domingo, 12 de junio de 2011

Continuamos Compartiendo otro texto de Orígenes que agradecemos a Teodoro H. Martín

I. Sobre la Oración

El tratado se divide en tres partes:

1) La oración en general;

2) el Padre Nuestro;

3) Circunstancias de la Oración.


La Oración en general

Se confirma lo dicho con los siguientes ejemplos de la sagrada Escritura. La persona que ora debe levantar “sus manos piadosas” plenamente desarraigada el alma de la pasión de la ira, sin guardar enojo contra nadie antes bien perdonando todos los pecados con que le han ofendido. Luego para que la mente esté libre de pensamientos extraños, durante el tiempo de la oración ha de olvidarse de todo lo que no sea oración[1].

Renunciar a toda maldad es acto de la mayor virtud, pues como dice el profeta Jeremías en eso se resume toda la ley. Dice así: “Cuando yo saqué a vuestros padres del país de Egipto no les mandé nada tocante a holocausto y sacrificio” (Jr 7, 22) sino “amor y compasión practicado cada cual con su hermano, no maquinéis mal uno contra otro en vuestro corazón” (Zc 7, 9-11). Cuando acudimos a la oración dejando olvidadas las injurias cumplimos el mandato del Señor. “Y cuando os ponéis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno” (Mc 11, 25). Es evidente que cuando nos ponemos a orar de esta manera ya hemos conseguido lo mejor[2].

El Sumo Sacerdote ora con los que oran de corazón. Y también “los ángeles en el cielo se alegran por un pecador que se convierte más que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión”. Asimismo las almas de los santos que ya descansaron. Esto se prueba con el pasaje de Rafael ofreciendo al Señor un sacrificio espiritual por Tobías y Sara. Después que ambos oraron, dice la Escritura: “Fue oída en aquel instante en la gloria de Dios la plegaria de ambos y fue enviado Rafael a curar a los dos” (Tob 3, 16-17). El mismo Rafael, al dar a conocer lo que había hecho por ellos como ángel a las órdenes de Dios dice: “Cuando tú y Sara hacíais oración, era yo el que presentaba y leía ante la gloria del Señor el memorial de vuestras peticiones”. Y un poco más adelante: “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada en la gloria del Señor” (Tob 12, 12.15) Por tanto, conforme a las palabras de Rafael, “buena es la oración con ayuno, limosna y justicia” (Tob 12, 8).

Otro santo, ya fallecido, dio testimonio diciendo: “Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios” (2 Mac 15, 14)[3].

Más que los apóstoles, los ángeles trabajan por el crecimiento y extensión de la Iglesia[4].

Durante la oración el que ora recuerda a los ángeles lo que necesita y ellos lo cumplen, si pueden, pues han recibido orden universal[5].

Ora “constantemente” (obras virtuosas y cumplimiento de los mandamientos son parte de al oración) el que une la oración al cumplimiento de los deberes y las obras buenas a la oración. La única manera de entender el mandato de “orar siempre” (1 Ts 5, 17), teniendo en cuenta nuestras limitaciones, es considerar que la vida del santo en conjunto es una gran oración. Lo que acostumbramos llamar oración es, por consiguiente, parte de esta oración. Ateniéndonos a la noción común de oración hay que practicarla tres veces al día. Esto se ve claro en la historia de Daniel que oraba tres veces al día aun cuando por ello corriese gran peligro (Dn 6, 13). San Pedro subió a la terraza para hacer oración hacia la hora sexta cuando vio el lienzo que bajaba del cielo atado por las cuatro puntas. Practicaba el segundo de los tres tiempos de oración, como dice David: “Porque a ti te suplico, Señor, y a de mañana oyes mi voz; de mañana te presento mi súplica y me quedo a la espera” (Sal 5, 3). El último tiempo de oración queda indicado así: “El alzar de mis manos como oblación de la tarde” (Sal 141, 2). A decir verdad, cumplimos debidamente con el tiempo de la noche con esta oración de la que habla David cuando dice: “Me levanto a media noche a darte gracias por tus justos juicios” (Sal 119, 62). Pablo, como se refiere en los Hechos de los apóstoles, oraba hacia “media noche con Silas en Filipo y cantaban un himno a Dios de manera que los prisioneros pudieron oírles” (Hch 16, 25)[6].

Y ¿para qué presentar una larga lista de los que alcanzaron de Dios los mayores favores orando de la manera que deben? Cada cual puede por sí mismo hacer una selección de ejemplos tomados de la Biblia.

