Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Centurias
sobre la Caridad
Continuación…
primera centuria
71
La caridad perfecta no escinde la única
naturaleza de los hombres según sus diversas disposiciones; sino que, mirando
siempre a ésta sola, ama de igual modo a todos los hombres: a los virtuosos los
ama como amigos, a los malos como enemigos, haciéndoles el bien y teniéndoles
paciencia y soportando lo que recibe de parte de ellos, no pensando mal en
ningún modo, sino sufriendo por ellos, si la ocasión lo requiere, para hacerlos
también a ellos amigos, si es posible. En caso contrario no se aparta tampoco
de la propia buena intención, mostrando siempre los frutos de la caridad hacia
todos los hombres igualmente. Por esto, el Señor y Dios nuestro Jesucristo,
mostrando su caridad hacia nosotros, sufrió por toda la humanidad y dio a todos
igualmente la esperanza de la resurrección; aún si cada uno se hace digno de la
gloria o del castigo.
72
El que no desprecia gloria y deshonra,
riqueza y pobreza, placer y tristeza, no ha adquirido aún la caridad perfecta;
la caridad perfecta no sólo desprecia estas cosas, sino también la misma vida
temporal y la muerte.
73
Escucha lo que dicen los que fueron
hechos dignos de la caridad perfecta: ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro,
la espada? Como está escrito, a causa tuya somos entregados a la muerte todo el
día; fuimos considerados como destinados al matadero. Pero en todo esto
obtenemos una amplia victoria por medio de Aquel que nos amó. Estoy persuadido que ni la muerte ni la vida
ni los ángeles ni los principados ni las potencias ni el presente ni el futuro,
ni la altura ni la profundidad, ni ninguna otra creatura podrá separarnos del
amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor[1]. Esto
dicen y hacen todos los santos acerca del amor a Dios.
74
Escucha, nuevamente, lo
que dicen acerca del amor al prójimo: Digo
la verdad en Cristo, no miento, y testimonia en mi favor también mi conciencia
en el Espíritu Santo; tengo mucha tristeza y una pena continua, en mi corazón.
Desearía ser yo mismo separado de Cristo por mis hermanos, mis parientes según
la carne, que son israelitas[2], etc.
Así también Moisés[3]
y los otros santos.
75
El que no desprecia
gloria, placer y la avaricia, que hace crecer estas pasiones y surge por medio
de ellas, no puede cortar las ocasiones de la ira; y el que no las corta, no
puede alcanzar la caridad perfecta.
76
Humildad y sufrimiento
libran al hombre de todo pecado: aquella extirpa las pasiones del alma, ésta
las del cuerpo. También el bienaventurado David hace claramente esto, cuando
suplica a Dios diciendo: Mira mi humildad
y mi fatiga, y perdona todos mis pecados[4].
77
Por medio de los
mandamientos el Señor hace imperturbables a aquellos que los practican, y por medio de las doctrinas divinas les
concede la iluminación del conocimiento.
78
Todas las doctrinas son
o acerca de Dios o acerca de las cosas visibles o invisibles o acerca de la
providencia y al juicio divino respecto a ellas[5].
79
La limosna cura la
parte irascible del alma, el ayuno doma la concupiscencia, la oración purifica
al nous y lo prepara a la
contemplación de los seres. Para las potencias del alma el Señor nos ha dado
también los mandamientos.
80
Aprended
de mí,
dice, que soy manso y humilde de corazón[6], etc.
La mansedumbre mantiene a la parte irascible imperturbada; la humildad libra al
nous de la presunción y de la
vanagloria.
81
Doble es el temor de
Dios: el primero es engendrado en nosotros por las amenazas del castigo y por
medio de él nacen en nosotros progresivamente el dominio de sí, la paciencia,
la esperanza en Dios y la imperturbabilidad, de la cual (nace) la caridad; el
segundo está unido a la misma caridad y produce continuamente en el alma la
reverencia, para que la confianza de la caridad no llegue al desprecio de Dios.
82
La caridad perfecta
expulsa al primer temor del alma que la ha alcanzado, no temiendo más el
castigo. En cambio, está siempre unida al segundo, como se ha dicho. Al primer
temor corresponde este pasaje: Por el
temor del Señor cada uno se aparta del mal, y: El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor[7]. Al
segundo, este: El temor del Señor es
santo, permanece por los siglos de los siglos, y: Nada falta a quienes le temen[8].
83
Mortificad
vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación, impureza, pasión,
malos deseos y avaricia[9], etc.
Llamó tierra al pensamiento de la carne; decía fornicación al pecado de
obra; llamó impureza al consentimiento;
designó pasión al pensamiento pasional; malos deseos a la aceptación sola del
pensamiento del deseo; llamó avidez a la materia que engendra y hace crecer la
pasión. A todos estos, en cuanto son miembros del pensamiento de la carne,
mandó mortificar el divino Apóstol.
