Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Centurias
sobre la Caridad
tercera centuria
51
Si, dedicándonos por
largo tiempo a Dios cuidamos la parte
pasible del alma, no cederemos más a los asaltos de los pensamientos,
sino que, considerando con más precisión sus causas y cortándolas, llegaremos a
ser más clarividentes, de manera que se cumpla en nosotros el Mi ojo vio a mis enemigos y mi oído
escuchará a aquellos que se levantan contra mí para hacerme mal[1].
52
Cuando veas que tu nous se ocupa piadosa y justamente de
las ideas del mundo, sabe que también tu cuerpo permanece puro y sin pecado;
cuando, en cambio, veas que el nous
se da al pecado de pensamiento y no lo impides, sabe que también tu cuerpo no
tardará mucho en caer en éstos.
53
Como el cuerpo tiene
por mundo a las cosa, así también el nous
tiene por mundo a las ideas; y como el cuerpo fornica con el cuerpo de la
mujer, así también el nous fornica
con la idea de la mujer mediante la imagen de su propio cuerpo: ve la forma de
su propio cuerpo unida en el pensamiento con la forma de la mujer. Del mismo
modo se venga en el pensamiento mediante la forma de su propio cuerpo de la
forma del que lo afligió. Y así también para los otros pecados: Lo que el
cuerpo hace en el mundo de las cosas, el nous
lo realiza también en el mundo de las ideas.
54
No hay que temblar ni
horrorizarse ni sorprenderse por el hecho de que Dios Padre no juzga a nadie,
sino que ha dado todo juicio al Hijo[2]. El
Hijo exclama: No juzguéis, para que no
seáis juzgados; no condenéis para no ser condenados[3]. Y el
Apóstol de modo semejante: No juzguéis
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, y: En el juicio en que juzgas al otro, te condenas a ti mismo[4]. Los
hombres, en cambio, habiendo dejado de
llorar sus pecados, substraen el juicio al Hijo y ellos mismo, como si fueran
sin pecado, se juzgan y condenan uno al otro: y el cielo permaneció atónito por esto[5], la
tierra tembló, pero ellos no se avergüenzan, habiendo llegado a ser
insensibles.
55
El que se dedica a los
pecados ajenos o por sospecha juzga al hermano, no ha iniciado aún la
penitencia ni el discernimiento ni el conocimiento de las propias culpas, que
son, en verdad, más pesadas que una masa de plomo de muchos talentos, ni
comprende de dónde viene que un hombre se haga duro de corazón, amante de la
vanidad y que busca la mentira. Por esto, como un insensato y andando en
tiniebla, habiendo dejado sus propias culpas, va imaginándose aquellas ajenas,
sean reales o sean imaginadas por sospecha.
56
El amor propio, como se
ha dicho muchas veces, es causa de todos los pensamientos pasionales. De éste
se engendran los tres pensamientos capitales de la concupiscencia: el de la
gula, el de la avaricia y el de la vanagloria. De la gula nace el de la
fornicación, de la avaricia, el de la avidez; de la vanagloria, el de la
soberbia. Todos los otros siguen cada uno a los tres: el de la ira, de la
tristeza, del resentimiento, de la acedia, de la envidia, de la maledicencia, y
los restantes. Estas pasiones atan el nous
a las cosas materiales y lo retienen en la tierra, como una piedra pesadísima
encima de él, aún siendo el nous por
naturaleza más ligero y ágil que el fuego.
57
Principio de todas las
pasiones es el amor propio; el fin es la
soberbia. El amor propio es el amor irracional por el cuerpo; quien lo ha
cortado, ha cortado conjuntamente todas las pasiones que nacen de él.
58
Como aquellos que
engendran los cuerpos tiene afección a los que han nacido de ellos, así también
el nous tiene una inclinación natural
para sus razonamientos. Y así como a los padres más susceptibles de pasión los
propios hijos, aún si son bajo toda consideración los más ridículos de todos,
parecen los más amables y los más bellos, así también al nous insensato sus razonamientos, aún si son más malos que todos,
parecen más sabios que todos, No así para el sabio los propios razonamientos;
pero, cuando parece persuadido que son verdaderos y buenos, sobre todo
entonces, no confía en su propio juicio, sino que escoge otros hombres sabios
como jueces de sus razonamientos, para no correr o haber corrido en vano[6]; y de
ellos recibe seguridad.
59
Cuando hayas vencido
cualquiera de las pasiones más deshonrosas, por ejemplo gula o fornicación,
ira, avidez, rápidamente caerá sobre ti el pensamiento de la vanagloria; y si
vences a éste, le seguirá el de la soberbia.
60
Mientras todas las
pasiones deshonrosas dominan al alma, el pensamiento de la vanagloria está
lejos de ésta; pero apenas son vencidas todas las predichas pasiones, lo
encadenan a ella.
61
La vanagloria, sea
alejada sea presente, engendra soberbia; alejada, produce presunción; presente,
arrogancia.
62
El obrar ocultamente
quita la vanagloria; el atribuir a Dios las buenas acciones, la soberbia.
63
El que ha sido hecho
digno del conocimiento de Dios y ha gozado abundantemente de este gozo, ese
desprecia todos los placeres que nacen de la potencia concupiscible.
