viernes, 28 de mayo de 2010

(Continuamos compartiendo algunos para parágrafos del capítulo segundo del libro del Padre Gabriel Bunge, “Vasos de Barro”, Segunda parte)


Juan Damasceno comienza por una constatación general: de que la doble naturaleza del ser humano, físico-corporal e interior–espiritual, postula igualmente la necesidad de una doble adoración. La idea proviene evidentemente de Orígenes quien sostiene que la actitud interior y espiritual en la oración razonablemente exige la correspondiente actitud exterior en el porte del orante1. Si el cristiano se vuelve y orienta espiritualmente hacia el Señor, esto debe análogamente manifestarse visiblemente con y en el cuerpo.
Después de esa constatación general pasa Juan Damasceno a las “pruebas escriturísticas”. Ya que la “luz” y análogamente el “oriente” son en la Sagrada Escritura metáforas para Dios y su Cristo, se destina el lado este, el oriente para la adoración orante de Dios. Conocemos ya esa idea gracias a Pseudo - Justino2.
Sigue a continuación con la historia de la salvación en un sentido más estricto, y en primer lugar con la historia primitiva: el jardín del Edén al oriente, y la instalación de Adán, después de la expulsión, “hacia el poniente”, “enfrente del paraíso”.
En la Antigua Alianza reaparece de muchísimas maneras el “este” como dirección privilegiada. Juan enumera la disposición de la tienda de la alianza, la manera de acampar de las tribus de Israel y al templo de Salomón. Tengamos en cuenta que partiendo de aquí pueden fácilmente prolongarse las líneas hasta llegar al simbolismo (expresado por la orientación a elegir para) la construcción de los templos cristianos.
Es totalmente correcta la conclusión de que la Nueva Alianza, - como cumplimiento y perfeccionamiento de la Antigua -, ha asumido el significado simbólico de la “orientación hacia oriente”. Juan Damasceno menciona la Crucifixión, la Ascensión y el Retorno de Cristo; a su nacimiento había ya aludido antes: Cristo como el “Oriente” predicho por los profetas; pensemos también en la estrella “hacia el este” que vieron los Magos – en coincidencia con las promesas proféticas se trata de una “estrella que surge en Jacob”3 - y que interpretaron en referencia al nacimiento del Mesías4.
La tradición apostólica, oralmente transmitida, de rezarle a Dios vueltos hacia oriente tiene, por tanto, diversas razones que se complementan mutuamente y que Juan Damasceno va señalando cuidadosamente a lo largo del capítulo. Ya que hay que consagrar a Dios, - origen de todo lo bello y bueno -, toda belleza y dado que fuera de toda duda “la salida del sol” está entre las cosas más hermosas, debe por ello ser reservada para la adoración de Dios. Se trata entonces de un argumento “cósmico” que podría ser igualmente sostenido por un no cristiano, y es por eso que el oriente, ya en tiempos precristianos y extra bíblicos, gozó de una consideración privilegiada como aún veremos. Pero fue recién al hombre bíblico, -y más en concreto al cristiano en una medida aún mayor que al judío-, al que se le concedió la plenitud de la revelación al develársele toda la profundidad histórico salvífica de dicha “orientación”. Vuelto hacia el este el cristiano le reza a Dios teniendo enfocada su mirada en la “antigua madre patria” en búsqueda de la cual se halla empeñado desde el momento en que fuera expulsado del paraíso. Al mismo tiempo se “orienta” y dirige al Crucificado que por su muerte y resurrección le (re)abrió la puerta hacia aquella su “patria de origen”, y a la que le precedió según lo insinúa Lc 23,43. Desde allí, del oriente, aguarda el retorno glorioso de su Señor en su segunda venida, cuando llevará a pleno cumplimiento la salvación prometida.
