Conclusión
“El tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4,7)
“La fe se evapora” – habíamos tomado esta queja como punto de partida de nuestras reflexiones. Se volatiliza, fue la respuesta que dimos, porque no se la “practica”. Esto puede constatarse con toda claridad a partir del destino de la oración personal y sus “prácticas”; pues la oración fue desde siempre, algo así como un termómetro que permite medir la intensidad de la fe.
Las tradiciones de la Iglesia, la Escritura y los Padres no sólo nos transmitieron un rico tesoro de textos, sino que también nos legaron maneras, formas, gestos, etc., de oración. En los últimos tiempos de todo ello, - sobre todo en Occidente -, poco, o nada ha sobrevivido. Pero donde llegan a faltar esas prácticas, que en apariencia son (meras) “exterioridades” la oración se hace “ordinaria, fría y vacía” (José Busnaya), y la misma fe, que debería expresarse a través de ellas, se va enfriando imperceptiblemente, terminando por desaparecer.
Los antiguos Padres, a cuyos ojos no son meras “exterioridades”, bien sabían que estas cosas corren continuamente el riesgo de ser descuidadas y finalmente olvidadas, pues su significado deja de entenderse. Es por eso que tanto Tertuliano en el Occidente latino como Orígenes en el Oriente griego juzgaron apropiado hacer seguir a sus escritos “Sobre la Oración” un anexo “práctico” en el que se recuerdan dichas tradiciones de la Iglesia apostólica, “que fueron transmitidas oralmente” (Macario el Alejandrino citado por Evagrio).
¡Por el contrario, hay muchos que, ante la aparente desaparición de estas tradiciones, sacan la conclusión de que nos encontramos en un camino sin retorno! Piensan que el remedio para la crisis espiritual de Occidente se halla “en el futuro” y no “en el pasado”. Más aún, se considera como un precepto ineluctable dictado por la moda y por un amplísimo “ecumenismo”, el que hay que tomar en préstamo de las grandes religiones lo que más y más echamos de menos. Es por eso que muchos, sin la menor vacilación y con la mayor naturalidad, asumen distintos “métodos” de oración de otras religiones. Esto pareciera tanto más fácil cuanto que se considera que el “zen no es una creencia, sino una práctica” (R. Pesch), y que por eso mismo puede ser separado, sin dificultad alguna, de su trasfondo budista. El Zazen se ha convertido para muchos en el “camino”, por el que esperan llegar a una auténtica “experiencia de Dios”.
Sine ira et studia formulemos aquí algunas preguntas y ensayemos una respuesta según el espíritu de los Padres. Ella será de utilidad también para nuestro tema.
La “fe” y la “práctica” vienen consideradas por muchos, tal como lo muestra la frase arriba citada de un maestro zen occidental, como dos entidades independientes subsistentes una junto a la otra, y que por eso mismo pueden ser separadas una de la otra sin dificultad alguna. Apenas habrá algún cristiano que al practicar Zazen pretenda real y formalmente convertirse al budismo. Pero, ¿se compadece esta división teórica con la realidad? Escuchemos a Evagrio una vez más.
En el prólogo a su escrito “Sobre la oración” Evagrio elogia a aquel amigo desconocido, que le rogó lo redactara, pero que no sólo anhelaba tener entre manos aquellos capítulos escritos con tinta y sobre pergamino, sino también aquellos que están grabados en el intelecto mediante la caridad y la ausencia – de – inclinación – hacia – el – mal, que son fruto de la vida “práctica”1. Continúa luego Evagrio, diciendo:
Sin embargo, puesto que todas las cosas tienen un doble aspecto, uno frente a otro, según el sabio Jesús (Ben Sirac)2, recibe (los capítulos sobre la oración) según la letra y según el espíritu y cae en la cuenta de que el sentido precede absolutamente a la letra, pues si falta aquel de nada serviría la letra.
La “forma práctica” de la oración, -y de ella forma parte todo lo que llamamos “método”-, no existe aislada y por separado. Ella no hace otra cosa que permitirle tomar cuerpo a la “forma contemplativa”, sin la cual aquella “letra” no tendría “sentido” ni poseería “espíritu”, más aun, ni siquiera existiría. En consecuencia, no se puede separar la “forma práctica” de su “sentido” para ponerla en práctica aisladamente, ni en el cristianismo ni en cualquier otra religión.
Indudablemente que todos los Padres pensaban de manera parecida a Evagrio. Así lo hace, entre otros, Orígenes, para quien los gestos de oración característicos de los cristianos “son como una imagen de la especial constitución del alma” viniendo a “orar en esta forma: extendiendo por así decir, el alma ante las manos; dirigiendo más que los ojos, el espíritu hacia Dios; antes de ponerse en pie, elevando la propia razón, despegándola de la tierra para colocarla ante el Señor de todo”3.
