_Deseo iniciar citando al Abba Poimén que ha dicho: “Nuestra voluntad es como un muro de bronce entre Dios y nosotros, impidiéndonos acercarnos a Él a contemplar su misericordia”.
Siempre debemos pedir al Señor la paz del alma, que es el trabajo de la hesiquía, a fin de poder cumplir sus mandamientos que es en donde por excelencia se nos plasma la voluntad del Eterno Dios; porque el Señor ama a aquellos que se esfuerzan por cumplir su voluntad, y de esta manera encuentran una gran paz en Dios.
Aquél que cumple la voluntad de Dios está contento de todo y se puede considerar un hesicasta, porque la gracia del Señor lo colma de bendiciones.
Como bien sabemos el término Hesicasmo deriva de la palabra griega hesykia que significa quietud, silencio y paz interior, espacios necesarios para discernir y hacer la Voluntad de Dios. Es una práctica contemplativa, es decir centrada en Dios, en su Voluntad, que comprende, entre otras, tres etapas en nuestro encuentro con Dios y su designio de amor: Oración, Meditación y Contemplación, son casi un ejercicio de lectio Divina, si le agregamos la lectio, el encuentro con la Palabra, fuente primordial de revelación de la Voluntad de Dios. Es una práctica que se nutre de la vida de Jesús, orante por excelencia, y en Él somos llamados ser transformados en su imagen, como dice San Pablo,(2 Cor 3,18).
El camino de la hesiquía es un medio que nos lleva a encontrarnos con nuestro origen, imagen y semejanza de Dios. Creados a imagen y semejanza de Dios, pero heridos por el pecado, necesitamos que sea restaurada esta imagen en nosotros, el santísimo Nombre de Jesús nos la restaura. Este es el fin último de la vida cristiana y, por tanto, también de la vida monástica vivida en hesiquía.
Siempre debemos pedir al Señor la paz del alma, que es el trabajo de la hesiquía, a fin de poder cumplir sus mandamientos que es en donde por excelencia se nos plasma la voluntad del Eterno Dios; porque el Señor ama a aquellos que se esfuerzan por cumplir su voluntad, y de esta manera encuentran una gran paz en Dios.
Aquél que cumple la voluntad de Dios está contento de todo y se puede considerar un hesicasta, porque la gracia del Señor lo colma de bendiciones.
Como bien sabemos el término Hesicasmo deriva de la palabra griega hesykia que significa quietud, silencio y paz interior, espacios necesarios para discernir y hacer la Voluntad de Dios. Es una práctica contemplativa, es decir centrada en Dios, en su Voluntad, que comprende, entre otras, tres etapas en nuestro encuentro con Dios y su designio de amor: Oración, Meditación y Contemplación, son casi un ejercicio de lectio Divina, si le agregamos la lectio, el encuentro con la Palabra, fuente primordial de revelación de la Voluntad de Dios. Es una práctica que se nutre de la vida de Jesús, orante por excelencia, y en Él somos llamados ser transformados en su imagen, como dice San Pablo,(2 Cor 3,18).
El camino de la hesiquía es un medio que nos lleva a encontrarnos con nuestro origen, imagen y semejanza de Dios. Creados a imagen y semejanza de Dios, pero heridos por el pecado, necesitamos que sea restaurada esta imagen en nosotros, el santísimo Nombre de Jesús nos la restaura. Este es el fin último de la vida cristiana y, por tanto, también de la vida monástica vivida en hesiquía.
_Entonces Padre, ¿Podemos decir que Cristo es el único modelo en nuestro peregrinar?
