Extraídos de "Obras Espirituales de
San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de
Patrística.
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Introducción, traducción y notas por Pablo Argárate
Centurias
sobre la Caridad
cuarta centuria
76
Purifica tu nous de la ira, del rencor y de los
pensamientos vergonzosos y entonces podrás conocer la inhabitación de Cristo en
ti.
77
¿Quién te iluminó en la
fe de la santa, adorable y consustancial Trinidad? ¿Quién te reveló la economía
de la encarnación de uno de la santa Trinidad? ¿Quién te enseñó las razones de
los seres incorpóreos o las razones del origen y del fin del mundo visible o
aquellas de la resurrección de los muertos y de la vida eterna o aquellas de la
gloria del reino de los cielos y del terrible juicio? ¿No ha sido quizá la
gracia de Cristo que habita en ti, la
cual es la prenda del Espíritu Santo? ¿Qué cosa es mayor que esta gracia o
mejor que esta sabiduría y conocimiento? ¿Qué cosa más sublime que estas
promesas? Pero si somos perezosos y negligentes y no nos purificamos de las
pasiones que ensucian y enceguecen nuestro nous,
para poder ver más claras que el sol a
las razones de estas cosas, acusémonos entonces a nosotros mismos y no
reneguemos la habitación en nosotros de la gracia.
78
El Dios que te ha
prometido los bienes eternos y te ha dado la prenda del Espíritu en el corazón,
te mandó cuidar de tu conducta, para que el hombre interior, liberado de las
pasiones, comience ya de aquí a gozar de estos bienes.
79
Hecho digno de las
divinas y sublimes contemplaciones, practica intensamente la caridad y la
continencia, para que, manteniendo imperturbable la parte susceptible de
pasión, conserves inextinguible el esplendor de tu alma.
80
Frena con la caridad la
parte irascible del alma, domina con la continencia su parte concupiscible, pon
las alas con la oración a su parte racional: y la luz del nous no se oscurecerá jamás.
81
Las cosas
que disuelven la caridad son éstas: por ejemplo la deshonra, el daño, la
calumnia respecto a la fe o respecto a las costumbres, golpes, heridas, etc. El que, mediante alguna de
estas cosas, disuelve la caridad, no conoció aún cuál es el fin de los mandamientos
de Cristo.
82
Esfuérzate
en la medida de lo posible por amar a todo hombre; si no puedes esto, por lo
menos no odies a ninguno. Pero no puedes hacer ninguna de estas dos cosas si no
desprecias las cosas del mundo.
83
Alguno te
ha injuriado: no odies a aquel, sino a la injuria y al demonio que lo movió a
injuriarte. Si odias a quien te ha injuriado, has odiado a un hombre y has
transgredido el mandamiento y lo que él
ha hecho con la palabra, tú lo realizas con la acción. Si, en cambio, observas
el mandamiento, manifiesta las obras de la caridad y si en cualquier modo
puedes, ayúdalo, para librarlo del mal.
84
Cristo no
quiere que tengas contra un hombre odio o tristeza o ira o rencor, en ningún
modo absolutamente y por ningún motivo pasajero; y esto proclaman por todas
partes los cuatro Evangelios.
85
Muchos
somos los que decimos, pero pocos son los que hacen. Pero que, por lo menos,
ninguno falsifique la palabra de Dios a causa su propia negligencia, sino que
reconozca su debilidad, sin esconder la verdad de Dios, para que no seamos
responsables además de la transgresión de los mandamientos también de la falsa
interpretación de la palabra de Dios.
86
Caridad y
dominio de sí libran el alma de las pasiones; lectura y contemplación alejan al
nous de la ignorancia; el estado de
la oración la lleva hasta Dios mismo.
87
Cuando los
demonios nos ven despreciar las cosas del mundo para no odiar a causa de ellas
a los hombres y perder la caridad, entonces levantan contra nosotros calumnias
para que, no pudiendo soportar la
tristeza, odiemos a los calumniadores.
88
No hay
para un alma pena más grave que la de la calumnia, sea que uno fuera calumniado
respecto a la fe, o respecto a las costumbres; y nadie puede despreciarla,
salvo el que, como Susana[1],
contemple a Dios solo, el único que puede arrancarla de la necesidad, como lo
hizo con aquella, y asegurar a los hombres, como también lo hizo con aquella, y
confortar el alma con la esperanza.
89
En la
medida en que tú ores de corazón por el calumniador, así también Dios fortalece
a aquellos que han sido escandalizados.
90
Bueno por
naturaleza es sólo Dios; bueno por voluntad es sólo el imitador de Dios: su fin es unir a los malos
con Aquel que es bueno por naturaleza, para que lleguen a ser buenos. Por eso cuando
es injuriado por ellos, los bendice; perseguido, soporta; ultrajado, conforta;
puesto a muerte, intercede por ellos[2]: hace
todo por no perder el fin de la caridad, que es nuestro mismo Dios.
91
Los
mandamientos del Señor nos enseñan a emplear correctamente las cosas
indiferentes[3];
el uso correcto de éstas purifica el estado del alma; el estado puro engendra
el discernimiento; el discernimiento engendra la imperturbabilidad, de la cual
es engendrada la perfecta caridad.
92
No posee
aún la imperturbabilidad quien, al sobrevenir una tentación, no puede pasar por
alto el defecto del amigo, sea que verdaderamente exista sea que sólo parezca
existir. Las pasiones enquistadas en el alma, cuando son turbadas, enceguecen
el intelecto y no permiten mirar los rayos de la verdad ni discernir lo mejor
de lo peor. Tampoco ha adquirido ese tal la perfecta caridad, la cual expulsa
el temor del juicio[4].
93
El amigo fiel no tiene precio[5], porque
considera como propias las desgracias del amigo y las soporta junto a él
sufriendo hasta la muerte.
94
Muchos son
los amigos, pero en tiempo de prosperidad; en la hora de la prueba, en cambio,
apenas si encuentras uno.
95
Se debe
amar de corazón a todo hombre, pero se debe poner la esperanza en Dios solo y
servirlo con todas nuestras fuerzas.
Mientras Él nos asiste, todos los amigos nos reverencian y todos los
enemigos son impotentes contra nosotros; apenas Él nos abandona, todos los
amigos nos rechazan y todos los enemigos cobran fuerza contra nosotros.
96
Cuatro son
los modos generales de abandono: el primero por economía divina, como aquel del
Señor, a fin de que mediante este aparente abandono fuesen salvados los que
habían sido abandonados; el segundo, por prueba, como aquel de Job y de José, a
fin de que aquel apareciese como columna de coraje, y el otro de castidad; el
tercero por educación paterna, como aquel del Apóstol, a fin de que, siendo
humilde, custodie la sobreabundancia de la gracia; el cuarto con repudio, como
aquel de los judíos, a fin de que castigados, se sujeten a la penitencia. Todos
estos modos son saludables y llenos de bondad y sabiduría divina.
97
Sólo los
diligentes observadores de los mandamientos y los auténticos iniciados en los
juicios divinos no abandonan a los amigos que son probados con el consentimiento
de Dios. Los que, en cambio, desprecian los mandamientos y no están iniciados
en los juicios divinos, cuando el amigo está bien, gozan con él; pero cuando,
probado, él sufre, lo abandona, y es también posible que levanten con los
adversarios.
98
Los amigos
de Cristo aman todos sinceramente, pero no son amados por todos; los amigos del
mundo, en cambio, no aman a todos ni son amados por todos. Y los amigos de
Cristo perseveran hasta el fin en su amor; aquellos del mundo, en cambio, hasta
que no se enojan uno con el otro a causa de las cosas del mundo.
99
Amigo fiel, protección segura[6], porque
cuando el amigo está bien, es buen consejero y concorde colaborador; cuando
sufre, segurísimo socorro y el defensor más compasivo.
100
Muchos han
dicho muchas cosas acerca de la caridad, pero, buscándola, sólo la encontrarás
entre los discípulos de Cristo, porque sólo ellos poseen como maestra de la
caridad a la misma caridad verdadera, de la cual decían: Si tengo el don de la profecía y conozco todos los misterios y toda la
ciencia, pero no tengo la caridad, de nada me sirve[7] El
que ha adquirido, pues, la caridad, ha adquirido al mismo Dios, porque Dios es caridad[8]. A Él
la gloria por los siglos. Amén.
Equipo de redacción: “En el Desierto”,
agradece el aporte
al hno. Pablo
Argárate"
Notas: