Dialogando con Padre Simeón, Padre siguiendo el tema de la Voluntad de Dios: ¿Cómo se manifiesta la Voluntad de Dios?
Tercera Parte
El Espíritu divino dirige a cada uno de una manera diferente: hay quien se aleja en la soledad del desierto y allí persevera en la plegaria del corazón; otro intercede ante Dios por los hombres; otro tiene la vocación de apacentar el rebaño de Cristo; a otro se le ha designado para predicar o consolar a los que sufren; otro sirve a su prójimo con su trabajo o su fortuna. Y todos estos, son dones del Espíritu Santo, acordados según diferentes grados: a uno treinta, a otro sesenta, a otro cien (Mc. 4, 20).
Si nos amáramos unos y otros en la simplicidad del corazón, el Señor nos mostraría, por el Espíritu Santo, muchos milagros, y nos revelaría grandes misterios.
¡Cómo es claro para mí que el Señor nos dirige! Sin Él no podemos tener ni un solo buen pensamiento. Es por eso que debemos abandonarnos humildemente a la voluntad de Dios, a fin de que el Señor pueda guiarnos.
Todos nos atormentamos en la tierra y buscamos la libertad; pero hay pocos que saben en qué consiste la libertad y en dónde se encuentra.
Yo también deseo la libertad y la busco día y noche. He comprendido que está junto a Dios y que Dios la otorga a aquellos que tienen el corazón humilde, a los que se han arrepentido y que han suprimido su propia voluntad para Él. A aquél que se arrepiente, el Señor le da la paz y la libertad de amarlo. No hay nada mejor en el mundo que amar a Dios y al prójimo. Es allí donde el alma encuentra paz y alegría.
¡Oh pueblos de toda la tierra!, caigo de rodillas ante vosotros y os suplico con lágrimas en los ojos: "Venid a Cristo, yo conozco su amor por vosotros. Yo lo conozco y es por eso que lo grito sobre toda la tierra. Si se desconoce una cosa, ¿cómo podríamos hablar?".
Preguntarás, quizás: "¿Pero, cómo podemos conocer a Dios?" Yo afirmo que hemos visto al Señor en el Espíritu Santo. Si te humillas, entonces a tí también el Espíritu Santo te revelará a nuestro Señor. Y entonces, tú también querrás anunciarlo en voz alta al mundo entero.
Yo estoy viejo y espero la muerte. Escribo la verdad por amor a los hombres, por los cuales mi alma está en pena. Si pudiera ayudar a salvar aunque fuera a un solo hombre, bendeciría a Dios eternamente. Pero mi corazón sufre por el mundo entero; ruego y derramo lágrimas por él, para que todos los hombres se arrepientan y conozcan a Dios, vivan en el amor y gocen de la libertad en Dios.
Oh! vosotros todos, hombres de la tierra, orad y llorad vuestros pecados, para que el Señor os los perdone. Y allí donde está el perdón, reinan también la libertad y el amor.
El Señor no quiere la muerte del pecador, y a aquél que se arrepiente Él le otorga el don de la gracia del Espíritu Santo. Ella da la paz al alma y la libertad de estar en Dios con el espíritu y el corazón. Cuando el Espíritu Santo perdona nuestros pecados, el alma recibe la libertad de rogar a Dios con un espíritu puro. Entonces ella contempla libremente a Dios y permanece apacible y alegre en Él. Es esa la verdadera libertad. Pero sin Dios, no puede haber libertad, porque nuestros enemigos turban el alma con malos pensamientos.
Diré la verdad al mundo entero: soy abominable ante Dios. Hubiera desesperado por mi salvación si Dios no me hubiera acordado la gracia del Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo me ha enseñado, y es a causa de ello que escribo sin esfuerzo sobre Dios, porque Él me insta a escribir.
Tengo compasión de los hombres; lloro y me lamento por ellos. Muchos son los que piensan: "He cometido muchos pecados: maté, robé, fui violento, calumnié, viví en el desorden e hice muchas otras cosas más". Y la vergüenza los retiene y no los conduce al camino de la penitencia. Pero olvidan que todos sus pecados son, ante Dios, como una gota de agua en el mar.
¡Oh mis hermanos de toda la tierra!, arrepentíos entonces, que aun es tiempo. Dios espera con misericordia nuestro arrepentimiento. Y todo el cielo, todos los santos también esperan ese arrepentimiento. Como Dios es Amor, lo mismo en los Santos, el Espíritu Santo es amor. Pide y el Señor te perdonará. Cuando hayas obtenido el perdón de tus pecados, habrá alegría y júbilo en tu alma; la gracia del Espíritu Santo entrará en tu alma y dirás: "Esta es la verdadera libertad, está en Dios y viene de Dios".
La gracia divina no quita la libertad, sino que ayuda a cumplir solamente con los mandamientos de Dios. Adán estaba en gracia, pero su voluntad no estaba abolida. Igualmente los Ángeles permanecen en el Espíritu Santo, pero su libre voluntad no les es quitada.
Muchos hombres no conocen el camino de la salvación; han caído a las tinieblas y no ven la luz de la Verdad. Pero Él fue, es y será, y llama con ternura a todos los hombres: "Venid a Mí todos vosotros que penáis y que estáis abrumados; conocedme y os daré la paz y la libertad".
Esta es la verdadera libertad: es estar en Dios. Antes, yo tampoco lo sabía. Hasta los veintisiete años solamente creía en la existencia de Dios, mas no lo conocía. Pero desde que mi alma lo conoce a través del Espíritu Santo, ella se arroja a Él con ardor; y ahora, día y noche, lo busco con un corazón ardiente.
El Señor quiere que nos amemos unos a otros. Es en esto que consiste la libertad: en el amor por Dios y por nuestro prójimo. Es allí donde encontramos la libertad y la igualdad. En el orden social, no puede haber igualdad, pero esto no tiene importancia para el alma. Es imposible que cada uno sea rey o príncipe, patriarca o higúmeno o jefe, pero en toda condición se puede amar a Dios y serle agradable, y esto es lo que importa ante todo. Aquél, cuyo amor por Dios sea el más grande sobre la tierra, será la Gloria más grande en el Reino. Aquél que ame con un amor más grande se arrojará a Dios con más fuerza y estará más cerca de Él. Cada uno será glorificado en la medida de su amor. He comprendido que el amor puede variar en su intensidad.
El Espíritu divino dirige a cada uno de una manera diferente: hay quien se aleja en la soledad del desierto y allí persevera en la plegaria del corazón; otro intercede ante Dios por los hombres; otro tiene la vocación de apacentar el rebaño de Cristo; a otro se le ha designado para predicar o consolar a los que sufren; otro sirve a su prójimo con su trabajo o su fortuna. Y todos estos, son dones del Espíritu Santo, acordados según diferentes grados: a uno treinta, a otro sesenta, a otro cien (Mc. 4, 20).
Si nos amáramos unos y otros en la simplicidad del corazón, el Señor nos mostraría, por el Espíritu Santo, muchos milagros, y nos revelaría grandes misterios.
¡Cómo es claro para mí que el Señor nos dirige! Sin Él no podemos tener ni un solo buen pensamiento. Es por eso que debemos abandonarnos humildemente a la voluntad de Dios, a fin de que el Señor pueda guiarnos.
Todos nos atormentamos en la tierra y buscamos la libertad; pero hay pocos que saben en qué consiste la libertad y en dónde se encuentra.
Yo también deseo la libertad y la busco día y noche. He comprendido que está junto a Dios y que Dios la otorga a aquellos que tienen el corazón humilde, a los que se han arrepentido y que han suprimido su propia voluntad para Él. A aquél que se arrepiente, el Señor le da la paz y la libertad de amarlo. No hay nada mejor en el mundo que amar a Dios y al prójimo. Es allí donde el alma encuentra paz y alegría.
¡Oh pueblos de toda la tierra!, caigo de rodillas ante vosotros y os suplico con lágrimas en los ojos: "Venid a Cristo, yo conozco su amor por vosotros. Yo lo conozco y es por eso que lo grito sobre toda la tierra. Si se desconoce una cosa, ¿cómo podríamos hablar?".
Preguntarás, quizás: "¿Pero, cómo podemos conocer a Dios?" Yo afirmo que hemos visto al Señor en el Espíritu Santo. Si te humillas, entonces a tí también el Espíritu Santo te revelará a nuestro Señor. Y entonces, tú también querrás anunciarlo en voz alta al mundo entero.