64
El que desea las cosas
terrenas desea los alimentos o lo que sirve a los placeres sexuales o gloria
humana o riquezas o cualquier otro que sigue a estas cosas; y si el nous no encontrase algo mejor que esto a
lo cual volver el deseo, no se persuadiría jamás en despreciar totalmente estas
cosas. Incomparablemente mejor que ellas es el conocimiento de Dios y de las
cosas divinas.
65
El que desprecia los
placeres los desprecia o por temor o por esperanza o por conocimiento y amor de
Dios.
66
El conocimiento sin
pasión de las cosas divinas no mueve al nous
a despreciar totalmente las cosas materiales, sino que lo asemeja al
pensamiento simple de una cosa sensible. Por esto es posible encontrar muchos
hombres que tienen mucha ciencia y se revuelcan como puercos en el barro de las
pasiones de la carne[7]. Tras
haber sido purificados un poco por su diligencia y haber obtenido el
conocimiento, vueltos luego negligentes, se han hecho semejantes a Saúl, el
cual, considerado digno del reino y habiendo gobernado indignamente, fue
expulsado de él con terrible ira.
67
Como el pensamiento
simple de las cosas humanas no obliga al nous
a despreciar aquellas divinas, así tampoco el simple conocimiento de las cosas
divinas lo persuade a despreciar totalmente aquellas humanas, por eso la verdad
está en sombras y figuras. Y por esto hay necesidad de la bienaventurada pasión
de la santa caridad, que liga el nous
con las contemplaciones espirituales y lo persuade a preferir las cosas
inmateriales a aquellas materiales y las cosas espirituales y divinas a
aquellas sensibles.
68
El que ha cortado
totalmente las pasiones y ha vuelto simples los pensamientos, no los ha vuelto
aún completamente a las cosas divinas, sino que puede no estar inclinado ni a
las cosas humanas ni a aquellas divinas; lo que sucede a quien se dedica sólo a
la vida activa y no ha sido hecho digno aún del conocimiento, el cual se
abstiene de las pasiones por el temor al castigo o por la esperanza del reino.
69
Por
la fe caminamos, no por visiones, y tenemos el conocimiento en espejos y
en enigmas. Por eso tenemos necesidad de mucho ejercicio en estas cosas, para
que por una detenida meditación y familiaridad con ellas hagamos inalterable la
posesión de las contemplaciones.
70
Si, después de haber
cortado un poco las causas de las pasiones, nos dedicamos a las contemplaciones
espirituales, pero no aplicándonos continuamente a ellas, durante esta misma
ocupación nos volveremos fácilmente de nuevo a las pasiones de la carne, no
recogiendo de ello fruto alguno, si no un simple conocimiento con presunción,
cuyo fin será el oscurecimiento gradual del conocimiento y el retorno total del
nous a las cosas materiales.
71
La pasión reprochable
del amor entretiene al nous en las
cosas materiales; la pasión laudable del amor lo liga con las cosas divinas. En
aquellas cosas en la cual se entretiene, el nous
se habitúa también a explanarse; en aquellas en las cuales se extiende, a
volver aún el deseo y el amor a ellas, sea a las cosas divinas e intelectuales
que le son propias sea a las cosas y a las pasiones de la carne.
72
Dios creó el mundo
invisible y el visible, y Él hizo también el alma y el cuerpo. Y si este mundo
visible es tan bello, ¿cómo será, entonces, el invisible? Si aquel pues es
mejor que éste, ¿cuánto superior a los dos será Dios que los creó? Si, pues, el
creador de todas las cosas bellas es mejor que todas las creaturas, ¿por qué
motivo el nous, dejado aquello que es
mejor que todo, se dedica a lo que es peor que todo? -hablo de las pasiones de
la carne-, ¿no es quizá porque, vuelto y habituado desde el nacimiento a esta
meta, no ha alcanzado aún una perfecta experiencia de Aquel que es mejor y
superior a todo? Si con un prolongado ejercicio[8] de
dominio sobre los placeres y de meditación de las cosas divinas lo arrancamos
gradualmente de tal condición, progresando poco a poco se extenderá en las
cosas divinas y reconocerá su propia dignidad y finalmente transferirá todo su
deseo hacia lo divino.
73
El que, sin pasión,
dice el pecado del hermano lo dice por dos razones: o para corregirlo o para
provecho de otro. Si lo dice fuera de estas dos razones, sea a él sea a otro,
lo dice para ultrajarlo o para herirlo y no podrá huir al abandono de Dios,
sino que caerá absolutamente en uno u otro pecado y, rechazado y ultrajado por
otros, será avergonzado.
74
No es único el motivo
del que comete en acto el mismo pecado, sino que son diversos. Por ejemplo una
cosa es pecar por hábito, y otra por sorpresa; éste no tenía conciencia ni
antes ni después del pecado, pero se duele vivamente de lo que ha sucedido; el
que peca por hábito, por el contrario: aún antes no cesaba de pecar con el
pensamiento y, cometido el acto, tiene la misma disposición.
75
El que busca las
virtudes por vanagloria, evidentemente busca también el conocimiento por
vanagloria. Ése no hace o dice nada para edificación, sino que en todo busca la
gloria de parte de quienes lo ven o escuchan. La pasión se revela cuando
cualquiera de los predichos critica sus obras o sus palabras y por esto se
entristece grandemente, no porque aquellos no sean edificados, -pues no tenía
eso por objetivo-, sino porque él mismo es despreciado.
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate"