miércoles, 15 de septiembre de 2010

Les compartimos la conclusión y un anexo del Libro “Vasijas de Barro” del Padre Bunge.

Tercera parte

ANEXO

Indicaciones prácticas

El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica contiene en su cuarta parte, que trata acerca de la oración cristiana, una breve indicación sobre los lugares favorables para la oración, donde se afirma:

Para la oración personal, el lugar favorable puede ser un “rincón de oración” con las Sagradas Escrituras e imágenes, a fin de estar “en lo secreto”, ante nuestro Padre...[1].

Puede, por lo tanto, ser de utilidad sacar algunas consecuencias prácticas acerca de la instalación de dicho “rincón de oración”, y hacerlo en fidelidad a la tradición de los santos Padres según fue expuesta en este librito, para que así el cristiano pueda, allí “en lo secreto”, rezar el Oficio (divino) ante su Padre celestial. Pues cualquier pensamiento sobre la oración, por hermoso que fuese, sería estéril si no nos llevara a rezar.

1. La elección del lugar adecuado y su instalación

Para poder, “en lo escondido”, dialogar con el Padre de forma absolutamente personal, el “rincón de oración” debería estar lo suficientemente apartada y ser tan silenciosa como aquella “habitación” detrás de “puertas cerradas” de la que habla Cristo.

De que deba estar orientada hacia donde surge el sol (hacia el este), se da por sobrentendido, ya que el orante se vuelve hacia “la luz verdadera”[2], hacia Dios, quien “nos llamó de las tinieblas a su admirable luz”[3].

La luz, sea bajo la forma de una lámpara de aceite y/o de velas, no debería faltar. El encendido de esta luz, antes de la aurora y al atardecer forma parte de aquel “culto espiritual”[4] que el orante ofrece a Dios, allí en lo secreto.

La mejor manera de señalizar la orientación del rincón de oración hacia la “salida del sol” es mediante una cruz, según es costumbre ya desde antiguo. En la elección de dicha cruz debería prestarse atención a que esta no sólo ponga de manifiesto el sufrimiento y la muerte del Hijo del hombre (crucifijo), sino igualmente su victoria sobre la muerte. Muchas cruces antiguas (y modernas) combinan hermosamente árbol de vida y madero de la cruz, unificándolos y recordándole así plásticamente al orante que reza vuelto hacia su “patria de origen”, el paraíso.

A derecha e izquierda de esta “señal del Señor”, o también debajo de ella, se pueden colocar iconos de Cristo (a la derecha) y de la Madre de Dios (a la izquierda), como también (otros) de (algún) santo preferido. Ellos hacen así gráficamente presente al Redentor , y a aquellos en “los que Dios se mostró admirable”[5], haciendo consciente al que reza de que siempre lo hace “en comunión con los santos” y “en la comunión de los santos”.

Sobre un atril deberían estar preparados los “instrumentos” para la oración diaria: la Sagrada Escritura, el salterio, o aquellos libros de oración de los que el orante quisiera servirse, un rosario (de los tradicionales, o el de la oración de Jesús)...

¡Esta clase de oratorio pequeño, aunque permanezca oculto a los ojos de los hombres, es el que convierte cada casa en una “iglesia doméstica”! Al igual que un poco de sal (dicho oratorio) le otorga aroma y sabor al “mundo” en el que (el cristiano de otro modo) correría peligro de perderse.

2. Los tiempos de oración

El transcurso del día para los hombres de la antigüedad, con sus amplias divisiones de tres horas cada una, tenía un ritmo mucho más reposado que el del hombre moderno, quien soporta la dictadura del cronómetro. Tanto más importante es, por eso mismo, la adecuada elección de los horarios para la oración.

Como ya lo hacía el hombre bíblico, también los primeros Padres monásticos preferían aprovechar como tiempos de oración para sus Oficios los de después de la puesta del sol y de antes de la aurora. Para el hombre moderno serán igualmente estos los tiempos que, - con una cierta auto disciplina -, podrá reservar para la oración. Quien de esta forma le ofrezca a Dios, como primicia, el comienzo del día o de la noche, podrá esperar que el resto del día o de la noche también se vean santificados. Igualmente le será fácil mantener despierto en su corazón, aun en medio de sus actividades, el “recuerdo de Dios”.

Por larga o corta que llegue a ser la oración diaria, lo que es importante es sobre todo su regularidad, “el perseverar en oración”[6].

3. El “pequeño Oficio”

La Liturgia de las Horas de la Iglesia, - en Oriente aun más que en Occidente -, se fue diversificando cada vez más con el correr de los siglos, haciéndose así más y más extensa. El “breviario” constituyó ya un primer intento de lograr que dicha liturgia adquiriera una forma más compacta. Las reformas litúrgicas de los últimos decenios, sobre todo en la Iglesia Occidental, condujeron a nuevos recortes.

Muchos cristianos (como también muchos sacerdotes) están convencidos de que el rezo de largos oficios sea un asunto “típicamente monástico”. En cambio los primeros Padres del desierto, que habían abandonado cualquier ocupación mundana para dedicarse completamente a la oración, hablan siempre y únicamente de su “pequeño Oficio” (mikrav sunaxi"). Efectivamente no eran demasiado prolongados los dos oficios rezados por ellos, ya que cada uno constaba de doce salmos con sus correspondientes oraciones. Tampoco las numerosas “oraciones” dichas por ellos a lo largo del día y mientras trabajaban eran largas, ya que no sobrepasaban el largo de un padrenuestro, para no nombrar las jaculatorias que sólo constaban de unas pocas palabras.

