Durante éste año
2013 tendremos la gracia de dialogar con el Archimandrita Rdo. P. Manel Nin.
Monje Benedictino de la Abadía de Monserrat, Barcelona España. El Padre Manel
es rector del Pontificio Colegio Griego de Roma, en donde estudian seminarista
de las Iglesias de Tradición Bizantina en Comunión con Roma.
Algunos de
los diálogos serán en castellano y la mayoría en italiano.
El Diálogo sobre el
sacerdocio, de san Juan Crisóstomo[1].
Presento
en esta conferencia el Diálogo sobre el Sacerdocio, de san Juan
Crisóstomo. Un texto de un autor de finales del siglo IV, un texto, como tantas
obras de la tradición patrística, de Oriente y de Occidente, que es aun actual
para el ministerio del sacerdote, del obispo al comienzo del tercer milenio. No
se trata de haceros un conferencia patrística, sino proponeros la lectio
de un texto; lectio en el sentido de intentar hacer vivir en vuestra
vida como seminaristas, como sacerdotes –alguno futuro obispo- la enseñanza de
JC. Presentaré brevemente al autor, en segundo lugar el texto del Diálogo, y en
tercer lugar intentaré subrayar de él algunos aspectos importantes para nuestra
vida como sacerdotes, pastores de una comunidad cristiana.
Autor.
Originario de Antioquía de Siria, nacido hacia la mitad del siglo IV, JC recibe
una buena formación literaria y cristiana, la primera en la escuela de retórica
pagana de su ciudad, escuela guiada por el famoso rector Líbanos; la segunda,
la formación cristiana, a cargo de su misma madre y de su frecuentación asidua
de la Sagrada Escritura; este será un rasgo esencial en toda la vida de JC,
este contacto asiduo con la Sagrada Escritura. Después del bautismo a los 20
años, tienta una experiencia de vida monástica, semi eremítica durante 4 años y
eremítica durante 2; serán los años en los que JC se impone a si mismo el
profundizar y casi aprender de memoria la Sagrada Escritura, dándose a si mismo
a rigores ascéticos que le arruinarán para siempre su salud. Será, durante toda
su vida, una persona frágil, preocupada –hasta la fijación- por su salud; de
este aspecto la iconografía es un testigo fiel. De nuevo en la diócesis,
después de la experiencia entre los monjes –JC profesará una devoción hacia el
estado monacal-, en el 381 es ordenado diacono y en el 386 sacerdote. Optimo
orador –junto con su contemporáneo Agustín de Hipona será el más grande orador
cristiano-, durante 12 años, en su ciudad de Antioquia y a menudo a la
presencia del mismo patriarca de la ciudad, predicará las homilías más bellas
de su repertorio. Elegido para la sede patriarcal de Constantinopla en el 398,
comenzará la época más desafortunada de su vida, aunque siempre permanecerá
como orador de alto nivel. Exiliado en Armenia en el 404, muere en el 407.
Diálogo
sobre el sacerdocio. La obra de JC es inmensa, y no haré en este momento
una presentación de ella; me quedo simplemente en el Diálogo sobre el
sacerdocio. Se trata de un texto, algunos dicen el mejor (capolavoro) de JC,
escrito, como indica el título, en forma de diálogo, siguiendo el modelo
literario de los diálogos platónicos: dos personajes llevan a cabo un diálogo /
discusión alrededor de un tema que se propone al comienzo del texto, a partir
de algún hecho que ofrezca un motivo para ello.
Los
hechos narrados en nuestro texto se desarrollan de este modo: JC tiene un
amigo, Basilio, al que le une una amistad nacida en los años de estudio y de
formación. Ambos deciden emprender el camino de la vida monástica, aunque dos
hechos lo impedirán: por una parte las quejas y lamentos de la madre de JC, y
por otra la llamada al episcopado de ambos. Juntos deciden aceptar la
ordenación, aunque, llegado el momento, JC huye y deja solo al amigo Basilio.
Este, una vez ordenado, se presenta al amigo para echarle en cara y lamentarse
por el abandono de pacto establecido. Esta lamentación del amigo, ofrece a JC
la ocasión para escribir el Diálogo sobre el sacerdocio.
Por
lo que respecta a la fecha del texto, resulta difícil una fijación; una fecha
máxima es el 392 en que san Jerónimo dice de haberlo leído. Seguramente JC
tiene una experiencia como sacerdote cuando escribe el Diálogo; hay aspectos
que él, de experiencia, pide a aquel que guía, conduce una comunidad cristiana.
Se trata de un texto que ha habido una grandísima difusión; solo el texto
griego se conserva en 83 manuscritos diversos, hecho que indica esta difusión
importante.
Antes
de entrar en la presentación y comentario del texto, que es la finalidad de
esta conferencia, quisiera subrayar tres puntos: en primer lugar, todavía hoy
se discute la historicidad de los hechos narrados, es decir se acaecieron
realmente o son una ficción literaria. En segundo lugar, es difícil la
identificación de la figura de Basilio; no parece que se trate de Basilio Magno
si de Basilio de Seleucia, sino de un cierto Basilio de Rafaela, sede episcopal
ésta cercana a Apamea, en Siria. En tercer lugar, el diálogo sobre el
sacerdocio (perì ierosìnis) es un tratado sobre todo sobre el ministerio
episcopal, de aquel que conduce / guía una comunidad, aunque resulta un texto
válido para cualquier pastor de comunidad cristiana.
Contenido
del Diálogo sobre el sacerdocio. El texto del Diálogo está estructurado en
seis partes, o si se quiere seis capítulos / libros. El primer libro contiene
el inicio del Diálogo, la presentación, por parte de JC, de los hechos
acaecidos. El libro segundo narra la justificación por parte de JC, y empieza a
tratar el tema. El libro tercero, que constituye la parte central del texto,
contiene la descripción de la grandeza del sacerdocio cristiano. El libro
cuarto subraya de manera especial la necesidad que el sacerdote sea un buen
predicador. El libro quinto, vinculado directamente al anterior es, podríamos
decir, un manual de homilética. El libros sexto, al final, es una comparación
entre la vida monástica y la vida pastoral en una diócesis.
El
diálogo sobre el sacerdocio es un tratado eminentemente práctico; los puntos
teológicos o eclesiológicos sobre el sacerdocio –origen divina, sucesión
apostólica…- son temas dados por sabidos por parte de JC. Es un texto con
preocupaciones eminentemente prácticas.
Seguiré
el mismo orden del libro para presentar algunos aspectos que me parecen
importantes y, sobretodo estimularos a leer el texto.
Libro
I. Con el libro I inicia el Diálogo con una presentación, por parte de JC
de los hechos acaecidos. JC intenta justificar el engaño –que él mismo
reconoce- diciendo que a veces es justificable y válido y en estos casos hace
falta llamarlo no engaño sino juicio o simplemente prudencia[2].
Libro
II. JC inicia el desarrollo del tema. Presenta los puntos que para él son
importantes y que desarrollará a lo largo del Diálogo:
1. El
sacerdocio como prueba del amor que se tiene a Cristo.
2. El
sacerdocio como servicio, que se hace concreto en la celebración de los
sacramentos y en el pacer la comunidad que nos es confiada.
3. El
sacerdocio supone una lucha, sea contra los enemigos externos (Ef 6,12), sea
contra los internos, es decir las pasiones (Ga 5,19-20; 2C 12,20).
4. El
sacerdocio es un servicio difícil que puede llevar a la desesperación, al
desánimo.
5. Por lo
tanto incluso por amor a Cristo se puede rechazar –evitar- el sacerdocio.
6. Virtudes que
se requieren al sacerdote: prudencia, cura pastoral (a las viudas, a las
vírgenes), y sobre todo la elocuencia.
El
sacerdote como persona que ama a Cristo. Este amor es el que Cristo mismo
exigió a Pedro:
Qué mayor
beneficio puede haber si practicas aquello que, según Cristo mismo, son
manifestaciones del amor hacia él? Hablando con el jefe de los apóstoles, dijo:
“Pedro, me amas?” Cuando éste lo confesó, Cristo añadió: “Si me amas, apacienta
mis ovejas”.
Y JC añade
me forma muy aguda:
Cristo dijo
a Pedro: “Pedro, me amas más que estos?” Le habría podido decir: “Si me amas,
practica el ayuno, duerme en un jergón, dedícate a las vigilias continuas,
defiende a los que sufren injusticia, sé como un padre para los huérfanos y
como un esposo para su madre”. Pero, en ese momento, dejando todo eso a un
lado, qué dice: Pastorea mis ovejas[3].
Notad la
centralidad de la relación amor a Cristo y servicio / apacentar a las ovejas.
No se trata, por parte de JC, de un desprecio del ayuno, de las vigilias, del
dormir en el suelo…; esto, pero, viene después del servicio pastoral.
El
sacerdote, el pastor, debe saber curar, sanar las enfermedades del rebaño.
Subraya en este sentido tres cosas:
-las
enfermedades de las ovejas –acá me sirvo del mismo lenguaje que usa JC- son
secretas, escondidas, y hace falta que el pastor tenga el ojo agudo para
descubrirlas.
-hace falta
que el pastor tenga en cuenta la actitud del enfermo, y respete su libertad,
recordándole eso si las consecuencias. Él, el pastor, puede aplicar remedios,
medicinas, lenitivos, pero JC añade:
No es
posible curar a todos los hombres con tantos recursos como un pastor cura a una
oveja. En este caso también hay que atar, apartar del alimento, cauterizar y
cortar. Pero el poder de aceptar la curación no reside en el que ofrece la
medicina sino en el que está enfermo[4].
De parte
del pastor hace falta más la paciencia y la persuasión que no la fuerza:
Por encima
de todo no está permitido a los cristianos corregir con violencia los tropiezos
de los que pecan… En nuestro caso hay que mejorar al sujeto no con violencia
sino con persuasión… No hay quien pueda curar por la fuerza al que no quiere…El
pastor necesita mucha inteligencia y un sinnúmero de ojos para examinar por
todas partes la situación del alma… El pastor necesita mucho esfuerzo,
constancia, paciencia…[5]
A menudo JC
insiste en esta pedagogía necesaria al pastor, y también en el principio de la
libertad de las ovejas enfrente de la imposición. La disciplina debe ser una
necesidad, no un peso.
Libro III. Constituye
la parte central del Diálogo; en él encontramos una descripción de la grandeza
del sacerdocio cristiano. Se trata siempre de un don de Dios, dado a través del
Espíritu Santo, y concedido a un hombre; JC subraya siempre este equilibrio
entre el don de Dios y la realidad humana, concreta, del hombre:
El
sacerdocio se ejerce en la tierra pero tiene el rango de las realidades
celestes. Y con razón. Pues ni un hombre, ni un ángel, ni un arcángel, ni
ninguna otra potencia creada, sino el Paráclito mismo dispuso este orden y
persuadió a los que aún permanecen en la carne a reproducir el misterio de los
ángeles[6].
De forma
especial para JC este don de Dios se evidencia en la celebración de los
sacramentos, y en el Diálogo habla de la celebración del bautismo, de la
eucaristía y del perdón de los pecados. Es impresionante la descripción que JC
hace de la condescendencia de Dios, sea en el momento de la epiclesis, cuando
el sacerdote, ante los dones reza e invoca el Espíritu Santo que, como el fuego
invocado por Elías y que consumó a los animales de las ofertas (1Re 18, 22.30),
desciende y santifica a los dones, sea también en el momento en el que –acá
encontramos un detalle interesante para la historia de la liturgia- los fieles
reciben en la mano los Santos Dones, los abrazan hasta llevarlos al contacto
con los ojos:
…grande es
la filantropía de Dios! El que está sentado arriba con el Padre, es asido en
este momento por las manos de todos y se da a los que quieren abrazarlo y
recibirlo; incluso se los acercan todos a los ojos[7]…
el sacerdote está en pié no para traer fuego del cielo sino el Espíritu Santo;
y suplica largamente, no para que un fuego lanzado desde lo alto consume las
ofrendas, sino para que la gracia, cayendo sobre el sacrificio, encienda por
medio de él las almas de todos y las haga más brillantes que la plata fundida[8].
El
sacerdote es padre para la grey, en cuanto engendra hijos en el bautismo. A
menudo los Padres, hablando del bautismo, subrayan la dimensión materna de la
Iglesia como aquella que engendra hijos a la fe; es interesante acá, en cambio,
notar como JC subraya la dimensión de paternidad /maternidad del obispo que
engendra en el bautismo:
Estos son,
sí, estos son a quienes se les han confiado los partos espirituales, a quienes
se les ha encomendado el parto por medio del bautismo. Por medio de ellos nos
revestimos de Cristo, somos sepultados con el Hijo de Dios, llegamos a ser
miembros de aquella bienaventurada Cabeza…[9]
El
sacerdote es, además, aquel que perdona los pecados. JC hace notar que mientras
los sacerdotes del AT tenían simplemente que confirmar la lepra del cuerpo y,
si más tarde esa desaparecía, confirmar la curación, los sacerdotes cristianos
son aquellos que tiene que purificar la lepra del alma con el perdón de los
pecados y sobretodo con la oración. JC retoma diversas veces este aspecto: el
sacerdote reza por el pueblo que le ha sido confiado. Lo había ya indicado en
el momento de la epiclesis y lo repite en el perdón de los pecados.
En el mismo
libro III, JC hace un elenco de los vicios o peligros que pueden asaltar al
sacerdote; vicios exteriores e interiores. Los exteriores son evidentes:
calumnias, acusaciones, mentiras, insidias…; los interiores son mucho más
sutiles: la vanagloria –el más funesto para JC-, el complacerse en las
desgracias o inconvenientes de los otros colegas, o la amargura a causa de sus
éxitos, el desprecio hacia los pobres y la adulación de los ricos, la pérdida
de la libertad –parrhsi,aj avnai,resij- (esta palabra griega indica cuando a un
soldado se le roban las armas, y acá JC la usa de forma muy clara: el pastor no
puede perder, dejar que le roben, la libertad). Muchas veces, a lo largo del
Diálogo el autor insiste en este aspecto: poder obrar en todo con libertad. JC
recuerda al sacerdote que sus defectos se ven y, por lo tanto, debe estar
atento a que nadie le dé un golpe mortal.
A lo largo
de todo el Diálogo JC habla más de los vicios que de las virtudes de los
sacerdotes. De todas formas, algunas las indica: la bondad, el interés hacia
los enfermos, hacia los pobres, la prudencia, la inteligencia y también la
agudeza para saber adelantarse a los problemas, de los otros y propios:
Creo que es
necesario tener un temor tan grande al sacerdocio como para rehuir la carga
desde el principio y, después de llegar a ella, no aguardar al juicio de los
demás si alguna vez comete una falta merecedora de la destitución. Por el
contrario, tiene que adelantarse y despojarse a si mismo de la autoridad. De
esta manera es verosímil que alcance la misericordia de Dios[10].
Siempre en
el libro III, JC pone al sacerdote, al pastor, de frente al dilema entre las
virtudes ascéticas más preclaras y a la grandeza de alma que se le exige. En el
fondo encontramos el tema que JC ama paragonar, es decir entre la vida
monástica y la vida pastoral –JC amará siempre mucho a la vida monástica, la
promueve y la defiende, pero nunca la pondrá por encima de la vida pastoral,
pues son dos realidades diversas. JC no opone sino que diferencia las virtudes
del pastor, del obispo, de las del monje. Notemos que casi contemporáneamente
un Efrén el Siro presentará la figura de los obispos de Nísibis como grandes
personajes y óptimos pastores del rebaño precisamente porque poseían las
virtudes de los monjes: oración, ascesis, lectura asidua de la Sagrada
Escritura, ayuno…
Despreciar
la comida, la bebida y un lecho blando, para muchos no suponen ninguna
molestia, sobre todo para los que han vivido de una manera más rustica y han
crecido así desde su más temprana edad. También para otros muchos. La
disposición del cuerpo y la costumbre les hacen fácil la dureza de aquellas
fatigas. Pero soportar la insolencia, la injuria, las palabras molestas, las
burlas de los inferiores, unas veces dichas a la ligera y otras con justicia…
no los soportan muchos sino uno o dos… Y JC concluye de
manera muy aguda: Si el que está al frente de los fieles no se reprime ante
la comida y no anda descalzo, no daña a la comunión de la Iglesia. En cambio,
un carácter violento produce grandes inconvenientes no solo a quien lo posee
sino también a quienes están cerca[11].
Como
conclusión del libro III, JC indica la necesaria atención del pastor hacia las
viudas y las vírgenes. Hacia las viudas, JC pide que el pastor sea magnánimo y
misericordioso –es un estado que ellas no han buscado y que les acarrea una
pobreza involuntaria- y al mismo tiempo que el pastor sea atento pues las
viudas pueden escandalizar con sus exigencias. JC se muestra siempre persona
muy ponderada. Por lo que se refiere a las vírgenes, les prohíbe que vivan en
el episcopio, sea a causa del peligro de caer en pecado con ellas, sea para
evitar el escándalo que seguramente, aunque no hubiese ningún pecado, podría
nacer en el alma de los fieles:
Pues aunque
no se ocasionen ningún perjuicio y, por el contrario, conserven intacta la
santidad, darán cuenta de las almas que escandalizaron, no menos que si
hubieran pecado entre sí[12].
