Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Texto
41. Habiendo conocido del Antiguo y Nuevo
Testamento el temor del Señor, su bondad y el amor a los hombres, convirtámonos
de todo nuestro corazón. ¿Por qué pereceremos, hermanos? Los pecadores
purifiquémonos las manos, limpiemos nuestros corazones los vacilantes, gimamos,
hagamos luto y lloremos a causa de nuestros pecados. Cesemos nuestras malas
acciones, tengamos fe en la misericordia de Dios; temamos sus amenazas, guardemos
sus mandamientos, amémonos los unos a los otros de todos corazón. Digamos, “hermanos nuestros", también a
aquellos que nos odian y nos repugnan para que el Nombre del Señor sea
glorificado y contemplado en su gozo.
Perdonémonos los unos a los otros, ya que nos tentamos entre nosotros,
porque todos somos combatidos por el mismo enemigo. Opongámonos a nuestros malos pensamientos,
invocando el socorro de Dios y hagamos huir de nosotros los espíritus malvados
e impuros. Sometamos la carne al
espíritu, mortificándola y esclavizándola a través de toda penuria[1]. Purifiquémonos
de toda contaminación de la carne y del espíritu[2]. Estimulémonos unos a otros en el paroxismo
del amor y de las buenas obras[3]. No nos envidiemos ni, envidiosos, nos hagamos
feroces; más bien, tengamos compasión unos de otros y curémonos mutuamente por
medio de la humildad. No nos calumniemos, no nos injuriemos, Porque somos miembros unos de otros[4].
Alejemos de nosotros la negligencia y la pereza; mantengámonos virilmente
luchando contra los espíritus del mal: Tenemos junto al Padre a un abogado,
Jesucristo, el Justo[5]. Él
es propiciación de nuestros pecados, y supliquémosle con un corazón purificado
con toda nuestra alma, y él perdonará nuestros pecados. Porque el Señor está cerca de todos los que lo invocan de verdad[6]. Y por eso dice: Ofrece al Señor un sacrificio de Alabanza, y al altísimo tus votos, e
invócame en el día del peligro; yo te sacaré y tú me glorificarás[7]. Y
nuevamente en Isaías: Rompe todas las
cadenas injustas, desata todos los lazos de servidumbre; da la victoria a los
quebrantados y destruye, todo contrato injusto. Parte tu pan con el hambriento,
introduce en tu casa a los pobres sin techo. Si ves a uno desnudo, vístelo y no
desprecies a los que son de tu raza.
Entonces brotará tu luz como la aurora y encontrarás rápidamente remedio
a tus heridas: Tu justicia marchará delante de ti y la gloria del Señor te
rodeará[8].
¿Y qué después de esto? Grita entonces y
el Señor te escuchará, y mientras aún estás hablando te dirá: ‘Aquí estoy’,
entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía.
Y Dios estará siempre contigo y tu alma
será colmada como lo desea[9].
Observa que rompiendo todos los lazos de
injusticia en nuestro corazón y disolviendo toda obligación de contratos
violentos de rencor, y buscando con toda el alma beneficiar al prójimo, nos
ilumínanos con la luz del conocimiento, y nos libramos de las pasiones indignas
y nos llenamos de toda virtud, y resplandecemos por la gloria del Señor y nos liberamos
de toda ignorancia: invocando los dones de Cristo, somos escuchados y tendremos
siempre a Dios con nosotros y seremos colmados del deseo de Dios.
42.
Amémonos unos a otros y seremos amados por Dios. Seamos magnánimos unos con
otros y él será magnánimo con nuestros pecados. No devolvamos mal por mal[10], y no lo recibiremos según nuestros
pecados. En el perdón de los hermanos
encontraremos el perdón por nuestros pecados.
Y la misericordia de Dios está oculta en la misericordia hacia el
prójimo. Por eso el Señor decía: perdonad
y se os perdonará[11]. Y si perdonáis a los hombres sus faltas,
también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados”[12]. Y
también: Felices los misericordiosos,
porque obtendrán misericordia"[13]. Y: con la medida con que midáis, seréis medidos[14]. He
aquí que el Señor nos ha concedido el modo de salvación, y nos ha dado el poder
eterno de hacernos hijos de Dios; y, en definitiva, en nuestra voluntad está
nuestra salvación[15].
43.
Démonos enteramente al Señor, a fin de recibirlo todo entero. Hagámonos dioses por su gracia, por eso
Él se hizo hombre, siendo Dios y Señor por naturaleza. Obedezcámosle, y él sin esfuerzos nos vengará
de nuestros enemigos. Si mi pueblo me
hubiese escuchado, dice, si Israel
hubiese marchado por mi senda, en un instante habría abatido a mis adversarios,
y habría vuelto la mano en contra de los que lo afligían[16]
(146). Pongamos toda nuestra esperanza
solo en Él. Y enraicemos todo nuestra
solicitud en Él solo, y Él mismo nos liberará de toda tribulación, y nos
nutrirá durante toda la vida. Amemos de corazón a todos los hombres, pero no
pongamos la esperanza en hombre alguno: porque en la medida en que el Señor nos
guarde, todos nuestros amigos nos cuidarán, y todos los enemigos serán
impotentes contra nosotros. Pero cuando
el Señor nos abandone, entonces todos nuestros amigos también y todos los
enemigos llegan a ser fuertes contra nosotros. Y más aún, quien confía en sí
mismo, caerá con una caída indigna, pero el que teme al Señor será exaltado.
Por eso dice David: No espero en mi arco,
ni mi espada me salva. Tú nos salvaste
de los que nos afligían y confundiste a los que nos odian[17].
44.
No admitamos ningún pensamiento que minimice nuestros pecados y predique su
remisión. Contra estos pensamientos el Señor, nos ponía en guardia, diciendo: Cuídense de los falsos profetas, que vendrán
a Uds. con vestidos de ovejas, pero que dentro son lobos rapaces[18].
Porque mientras nuestro nous permanece turbado por el pecado, no alcanzamos aún
su perdón porque no hemos producido aún frutos dignos de penitencia, y el fruto
de la penitencia es la imperturbabilidad del alma y la imperturbabilidad es la
cancelación del pecado. Y aún no tenemos una perfecta imperturbabilidad cuando,
por momentos, somos turbados por las pasiones y, por momentos, no lo somos. Por
medio del santo bautismo hemos sido liberados del pecado original, pero de los
que osamos cometer después del bautismo, somos liberados por medio de la
penitencia.
45.
Hagamos sinceramente penitencia para que, liberados de las pasiones, consigamos
la remisión de los pecados. Despreciemos
las cosas temporales a fin de no transgredir el mandamiento del amor; para que
no caigamos del amor de Dios, combatiendo por su causa a los hombres[19]. Andemos en
el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne[20].
Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza. Rivalicemos con los santos atletas del
Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo
hacia lo que está por delante[21].
Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la
continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el
aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de
la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad,
la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos
dejemos relajar por lo placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos,
no corrompamos la conciencia; busquemos
la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor[22]. Y,
sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos y del señor del mundo[23].
Abandonemos la carne y las cosas carnales.
Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía. Imitemos al divino Apóstol; acojamos al
caudillo de la vida; gocemos de la fuente de la vida. Danzaremos con los
ángeles, con los ángeles alabaremos a nuestro Señor Jesucristo; a quien la
gloria y el poder junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por
los siglos de los siglos. Amén.
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate"