martes, 5 de junio de 2012


Continuamos con la
CONFERENCIA DADA por EL PADRE JUAN BAUTISTA ROMANO, Monje de la Santa Cruz y miembro de la Alianza Sacerdotal de los Amigos del Sagrado Corazón, en el Congreso Internacional del Amor Infinito, realizado en Colombia en el año 2010.


SACRIFICIO DE CONSAGRACIÓN SACERDOTAL




El orden sagrado nos introduce en la comunión presbiteral, no estamos solos y en este sentido reavivar el fuego del Espíritu quiere decir eliminar los obstáculos que nos separan y aceptar la diversidad que nos enriquece.
         Nuestra referencia y razón de ser es Cristo Resucitado, presente y actuante en la Iglesia, donde los presbíteros somos su signo personal, testigos y expresión del amor de Dios como le gustaba definirse al santo Cura de Ars. Dice Madre Luisa Margarita: “El sacerdote es un ser de tal modo investido de Cristo que llega a ser casi un Dios, pero también es un hombre y es preciso que lo sea. Es necesario que sienta las flaquezas, las luchas, los dolores, las tentaciones y las rebeliones del hombre; que sea santo para ser santificador”[1].
         Sí, nosotros como sacerdotes estamos llamados a ser signo eficaz de la acción del Cristo resucitado, vivimos y somos en nombre de Cristo. Los presbíteros, dice la “Presbyterorum Ordinis”  en el número 2, “por la unción del Espíritu Santo quedan marcados por un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza”.
         Transformación y configuración con Cristo y en Cristo, que nos hace partícipes de su Kénosis, de su ofrecerse cotidiano por el mundo al Padre y de ofrecer al mundo el amor del Padre. Nuestro espacio de Kénosis es el mundo en el corazón de la Iglesia, nuestra familia y nuestra comunidad, comunidad que vive por obra del Espíritu Santo, que peregrina en la fuerza de la unidad que la sostiene en la comunión de la caridad fraterna. Este caminar de la iglesia, y en ella, el de cada uno de los miembros del cuerpo místico de Cristo, se realiza como asamblea, como lugar de encuentro, de perdón. Somos una nueva creación alimentada por el Espíritu y destinada a vivir de fe, siendo esta dimensión eclesial de nuestro ministerio el espacio que nos permitirá encontrar nuestro propio y particular estilo de vida sacerdotal, el presbítero que nuestro hoy necesita.
         La iglesia guiada por el Espíritu Santo, es peregrina, camina en la historia, se hace historia con los hombres todos, sin distinción ni discriminación, siendo este el marco para vivir nuestra comunión presbiteral de unidad, como profecía y desafío en un mundo dividido por el odio y el rencor. Y el sacerdote es el heredero y destinatario de este don, ya que como dice el Señor a Madre Luisa Margarita: “El sacerdocio es un producto de mi corazón”.[2]
         Nuevamente la “Presbyterorum Ordinis”, en el número 7, nos dice: “Ningún presbítero,… puede cumplir cabalmente su misión aislado o individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de quienes están al frente de la Iglesia”. Iglesia y comunión caminan juntas, y en este andar es por donde crecen y se desarrollan los carismas particulares, donde se configura y se busca la comunión, donde nuestro ministerio sacerdotal se desarrolla como servicio de comunión.
         Nosotros predicamos el precepto del amor, desde nuestra comunión de amor con nuestros hermanos sacerdotes, desde una pastoral de conjunto.
Siguiendo a la “Presbyterorum Ordinis”, en el número 10, nos habla de una misión sin fronteras, universal, hasta los confines de la tierra y de las culturas. Por esto, a la necesidad de la comunión se suma la necesidad de la disponibilidad, que no es invento nuestro, es parte del llamado que nos hace el Señor poniéndose como modelo obediencial y de caridad, consagrando nuestra misión ministerial en nuestra generosidad que, nos hace imitadores de Cristo y de Cristo crucificado y resucitado. Podemos decir que, imitar a Cristo es nuestro hábito de fiesta. No existe sacerdote de Cristo sin vida de Cruz. Nuestro estar crucificados con Cristo nos transforma en fuente de vida, de consuelo y de solidaridad; el pobre no necesita más pobreza, sino luz, y el sacerdote tiene que ser luz, el que sufre el dolor físico, psíquico y/o moral, necesita consuelo, y el sacerdote de Cristo está llamado a ser fuente de esperanza y de paz; quien está marginado por pobreza material, cultural y/o moral, necesita alguien que le restituya su dignidad original, alguien que vuelva a creer en él, necesita su lugar de pertenencia, donde el sacerdote de Cristo está llamado a ser hombre de la confianza, que cree en el hombre, hombre de justicia en el amor, dando a cada uno el lugar que le corresponde.