Libros
IV-V. En estos dos libros, JC insiste en la necesidad que el sacerdote sea un
buen predicador. Como indiqué al inicio, JC presenta en estos dos libros un
manual de predicación cristiana, de homilética. El don de la palabra es
importante para aquel que ha sido llamado a pacer una comunidad cristiana, para
aquel que debe defenderla de los ataques de las fieras –las herejías-, y JC
presenta la elocuencia como un arma que el pastor debe llevar en mano. Esta
arma, el don y el uso de la palabra tiene tres aspectos fundamentales:
1.
Conocimiento de la Sagrada Escritura y contacto con ella
–JC cita Pablo: la Palabra de Dios demore abundantemente entre vosotros (Col
3,16).
2.
Conocimiento de la realidad teológica, de la fe de su iglesia;
JC hace la lista de las diversas herejías que han herido la comunidad de
Antioquia.
3.
Tener una buena base dialéctica, una buena formación
retórica.
El lugar
donde estos tres aspectos se ponen en práctica es la homilía, la predicación.
acá el sacerdote tendrá en cuenta dos aspectos:
1. En primer
lugar que la homilía se hace para agradar a Dios
2. En segundo
lugar tendrá presente la actitud del pueblo ante el que está. El sacerdote debe
saber que entre los fieles que tiene delante, algunos sentirán atracción hacia
las palabras que dice, a otros no agradaran; incluso algunos le echarán en cara
si se sirve de homilías o textos de otros autores. El predicador debe buscar
que los fieles le sigan, sin dejarse llevar de sus gustos. En las homilías
patrióticas encontramos indicaciones claras de las reacciones, posiciones,
actitudes de los fieles durante la predicación. JC insiste en que el predicador
no se deje impresionar por las adulaciones del público ni se desanime si le
reprochan.
JC subraya
aun la importancia del estudio constante, el conocimiento bíblico, teológico,
necesario al predicador.
Libro VI. En este último
libro, encontramos una comparación entre la vida monástica y la vida de
servicio pastoral. JC presenta los peligros que los monjes, en su soledad,
pueden evitar y que los sacerdotes inmersos en la vida cotidiana, tienen por
fuerza que evitar.
Podríamos
aun subrayar otros aspectos importantes del Diálogo sobre el sacerdocio de JC.
Estos presentados constituyen algunos de los más importantes, útiles aun para
la vida pastoral en cualquier comunidad cristiana.
Conclusión. A lo largo
de la lectura, de la lectio de este texto de JC, emergieron, me parece,
algunos aspectos importantes que podemos aplicar a nuestra vida como
sacerdotes, pastores de una comunidad cristiana.
1. El
sacerdote es el hombre asiduo al contacto con la Sagrada Escritura.
2. Amor a
Cristo. El vínculo, la dimensión cristológica en la vida del sacerdote, se
subraya con el amor que JC pide al pastor hacia Cristo; vínculo cristológico
que se manifiesta en dos aspectos: primero el servicio a la comunidad; segundo
la relación Cristo-médico / sacerdote-médico.
3. El pastor
es el hombre de la libertad, el hombre que respeta la libertad de las ovejas.
Libertad por las dos partes: por parte del pastor para curar, para decir… -JC
nunca perderá la libertad de palabra; podríamos decir que le pierde la libertad
de palabra; libertad por parte del cristiano para acoger la curación.
4. Pastor
como hombre de paciencia, de persuasión; de acá deriva la dimensión pedagógica
del ministerio pastoral en el pueblo cristiano.
5. Pastor
como hombre litúrgico: engendra hijos en el bautismo; perdona los pecados.
6. El pastor
se encuentra en situaciones, problemas, muy humanos y muy actuales, que JC describe
con maestría única; situaciones muy humanas, muy reales, de vicios, tensiones,
en las que todos como sacerdotes podremos encontrarnos: vanagloria, complacerse
del mal del otro, amargarse por el éxito del otro.
7. El pastor
como predicador.
Para En el Desierto:
P. Manuel
Nin osb
Collegio Greco
Roma
Notas:
[1] Juan Crisóstomo, Diálogo sobre el Sacerdocio, Biblioteca de Patrística 57, Ciudad Nueva,
Madrid 2002.
[2] Cf., I,6.
[3] II,1.
[4] II,3.
[5] II,3-4.
[6] III,4.
[7] La traducción castellana de Ciudad Nueva
da simplemente: en este momento todos lo hacen con los ojos…
[8] III,4. En algunas las tradiciones
litúrgicas orientales, al pan consagrado se le denomina: “carbón ardiente”.
[9] III,6.
[10] III,10.
[11] III,10.