lunes, 26 de diciembre de 2011


Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate

Centurias sobre la Caridad
Continuación…

primera centuria
71
La caridad perfecta no escinde la única naturaleza de los hombres según sus diversas disposiciones; sino que, mirando siempre a ésta sola, ama de igual modo a todos los hombres: a los virtuosos los ama como amigos, a los malos como enemigos, haciéndoles el bien y teniéndoles paciencia y soportando lo que recibe de parte de ellos, no pensando mal en ningún modo, sino sufriendo por ellos, si la ocasión lo requiere, para hacerlos también a ellos amigos, si es posible. En caso contrario no se aparta tampoco de la propia buena intención, mostrando siempre los frutos de la caridad hacia todos los hombres igualmente. Por esto, el Señor y Dios nuestro Jesucristo, mostrando su caridad hacia nosotros, sufrió por toda la humanidad y dio a todos igualmente la esperanza de la resurrección; aún si cada uno se hace digno de la gloria o del castigo.

72
El que no desprecia gloria y deshonra, riqueza y pobreza, placer y tristeza, no ha adquirido aún la caridad perfecta; la caridad perfecta no sólo desprecia estas cosas, sino también la misma vida temporal y la muerte.

73
Escucha lo que dicen los que fueron hechos dignos de la caridad perfecta: ¿Quién nos separará  del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Como está escrito, a causa tuya somos entregados a la muerte todo el día; fuimos considerados como destinados al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria por medio de Aquel que nos amó.  Estoy persuadido que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni las potencias ni el presente ni el futuro, ni la altura ni la profundidad, ni ninguna otra creatura podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor[1]. Esto dicen y hacen todos los santos acerca del amor a Dios.

74
Escucha, nuevamente, lo que dicen acerca del amor al prójimo: Digo la verdad en Cristo, no miento, y testimonia en mi favor también mi conciencia en el Espíritu Santo; tengo mucha tristeza y una pena continua, en mi corazón. Desearía ser yo mismo separado de Cristo por mis hermanos, mis parientes según la carne, que son israelitas[2], etc. Así también Moisés[3] y los otros santos.

75
El que no desprecia gloria, placer y la avaricia, que hace crecer estas pasiones y surge por medio de ellas, no puede cortar las ocasiones de la ira; y el que no las corta, no puede alcanzar la caridad perfecta.

76
Humildad y sufrimiento libran al hombre de todo pecado: aquella extirpa las pasiones del alma, ésta las del cuerpo. También el bienaventurado David hace claramente esto, cuando suplica a Dios diciendo: Mira mi humildad y mi fatiga, y perdona todos mis pecados[4].

77
Por medio de los mandamientos el Señor hace imperturbables a aquellos que los practican,  y por medio de las doctrinas divinas les concede la iluminación del conocimiento.

78
Todas las doctrinas son o acerca de Dios o acerca de las cosas visibles o invisibles o acerca de la providencia y al juicio divino respecto a ellas[5].

79
La limosna cura la parte irascible del alma, el ayuno doma la concupiscencia, la oración purifica al nous y lo prepara a la contemplación de los seres. Para las potencias del alma el Señor nos ha dado también los mandamientos.

80
Aprended de mí, dice, que soy manso y humilde de corazón[6], etc. La mansedumbre mantiene a la parte irascible imperturbada; la humildad libra al nous de la presunción y de la vanagloria.

81
Doble es el temor de Dios: el primero es engendrado en nosotros por las amenazas del castigo y por medio de él nacen en nosotros progresivamente el dominio de sí, la paciencia, la esperanza en Dios y la imperturbabilidad, de la cual (nace) la caridad; el segundo está unido a la misma caridad y produce continuamente en el alma la reverencia, para que la confianza de la caridad no llegue al desprecio de Dios.

82
La caridad perfecta expulsa al primer temor del alma que la ha alcanzado, no temiendo más el castigo. En cambio, está siempre unida al segundo, como se ha dicho. Al primer temor corresponde este pasaje: Por el temor del Señor cada uno se aparta del mal, y: El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor[7]. Al segundo, este: El temor del Señor es santo, permanece por los siglos de los siglos, y: Nada falta a quienes le temen[8].

83
Mortificad vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación, impureza, pasión, malos deseos y avaricia[9], etc. Llamó tierra al pensamiento de la carne; decía fornicación al pecado de obra;  llamó impureza al consentimiento; designó pasión al pensamiento pasional; malos deseos a la aceptación sola del pensamiento del deseo; llamó avidez a la materia que engendra y hace crecer la pasión. A todos estos, en cuanto son miembros del pensamiento de la carne, mandó mortificar el divino Apóstol.

84
En primer lugar la memoria lleva al nous el pensamiento simple y, perdurando éste, excita la pasión; no siendo suprimida ésta, pliega el nous al consenso; sucedido éste, llega luego al pecado en acto. El sapientísimo Pablo, escribiendo a los Gentiles convertidos, manda eliminar en primer lugar el efecto del pecado y luego, retrocediendo en orden, subir a la causa. Y la causa es, como se ha dicho, la avaricia que engendra y hace crecer la pasión. Pienso que así se indica la gula, como madre y nutriz de la fornicación. Y la avidez es  un mal no sólo respecto a las riquezas, sino también respecto a los alimentos; como el dominio de sí es bueno no sólo respecto a los alimentos, sino también respecto a las riquezas.

 85
Como un pájaro atado al pie apenas comienza a volar es tirado a tierra, arrastrado por la correa; así también el nous que aún no ha alcanzado la imperturbabilidad y vuela hacia el conocimiento de las cosas celestes es tirado a tierra, arrastrado por las pasiones.

86
Cuando el nous se ha librado perfectamente de las pasiones, entonces camina directamente hacia la contemplación de los seres, dirigiéndose hacia el conocimiento de la santa Trinidad.

87
Siendo el nous puro, recogiendo las ideas de las cosas es movido hacia la contemplación espiritual de ellas. Hecho impuro por indolencia, imagina las simples ideas de las otras cosas, pero cuando recibe aquellas humanas, se vuelve a pensamientos vergonzosos o malvados.

88
Cuando jamás un pensamiento mundano perturbe tu nous durante el tiempo de la oración, sabe  entonces que no estás fuera de los confines de la imperturbabilidad.

89
Cuando el alma empieza a sentir su propia buena salud, entonces comienza también a ver simples y sin turbación las imágenes en el sueño.


90
Como la belleza de las cosas visibles atrae a sí el ojo sensible, así también el conocimiento de las cosas invisibles atrae a sí el nous puro: por invisible entiendo las cosas incorpóreas[10].

91
Es gran cosa no sufrir de parte de las cosas, pero mucho más grande es permanecer imperturbable ante sus imágenes. Por esto la guerra de los demonios contra nosotros mediante los pensamientos es más dura que aquella mediante las cosas.

92
Quien ha cultivado bien las virtudes y se ha enriquecido por el conocimiento, viendo claramente las cosas según naturaleza, hace y considera toda cosa según recta razón, no engañándose en modo alguno. Llegamos a ser, pues, virtuosos o malos por el uso racional o irracional de las cosas.

93
Signo de gran imperturbabilidad es que las ideas de las cosas suban siempre simples al corazón, cuando el cuerpo vela y durante el sueño.

94
Con la práctica de los mandamientos el nous se despoja de las pasiones; con la contemplación espiritual de las cosas visibles, de las ideas pasionales de las cosas; con el conocimiento de las cosas invisibles, de la contemplación de las cosas visibles; de aquella, finalmente, con el conocimiento de la santa Trinidad.

95
Como el sol, surgiendo e iluminando al mundo, se muestra a sí mismo y a las cosas iluminadas por él, así también el Sol de justicia surgiendo al nous puro, se muestra a sí mismo y a los principios de todas las cosas que han sido y serán hechas por Él.

96
No conocemos a Dios por su esencia, sino por su magnificencia y por su providencia de los seres; por medio de éstas, como por medio de espejos, comprendemos su infinita bondad, sabiduría y potencia.

97
El nous puro se encuentra en las ideas simples de las cosas humanas o en la contemplación natural de las cosas visibles o en aquella de las invisibles, o en la luz de la santa Trinidad.

98
El nous que ha llegado a la contemplación de las cosas visibles busca sus principios naturales o aquello que las cosas significan o investiga su misma causa.

99
Dándose a la contemplación de las cosas invisibles, busca sus principios naturales y la causa de su origen y aquello que está en relación con ella y qué providencia y juicio exista en torno a ellas.

100
Llegado a Dios, inflamado por el vivo deseo, busca en primer lugar los principios  en torno a su esencia, pero no encuentra apaciguamiento en aquello que le es propio: esto es realmente imposible y negado igualmente a toda naturaleza creada. Y es apaciguado entonces por aquello que está en torno a Él, es decir, cuanto respecta a la eternidad, la infinitud, la inmensidad, la bondad, la sabiduría y la potencia que crea, provee y juzga los seres. Y de Él sólo esto es comprensible: la infinitud, y el hecho mismo de no conocer nada es un conocimiento superior al nous, como han dicho los teólogos Gregorio[11] y Dionisio[12].
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo Argárate" 

Notas:
[1]Rm  8, 35- 39.
[2] Rm  9, 1-3.
[3] Cf. Ex  32, 31 ss.
[4] Sal  24, 18.
[5] En la introducción se señaló ya el trasfondo evagriano de esta afirmación.
[6] Mt  11, 29.
[7] Pr  15, 27 y 1, 7.
[8] Sal 18, 10 y 33, 10.
[9] Col  3, 5.
[10] Evagrio dice: “Igual que la piedra de Magnesia, por su potencia natural, atrae el hierro a sí, de la misma manera el santo conocimiento atrae naturalmente a sí al nous puro”. Kepahalaia Gnostica  II; 34, p. 75.
[11] Gregorio de Nacianzo, Orat. 38, 7 (PG 36, 317c y 628a).
[12] Pseudo-Dionisio, Ep. 1-5 (PG 3, 1065-1076).