Continuación…
San
Máximo:
Interpretación
del Padre Nuestro
Por
eso, también nosotros, -para retroceder un poco y reasumir sucintamente la
fuerza de lo que hemos dicho- si
queremos ser librados del Maligno y no entrar en tentación, creamos a Dios y
perdonemos las ofensas a quienes nos ofenden. Pues dijo: “Si no perdonáis a los hombres sus pecados, tampoco vuestro Padre
celeste os perdonará”[1];
para que no recibamos sólo el perdón de las culpas sino que también venzamos la
ley del pecado, no permitiendo Dios que la experimentemos, y aplastemos a la
maligna serpiente -que ha engendrado esta ley- de la cual pedimos ser librados.
Porque Cristo, que ha vencido el mundo[2],
nos guiará en el combate, y nos armará con las leyes de los mandamientos y,
conforme a estas leyes, con la remoción de las pasiones; y unirá, mediante el
amor, a la naturaleza humana consigo misma. Y, siendo Él pan de vida[3],
de sabiduría, de conocimiento y de justicia, moverá nuestro apetito
insaciablemente hacia Él y, por la realización de la voluntad del Padre, nos
hará semejantes a los ángeles en su adoración[4],
manifestando por nuestra conducta, y mediante una buena imitación, la beatitud
celeste.
Y
de allí nos guiará luego al supremo ascenso a las realidades divinas, al Padre de las luces[5],
haciéndonos partícipes de la divina
naturaleza[6], por la participación por
gracia del Espíritu Santo, por la cual recibiremos el título de hijos de Dios,
portando íntegramente al autor todo de esta misma gracia e Hijo del Padre por
naturaleza, sin circunscribirlo ni mancharlo; de quien, por quien y en quien
tenemos y tendremos el ser, el movimiento y la vida[7].
Conclusión: Exhortación a vivir el Misterio presentado por
la Oración
Que el fin de nuestra oración sea la contemplación de este
misterio de la divinización, para que conozcamos lo que ha realizado de nosotros la kénosis en la carne del Hijo unigénito, y
de dónde y dónde ha hecho subir, por la potencia de su mano que ama al hombre,
a aquellos que habían alcanzado el punto
más bajo de todo el universo[8],
allá donde nos había precipitado el peso del pecado. Amaremos más así a Quien
sabiamente ha preparado esta salvación para nosotros. Mostremos mediante
nuestras acciones el cumplimiento de la oración y, proclamando, manifestemos
que Dios es verdaderamente Padre por gracia. Mostremos claramente, por el
contrario, que no tenemos por padre de nuestra vida al maligno quien, mediante
las pasiones deshonrosas, se dedica a imponer siempre tiránicamente su dominio
a la naturaleza. Que no nos suceda cambiar la muerte por la vida, porque
también cada uno de los adversarios (Cristo y el Diablo) distribuye
naturalmente a los que le están unidos: uno dispensa la vida eterna a aquellos
que lo aman; el otro, por la sugerencia de las tentaciones voluntarias, la
muerte a quienes se aproximan a él.
Porque,
según la Escritura, doble es el modo de las tentaciones: uno por el placer,
el otro por el dolor; uno libre y el
otro no. Aquel engendra el pecado y la enseñanza del Señor nos prescribe orar
para no caer en él, cuando dice: “Y no
nos dejes caer en tentación”[9]
y “Velad y orad para no caer en tentación”[10].
El otro protege del pecado, castigando la disposición que ama el pecado con
suplementos involuntarios de penas. Si alguien las soporta, y sobre todo si no
está adherido por los clavos del mal, escuchará al gran apóstol Santiago quien
proclama explícitamente: “Considerad un
gran gozo, hermanos mío, el estar rodeados por toda clase de pruebas, porque la
prueba de nuestra fe produce la paciencia, la paciencia virtud probada y la
virtud probada debe ir acompañada por una obra perfecta”[11].
El Maligno usa pérfidamente ambas tentaciones, la voluntaria y la involuntaria.
Sembrando la tentación voluntaria, excita al alma con los placeres del cuerpo
para apartar su deseo, con estas maquinaciones, del amor divino; y, con el
engaño, busca obtener la tentación involuntaria porque quiere destruir la
naturaleza con dolor, para forzar al alma, abatida por la debilidad de los
sufrimientos, a volver sus pensamientos a la calumnia contra el Creador.
Por el contrario, conociendo bien los pensamientos del
Maligno, oremos para apartar la tentación voluntaria, para que no apartemos el
deseo de la caridad divina. Con la ayuda de Dios, soportemos con entereza la
tentación que sobreviene involuntariamente, a fin de manifestar que preferimos
en vez de la naturaleza al Creador de la naturaleza. Y que todos los que invocamos el Nombre de Nuestro Señor
Jesucristo[12], seamos rescatados de los
placeres presentes del Maligno y liberados de los dolores futuros por la
participación en la sustancia verdadera de los bienes futuros[13],
la cual contemplaremos en el mismo Cristo nuestro Señor, quien solo es
glorificado con el Padre y el Espíritu Santo por toda la creación. Amén.
Equipo de redacción: "En el Desierto"
Notas:
[1] Mt 6, 15.
[2] Cf. Jn 16, 33.
[3] Jn 6, 35. 48.
[4] “homolatras”
[5] St 1, 17.
[6] 2 P 1, 4. Este pasaje bíblico es usado casi siempre por los Padres en
relación al misterio de la divinización.
[7] Cf. Rm 1, 26.
[8] Aparece el principio denominado tantum-quantum. El hombre asciende por la divinización, en la
medida en que Cristo descendió por su encarnación kenótica.
[9] Mt
7, 13.
[10] Mt
26, 41.
[11] St
1, 2-4, unido a Rm 5, 4.
[12] 1 Co 1, 2.
[13] Hb 11, 1.