_Ciertamente, El Hijo de Dios, que era in forma Dei, no temió renunciar a su privilegio, se abajó (Fil 2,6-7) haciéndose uno más entre nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado (Hb 4,15). Aceptó perder su forma, su belleza. Fue desfigurado hasta no poder ser ya reconocido (Is 53,2). Gustó la muerte. Pero el Padre le resucitó, le hizo sentar a su derecha y le constituyó Kyrios (Fil 2,9). Así se nos ha mostrado y trazado el camino de retorno a la imagen. Habiendo sido deformados por el pecado debemos reformarnos para ser transformados gradualmente en la imagen de Cristo resucitado. Esta transformación última a través de un largo proceso de reformación, de conversión, es el objeto de la formación monástica y del camino hesicasta. Formación y oración que no deben ser entendidas como actividades que ejerce un formador humano sobre otra persona, sino como transformación gradual y constante, nunca acabada, de una persona que, utilizando los medios que le ofrece la repetición del Santísimo Nombre de Jesús, permite al Espíritu Santo que restablezca en ella la imagen desfigurada y la semejanza perdida. No podemos olvidar que el tema de la imagen de Dios es central en la espiritualidad hesicasta antigua.
La doctrina de la imagen de Dios, tan amada para los Padres de la Iglesia que la han estudiado como el misterio de la salvación, donde cada uno la ha tratado de forma diferente, y así se ha hecho muy compleja y ha sido presentada con matices diversos. Cabe resumirla así: el hombre ha sido creado a imagen (imago) y semejanza (similitudo) de Dios; en cuanto criatura privilegiada, está llamada a participar de la vida divina: estas disposiciones han quedado trastocadas por el pecado, pero el hombre conserva su capacidad de volverse hacia Dios (capacitas Dei); por la gracia de la redención y por la imitación de Jesucristo, el hombre es capaz de participar de la vida divina; si su predisposición hacia Dios (imago) se desarrolla y se manifiesta en una vida continua de virtud, se encamina hacia la semejanza (similitudo) y encuentra su realización llegando a ser imagen de Dios.
_Ciertamente, El Hijo de Dios, que era in forma Dei, no temió renunciar a su privilegio, se abajó (Fil 2,6-7) haciéndose uno más entre nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado (Hb 4,15). Aceptó perder su forma, su belleza. Fue desfigurado hasta no poder ser ya reconocido (Is 53,2). Gustó la muerte. Pero el Padre le resucitó, le hizo sentar a su derecha y le constituyó Kyrios (Fil 2,9). Así se nos ha mostrado y trazado el camino de retorno a la imagen. Habiendo sido deformados por el pecado debemos reformarnos para ser transformados gradualmente en la imagen de Cristo resucitado. Esta transformación última a través de un largo proceso de reformación, de conversión, es el objeto de la formación monástica y del camino hesicasta. Formación y oración que no deben ser entendidas como actividades que ejerce un formador humano sobre otra persona, sino como transformación gradual y constante, nunca acabada, de una persona que, utilizando los medios que le ofrece la repetición del Santísimo Nombre de Jesús, permite al Espíritu Santo que restablezca en ella la imagen desfigurada y la semejanza perdida. No podemos olvidar que el tema de la imagen de Dios es central en la espiritualidad hesicasta antigua.
La doctrina de la imagen de Dios, tan amada para los Padres de la Iglesia que la han estudiado como el misterio de la salvación, donde cada uno la ha tratado de forma diferente, y así se ha hecho muy compleja y ha sido presentada con matices diversos. Cabe resumirla así: el hombre ha sido creado a imagen (imago) y semejanza (similitudo) de Dios; en cuanto criatura privilegiada, está llamada a participar de la vida divina: estas disposiciones han quedado trastocadas por el pecado, pero el hombre conserva su capacidad de volverse hacia Dios (capacitas Dei); por la gracia de la redención y por la imitación de Jesucristo, el hombre es capaz de participar de la vida divina; si su predisposición hacia Dios (imago) se desarrolla y se manifiesta en una vida continua de virtud, se encamina hacia la semejanza (similitudo) y encuentra su realización llegando a ser imagen de Dios.
Equipo de redacción "En el Desierto"