La fuerza y profundidad de esta interpretación teológica de la “orientación hacia el este” para orar, creemos que no dejará de causar profunda impresión, aun en el hombre moderno. Más aún, al caer en la cuenta que fuera de todo lo arriba dicho este simbolismo se enraíza en el mismo hecho de su bautismo, gracias al cual es cristiano. Pues hay que tener en cuenta que dicho estar enraizado en el sacramento modifica vitalmente la propia existencia. Lo que gracias a la historia de la salvación le tocó en herencia a la humanidad entera, se hace mío por el sacramento (del bautismo).
Así, pues, cuando renuncias a Satanás, rompiendo todo pacto con él y con las viejas alianzas con el infierno, se te abre entonces el paraíso de Dios que fue plantado al oriente y del cual, por haber transgredido el mandato de Dios, fue expulsado nuestro primer padre. Como símbolo de esto te volviste desde el occidente para mirar al oriente, la región de la luz 5.
La relación entre el “oriente” y Cristo es para el espíritu de los Padres tan estrecha, que Ambrosio en idéntico contexto, al girar el bautizando de occidente a oriente puede simplemente decir: “Quien renuncia al diablo, se vuelve hacia Cristo, y mira directamente su rostro”6.
Siempre que un cristiano se dispone a rezar ante su Señor volviéndose hacia oriente renueva, – aunque no lo diga o no sea totalmente consciente de ello -, aquel acto de renuncia al mal y de confesión del Dios Uno y Trino que efectuó de una vez para siempre en el bautismo7.
Teniendo en cuenta todo lo dicho hasta aquí, no es sorprendente que la “orientación” en la oración sea de tal importancia que cualquier otra costumbre, por querida, simbólica, o llena de sentido que fuese, deba capitular y ceder ante ella. A este popósito, Orígenes escribe lo siguiente:
Debemos decir ahora algo respecto a la dirección en que se ha de mirar al hacer oración. Ya que los puntos cardinales son cuatro, norte, sur, puesta y salida (del sol), ¿qué persona no reconocerá sin sombra de duda que debemos orar mirando hacia oriente, como expresión simbólica del alma que contempla “el surgir de la luz verdadera”?8
Si alguna persona dijera que prefiere presentar sus ruegos (ante Dios) en la dirección en que estuviese orientada la puerta de su casa, con la motivación de que se inspira mejor mirando al firmamento que ante una pared, ya que la puerta de su casa no se abre hacia oriente, entonces hay que contestarle: es por mera arbitrio humano que las puertas de las casas se abren hacia uno u otro lado, pero por naturaleza hay que preferir el oriente a los restantes puntos cardinales. Lo que es por naturaleza ha de anteponerse a lo arbitrario. Después de estas consideraciones, si alguien desea rezar al aire libre, ¿rezará vuelto hacia oriente más bien que hacia occidente? ¡Por supuesto! Si al aire libre es así, prefiérase hacerlo así en todas partes.9
El hombre de la antigüedad, fuera pagano o judío, tenía la costumbre, como todavía veremos, de rezar vuelto hacia el cielo abierto10. Esta costumbre tan querida, de ser necesario, debe ceder ante la “orientación” cristiana, ¡aun ante el peligro de encontrarse ante una pared totalmente cerrada! En esto Orígenes es categórico: la elección del lugar, las actitudes durante la oración y muchas otras cosas deben adaptarse a veces a las circunstancias, pero jamás (hay que adaptar o variar) la orientación al rezar. El hacerlo hacia oriente excluye toda otra dirección11. Hacia allí hay que mirar “sean cuales fueren las circunstancias”12– si bien las razones de la tradición eclesial no les son conocidas a todos13. Cuáles sean esas razones aquí sólo lo insinúa Orígenes con su referencia al “levantarse de la luz verdadera”; eran sin embargo, esencialmente las mismas que las enumeradas por los Padres posteriores (a Orígenes).
Por otra parte, a los Padres les era de sobra conocido el hecho de que aun fuera de la tradición bíblica era el oriente la dirección preferida a las otras tres, y eso era incluso cierto como dirección preferida para la oración. La manera en que explican dicha coincidencia merece ser repensada y meditada en un tiempo como el nuestro, de convergencia entre las religiones a nivel mundial.