Prolongando esta línea de pensamiento, es necesario concluir de que no sólo “espíritu” y “sentido” anteceden siempre e idealmente a la “letra”, sino que la “(forma) práctica” de la oración recibe la (forma concreta de) “ser – como – es” de la “forma contemplativa”, siendo así reflejo de algo que es esencial al cristianismo. Esto significa, entonces, que la “forma práctica” no tiene otra finalidad que proporcionarle al “espíritu” de la “forma contemplativa” justamente aquellos medios que le permitan llegar a ser (una realidad concreta) y como a encarnarse en quien ora.
La “doble adoración, - corporal y espiritual” (Juan Damasceno) que le tributamos a Dios, constituye, por lo tanto una unidad completa y cerrada en sí misma. Las formas “contemplativa” y “práctica” se condicionan mutuamente y del modo que a cada una es peculiar. Una “forma práctica”, un “método”, sin un “espíritu” que le dé forma y sentido es un absurdo. A la inversa, la “forma contemplativa” quedaría en algo irreal si no asumiera la configuración adecuada para que la “forma práctica” sea una realidad en el orante, quien (justamente) tiene cuerpo y alma.
Por “método”, en el sentido evagriano del término, no debe entenderse una mera “técnica”. Las “prácticas” de las que aquí se habla son, sobre todo, la cara perceptible a través de los sentidos, de aquel “método espiritual” que “purifica la parte pasional del alma”, y que Evagrio denomina “práctica”4, lo que, en el terreno de la oración justamente es “el modo práctico de orar”. A este compendioso “método espiritual” alude Evagrio, cuando habla de aquellos “capítulos sobre la oración” que deben su existencia, “no a la tinta ni al papel, sino que “ocupan su puesto en el intelecto gracias al amor y a no ocuparse del mal”, como fruto del obrar conjunto “de la gracia de Dios y del ardoroso esfuerzo humano”5.
“El tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4,7)
“La fe se evapora” – habíamos tomado esta queja como punto de partida de nuestras reflexiones. Se volatiliza, fue la respuesta que dimos, porque no se la “practica”. Esto puede constatarse con toda claridad a partir del destino de la oración personal y sus “prácticas”; pues la oración fue desde siempre, algo así como un termómetro que permite medir la intensidad de la fe.
Las tradiciones de la Iglesia, la Escritura y los Padres no sólo nos transmitieron un rico tesoro de textos, sino que también nos legaron maneras, formas, gestos, etc., de oración. En los últimos tiempos de todo ello, - sobre todo en Occidente -, poco, o nada ha sobrevivido. Pero donde llegan a faltar esas prácticas, que en apariencia son (meras) “exterioridades” la oración se hace “ordinaria, fría y vacía” (José Busnaya), y la misma fe, que debería expresarse a través de ellas, se va enfriando imperceptiblemente, terminando por desaparecer.
Los antiguos Padres, a cuyos ojos no son meras “exterioridades”, bien sabían que estas cosas corren continuamente el riesgo de ser descuidadas y finalmente olvidadas, pues su significado deja de entenderse. Es por eso que tanto Tertuliano en el Occidente latino como Orígenes en el Oriente griego juzgaron apropiado hacer seguir a sus escritos “Sobre la Oración” un anexo “práctico” en el que se recuerdan dichas tradiciones de la Iglesia apostólica, “que fueron transmitidas oralmente” (Macario el Alejandrino citado por Evagrio).
¡Por el contrario, hay muchos que, ante la aparente desaparición de estas tradiciones, sacan la conclusión de que nos encontramos en un camino sin retorno! Piensan que el remedio para la crisis espiritual de Occidente se halla “en el futuro” y no “en el pasado”. Más aún, se considera como un precepto ineluctable dictado por la moda y por un amplísimo “ecumenismo”, el que hay que tomar en préstamo de las grandes religiones lo que más y más echamos de menos. Es por eso que muchos, sin la menor vacilación y con la mayor naturalidad, asumen distintos “métodos” de oración de otras religiones. Esto pareciera tanto más fácil cuanto que se considera que el “zen no es una creencia, sino una práctica” (R. Pesch), y que por eso mismo puede ser separado, sin dificultad alguna, de su trasfondo budista. El Zazen se ha convertido para muchos en el “camino”, por el que esperan llegar a una auténtica “experiencia de Dios”.
Sine ira et studia formulemos aquí algunas preguntas y ensayemos una respuesta según el espíritu de los Padres. Ella será de utilidad también para nuestro tema.
