lunes, 21 de noviembre de 2011


Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Diálogo Ascético
Texto
41.  Habiendo conocido del Antiguo y Nuevo Testamento el temor del Señor, su bondad y el amor a los hombres, convirtámonos de todo nuestro corazón. ¿Por qué pereceremos, hermanos? Los pecadores purifiquémonos las manos, limpiemos nuestros corazones los vacilantes, gimamos, hagamos luto y lloremos a causa de nuestros pecados. Cesemos nuestras malas acciones, tengamos fe en la misericordia de Dios; temamos sus amenazas, guardemos sus mandamientos, amémonos los unos a los otros de todos corazón.  Digamos, “hermanos nuestros", también a aquellos que nos odian y nos repugnan para que el Nombre del Señor sea glorificado y contemplado en su gozo.  Perdonémonos los unos a los otros, ya que nos tentamos entre nosotros, porque todos somos combatidos por el mismo enemigo.  Opongámonos a nuestros malos pensamientos, invocando el socorro de Dios y hagamos huir de nosotros los espíritus malvados e impuros.  Sometamos la carne al espíritu, mortificándola y esclavizándola a través de toda penuria[1]Purifiquémonos de toda contaminación de la carne y del espíritu[2].  Estimulémonos unos a otros en el paroxismo del amor y de las buenas obras[3].  No nos envidiemos ni, envidiosos, nos hagamos feroces; más bien, tengamos compasión unos de otros y curémonos mutuamente por medio de la humildad. No nos calumniemos, no nos injuriemos, Porque somos miembros unos de otros[4]. Alejemos de nosotros la negligencia y la pereza; mantengámonos virilmente luchando contra los espíritus del mal: Tenemos junto al Padre a un abogado, Jesucristo, el Justo[5]. Él es propiciación de nuestros pecados, y supliquémosle con un corazón purificado con toda nuestra alma, y él perdonará nuestros pecados. Porque el Señor está cerca de todos los que lo invocan de verdad[6].  Y por eso dice: Ofrece al Señor un sacrificio de Alabanza, y al altísimo tus votos, e invócame en el día del peligro; yo te sacaré y tú me glorificarás[7]. Y nuevamente en Isaías: Rompe todas las cadenas injustas, desata todos los lazos de servidumbre; da la victoria a los quebrantados y destruye, todo contrato injusto. Parte tu pan con el hambriento, introduce en tu casa a los pobres sin techo. Si ves a uno desnudo, vístelo y no desprecies a los que son de tu raza.  Entonces brotará tu luz como la aurora y encontrarás rápidamente remedio a tus heridas: Tu justicia marchará delante de ti y la gloria del Señor te rodeará[8]. ¿Y qué después de esto? Grita entonces y el Señor te escuchará, y mientras aún estás hablando te dirá: ‘Aquí estoy’, entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía. Y Dios estará siempre contigo y  tu alma será colmada como lo desea[9]. Observa  que rompiendo todos los lazos de injusticia en nuestro corazón y disolviendo toda obligación de contratos violentos de rencor, y buscando con toda el alma beneficiar al prójimo, nos ilumínanos con la luz del conocimiento, y nos libramos de las pasiones indignas y nos llenamos de toda virtud, y resplandecemos por la gloria del Señor y nos liberamos de toda ignorancia: invocando los dones de Cristo, somos escuchados y tendremos siempre a Dios con nosotros y seremos colmados del deseo de Dios.

42. Amémonos unos a otros y seremos amados por Dios. Seamos magnánimos unos con otros y él será magnánimo con nuestros pecados. No devolvamos mal por mal[10],  y no lo recibiremos según nuestros pecados.  En el perdón de los hermanos encontraremos el perdón por nuestros pecados.  Y la misericordia de Dios está oculta en la misericordia hacia el prójimo. Por eso el Señor decía: perdonad y se os perdonará[11]. Y si perdonáis a los hombres sus faltas, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados[12]. Y también: Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia"[13]. Y: con la medida con que midáis, seréis medidos[14]. He aquí que el Señor nos ha concedido el modo de salvación, y nos ha dado el poder eterno de hacernos hijos de Dios; y, en definitiva, en nuestra voluntad está nuestra salvación[15].

