PROFUNDIZACIÓN DE
Segunda aproximación a la doctrina de Evagrio: el combate espiritual
“No debemos vacilar y dudar respecto de lo que el Señor nos dice, sino estar totalmente convencidos que cada palabra de Dios es verdadera y poderosa, incluso si la naturaleza la contradice. En esto consiste la lucha de la fe”[1]. Esta afirmación de san Basilio nos indica que para los cristianos de los primeros tiempos su vida misma era una lucha, un verdadero combate por permanecer en la fe, por no apartarse del amor de Dios manifestado en Jesucristo. “Es necesaria una gran lucha., que debe combatirse según las reglas, para que no recibamos en vano la gran e importante gracia del amor de Dios en Cristo[2]. En su lucha por no apartarse del amor de Dios el cristiano debía enfrentarse con el espíritu del mal, llamado demonio, diablo, o -menos frecuentemente- Satanás. Se trataba, pues, de un combate espiritual, porque a esos demonios no se los veía sino que eran los instigadores, según los antiguos, de los pecados y vicios. En efecto, desde Orígenes en adelante se considera toda la vida de fe como una lucha o combate contra los demonios. Esta contienda se iniciaba ya en el catecumenado, cuando se le exigía al que se preparaba para el bautismo la renuncia a la pompa diaboli[3].
En la literatura monástica primitiva el monje es presentado no tanto como quien huye del mundo para internarse en el desierto en busca de su propia salvación,, sino más bien como un cristiano, radicalizado, que anhela llevar su combate espiritual hasta las últimas consecuencias y por ello se interna en las vastas soledades del yermo: va a combatir contra el demonio.
“Si vas allí donde reina la guerra(contra el diablo), la guerra de Dios, el Espíritu de Dios te excita: «No te duermas aquí, porque hay emboscadas»; y si el diablo, por su parte, te susurra: «Es la primera vez que te sucede, no te aflijas aunque ya te haya pasado»; no cedas a aun palabras astutas; no suceda que se retire de ti el Espíritu de Dios, te debilites y quedes sin fuerzas como Sansón (cf. Jc ll,l9 ss.)” (Pacomio (+346/47), Catequesis; CSCO 160, p. 11,12-18).
El monje está en guerra contra el diablo y sus obras, tal es la tarea que se le propone: “Lucha contra las pasiones diabólicas para no seguirlas y Jesús te concederá lo que te ha prometido” (Pacomio, Catequesis; CSCO 160, p. 7,l-2).
Para los monjes antiguos, por tanto, el combate espiritual se centraba en una verdadera guerra contra los demonios. Y si el anacoreta deseaba librarla con esperanza de éxito debía, ante todo, contar con la ayuda de la gracia divina; pero también debía poner todo su empeño en la empresa; le era necesario conocer la naturaleza de los demonios; las diversas clases de espíritus malignos que podían atacarlo; sus formas de actuar y los medios para combatirlos con éxito.
“Quiero que sepan, hijos, que no ceso de rogar a Dios por ustedes día y noche: que abra los ojos de sus corazones para que perciban los múltiples maleficios secretos lanzados sobre nosotros cada día, en todo tiempo. Hago votos para que Dios les dé corazones clarividentes y un espíritu de discernimiento, a fin de que se presenten ante Él como una víctima pura, sin mancha.
“Sí, hijos, los demonios no dejan de manifestar su envidia hacia nosotros: designios malos, persecuciones solapadas, sutilezas malévolas, acciones depravadas... En resumen: buscan obstinadamente desviarnos del recto camino utilizando otros muchos engaños para dominarnos...
“No cesen, pues, de implorar la bondad del Padre para que su ayuda nos acompañe y nos muestre el mejor camino”[4].
Para que estas enseñanzas sobre el combate espiritual contra los demonios pudiesen ser conocidas y utilizadas, fue necesaria una previa acción de síntesis, que ordenara en un sistema orgánico las observaciones de los primeros monjes egipcios. Este será el gran aporte de Evagrio Póntico.
Equipo de redacción: "En el Desierto"
[1] Moralia 8,1.
[2] Basilio de Cesarea, De baptismo I,9.
[3] “¿Cuál es el primer compromiso de los cristianos en el bautismo de salvación? ¿Cuál es sino declarar públicamente que renuncian al demonio, a sus pompas y a sus obras? Así, pues, según nuestra profesión de fe, los espectáculos y las pompas son las obras del demonio” (Salviano de Marsella [+hacia el 480], Del gobierno de Dios VI,31).
[4] Antonio el Grande (+hacia el 356), Carta 4,5.