Textos de San Máximo
El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Centurias
sobre la Caridad
segunda centuria
26
El nous
que realiza bien la vida activa
progresa en la prudencia; el que realiza bien la contemplativa, en el conocimiento. De aquella es propio el llevar a
quien lucha, al discernimiento de la virtud y del vicio; de ésta, el conducir a
quien participa de ella, a las esencias de las cosas incorpóreas y corpóreas.
Será encontrado digno de la gracia
teológica cuando, superadas todas las cosas dichas mediante las alas de la
caridad y encontrándose en Dios, por medio del Espíritu, examinará a fondo, en
cuanto es posible al nous humano, Su
esencia .
27
Cuando estés por
dedicarte a la teología, no busques los principios de lo que es propio a Él -no
las puede encontrar un nous humano,
ni siquiera el de alguno de aquellos que están después de Él-; sino, en la
medida de lo posible, indaga los principios de lo que está en torno a Él, es decir aquellos acerca de la eternidad, la
infinitud, la inmensidad, la bondad, la sabiduría y la potencia creadora, providente
y juez de los seres. Éste es entre los hombres un gran teólogo, el que
encuentra, aún limitadamente, las razones de estas cosas.
28
Poderoso es el hombre que ha unido el
conocimiento a la acción; con ésta destruye la concupiscencia y domina la ira;
con aquel pone alas al nous y vuela hacia
Dios.
29
Cuando el Señor dice: Yo y el Padre somos uno, señala la
identidad de la sustancia. Cuando luego dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, revela la inseparabilidad de
las personas. Los triteístas, separando al Hijo del Padre, caen en un
precipicio. Sea cuando dicen que el Hijo es coeterno con el Padre, pero separan
uno del otro, están forzados a decir que no ha sido engendrado por Él y a caer
en afirmar que son tres Dioses y tres principios; sea cuando dicen que es
engendrado por Él, pero lo separan, están forzados a decir que no es coeterno
con el Padre y a someter al tiempo al Señor de los tiempos. Es necesario
conservar el Dios uno y confesar las tres personas, según el gran Gregorio, y
cada una con su propiedad. Según él “es distinto”, pero “sin división”, y “está
unido”, pero “con distinción”. Por esto es extraordinaria la distinción y la
unión: porque, ¿qué tiene de extraordinario si, como un hombre está unido y es
distinto de otro, así también el Hijo respecto al Padre y nada más?
30
Quien es perfecto en la caridad y ha
alcanzado el culmen de la imperturbabilidad no conoce distinción entre lo
propio y lo ajeno, o entre fiel e infiel, o entre esclavo y libre o, en una
palabra, entre varón y mujer; sino que, llegado a ser superior a la tiranía de
las pasiones, y mirando a la única naturaleza de los hombres, considera a todos
de modo igual y está dispuesto de igual modo hacia todos. No hay en él, pues,
griego y judío ni varón y mujer ni esclavo y libre, sino que todo y en todos,
Cristo[1].
31
De las pasiones
escondidas en el alma los demonios toman ocasión para excitar en nosotros los
pensamientos pasionales; luego, combatiendo con estos al nous, lo fuerzan a llegar a consentir al pecado. Derrotado aquel,
lo mueven al pecado de pensamiento y, cumplido esto, lo conducen prisionero,
por último, a la acción. Y después de ésta, los que han desolado el alma con
los pensamientos, se marchan con éstos. Y permanece solo en el alma el ídolo
del pecado, del cual dice el Señor: Cuando
veáis la abominación de la desolación estar en el lugar santo, el que lee que
entienda[2].
Lugar santo y templo de Dios es el nous
del hombre, en el cual los demonios, desolada el alma con los pensamientos
pasionales, ponen el ídolo del pecado. Y que esto ha sucedido también
históricamente, ninguno de los que han leído las obras de José[3], a mi
parecer, puede dudarlo, aún cuando algunos dicen que estas cosas sucederán en
tiempo del Anticristo.
32
Tres son las cosas que
nos mueven al bien: las tendencias naturales, las santas Potencias[4] y la
buena elección. Las tendencias naturales, cuando lo que queremos que nos hagan
los hombres, también se lo hacemos de modo semejante; o cuando vemos a
cualquiera en dificultad o en necesidad y nos compadecemos naturalmente de él.
Las santas Potencias, como cuando, movidos hacia una cosa buena, encontramos
una buena ayuda y caminamos directamente. La buena elección, como cuando,
distinguiendo el bien del mal, elegimos el bien.
33
Así son también tres
las cosas que nos mueven al mal: las pasiones, los demonios y la mala elección.
Las pasiones, como cuando deseamos una cosa contra razón, sea el alimento fuera
de tiempo o sin necesidad, sea una mujer
fuera del fin de la procreación de hijos y aquella no legítima; y además cuando
nos airamos y nos entristecemos sin derecho, como contra quien nos ha
deshonrado o dañado. Los demonios, como cuando, espiando el tiempo oportuno,
nos caen de improviso con gran violencia durante nuestro descuido, excitando
las ya dichas pasiones y otras similares. La mala elección, como cuando, aún
conociendo el bien, elegimos el mal.
34
Recompensas de las
fatigas de la virtud son la imperturbabilidad y el conocimiento; éstas nos
procuran el reino de los cielos, mientras las pasiones y la ignorancia nos
procuran el suplicio eterno. Quien busca estas recompensas por gloria humana, y
no por el bien en sí, escuche de parte de la Escritura: Pedís y no recibís, porque pedís mal[5].
