con Padre Simeón
En esta oportunidad deseamos acercarnos a un alma
privilegiada que Dios ha regalado a su Iglesia, la Venerable Madre Luisa
Margarita Claret de La Touche. Para
ello, dialogamos nuevamente con quien ya lo hemos hecho en otras oportunidades
que, aún siendo él un Solitario del Señor, discípulo de los Santo Padres, ha tenido un acercamiento y encuentro profundo
y lleno de luz con la Madre.
Foto: Madre Luisa Margarita
- Padre, nuevamente le agradezco que me permita acercarme a usted… Sé que conoce y ama profundamente a la Madre Luisa Margarita Claret de La Touche y también conoce la Obra del Amor Infinito.
¿Qué puede decirnos de esta mística del siglo XX?
- Margarita Claret de La Touche nació en Saint – Germain en
Laye (Francia) el 15 de marzo de 1868.
A los 22 años ingresa en el Monasterio de la Visitación de Romans (Francia). Su vida religiosa transcurre exteriormente inadvertida, pero su camino interior está marcado por particulares momentos de gracia. Ella se siente llamada por el Señor para dos grandes tareas: transmitir el mensaje que Jesús le ha confiado respecto de los sacerdotes y hacer conocer la misión del sacerdote como sembrador de amor.
A los 22 años ingresa en el Monasterio de la Visitación de Romans (Francia). Su vida religiosa transcurre exteriormente inadvertida, pero su camino interior está marcado por particulares momentos de gracia. Ella se siente llamada por el Señor para dos grandes tareas: transmitir el mensaje que Jesús le ha confiado respecto de los sacerdotes y hacer conocer la misión del sacerdote como sembrador de amor.
Ante todo, es una mujer contemplativa que el Señor condujo a una alta unión mística. Ella sólo expresa lo
que ve y lo que cree recibir de Dios. Y lo hace con profunda humildad,
desconfiando siempre de sí misma y temerosa ante la idea de poder equivocarse o
de mezclar algo de sí misma con lo que le parece provenir de Dios.
-Venerable Padre, respecto a sus escritos, ¿Qué apreciación tiene
de ellos?
-Los escritos de la Madre rebosan de Dios – Amor. Ella se
siente inundada y sobrecogida por el Amor de Dios manifestado en Jesucristo,
particularmente en su Sagrado Corazón. Es más, esta experiencia desborda en
ella al punto de ser la receptora de
comunicaciones particulares de Jesús, quien le encomienda la misión específica
de la Obra del Amor Infinito.
Querido hermano, escuche lo que nos dice la Madre: (Padre
Simeón tomó con veneración los escritos de la Madre y comenzó a leer
piadosamente). “Veo el Amor Infinito en todos los misterios de nuestra fe,
explicándolos, precisándolos, iluminándolos con una luz intensa y sin embargo
tan suave, que las miradas interiores pueden fijarse en ellos sin
deslumbrarse”. En estas palabras se resume lo que podríamos llamar la doctrina
de la Venerable Madre.
Ella nos invita, desde su propia experiencia, a seguirla
para entrar en el gran misterio de Dios,
sumergiéndonos en los Abismos del Amor Infinito.
-¿Puede usted indicarnos cuál es este itinerario?
-Sí. Pero dejaré que sea la propia Madre quien lo señale.
Cada uno tiene que hacer su propia experiencia…
Padre Simeón, como lo hizo anteriormente, tomó los escritos
de la Madre Luisa Margarita y comenzó a leerlos pausadamente y con gran unción.
“Durante algún tiempo estuve dedicada a considerar el Amor
Infinito, y mi alma conserva tan suaves y fuertes impresiones que quiero dejar
anotado algo.
Veía delante de mí un abismo inmenso, tan extenso, que
ningún ojo humano podía sondearlo: era el Amor Creador.
El Amor Infinito tuvo necesidad de difundirse fuera de sí
mismo y resolvió la creación del hombre a fin de poder derramarse en él.
Por acuerdo de la Santísima Trinidad el hombre fue formado y
el soplo divino, el Espíritu de Dios, el Amor, le dio la vida, la vida del alma
y la del cuerpo, una vida perfecta, pura, la vida tal como Dios la hacía para
el hombre.
Entonces vi otro abismo. El hombre había pecado, había transgredido
la orden de Dios y esta criatura rebelde debía ser castigada. La santidad
infinita reclamaba sus derechos y la Justicia iba a aniquilar a este ser, que
no había respondido a las liberalidades del Amor Creador, sino con la
desobediencia y el orgullo.
Pero el Amor, el Amor Mediador, colocándose entre el hombre
pecador y Dios ultrajado, abrió un profundo abismo y la Justicia no podía
alcanzar al hombre.
Durante largos siglos este Amor Mediador preservó a la
criatura pecadora de los golpes de la divina Justicia; conducía a los
Patriarcas y se revelaba a ellos, hablaba por los Profetas, conservaba la
verdadera noción de Dios en el pueblo elegido, trabajaba preparando a toda la
humanidad para la obra de la Redención.
Vi un tercer abismo de amor, tan extenso, tan profundo, tan
incomprensible, que sólo un Amor incomprensible podía explicarlo. Era el Amor
Redentor.
El Verbo se había encarnado, había visitado la tierra, había
descubierto al hombre los misterios ocultos de la salvación, había dado toda su
sangre y, en este baño generoso, la humanidad culpable había sido lavada. Toda
la vida de Jesús, todas sus adorables inmolaciones estaban allí.
El Amor – Sacerdote había ofrecido al Amor – Víctima, el
mundo estaba rescatado, la Justicia divina desarmada; había tenido lugar la
reconciliación definitiva entre el Creador y la criatura. Jesús había muerto
para darnos la vida. Resucitado, había terminado de formar la Iglesia; ahora,
volvía hacia su Padre.
Un nuevo abismo de amor se me aparecía: ¡era el Amor Iluminador!
El Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, el Amor substancial del Padre y del
Hijo había descendido a la Iglesia para fecundarla, como antaño había fecundado
el seno virginal de María. Me fue mostrado un quinto abismo: se habían cumplido
los tiempos, nuevos cielos y nueva tierra aparecieron y el Amor Glorificador
iba a coronar a los elegidos; nada faltaba a la plenitud divina; todas las
criaturas habían vuelto a entrar en el seno del Padre y el Amor,
glorificándolas, se glorificaba a Sí mismo.
Y percibí también otro abismo, cuyas dimensiones ninguna
palabra humana podría expresar, ninguna inteligencia creada midió jamás: era
el Amor sin forma, el Amor sin manifestaciones exteriores: ¡era Dios mismo!
Postrada al borde de este abismo insondable, mi alma adoraba
en silencio y me parecía oír una voz que me decía: ‘El Amor Infinito envuelve,
penetra y llena todas las cosas; es la fuente única de la vida y de toda
fecundidad; es el principio eterno de los seres y su fin eterno. Si quieres
poseer la vida y no ser estéril, rompe los lazos que todavía te atan a ti misma
y a la criatura, ¡y arrójate en este abismo!'
El Padre Simeón hizo un profundo silencio que se prolongó
por varios minutos. Luego nos levantamos invadidos por una sola Presencia, y me
invitó a continuar nuestro diálogo, al
día siguiente.
Equipo de redacción: "En el Desierto"