Yo estoy viejo y espero la muerte. Escribo la verdad por amor a los hombres, por los cuales mi alma está en pena. Si pudiera ayudar a salvar aunque fuera a un solo hombre, bendeciría a Dios eternamente. Pero mi corazón sufre por el mundo entero; ruego y derramo lágrimas por él, para que todos los hombres se arrepientan y conozcan a Dios, vivan en el amor y gocen de la libertad en Dios.
Oh! vosotros todos, hombres de la tierra, orad y llorad vuestros pecados, para que el Señor os los perdone. Y allí donde está el perdón, reinan también la libertad y el amor.
El Señor no quiere la muerte del pecador, y a aquél que se arrepiente Él le otorga el don de la gracia del Espíritu Santo. Ella da la paz al alma y la libertad de estar en Dios con el espíritu y el corazón. Cuando el Espíritu Santo perdona nuestros pecados, el alma recibe la libertad de rogar a Dios con un espíritu puro. Entonces ella contempla libremente a Dios y permanece apacible y alegre en Él. Es esa la verdadera libertad. Pero sin Dios, no puede haber libertad, porque nuestros enemigos turban el alma con malos pensamientos.
Diré la verdad al mundo entero: soy abominable ante Dios. Hubiera desesperado por mi salvación si Dios no me hubiera acordado la gracia del Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo me ha enseñado, y es a causa de ello que escribo sin esfuerzo sobre Dios, porque Él me insta a escribir.
Tengo compasión de los hombres; lloro y me lamento por ellos. Muchos son los que piensan: "He cometido muchos pecados: maté, robé, fui violento, calumnié, viví en el desorden e hice muchas otras cosas más". Y la vergüenza los retiene y no los conduce al camino de la penitencia. Pero olvidan que todos sus pecados son, ante Dios, como una gota de agua en el mar.
¡Oh mis hermanos de toda la tierra!, arrepentíos entonces, que aun es tiempo. Dios espera con misericordia nuestro arrepentimiento. Y todo el cielo, todos los santos también esperan ese arrepentimiento. Como Dios es Amor, lo mismo en los Santos, el Espíritu Santo es amor. Pide y el Señor te perdonará. Cuando hayas obtenido el perdón de tus pecados, habrá alegría y júbilo en tu alma; la gracia del Espíritu Santo entrará en tu alma y dirás: "Esta es la verdadera libertad, está en Dios y viene de Dios".
La gracia divina no quita la libertad, sino que ayuda a cumplir solamente con los mandamientos de Dios. Adán estaba en gracia, pero su voluntad no estaba abolida. Igualmente los Ángeles permanecen en el Espíritu Santo, pero su libre voluntad no les es quitada.
Muchos hombres no conocen el camino de la salvación; han caído a las tinieblas y no ven la luz de la Verdad. Pero Él fue, es y será, y llama con ternura a todos los hombres: "Venid a Mí todos vosotros que penáis y que estáis abrumados; conocedme y os daré la paz y la libertad".
Esta es la verdadera libertad: es estar en Dios. Antes, yo tampoco lo sabía. Hasta los veintisiete años solamente creía en la existencia de Dios, mas no lo conocía. Pero desde que mi alma lo conoce a través del Espíritu Santo, ella se arroja a Él con ardor; y ahora, día y noche, lo busco con un corazón ardiente.
El Señor quiere que nos amemos unos a otros. Es en esto que consiste la libertad: en el amor por Dios y por nuestro prójimo. Es allí donde encontramos la libertad y la igualdad. En el orden social, no puede haber igualdad, pero esto no tiene importancia para el alma. Es imposible que cada uno sea rey o príncipe, patriarca o higúmeno o jefe, pero en toda condición se puede amar a Dios y serle agradable, y esto es lo que importa ante todo. Aquél, cuyo amor por Dios sea el más grande sobre la tierra, será la Gloria más grande en el Reino. Aquél que ame con un amor más grande se arrojará a Dios con más fuerza y estará más cerca de Él. Cada uno será glorificado en la medida de su amor. He comprendido que el amor puede variar en su intensidad.