35
Muchas son las obras de
los hombres buenas por naturaleza que, sin embargo, no son más buenas por algún
motivo: como el ayuno y la vigilia, la oración y la salmodia, la limosna y la
hospitalidad son obras buenas por naturaleza, pero, cuando se hacen por
vanagloria, no son más buenas.
36
De todo lo que hacemos
Dios busca la intención: si lo hacemos por Él o por otro motivo.
37
Cuando escuchas a la
Escritura que dice: Tú das a cada uno
según sus obras[6],
quiere decir que Dios retribuye las obras buenas, no aquellas hechas contra la
recta intención, aún si parecen ser buenas, sino evidentemente aquellas según
la recta intención. El juicio de Dios contempla no los hechos, sino la
intención de los hechos.
38
El demonio de la
soberbia tiene una doble maldad: o persuade al monje a atribuir las obras
buenas a sí mismo y no a Dios, el dispensador de los bienes y auxilio para su
realización, o sugiere a quien no está convencido de esto, de despreciar a los
hermanos aún imperfectos. El que así obra ignora que de este modo le sugiere
rehusar la ayuda de Dios. Si desprecia a aquellos como incapaces de realizar el
bien, evidentemente se presenta sí mismo como quien lo ha realizado con sus
propias fuerzas; lo que es imposible, ya que el Señor dice: Sin mí no podéis hacer nada[7];
porque nuestra debilidad, movida al bien, sin el dispensador de los bienes no
puede llegar a término.
39
El que ha conocido la
debilidad de la naturaleza humana ha tenido también experiencia de la potencia
divina, y éste, obrando bien por medio de ella en algunas cosas, esforzándose
en hacer otras, no desprecia jamás a ningún hombre. Sabe que Dios, como lo
auxilió y lo libró de muchas pasiones y dificultades, así es también capaz de
ayudar a todos, cuando Él quiere, y especialmente a quien lucha por Él, aún si
por alguno de sus juicios no los libra de todas las pasiones de una vez, sino en
el tiempo oportuno, como buen médico y amigo de los hombres[8], cura
a cada uno de aquellos que se esfuerzan.
40
La soberbia sobreviene
a la inactividad de las pasiones, o siendo eliminadas las causas o retirándose
fingidamente los demonios.
41
Casi todo pecado se produce por el
placer, y su destrucción por medio del sufrimiento y la aflicción, voluntarios
o involuntarios, por medio de la penitencia o de una prueba que sobreviene
dispuesta por la Providencia. Si nos
examinamos nosotros mismos no seremos juzgados; pero, juzgados por el Señor,
somos corregidos, para no ser condenados con el mundo[9].
42
Cuando te viene inesperadamente la
tentación, no acuses a aquel por medio de quien te viene, sino busca la causa
por la cual te viene y encuentra la corrección: porque tanto por medio de aquel
como por medio de otros tendrías que beber totalmente el ajenjo de los juicios
de Dios.
43
Inclinado como eres al mal, no rehuses
el sufrimiento, a fin de que, humillado por medio de éste, pueda vomitar tu
soberbia.
44
Algunas tentaciones llevan placer a los
hombres; otras, aflicciones; otras, penas corporales. Según la causa de las
pasiones que se encuentra en el alma, el médico de las almas aplica el remedio
mediante sus juicios.
45
Los ataques de las tentaciones llevan a
algunos a la destrucción de los pecados ya cometidos; a otros, a la destrucción
de aquellos que se cometen ahora; a otros, impedimento de aquellos que se están
por cometer; excepto aquellas tentaciones que advienen para la prueba, como para Job.
46
El sabio, considerando la sanación de
los juicios divinos, soporta con agradecimiento la adversidad que le sucede por
éstos y no atribuye a ningún otro la causa sino a sus propios pecados. El
necio, en cambio, ignorando la sapientísima providencia de Dios, pecando y
siendo castigado, tiene a Dios o a los hombres por causa de sus propios males.
47
Hay ciertas cosas que detienen las
pasiones en su movimiento y no les permiten que aumenten, y hay otras que las
disminuyen y hacen que disminuyan; como el ayuno, el trabajo, la vigilia no
permiten que la concupiscencia crezca; la soledad, la contemplación, la oración
y el intenso amor a Dios la disminuyen y llevan a su desaparición. Así también
por la ira: como la longanimidad, la ausencia de rencor y la mansedumbre la
detienen y no la dejan crecer; la caridad, en cambio, la limosna, la bondad y
la benevolencia la disminuyen.
48
Aquel cuyo nous está continuamente hacia Dios, también su concupiscencia
creció sobre medida en el ardiente amor divino y también la entera potencia
irascible se transformó en caridad divina. Por la detenida participación en la
iluminación divina, habiendo llegado a ser todo luminoso y habiendo fijado a sí
la parte pasible, la dirige, como se ha dicho, hacia el ardiente e incesante
amor divino y hacia la caridad infinita, trasportándola completamente de las
cosas terrestres a lo divino.
49
El que no envidia, ni se llena de ira,
ni tiene rencor a quien lo ha entristecido no posee aún completamente la
caridad hacia él; puede, aún sin amarlo, no devolverle mal por mal, según el
mandamiento, pero ciertamente no darle libremente bien a cambio de mal. El
hacer deliberadamente el bien a quien odia es propio sólo de la perfecta
caridad espiritual.
50
El que no ama a alguno, no lo odia aún
completamente, ni, por otra parte, quien no lo odia lo ama ya completamente;
pero puede estar en el medio respecto a él, es decir no amarlo ni odiarlo. Sólo
los cinco motivos expuestos en el capítulo noveno de esta centuria hacen nacer
en nosotros la disposición de amor: aquel laudable, aquel indiferente y
aquellos reprochables.
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo
Argárate"
Notas: