Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Centurias
sobre la Caridad
cuarta centuria
51
¿Quién es en esta
generación el que se ha liberado totalmente de los pensamientos pasionales y
fue hecho digno de la oración pura e inmaterial, la cual es signo del monje
interior?
52
Muchas pasiones están
escondidas en nuestras almas, y se muestran cuando aparecen las cosas.
53
Uno puede no ser
atormentado por las pasiones en ausencia de las cosas, obteniendo así una
imperturbabilidad parcial; pero cuando las cosas aparecen, pronto las pasiones
turban el nous.
54
No creas tener una
perfecta imperturbabilidad, no estando presente la cosa; cuando en cambio
aparece y permaneces inmóvil respecto a la cosa o después, respecto a su
recuerdo, sabe entonces que has alcanzado sus confines. No la desprecies, pues
la virtud duradera mata las pasiones; descuidada, en cambio, las levanta
nuevamente.
55
El que ama a Cristo,
ciertamente lo imita, en cuanto le es posible. Como Cristo no cesó de hacer el
bien a los hombres y, tratado con
ingratitud y ultrajado, era paciente; y golpeado y conducido a muerte por
ellos, lo soportó no imputando de ningún modo el mal a ninguno. Éstas tres son
las obras de la caridad hacia el prójimo, sin la cual el que dice amar a Cristo
y de haber alcanzado su reino, se engaña a sí mismo. No quien me dice: Señor, Señor, afirma, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre[1]. Y
nuevamente: El que me ama observará mis
mandamientos[2],
etc.
56
Todo el fin de los
mandamientos del Salvador consiste en librar al nous de la intemperancia y del odio y en el conducirlo al amor Suyo
y al prójimo, de los cuales nace como un esplendor santo el conocimiento en
acto.
57
Hecho digno de parte de
Dios de un conocimiento parcial, no descuides la caridad y la temperancia:
éstas, pues, purificando la parte del alma susceptible de pasión, te preparan
siempre la vía del conocimiento.
58
Vía al conocimiento son
la imperturbabilidad y la humildad, sin las cuales nadie verá al Señor.
59
Porque el conocimiento hincha, pero la caridad
edifica[3],
une la caridad al conocimiento y serás modesto y un edificador espiritual,
edificándote a ti mismo y a todos los que se te aproximan.
60
Por esto la caridad
edifica, porque no envidia ni se exaspera contra los envidiosos ni ostenta en
público lo que le es envidiado ni considera haber ya alcanzado[4] y
confiesa sin sonrojarse no saber lo que no sabe: así pues hace modesto al nous y lo prepara siempre a progresar en
el conocimiento.
61
Y bajo un cierto aspecto
natural al conocimiento siguen presunción y envidia, sobre todo en los
comienzos: la presunción, solo interiormente; la envidia, interiormente y
exteriormente: interiormente hacia quienes poseen el conocimiento;
exteriormente, de parte de quienes la poseen. La caridad suprime los tres
defectos: la presunción, porque no hincha; la envidia interior, porque no es
envidiosa; la exterior, porque es paciente y benigna. Es necesario, por ello,
que el que posee el conocimiento se procure también la caridad, para que
conserve en todo invulnerado el nous.
62
El que fue hecho digno
del don del conocimiento y tiene tristeza o rencor u odio hacia un hombre, es
semejante al que se friega los ojos con espinas y cardos. Por esto el
conocimiento requiere necesariamente de la caridad[5].
63
No dediques tu tiempo a
la carne, sino ejercítala en determinados momentos según tu capacidad y
consagra todo tu nous a las cosas
interiores: pues el ejercicio corporal es
útil en poco, pero la piedad es útil en todo[6], etc.
64
El que se ha dedicado
incesantemente a las cosas interiores es temperante, paciente, benigno y
humilde; no sólo esto, sino que también contempla, se da a la teología y ora: esto es lo que dice el
Apóstol: Caminad en el Espíritu[7], etc.
65
El que no sabe andar la
vía espiritual, no se preocupa de los pensamientos pasionales, sino que tiene
toda su preocupación en la carne y entonces o es goloso o disoluto y se
entristece y se enoja y tiene rencor; y, por esto, oscurece el nous o hace uso sin medida del ejercicio
corporal y enturbia el intelecto.
66
La Escritura no suprime
nada de las cosas dadas por Dios a nosotros para su uso, sino que modera el
exceso y corrige lo que es irracional. Por ejemplo no prohíbe comer ni de tener
hijos ni de poseer riquezas y de administrarlas rectamente, sino que prohíbe
ser goloso, fornicar, etc. Y no prohíbe tampoco el pensar estas cosas, porque
han sido hechas también para esto, sino el pensarlas con pasión.
67
Algunas de las acciones
que realizamos para Dios las realizamos por mandamiento; otros no por
mandamiento sino, como podría decir alguno, por ofrenda espontánea. Por
ejemplo, por mandato, el amar a Dios y al prójimo, el amar a los enemigos, el
no cometer adulterio, no matar y todos los otros, transgrediendo los cuales
somos condenados. No realizamos por mandamiento la virginidad, el celibato, la
pobreza, la vida solitaria, etc. Estos actos tienen la categoría de dones para que, si, por debilidad, no podemos
realizar bien alguno de los mandamientos, hagamos propicio a nuestro buen Señor
por medio de los dones.
68
El que aprecia el
celibato o la virginidad debe necesariamente tener la cintura ceñida y la
lámpara encendida: la cintura mediante el dominio de sí; la lámpara mediante la
oración, la contemplación y la caridad espiritual[8].
69
Algunos de los hermanos
se consideran a sí mismos excluidos de los dones del Espíritu Santo; pues por
su negligencia en la práctica de los mandamientos no saben que el que tiene la
fe genuina en Cristo tiene, en suma, todos los dones divinos en sí mismo. Pero
porque estamos lejos por indolencia del amor efectivo a Él, que nos indica los
tesoros divinos que están en nosotros, nos consideramos voluntariamente
excluidos de los dones divinos.
70
Si Cristo habita en nuestros corazones mediante la fe, según el divino
Apóstol[9], y todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento están escondidos en Él[10],
entonces todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos
en nuestros corazones y se revelan al corazón según la medida de purificación
alcanzada por cada uno mediante los mandamientos.
71
Éste es el tesoro
escondido en el campo de tu corazón, que no has encontrado aún a causa de tu
indolencia; si lo hubieses encontrado, ya habrías vendido todo y comprado este
campo[11].
Ahora, en cambio, abandonado el campo, te preocupas de las cosas que están a su
alrededor, en las cuales no se encuentra nada sino espinas y cardos.
72
Por esto dice el
Salvador: Felices los puros de corazón,
porque ellos verán a Dios[12].
Porque Él está escondido en el corazón de quienes creen en Él. Entonces verán a
Dios y a los tesoros que están en Él, cuando se purifiquen a sí mismos por
medio de la caridad y del dominio de sí y, tanto más, cuanto más se esfuercen
en la purificación.
73
Por eso dice de nuevo: Vended vuestros bienes y dadlos en limosna y
así todo será puro para vosotros[13];
dice esto para que no nos dediquemos a las cosas del cuerpo, sino que nos
esforcemos en purificar del odio y de la intemperancia al nous, que el Señor llama corazón. Estos defectos que ensucian el nous no permiten ver al Señor[14] que
habita en él por la gracia del santo bautismo.
74
La Escritura llama vías
a las virtudes: y más grande de todas es la caridad. Por eso el Apóstol dice: Os indico una vía aún más sublime[15],
como aquella que persuade a despreciar las cosas materiales y no preferir
ninguna de las cosas temporales a las eternas.
75
El amor a Dios se opone
a la concupiscencia: pues persuade al nous
a dominar a las pasiones. El amor al prójimo se opone a la ira: hace despreciar
gloria y riquezas. Y estos son los dos denarios que el Salvador ha dado al
posadero, para que cuide de ti[16].
Pero, tú, no te muestres insensato, uniéndote a los ladrones, para que no seas
nuevamente herido y seas encontrado, no ya medio muerto, sino totalmente
muerto.
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo
Argárate"
Notas:
[1] Mt
7, 21.
[2] Jn 14, 15.
[3] 1 Co 8, 1.
[4] Cf. Flp 3, 12.
[5] Cf. Evagrio, Tratado de la Oración 64: “Todo el que aspira a alcanzar la oración
verdadera, y se enoja o guarda rencor, es un loco. Es como aquel que quiere
tener una vista penetrante y se daña los ojos”.
[6] 1 Tm 4, 8.
[7] Ga
5, 16.
[8] Cf. Lc 12, 35.
[9] Ef
3, 17.
[10]Col
2, 3
[11] Cf. Mt 13, 44.
[12] Mt
5, 8.
[13] Lc
12, 33; 11, 41.
[14] Aquí Ceresa-Gastaldo en vez de traducir Señor,
pone Cristo.
[15] 1 Co 12, 31.
[16] Cf. Lc 10, 35.