viernes, 13 de enero de 2012



Textos de San Máximo 
El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate

Centurias sobre la Caridad
segunda centuria

 26
El nous que realiza bien la vida activa progresa en la prudencia; el que realiza bien la contemplativa, en el conocimiento. De aquella es propio el llevar a quien lucha, al discernimiento de la virtud y del vicio; de ésta, el conducir a quien participa de ella, a las esencias de las cosas incorpóreas y corpóreas. Será encontrado digno de la gracia teológica cuando, superadas todas las cosas dichas mediante las alas de la caridad y encontrándose en Dios, por medio del Espíritu, examinará a fondo, en cuanto es posible al nous humano, Su esencia .

27
Cuando estés por dedicarte a la teología, no busques los principios de lo que es propio a Él -no las puede encontrar un nous humano, ni siquiera el de alguno de aquellos que están después de Él-; sino, en la medida de lo posible, indaga los principios de lo que está en torno a Él,  es decir aquellos acerca de la eternidad, la infinitud, la inmensidad, la bondad, la sabiduría y la potencia creadora, providente y juez de los seres. Éste es entre los hombres un gran teólogo, el que encuentra, aún limitadamente, las razones de estas cosas.

28
Poderoso es el hombre que ha unido el conocimiento a la acción; con ésta destruye la concupiscencia y domina la ira; con aquel pone alas al nous y vuela hacia Dios.

29
Cuando el Señor dice: Yo y el Padre somos uno, señala la identidad de la sustancia. Cuando luego dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, revela la inseparabilidad de las personas. Los triteístas, separando al Hijo del Padre, caen en un precipicio. Sea cuando dicen que el Hijo es coeterno con el Padre, pero separan uno del otro, están forzados a decir que no ha sido engendrado por Él y a caer en afirmar que son tres Dioses y tres principios; sea cuando dicen que es engendrado por Él, pero lo separan, están forzados a decir que no es coeterno con el Padre y a someter al tiempo al Señor de los tiempos. Es necesario conservar el Dios uno y confesar las tres personas, según el gran Gregorio, y cada una con su propiedad. Según él “es distinto”, pero “sin división”, y “está unido”, pero “con distinción”. Por esto es extraordinaria la distinción y la unión: porque, ¿qué tiene de extraordinario si, como un hombre está unido y es distinto de otro, así también el Hijo respecto al Padre y nada más?


30 
Quien es perfecto en la caridad y ha alcanzado el culmen de la imperturbabilidad no conoce distinción entre lo propio y lo ajeno, o entre fiel e infiel, o entre esclavo y libre o, en una palabra, entre varón y mujer; sino que, llegado a ser superior a la tiranía de las pasiones, y mirando a la única naturaleza de los hombres, considera a todos de modo igual y está dispuesto de igual modo hacia todos. No hay en él, pues, griego y judío ni varón y mujer ni esclavo y libre, sino que todo y en todos, Cristo[1].

31
De las pasiones escondidas en el alma los demonios toman ocasión para excitar en nosotros los pensamientos pasionales; luego, combatiendo con estos al nous, lo fuerzan a llegar a consentir al pecado. Derrotado aquel, lo mueven al pecado de pensamiento y, cumplido esto, lo conducen prisionero, por último, a la acción. Y después de ésta, los que han desolado el alma con los pensamientos, se marchan con éstos. Y permanece solo en el alma el ídolo del pecado, del cual dice el Señor: Cuando veáis la abominación de la desolación estar en el lugar santo, el que lee que entienda[2]. Lugar santo y templo de Dios es el nous del hombre, en el cual los demonios, desolada el alma con los pensamientos pasionales, ponen el ídolo del pecado. Y que esto ha sucedido también históricamente, ninguno de los que han leído las obras de José[3], a mi parecer, puede dudarlo, aún cuando algunos dicen que estas cosas sucederán en tiempo del Anticristo.

32
Tres son las cosas que nos mueven al bien: las tendencias naturales, las santas Potencias[4] y la buena elección. Las tendencias naturales, cuando lo que queremos que nos hagan los hombres, también se lo hacemos de modo semejante; o cuando vemos a cualquiera en dificultad o en necesidad y nos compadecemos naturalmente de él. Las santas Potencias, como cuando, movidos hacia una cosa buena, encontramos una buena ayuda y caminamos directamente. La buena elección, como cuando, distinguiendo el bien del mal, elegimos el bien.

33
Así son también tres las cosas que nos mueven al mal: las pasiones, los demonios y la mala elección. Las pasiones, como cuando deseamos una cosa contra razón, sea el alimento fuera de tiempo o sin necesidad, sea  una mujer fuera del fin de la procreación de hijos y aquella no legítima; y además cuando nos airamos y nos entristecemos sin derecho, como contra quien nos ha deshonrado o dañado. Los demonios, como cuando, espiando el tiempo oportuno, nos caen de improviso con gran violencia durante nuestro descuido, excitando las ya dichas pasiones y otras similares. La mala elección, como cuando, aún conociendo el bien, elegimos el mal.

34
Recompensas de las fatigas de la virtud son la imperturbabilidad y el conocimiento; éstas nos procuran el reino de los cielos, mientras las pasiones y la ignorancia nos procuran el suplicio eterno. Quien busca estas recompensas por gloria humana, y no por el bien en sí, escuche de parte de la Escritura: Pedís y no recibís, porque pedís mal[5].

35
Muchas son las obras de los hombres buenas por naturaleza que, sin embargo, no son más buenas por algún motivo: como el ayuno y la vigilia, la oración y la salmodia, la limosna y la hospitalidad son obras buenas por naturaleza, pero, cuando se hacen por vanagloria, no son más buenas.

36
De todo lo que hacemos Dios busca la intención: si lo hacemos por Él o por otro motivo.

37
Cuando escuchas a la Escritura que dice: Tú das a cada uno según sus obras[6], quiere decir que Dios retribuye las obras buenas, no aquellas hechas contra la recta intención, aún si parecen ser buenas, sino evidentemente aquellas según la recta intención. El juicio de Dios contempla no los hechos, sino la intención de los hechos.

38
El demonio de la soberbia tiene una doble maldad: o persuade al monje a atribuir las obras buenas a sí mismo y no a Dios, el dispensador de los bienes y auxilio para su realización, o sugiere a quien no está convencido de esto, de despreciar a los hermanos aún imperfectos. El que así obra ignora que de este modo le sugiere rehusar la ayuda de Dios. Si desprecia a aquellos como incapaces de realizar el bien, evidentemente se presenta sí mismo como quien lo ha realizado con sus propias fuerzas; lo que es imposible, ya que el Señor dice: Sin mí no podéis hacer nada[7]; porque nuestra debilidad, movida al bien, sin el dispensador de los bienes no puede llegar a término.

39
El que ha conocido la debilidad de la naturaleza humana ha tenido también experiencia de la potencia divina, y éste, obrando bien por medio de ella en algunas cosas, esforzándose en hacer otras, no desprecia jamás a ningún hombre. Sabe que Dios, como lo auxilió y lo libró de muchas pasiones y dificultades, así es también capaz de ayudar a todos, cuando Él quiere, y especialmente a quien lucha por Él, aún si por alguno de sus juicios no los libra de todas las pasiones de una vez, sino en el tiempo oportuno, como buen médico y amigo de los hombres[8], cura a cada uno de aquellos que se esfuerzan.

40
La soberbia sobreviene a la inactividad de las pasiones, o siendo eliminadas las causas o retirándose fingidamente los demonios.

41
Casi todo pecado se produce por el placer, y su destrucción por medio del sufrimiento y la aflicción, voluntarios o involuntarios, por medio de la penitencia o de una prueba que sobreviene dispuesta por la Providencia. Si nos examinamos nosotros mismos no seremos juzgados; pero, juzgados por el Señor, somos corregidos, para no ser condenados con el mundo[9].

42
Cuando te viene inesperadamente la tentación, no acuses a aquel por medio de quien te viene, sino busca la causa por la cual te viene y encuentra la corrección: porque tanto por medio de aquel como por medio de otros tendrías que beber totalmente el ajenjo de los juicios de Dios.

43
Inclinado como eres al mal, no rehuses el sufrimiento, a fin de que, humillado por medio de éste, pueda vomitar tu soberbia.

44
Algunas tentaciones llevan placer a los hombres; otras, aflicciones; otras, penas corporales. Según la causa de las pasiones que se encuentra en el alma, el médico de las almas aplica el remedio mediante sus juicios.

45
Los ataques de las tentaciones llevan a algunos a la destrucción de los pecados ya cometidos; a otros, a la destrucción de aquellos que se cometen ahora; a otros, impedimento de aquellos que se están por cometer; excepto aquellas tentaciones que advienen para la  prueba, como para Job.

46
El sabio, considerando la sanación de los juicios divinos, soporta con agradecimiento la adversidad que le sucede por éstos y no atribuye a ningún otro la causa sino a sus propios pecados. El necio, en cambio, ignorando la sapientísima providencia de Dios, pecando y siendo castigado, tiene a Dios o a los hombres por causa de sus propios males.

47
Hay ciertas cosas que detienen las pasiones en su movimiento y no les permiten que aumenten, y hay otras que las disminuyen y hacen que disminuyan; como el ayuno, el trabajo, la vigilia no permiten que la concupiscencia crezca; la soledad, la contemplación, la oración y el intenso amor a Dios la disminuyen y llevan a su desaparición. Así también por la ira: como la longanimidad, la ausencia de rencor y la mansedumbre la detienen y no la dejan crecer; la caridad, en cambio, la limosna, la bondad y la benevolencia la disminuyen.

48
Aquel cuyo nous está continuamente hacia Dios, también su concupiscencia creció sobre medida en el ardiente amor divino y también la entera potencia irascible se transformó en caridad divina. Por la detenida participación en la iluminación divina, habiendo llegado a ser todo luminoso y habiendo fijado a sí la parte pasible, la dirige, como se ha dicho, hacia el ardiente e incesante amor divino y hacia la caridad infinita, trasportándola completamente de las cosas terrestres a lo divino.

49
El que no envidia, ni se llena de ira, ni tiene rencor a quien lo ha entristecido no posee aún completamente la caridad hacia él; puede, aún sin amarlo, no devolverle mal por mal, según el mandamiento, pero ciertamente no darle libremente bien a cambio de mal. El hacer deliberadamente el bien a quien odia es propio sólo de la perfecta caridad espiritual.

50
El que no ama a alguno, no lo odia aún completamente, ni, por otra parte, quien no lo odia lo ama ya completamente; pero puede estar en el medio respecto a él, es decir no amarlo ni odiarlo. Sólo los cinco motivos expuestos en el capítulo noveno de esta centuria hacen nacer en nosotros la disposición de amor: aquel laudable, aquel indiferente y aquellos reprochables.
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
       al hno. Pablo Argárate"


Notas:
[1] Citación libre de Ga  3, 28.
[2]Mt  24, 15.
[3] Se refiere a la Guerra Judaica  de Flavio Josefo.
[4] Cuando Máximo designa  a las “Potencias” se refiere a los ángeles. Cf. Char  III, 26.
[5]St  4, 3.
[6]Sal 61, 13.
[7] Jn  15, 15.
[8] filánthropos
[9] 1 Co  11, 31- 32.