43. Démonos enteramente al Señor, a fin de recibirlo todo entero. Hagámonos dioses por su gracia, por eso Él se hizo hombre, siendo Dios y Señor por naturaleza.  Obedezcámosle, y él sin esfuerzos nos vengará de nuestros enemigos. Si mi pueblo me hubiese escuchado, dice, si Israel hubiese marchado por mi senda, en un instante habría abatido a mis adversarios, y habría vuelto la mano en contra de los que lo afligían[16] (146).  Pongamos toda nuestra esperanza solo en Él.  Y enraicemos todo nuestra solicitud en Él solo, y Él mismo nos liberará de toda tribulación, y nos nutrirá durante toda la vida. Amemos de corazón a todos los hombres, pero no pongamos la esperanza en hombre alguno: porque en la medida en que el Señor nos guarde, todos nuestros amigos nos cuidarán, y todos los enemigos serán impotentes contra nosotros.  Pero cuando el Señor nos abandone, entonces todos nuestros amigos también y todos los enemigos llegan a ser fuertes contra nosotros. Y más aún, quien confía en sí mismo, caerá con una caída indigna, pero el que teme al Señor será exaltado. Por eso dice David: No espero en mi arco, ni mi espada me salva.  Tú nos salvaste de los que nos afligían y confundiste a los que nos odian[17].

44. No admitamos ningún pensamiento que minimice nuestros pecados y predique su remisión. Contra estos pensamientos el Señor, nos ponía en guardia, diciendo: Cuídense de los falsos profetas, que vendrán a Uds. con vestidos de ovejas, pero que dentro son lobos rapaces[18]. Porque mientras nuestro nous permanece turbado por el pecado, no alcanzamos aún su perdón porque no hemos producido aún frutos dignos de penitencia, y el fruto de la penitencia es la imperturbabilidad del alma y la imperturbabilidad es la cancelación del pecado. Y aún no tenemos una perfecta imperturbabilidad cuando, por momentos, somos turbados por las pasiones y, por momentos, no lo somos. Por medio del santo bautismo hemos sido liberados del pecado original, pero de los que osamos cometer después del bautismo, somos liberados por medio de la penitencia.

45. Hagamos sinceramente penitencia para que, liberados de las pasiones, consigamos la remisión de los pecados.  Despreciemos las cosas temporales a fin de no transgredir el mandamiento del amor; para que no caigamos del amor de Dios, combatiendo por su causa a los hombres[19]. Andemos en  el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne[20]. Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza.  Rivalicemos con los santos atletas del Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo hacia lo que está por delante[21]. Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad, la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos dejemos relajar por lo placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos, no corrompamos la conciencia; busquemos la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor[22]. Y, sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos y del señor del mundo[23]. Abandonemos la carne y las cosas carnales.  Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía.  Imitemos al divino Apóstol; acojamos al caudillo de la vida; gocemos de la fuente de la vida. Danzaremos con los ángeles, con los ángeles alabaremos a nuestro Señor Jesucristo; a quien la gloria y el poder junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate" 






[1] Cf. 1 Co 9, 27.
[2] 2 Co  7, 1.
[3] Cf. Hb  10, 24.
[4] Ef  4, 25.
[5] Cf. 1 Jn  2, 1.
[6] Sal  144, 18.
[7] Sal  49, 14.
[8] Is  58, 6-8.
[9] Is  58, 9- 10.
[10] Cf. Rm  12, 17.
[11] Lc  6, 37.
[12] Mt  6, 14.
[13] Mt  5, 7.
[14] Mt  7, 2.
[15] Clara afirmación de Máximo, ya desde sus primeros escritos, de la insoslayable función de la voluntad humana en la obra de salvación.
[16] Sal  80, 14- 15.
[17] Sal 43, 7- 8.
[18]Mt  7, 15.
[19] Aquí se ve diáfanamente el encadenamiento de los tres niveles: desprecio por la materia- amor al prójimo- amor a Dios.
[20] Ga  5, 16.
[21] Cf. Flp  3, 13.
[22] Hb  12, 14.
[23] Cf. Ef  6, 12.