni siquiera a los animales, sin la licencia de Dios. Incluso deben solicitarle a Él el permiso para poder tentar a los hombres. Pero por su parte estos tienen que recordar siempre que nada pueden, especialmente en su lucha contra los demonios, sin la gracia y el auxilio del Creador (cf. TP 14).
El monje que combate contra los demonios debe aceptar que, en ocasiones recibirá golpes de ellos, pero nunca desesperará del amor de Dios:
“Es un hecho el que los luchadores golpeen y sean golpeados en el combate. Ahora bien, si los demonios luchan contra nosotros, algunas veces ellos nos golpearán a nosotros, y otras veces nosotros los golpearemos a ellos” (TP 72).
“Ten confianza; si te diriges a Dios con ardor, los perros (los demonios) no podrán resistir. Pronto, invisiblemente y en secreto, serán expulsados lejos, castigados por el poder de Dios” (TO 94).
Entre los medios de defensa señalados por Evagrio, algunos son tradicionales: los hallamos en casi todos los escritos del monacato primitivo; tal el caso del ayuno, la oración, la apertura al padre espiritual 1.
Para oponerse a los logismói, Evagrio recomienda por sobre todo el discernimiento de espíritus. El anacoreta tiene que observar y aprender a reconocer sus diversos estados psicológicos, que están conectados a los diversos espíritus. En particular deberá distinguir entre la paz verdadera y la falsa, entre turbación y quietud:
“Hay dos estados apacibles del alma: uno proviene de las energías naturales, el otro es fruto de la retirada de los demonios. El primero está acompañado por la humildad, la compunción las lágrimas, un deseo infinito de Dios y un celo sin medida por el trabajo. En el segundo la vanagloria acompañada por el orgullo aprovecha la desaparición de los otros demonios para arrastrar al monje a la perdición. Sin embargo, quien observe las características del primer estado reconocerá rápidamente las incursiones de los demonios” (TP 57).
“Los pensamientos que nos inspiran los ángeles son seguidos de un estado apacible, los que nos sugieren los demonios, de un estado de turbulencia de nuestra inteligencia” (TP 80).
Por tanto, es imprescindible analizar las modalidades de los diversos logismói:
“Si un monje quiere tener un conocimiento de los demonios más crueles y familiarizarse con sus estrategias para adquirir experiencia en su arte monástico, debe observar sus propios pensamientos. También debe aprender a conocer la intensidad de ellos, sus períodos de declinación sus subidas y sus caídas, su complejidad, su periodicidad, cuáles demonios hacen esto o aquello, cuál demonio sigue a tal otro, el orden de su sucesión y la naturaleza de sus asociaciones. Que se pregunte desde Cristo por las razones de estas cosas que ha observado. Porque los demonios no pueden soportar a los que practican la virtud activa con inteligencia, pues están deseosos de arrojar a las tinieblas a los que tienen el corazón recto (Sal 10,2)” (TP 50).
El monje debe, pues, constituirse en el portero verdadero de su propio corazón (Carta 11). Tiene que interrogar a cada uno de los pensamientos que se le presenten, para conocer los métodos del demonio y combatir con gnósis. A veces, deberá oponer a un mal pensamiento uno bueno; en otras circunstancias, necesitará combatirlos con el pensamiento de la virtud correspondiente al vicio con que es atacado, para cortar así la acción del demonio (cf. TP 58).
Otro medio para combatir a los demonios., que propone Evagrio, pero cuyo uso supone un cierto progreso en la vida espiritual, es el llamado antirrhétikos (contradecir o refutar). Consiste en responder a los ataques de los demonios con fuerza, atrevidamente o incluso con una santa ira. Para ello hay que usar respuestas que los desenmascaren, algo que ellos tomen sobremanera, y conviene, según Evagrio, utilizar textos de las Sagradas Escrituras apropiados:
“Cuando seas tentado no ores en ese mismo momento, antes bien dirígele palabras cargadas de cólera al que te aflige... Si les dices algunas palabras llenas de ira a tus adversarios los confundes y haces desaparecer los pensamientos que te sugerían” (TP 42).
“En el momento en que los pensamientos comienzan a liberar sus propias fuerzas, y antes que seamos conducidos demasiado lejos de nuestro estado propio, es necesario que pronunciemos algunas palabras contra ellos, las más apropiadas para el demonio que se nos presenta. De esa manera progresaremos fácilmente, con la gracia de Dios. En cuanto a los demonios, los haremos retroceder, atemorizados y llenos de admiración por nuestra perspicacia” (TP 43).
Cuando los demonios se la toman con el cuerpo, que Evagrio no considera malo en sí mismo (KG IV, 82 y 60), hay que emplear contra ellos medios también corporales: hacer penitencia. También la salmodia es muy apta para resistir a esta clase de ataques:
“Cuando el espíritu vagabundea, la lectura, las vigilias y la oración lo estabilizan. Cuando la concupiscencia está excitada, el hambre, la austeridad y la soledad la aplacan. Cuando el irascible está agitado, la salmodia, la paciencia y la misericordia lo calman. Estas prácticas deben realizarse en el momento y en la medida conveniente porque lo que se hace sin moderación e inoportunamente dura poco, y lo que dura poco es más perjudicial que útil.
“Cuando nuestra alma desea alimentos variados, que reduzca su ración de agua, para que se sienta agradecida aún por un simple bocado de pan. Porque la saciedad desea alimentos de todas clases, mientras que el hambre considera el pan como un supremo gozo”.
“El uso moderado del agua contribuye mucho a la temperancia. Esto lo aprendieron muy bien los trescientos Israelitas que acompañando a Gedeón se apoderaron de Madián (cf. Jc 7,5-7)” (TP 15-17).
Sin embargo, por encima de cualquier otro recurso, Evagrio insiste en la importancia de la oración sin cesar, porque ella verdaderamente es como un seguro de vida en la lucha contra nuestros enemigos:
“Como la vista es el más noble de los sentidos, así la oración es la más divina de las virtudes... Cuando tu oración sea para tí tu mayor alegría, entonces habrás hallado verdaderamente la oración” (TO 150 y 153).
El combate espiritual, tal como aparece sistematizado en los escritos de Evagrio Póntico, en continuidad con la tradición de los antiguos monjes egipcios, se nos presenta a nosotros, hombres del siglo XXI, innegablemente condicionada por una visión antropológica y cosmológica muy distinta de la nuestra. Este es un motivo de dificultad para su correcta comprensión y cabal valoración, a la par que no facilita la aplicación de sus enseñanzas a nuestra vida cotidiana. Sin embargo, me parece que vale la pena esforzarse, sobre todo porque los monjes antiguos nos instruyen sobre el origen y la gravedad del mal; y sólo por esta camino lograremos valorar más correctamente la obra salvífica de Cristo, y afrontar el combate cotidiano de y por nuestra fe sin temor.
“Al principio hay grandes luchas y penas para los que se acercan a Dios, pero después encuentran una alegría inefable. Como los que quieren encender el fuego primero absorben el humo y lagrimean, pero después obtienen lo que buscan -se ha dicho, en efecto, Nuestro Dios es un fuego ardiente (Hb 12,29)- igualmente debemos encender en nosotros el fuego divino, con lágrimas y esfuerzo” (Apotegma Amma Sinclética, 892)2 .
Equipo de redacción: "En el Desierto"
1- Cf. Atanasio de Alejandría (+373), Vida san Antonio 5; 7; 23; 41, etc.
2- Hemos seguido a: A.y C. Guillaumont, art. Démon. III. Dans la plus ancienne littérature monastique, en Dictionnaire de Spiritualité vol. 3, Paris, 1957, cols. 189-212 (es un artículo fundamentan al que le debemos mucho en nuestra exposición); L. Regnault, La vie quotidienne des pères du dèsert en Égypte au IVe siècle, (París), 1990 (sobre todo pp. 198 ss); B. Studer, art. Demone, en Dizionario di Patristica e Antichità Cristiane, vol. 1, Casale Monferrato, 1983, cols. 910-918 (bibliografía; hay trad. castellana).