La “fe” y la “práctica” vienen consideradas por muchos, tal como lo muestra la frase arriba citada de un maestro zen occidental, como dos entidades independientes subsistentes una junto a la otra, y que por eso mismo pueden ser separadas una de la otra sin dificultad alguna. Apenas habrá algún cristiano que al practicar Zazen pretenda real y formalmente convertirse al budismo. Pero, ¿se compadece esta división teórica con la realidad? Escuchemos a Evagrio una vez más.
En el prólogo a su escrito “Sobre la oración” Evagrio elogia a aquel amigo desconocido, que le rogó lo redactara, pero que no sólo anhelaba tener entre manos aquellos capítulos escritos con tinta y sobre pergamino, sino también aquellos que están grabados en el intelecto mediante la caridad y la ausencia – de – inclinación – hacia – el – mal, que son fruto de la vida “práctica”1. Continúa luego Evagrio, diciendo:
Sin embargo, puesto que todas las cosas tienen un doble aspecto, uno frente a otro, según el sabio Jesús (Ben Sirac)2, recibe (los capítulos sobre la oración) según la letra y según el espíritu y cae en la cuenta de que el sentido precede absolutamente a la letra, pues si falta aquel de nada serviría la letra.
La “forma práctica” de la oración, -y de ella forma parte todo lo que llamamos “método”-, no existe aislada y por separado. Ella no hace otra cosa que permitirle tomar cuerpo a la “forma contemplativa”, sin la cual aquella “letra” no tendría “sentido” ni poseería “espíritu”, más aun, ni siquiera existiría. En consecuencia, no se puede separar la “forma práctica” de su “sentido” para ponerla en práctica aisladamente, ni en el cristianismo ni en cualquier otra religión.
Indudablemente que todos los Padres pensaban de manera parecida a Evagrio. Así lo hace, entre otros, Orígenes, para quien los gestos de oración característicos de los cristianos “son como una imagen de la especial constitución del alma” viniendo a “orar en esta forma: extendiendo por así decir, el alma ante las manos; dirigiendo más que los ojos, el espíritu hacia Dios; antes de ponerse en pie, elevando la propia razón, despegándola de la tierra para colocarla ante el Señor de todo”3.
Prolongando esta línea de pensamiento, es necesario concluir de que no sólo “espíritu” y “sentido” anteceden siempre e idealmente a la “letra”, sino que la “(forma) práctica” de la oración recibe la (forma concreta de) “ser – como – es” de la “forma contemplativa”, siendo así reflejo de algo que es esencial al cristianismo. Esto significa, entonces, que la “forma práctica” no tiene otra finalidad que proporcionarle al “espíritu” de la “forma contemplativa” justamente aquellos medios que le permitan llegar a ser (una realidad concreta) y como a encarnarse en quien ora.
La “doble adoración, - corporal y espiritual” (Juan Damasceno) que le tributamos a Dios, constituye, por lo tanto una unidad completa y cerrada en sí misma. Las formas “contemplativa” y “práctica” se condicionan mutuamente y del modo que a cada una es peculiar. Una “forma práctica”, un “método”, sin un “espíritu” que le dé forma y sentido es un absurdo. A la inversa, la “forma contemplativa” quedaría en algo irreal si no asumiera la configuración adecuada para que la “forma práctica” sea una realidad en el orante, quien (justamente) tiene cuerpo y alma.
Por “método”, en el sentido evagriano del término, no debe entenderse una mera “técnica”. Las “prácticas” de las que aquí se habla son, sobre todo, la cara perceptible a través de los sentidos, de aquel “método espiritual” que “purifica la parte pasional del alma”, y que Evagrio denomina “práctica”4, lo que, en el terreno de la oración justamente es “el modo práctico de orar”. A este compendioso “método espiritual” alude Evagrio, cuando habla de aquellos “capítulos sobre la oración” que deben su existencia, “no a la tinta ni al papel, sino que “ocupan su puesto en el intelecto gracias al amor y a no ocuparse del mal”, como fruto del obrar conjunto “de la gracia de Dios y del ardoroso esfuerzo humano”5.
Equipo de redacción "En el Desierto"
Notas
1-Evagrio, Praktikos 81.
2- Si 42,24.
3- Orígenes, De Oratione XXXI,2.
4- Evagrio, Praktikos 78: La práctica es el método espiritual que purifica la parte pasional del alma.
5- Evagrio, In Ps 17,21
2- Si 42,24.
3- Orígenes, De Oratione XXXI,2.
4- Evagrio, Praktikos 78: La práctica es el método espiritual que purifica la parte pasional del alma.
5- Evagrio, In Ps 17,21