         Finalmente, Hermanos y Hermanas, deseo que podamos mirar juntos, y junto a nuestra querida Madre, nuestro ministerio sacerdotal como profundamente humano, para que pueda ser ampliamente cristiano, superando un conflicto muy actual, el de la dicotomía entre vida humana y vida cristiana, donde nuestra mirada se posa nuevamente en Cristo como modelo; sí, la humanidad de Jesús como nos la proponen los evangelios, humanidad real, existencia cotidiana, vida en carne y sangre, manifestación del Dios invisible (cf. Col 1, 15). Este es el lugar en el que el Hijo, exeghésato, nos ha narrado a Dios, como nos lo presenta Jn 1, 18. Es en este contexto, donde nuevamente tiene que resonar en nuestros corazones aquello que nos dice san Pablo en Hechos 20, 28: “Vigilen sobre Ustedes” para creer y anunciar. El Señor dice a Madre Luisa Margarita: “Mis sacerdotes tienen necesidad de abnegación y de amor, amar mucho y dar, dar siempre. Vengan, pues, a mi Corazón.”[3]
         Anunciamos a una persona, no a una idea. En la época de Jesús-como hoy-, el pueblo esperaba, ayer un Mesías, y hoy, la salvación. Jesús es el Pastor escatológico que viene a juntar a las ovejas perdidas de la casa de Israel, del mundo; y de este pastoreo participamos nosotros, como los Doce, con los Doce del primer momento, como sacerdotes somos enviados a anunciar el Reino a todos, para que todos gocen de la unidad de la esperanza y de la fe del amor de Dios.
         Pienso que en todo lo que he expuesto hay tres elementos que son recurrentes, y quizás puedan ayudarnos en nuestra reflexión y en nuestro itinerario de conversión: -Por una lado, toda autentica conversión nace de la Palabra proclamada y celebrada, escuchada y orada, de una intima relación orante con el Maestro, que nos impulsa una vida sacramental atenta y devota para purificar el corazón y la memoria en el camino de la comunión fraterna.
         Quizás puede iluminarnos el texto de san Juan en el capítulo 15, 1 – 15 “1 Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. 2 El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. 3 Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. 4 Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. 5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. 6 Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
7 Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
8 La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. 9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. 10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 11 Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. 12 Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. 13 No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. 14 Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. 15 Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.”
         Creo que la clave de una vida sana y alegre, está en la unidad, unidos a la vida para dar frutos según el corazón de Dios. Este texto es un proyecto de vida que, al menos, tenemos que plantearnos la posibilidad de pensarlo.
         Ciertamente el camino es largo y fatigoso, pero a cada uno de nosotros nos toca la responsabilidad, viviendo el evangelio, de dar a la Iglesia, en nuestras vidas, un siervo del Señor, un siervo de la comunidad, y al mundo un testimonio fiel del evangelio de Jesucristo.
         En nuestro ministerio, servimos a la santidad de todos, y como decía san Gregorio Magno: “Aquello que ofreces hacia fuera, lo tienes que tomar en la Fuente del Amor, donde amando aprenderás aquello que anuncias enseñando”[4]
         Muchas gracias y cuenten con nuestra oración, al tiempo, que nos encomendamos a la de Ustedes.
Equipo de redacción: "En el Desierto"





[1] Cf. Id. P.223
[2] Cf. Id. P.279
[3] Cf. Id. P.279
[4] Gregorio Magno, Homilía sobre Ezequiel 1, 5 – 16.