84
En primer lugar la
memoria lleva al nous el pensamiento
simple y, perdurando éste, excita la pasión; no siendo suprimida ésta, pliega
el nous al consenso; sucedido éste,
llega luego al pecado en acto. El sapientísimo Pablo, escribiendo a los
Gentiles convertidos, manda eliminar en primer lugar el efecto del pecado y
luego, retrocediendo en orden, subir a la causa. Y la causa es, como se ha
dicho, la avaricia que engendra y hace crecer la pasión. Pienso que así se
indica la gula, como madre y nutriz de la fornicación. Y la avidez es un mal no sólo respecto a las riquezas, sino
también respecto a los alimentos; como el dominio de sí es bueno no sólo
respecto a los alimentos, sino también respecto a las riquezas.
85
Como un pájaro atado al
pie apenas comienza a volar es tirado a tierra, arrastrado por la correa; así
también el nous que aún no ha
alcanzado la imperturbabilidad y vuela hacia el conocimiento de las cosas
celestes es tirado a tierra, arrastrado por las pasiones.
86
Cuando el nous se ha librado perfectamente de las
pasiones, entonces camina directamente hacia la contemplación de los seres,
dirigiéndose hacia el conocimiento de la santa Trinidad.
87
Siendo el nous puro, recogiendo las ideas de las
cosas es movido hacia la contemplación espiritual de ellas. Hecho impuro por
indolencia, imagina las simples ideas de las otras cosas, pero cuando recibe
aquellas humanas, se vuelve a pensamientos vergonzosos o malvados.
88
Cuando jamás un
pensamiento mundano perturbe tu nous
durante el tiempo de la oración, sabe
entonces que no estás fuera de los confines de la imperturbabilidad.
89
Cuando el alma empieza
a sentir su propia buena salud, entonces comienza también a ver simples y sin
turbación las imágenes en el sueño.
90
Como la belleza de las
cosas visibles atrae a sí el ojo sensible, así también el conocimiento de las
cosas invisibles atrae a sí el nous
puro: por invisible entiendo las cosas incorpóreas[10].
91
Es gran cosa no sufrir
de parte de las cosas, pero mucho más grande es permanecer imperturbable ante
sus imágenes. Por esto la guerra de los demonios contra nosotros mediante los
pensamientos es más dura que aquella mediante las cosas.
92
Quien ha cultivado bien
las virtudes y se ha enriquecido por el conocimiento, viendo claramente las
cosas según naturaleza, hace y considera toda cosa según recta razón, no
engañándose en modo alguno. Llegamos a ser, pues, virtuosos o malos por el uso
racional o irracional de las cosas.
93
Signo de gran
imperturbabilidad es que las ideas de las cosas suban siempre simples al corazón,
cuando el cuerpo vela y durante el sueño.
94
Con la práctica de los
mandamientos el nous se despoja de
las pasiones; con la contemplación espiritual de las cosas visibles, de las
ideas pasionales de las cosas; con el conocimiento de las cosas invisibles, de
la contemplación de las cosas visibles; de aquella, finalmente, con el
conocimiento de la santa Trinidad.
95
Como el sol, surgiendo
e iluminando al mundo, se muestra a sí mismo y a las cosas iluminadas por él,
así también el Sol de justicia surgiendo al nous
puro, se muestra a sí mismo y a los principios de todas las cosas que han sido
y serán hechas por Él.
96
No conocemos a Dios por
su esencia, sino por su magnificencia y por su providencia de los seres; por
medio de éstas, como por medio de espejos, comprendemos su infinita bondad,
sabiduría y potencia.
97
El nous puro se encuentra en las ideas simples de las cosas humanas o
en la contemplación natural de las cosas visibles o en aquella de las
invisibles, o en la luz de la santa Trinidad.
98
El nous que ha llegado a la contemplación de las cosas visibles busca
sus principios naturales o aquello que las cosas significan o investiga su
misma causa.
99
Dándose a la
contemplación de las cosas invisibles, busca sus principios naturales y la causa
de su origen y aquello que está en relación con ella y qué providencia y juicio
exista en torno a ellas.
100
Llegado a Dios,
inflamado por el vivo deseo, busca en primer lugar los principios en torno a su esencia, pero no encuentra
apaciguamiento en aquello que le es propio: esto es realmente imposible y
negado igualmente a toda naturaleza creada. Y es apaciguado entonces por
aquello que está en torno a Él, es decir, cuanto respecta a la eternidad, la
infinitud, la inmensidad, la bondad, la sabiduría y la potencia que crea,
provee y juzga los seres. Y de Él sólo esto es comprensible: la infinitud, y el
hecho mismo de no conocer nada es un conocimiento superior al nous, como han dicho los teólogos
Gregorio[11]
y Dionisio[12].
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate"
Notas:
[1]Rm
8, 35- 39.
[2] Rm
9, 1-3.
[3] Cf. Ex 32, 31 ss.
[4] Sal 24, 18.
[5] En la introducción se señaló ya el trasfondo evagriano de esta
afirmación.
[6] Mt 11, 29.
[7] Pr 15, 27 y 1, 7.
[8] Sal 18, 10 y 33, 10.
[9] Col 3, 5.
[10] Evagrio dice: “Igual que la piedra
de Magnesia, por su potencia natural, atrae el hierro a sí, de la misma manera
el santo conocimiento atrae naturalmente a sí al nous puro”. Kepahalaia Gnostica II; 34, p. 75.
[11] Gregorio de Nacianzo, Orat. 38, 7 (PG 36,
317c y 628a).
[12] Pseudo-Dionisio, Ep. 1-5 (PG 3,
1065-1076).