Por eso también (en) los templos más antiguos (la puerta) miraba hacia occidente, para que los que estaban de pie de frente a las imágenes, se habituaran a volverse hacia el oriente 14.
Aquella “salida/subida”15 de la “luz eterna”16 , de la cual los pueblos se alejaron voluntariamente cuando decidieron construir la torre de Babel – pecado por el que fueron castigados por Dios con la pérdida del idioma único que hasta ese momento tenían en común17. Únicamente Israel no se alejó de esa “surgente” preservando así su “idioma originario”, el idioma “fontal/oriental”, por lo que entre todos los pueblos se convirtió en el único que al no alejarse de la “fuente” conservó el “idioma originario” la “lengua de la subida/salida” gracias a lo cual llegó a ser la “heredad del Señor” según lo explica profundamente Orígenes18.
Sin que fueran conscientes de ello, el Pedagogo divino iba conduciendo también a los paganos, perdidos en su servicio a los ídolos, hacia la “salida/subida”, hacia su verdadero “origen”, desde donde se “derrama la luz que empezó a brillar en las tinieblas”19, es decir Cristo, el “Sol de justicia”, que “a los que yacían en la ignorancia”20 les hizo alborear, cual sol, el día del conocimiento de la verdad 21.
¿Quién se atreverá a decir, después de todo lo expuesto, que la “orientación” en la oración es algo secundario, apenas fruto del espíritu de una determinada época? Donde se entiende su sentido y donde se lo vive conscientemente, preserva al orante del peligro, - hoy más amenazador que nunca -, de perderse en lo intrascendente. El mahometano sabe muy bien por qué se vuelve hacia La Meca para rezar, y eso con independencia de la arquitectura del ámbito en el que casualmente se halle. Por el contrario el adherente del (budismo) zen sabe muy bien por qué no necesita de “orientación” ninguna durante su meditación, pues le es extraño hasta el menor atisbo de pensamiento de un “estar ante”, o, “en presencia de”.
¿Y el cristiano? Debería saber que la felicidad sólo le es posible en su unión con Dios, en la que (sin embargo) persiste, total y absolutamente, la posibilidad de estar personal y mutuamente uno en presencia del otro. Hay que saber que el “modelo” y la posibilidad de esta unión sin mezcla y sin confusión proviene de la unidad de las tres divinas Hipóstasis en el Único Dios (Evagrio). ¡Justamente eso es lo que no le deja olvidar y le recuerda su volver el rostro, - tanto el físico como el espiritual -, hacia oriente, hacia el Señor!.



Equipo de redacción de “En el Desierto”





Notas:
1.Orígenes, De Oratione XXXI,2.
2.Ver arriba, Cap. 2, nota 28.
3.Nm 24,17.
4.Mt 2,1 ss.
5.Cirilo de Jerusalén, Catechese Mystagogicae I,9 (traducción propia).
6.Ambrosio, De Mysteriis II,7 (traducción propia).
7.En lo que respecta a la señal de la cruz, que también va colocada en un contexto bautismal, ver más adelante Capítulo IV,6.
8.Ver Za 6,12,; Lc 1,78 (Sol de Oriente); Jn 1,9 (Luz verdadera).
9.Orígenes, De Oratione XXXII
10.Ver más adelante Capítulo IV,3.
11.Orígenes, Num, hom V,1 (Baehrens).
12.Orígenes, De Oratione XXXI,1.
13.Orígenes, Num. hom. V,1 (Baehrens).
14.Clemente de Alejandría, Stom. VII,43,7.
15.En alemán Bunge usa la palabra “Aufgang” que tiene el doble significado de “subida” y de “salida”. De ese modo juega con un doble significado: el del subir/elevarse de la torre de Babel y el de la salida del sol. Ese doble significado no se da en castellano (nota del traductor).
16.Sb 7,26.
17.Ver Gn 11,1 ss.
18.Orígenes, Contra Celsum V,29 ss (Koetschau).
19.Ver 2 Cor 4,6.
20.Ver Mt 4,16.
21.Clemente de Alejandría, Strom VII,43,6.