Quien, en seguimiento de los santos Padres, quiera hollar el “lugar de oración” deseando llegar al “estado de oración”, hará bien en componerse un oficio que sea acorde a sus fuerzas, para lograr que en él se despierte el espíritu de oración, - ¡y despierto se mantenga! -. Ya que la meta es lograr que “el espíritu permanezca el día entero en oración”.

Para la oración personal lo más apropiado es el Salterio, que para esta finalidad es bueno preparar convenientemente. Vale decir: se dividen los salmos más largos en unidades más pequeñas, atendiendo más a la “calidad” que a la “cantidad:

Es por eso que (los santos Padres) sostienen que es más útil recitar diez versículos comprendiéndolos atentamente que devorar todo un salmo desordenadamente[7].

De acuerdo a esta sabia regla cada uno debería proponerse un número de salmos tal, que corresponda a sus posibilidades. Quien deseara mantener el consagrado número de los doce salmos con sus oraciones, tanto para el oficio de la mañana como para el del atardecer, podrá lograrlo fácilmente gracias a la correspondiente subdivisión del salterio.

Los salmos habría que leerlos según el principio de su orden de sucesión, sin elegirlos y sin omisiones, pues se trata en primer lugar de la escucha de la Palabra de Dios.

Según se desee puede cada uno enriquecer la salmodia con himnos eclesiales, o redondearla con lecturas de la Escritura.

Puede que alguno antes que seguir este oficio relativamente libre, prefiera como guía la Liturgia de las Horas de la Iglesia. Es necesario observar que dicha liturgia presupone una comunidad orante, y por tanto distintos lectores, cantores, etc.

Es importante cuidar de que el “pequeño Oficio” jamás degenere en mera formalidad, recitado por deber, pero sin la debida participación interior. La libertad que muchos experimentados maestros de vida espiritual conceden al que reza[8], tiene justamente por finalidad, cortar de raíz cualquier asomo de formalismo a fin de conducir a la “oración verdadera”. La alternancia de salmos y oraciones es, según lo demuestra la experiencia, un buen guía (para llegar a dicha meta).

La oración del corazón, no está en sí, ligada a ningún horario fijo, ya que es la “respiración del alma”. La experiencia muestra, sin embargo, que es de gran ayuda dedicarle un tiempo tanto del oficio matutino como del vespertino, ya que así se nos hace más fácilmente carne y sangre.

El creyente reza el padrenuestro tres veces al día desde los tiempos apostólicos (Didajé). Siendo la oración de los cristianos, que el mismo Señor les enseñó, es lógico que sea bueno recitarla frecuentemente en el transcurso del día, pero jamás distraídamente y uno tras otro. Debería constituir el punto culminante de cada período de oración y su carácter especial debería quedar de manifiesto hasta en la postura asumida por el orante durante su recitación.

4. Gestos y formas de oración.

Ya hemos hablado extensamente acerca de los gestos y formas de oración. El orante debería aspirar a que todos ellos se hicieran suyos a su debido tiempo, con el fin de poder usarlos inteligentemente y en el momento más adecuado. Así podrá impedir que su oración sea “fría, adocenada y vacía”.

Pondrá especial cuidado de rezar en armonía con el año litúrgico, y ello no sólo en lo referente a himnos, lecturas, etc, sino en lo que respecta a los gestos. Es decir, que debería hacerse visible tanto el carácter serio (a través del ponerse de rodillas o de metanías) de aquellos días y tiempos que tradicionalmente son tenidos como de ayuno y abstinencia (miércoles, viernes, cuaresma), como igualmente el carácter gozoso y festivo del domingo y del tiempo pascual.

Estas pocas páginas no pretenden ni por asomo agotar toda la inmensa riqueza de la tradición de los santos Padres acerca de la oración personal. Apenas pretenden ser, al igual de lo afirmado por Benito para su Regla, una modesta “iniciación”:

Pero para el que corre hacia la perfección de la vida (espiritual), están las enseñanzas de los santos Padres, cuya observancia lleva al hombre a la cumbre de la perfección.

Porque ¿qué página o qué sentencia de autoridad divina del Antiguo o del Nuevo Testamento no es rectísima norma de vida humana?

O ¿qué libro de los santos Padres no nos apremia a que por un camino recto, alcancemos a nuestro Creador? Y también las “Colaciones” de los Padres, las Instituciones[9], y las Vidas de los Padres[10], como también la Regla de nuestro Padre san Basilio[11]

Como también todos los restantes escritos de aquellos Padres, que “desde los comienzos” recorrieron el “camino” de Aquel que afirmó de sí mismo: “Yo soy el CAMINO”. ¿Que otra cosa son, todos ellos sino maestros confiables para todos aquellos que se esfuerzan en “seguir esas mismas huellas” “para obrar ellos lo realizado por de los Padres”?

Equipo de redacción: "En el Desierto"

Notas:

[1] § 2691. Donde la edición castellana dice ‘imágenes’ la alemana citada pone: ‘Ikonen’, e.d., ‘iconos’.

[2] 1 Jn 2,8.

[3] 1 P 2,9.

[4] Rm 12,1.

[5] Sal 67,36.

[6] Hch 2,42.

[7] Casiano, De Institutis II,11,2 (Petschenig).

[8] Leer, por ejemplo, a Isaac de Nínive, c. 80 (Wensinck, p. 366 y ss).

[9] Dos escritos de Juan Casiano que hemos citado con frecuencia en este libro.

[10] Es decir, las Vidas de Antonio el Grande y de otros Padres monásticos como igualmente los Apophtegmata Patrum, de todos los cuales nos hemos servido abundantemente.

[11] Regula Benedicti c. 73,2-5.