martes, 1 de febrero de 2011

Continuamos con…

PROFUNDIZACIÓN DE LA DOCTRINA EVAGRIANA

Segunda aproximación a la doctrina de Evagrio: el combate espiritual


El combate espiritual contra los demonios en la sistematización de Evagrio


En la síntesis de Evagrio quedó como fijada la parte más notable de la experiencia de los monjes antiguos y su vivencia del combate espiritual contra los demonios. Trataremos de presentar su sistematización, aunque sea sólo de un modo muy sintético. Lo haremos tratando cuatro aspectos de la especulación evagriana, por así llamarla: la naturaleza de los demonios; su clasificación; su estrategia; la lucha del monje contra ellos.

1. La naturaleza de los demonios

Según Evagrio, los seres racionales se dividen en tres categorías: ángeles, hombres y demonios. Estos perdieron su cercanía con Dios por causa de un exceso de cólera, y por eso la ira es una característica específica del estado demoniaco (KG III, 34; cf. V,9 y 11).

Para Evagrio existe un “mundo” de los demonios., que es inaccesible para nosotros. “Ángeles y demonios se acercan a nuestro mundo, pero nosotros no nos aproximamos a sus mundos; en efecto, no podemos asemejarnos a los ángeles de Dios y tampoco nos es posible ser más malvados que los demonios” (KG III, 78).

El hombre no puede ver a los demonios, pues ellos escapan a nuestros sentidos, porque su "cualidad" es diversa de la de los cuerpos que captamos con los sentidos. Sin embargo, algunos ascetas los han visto en virtud de un especial don o carisma. Pero normalmente los demonios son imperceptibles para los sentidos humanos. En cambio, ellos sí pueden ver a los hombres, “transformándose en una semejanza de nuestro cuerpo sin mostrar su cuerpo” (KG I, 22). Pero incluso esta misma transformación no es más que una apariencia (cf. KG V, 18).

Los cuerpos en los que los demonios se presentan ante nosotros no son verdaderos cuerpos, que siempre permanecen invisibles -normalmente- para el ser humano. Se trata, por ende, de verdaderas ilusiones o fantasías. Y esto vale para todas las formas bajo las cuales ellos se aparecen: ángeles de luz, indígenas que nos espían en el aire, guerrero armado con una espada, mujer sensual y provocadora, animales salvajes de todas las especies. También son ilusiones los ruidos que suelen provocar, los cantos que hacen oír, las diversas manifestaciones amenazadoras por medio de las cuales buscan asustar al monje para que abandone su ascesis: “Quien se esfuerza por alcanzar la oración pura, aunque oiga ruidos o estrépitos, voces e insultos, no se abatirá ni se rendirá, sino que le dirá al Señor: No temeré ningún mal porque tú estás conmigo (Sal 22,4)” (TO 97).

Los demonios no fueron creados malvados por Dios (KG IV, 59), sino que cayeron en su estado actual, según Evagrio, por un exceso de cólera que los impulsó a rebelarse contra su Creador (KG III, 34). Por tanto, en ellos ahora domina el irascible, mientras que en los ángeles prevalece el espíritu y en los hombres la concupiscencia.

“Los ángeles se alegran mucho cuando el mal disminuye, los demonios cuando disminuye la virtud. Los primeros, en efecto, están al servicio de la misericordia y la caridad. Los demonios, en cambio, están al servicio de la cólera y el odio. Los primeros cuando se nos acercan nos colman con la contemplación. Mientras que los demonios al acercarse nos inspiran pensamientos vergonzosos” (TP 76).

El demonio busca por todos los medios manchar, ensuciar, la imagen de Dios, que para Evagrio se halla en el alma del hombre, para así dominar al género humano, ya en esta vida y también después de la muerte. “Las almas de los justos son conducidas por los ángeles, de las almas de los malhechores se encargan los demonios” (Sentencias para monjes 23).

Todo aquello que se opone a los propósitos de los demonios los entristece, especialmente la virtud del discernimiento de espíritus (cf. TP 43). Y suelen tornarse particularmente agresivos en el momento de la oración, porque “el demonio tiene una gran envidia del hombre que reza, y emplea todos los medios para arruinarle su propósito” (TO 46); de modo que hará cuanto pueda para impedirle al monje “su espléndida carrera y su éxodo hacia Dios” (TO 46).

Además, los malvados demonios., según Evagrio, son ignorantes. Les está vedada la contemplación de la Trinidad y son incapaces de ver a los ángeles y de conocer las razones de los seres. Pueden ciertamente ver a los hombres, pero su conocimiento se sólo exterior. Únicamente Dios sabe lo que hay en el corazón del hombre. Los demonios conocen solamente las manifestaciones exteriores de los monjes: “Los movimientos del alma se manifiestan en una palabra o en un movimiento del cuerpo. A través de esos signos los enemigos perciben si tenemos sus mismos pensamientos y los alimentamos en nuestro interior, o si por el contrario los hemos abandonado para ocuparnos únicamente de nuestra salvación. Porque sólo Dios, que nos ha creado, conoce nuestros espíritus. Él no tiene necesidad de signos para conocer lo que está oculto en el corazón” (TP 47).

Por eso aunque Evagrio niega que los demonios posean un verdadero conocimiento la gnósis, reconoce que tienen una gran habilidad para observar los descuidos del hombre y disponer así las trampas convenientes para hacerlo tropezar. Los demonios disponen de un verdadero arte, una auténtica habilidad, pero que no proviene de una ciencia o de un carisma: “Es necesario aprender a conocer los diferentes tipos de demonios y saber las circunstancias de sus apariciones. Conoceremos por medio de los pensamientos -y los pensamientos los conoceremos por medio de los objetos- cuáles de entre los demonios atacan raramente, cuáles son los más fastidiosos, cuáles son más asiduos, cuáles son los más astutos y cuáles son los que atacan por sorpresa y empujan al espíritu a blasfemar” (TP 43).

Equipo de redacción:"En el Desierto"