martes, 7 de septiembre de 2010

Les compartimos la conclusión y un anexo del Libro “Vasijas de Barro” del Padre Bunge.

Segunda parte

La caridad es hija de la impasibilidad; la impasibilidad es la flor de la práctica.

La observancia de los mandamientos, a su vez, fundamenta la práctica; el guardián de estos es el temor de Dios, que a su vez es fruto de la recta fe.

La fe es un bien interior (e inmanente) que suele también hallarse en aquellos que aun no creen en Dios[1].

Si bien la capacitación para la fe es un bien que todo ser humano posee, gracias a haber sido creado “a imagen de Dios”, aunque aun no crea, tiene sin embargo necesidad de la auto revelación de Dios para que en él se despierte aquella “recta fe en la adorada y santa Trinidad”[2], que será la única capaz de conducir en la “práctica” y gradualmente al creyente a aquel “amor perfecto y espiritual” en el “que la oración llega a ser en espíritu y en verdad”[3].

De lo dicho debemos concluir, que en todo caso, para nuestros padres en la fe no existe, ni puede existir, una “práctica neutral” a la que cada uno podría llenar de “sentido”, según lo desee, y que conduciría a todos, tanto creyentes como no creyentes, a la misma meta.

De lo anterior, y específicamente para nuestro tema, se sigue que aquellas “prácticas” de las que se habló en las páginas anteriores, y que fueron surgiendo a lo largo de la historia de la salvación, son las que permitieron que la oración bíblica y cristiana se fuera configurando. Es por eso que ellas no deben ser consideradas “manifestaciones de una moda pasajera”, sino más bien como aquellas “vasijas de barro” gracias a las cuales ha llegado hasta nosotros ese imperecedero tesoro. Aunque intencionalmente los Apóstoles no las fijaron por escrito, sin embargo los Padres, - por ejemplo Basilio el Grande, pero ya Tertuliano -, reconocen justamente que dichas prácticas gozan de idéntica autoridad que las tradiciones fijadas por escrito.

Los Padres eran muy conscientes, ya Orígenes lo dice, que entre las costumbres de la Iglesia hay muchas “que deben ser obedecidas por todos, sin que muchos, por otra parte, conozcan el porqué”[4]. Ese desconocimiento tan extendido las hace vulnerables a ser desdeñadas, descuidadas y finalmente suprimidas. Es por eso que ya muy pronto los Padres cayeron en la cuenta de la necesidad de aclarar el sentido de estas prácticas eclesiales, no fuera que al despreciar dichas tradiciones apostólicas oralmente transmitidas “partes importantes del Evangelio sufrieran daño inadvertidamente”[5]. Cada generación vuelve a enfrentarse con esta necesidad, y es tarea de aquellos que tienen la función de enseñar en la Iglesia no sólo de conservar inalteradas tanto las “tradiciones orales” como “escritas”, sino de predicarlas y proponérselas siempre de nuevo a los fieles. ¿Y si esto no ocurriera?

La “forma práctica de la oración”, decía Evagrio, - y esto es válido de la “praktike” en general -, es comparable a la “letra” (de la “escritura” o del “escrito”, ya que la palabra griega gramma cubre todo este rango de significados) que debe su existencia al “sentido” que la antecede, y que a su vez ella por su parte expresa de manera que sea comunicable. En otros términos, todos aquellos elementos “prácticos” de la vida espiritual, de los que aquí sólo presentamos unos pocos, forman todos juntos una especie de “idioma” o “lenguaje” que le permite al orante comprender el “espíritu” de la oración. Sólo quien posee este “idioma” podrá transmitir a otros el oculto “sentido” de la oración.

La pérdida de este “lenguaje” tiene como resultado ineluctable una especie de mudez, es decir, la incapacidad de explicar y transmitir a otros aquel “sentido” que ya no fue experimentado existencialmente. A esto se lo denomina “ruptura de la tradición”: la incapacidad para comprender el “idioma” de los Padres en la fe y el enmudecer ante los propios hijos.

La naturaleza no tolera el vacío. Puede ser que los progenitores se contenten con haber perdido el “camino”, pero sus hijos no lo aceptarán con tanta facilidad. Buscarán nuevos “caminos” sin siquiera sospechar “que así están introduciendo elementos que nos son extraños” exponiéndose así al peligro de “extrañarse a sí mismos de los caminos de nuestro Redentor” (Evagrio).

Pues se acepte o no, la elección de los “medios” predetermina el resultado. “Ce que tu fais, te fait” se dice concisamente en francés: ¡lo que haces, te hace! Quien se entrega a “prácticas” y “métodos” que no crecieron en el terreno de la propia fe, se verá imperceptiblemente conducido a aquella “fe” en la que dichas prácticas se desarrollaron como su expresión genuina. Son muchos los que hoy comprueban esa experiencia dolorosa, aunque alguno no se atreva a reconocer que se ha apartado del camino.

¿Qué hacer cuando uno se hace consciente de que ha abandonado las raíces de los propios orígenes? ¡Pues hacer aquello que bíblicamente se llama “convertirse” a aquel “que existía desde el principio”! Cuando uno ha “abandonado su primer amor”, “tiene que recordar dónde ha caído y volver a la conducta primera”[6]. En la vida espiritual, - y no sólo allí -, eso significa “preguntar por los caminos de aquellos que adecuadamente nos precedieron” para “así orientarse”. Hay que “dialogar con ellos”, esto quiere decir, en la mayoría de los casos: estudiar su vida y sus escritos para “aprender de ellos”. Habiendo “escuchado de ellos lo que es útil”, hay que empezar desde bien “abajo”, desde aquellas “cosas exteriores” aquí nombradas, para así “exigirse a sí mismo realizar, con gran esfuerzo, obras idénticas a las de los Padres”. Sólo quien se somete a estas exigencias puede esperar que algún día será juzgado digno de aquel conocimiento que tanto admiramos en los Padres.

El que de hecho todo ocurra de la manera aquí expuesta no es algo que pueda demostrarse concluyentemente. Y, en fin, para citar una vez más a Evagrio Póntico: para aquellos que meramente se contentan, o bien “de hablar con deleite de los tiempos de los Padres” o de únicamente “estudiarlos científicamente”, y por más grande y sincero que fuera su interés, inevitablemente “algunas cosas se les escaparán y otras permanecerán oscuras”, de todas formas se les escapará lo esencial.

Para aquellos que ponen sus pies en las mismas huellas (que los santos Padres nos trazaron), todas estas cosas, ciertamente, les resultarán claras[7].


[1] Evagrio, Praktikos 81, (traducción respetando los matices de la del autor).

[2] Evagrio, In Ps 147,2 a.

[3] Evagrio, De Oratione, 77.

[4] Orígenes, Num. hom V,I (Baehrens).

[5] Basilio, De Spiritu Sancto XXVII,66,8 y s. (Pruche).

[6] Ap 2,4-5.

[7] Evagrio, Praktikos, prol [9].