Ana, cuando todos la creían estéril, oró al Señor[7]y por ello dio a luz a Samuel a quien se lo compara con Moisés[8]. Ezequías, todavía sin hijos cuando Isaías le anunció que iba a morir, oró y fue contado en la genealogía del salvador[9]. Cuando el pueblo estaba a punto de perecer por decreto, debido a las intrigas de Amán, la oración de Mardoqueo y Ester con el ayuno fue escuchada y dio lugar a un nuevo día de fiesta, además de las solemnidades que había mandado Moisés (Est 3, 6. 7; 4, 16. 17; 9, 26-28). Judit, habiendo hecho oración, con la ayuda de Dios venció a Holofernes. Así una mujer hebrea humilló a la casa de Nabucodonosor[10]. Un viento fresco impidió que las llamas encendidas quemaran a Ananías, Azarías y Misael, porque fue escuchada su oración[11].

Por la oración de Daniel los leones de la cueva de Babilonia no abrieron la boca[12]. Jonás no perdió la esperanza de ser escuchado cuando estaba en el vientre de la ballena que le había tragado. Salió luego y cumplió entre los ninivitas la misión que apenas había empezado[13].

Ya que el apóstol en su primera carta a Timoteo expresa con cuatro palabras las cuatro ideas directamente relacionadas con la oración, será provechoso proponer el tema y ver si debidamente comprendemos los cuatro términos en el sentido que él los entendió. El texto dice así: “Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, adoraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres”[14]. Entiendo por peticiones las súplicas encaminadas a conseguir algo que nos hace falta. Adoración es algo más noble; es alabar a Dios por sus prodigios. Súplica consiste en dirigirse con cierta confianza o atrevimiento a Dios pidiéndole algo. Acción de gracias es reconocer orando los beneficios recibidos de Dios, sea por grandes y notorios favores o los que conoce solamente quien los ha recibido[15].

Analizando el Padre Nuestro, en primer lugar se plantea críticamente el problema de las dos redacciones diferentes[16].

¿Cómo podemos admitir que las mismas palabras hayan sido enseñadas una vez en discurso continuado, sin que nadie lo hubiese pedido, y la otra como respuesta a la petición de un discípulo?[17].

Entra en su “habitación” a encontrarse con la riqueza allí acumulada, pues ha guardado para sí los tesoros de sabiduría y ciencia[18]. Sin mirar ni salirse a las cosas de fuera, cierra todas las puertas de los sentidos para no disiparse por ellos ni ofuscar la mente con sus impresiones[19].

En la oración no amontonamos “palabras vacías”, tratamos de verdades divinas. Son vacías nuestras palabras cuando no queremos examinar las propias faltas ni consideramos la insensatez de la palabrería en la oración. Palabras y hechos impuros, pensamientos y cosas impropias, reprochables, ajenas a la pureza del Señor[20].

Más bien Dios manda orar porque quiere que todo lo que hay en la “tierra”, es decir, las cosas más bajas y sus afines se hagan como las más dignas que tienen su ciudadanía en el cielo[21], las ya transformadas en “celestiales”.

Si, pues, somos tierra por el pecado, oremos para que también la voluntad de Dios nos disponga al arrepentimiento como transformó a los que nos han precedido y ahora son “cielo”. Y si el Señor nos reconoce ya “cielo” y no “tierra” pidamos que la voluntad de Dios llegue a plenitud en la tierra como en el cielo. Quiero decir que la gente más baja se transforme de tierra en cielo, por así decir, para que en adelante no sean terrenales sino celestiales[22].

Si esto es cierto y hay tal diferencia de alimentos, uno destaca entre todos: “nuestro pan sustancia de cada día”. Hay que orar para ser digno de él y que, alimentados por el Verbo que estaba con Dios ya en el principio[23] nos divinicemos[24].

En el libro de Job y en el Deuteronomio consta que las tentaciones sirven para manifestar lo que somos dando a conocer los secretos del corazón. Textualmente dice Job: “¿Piensas que te he probado por alguna otra razón que poner de manifiesto tu rectitud?”[25]. Y en el Deuteronomio. “Te humilló, te hizo sentir hambre, te dio a comer el maná, te ha conducido a través de este desierto grande y terrible entre serpientes y escorpiones, lugar de sed y sin agua... para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón”[26].

Me parece que inmediatamente antes de la oración hay que preparase recogiéndose un poquito con lo cual estará el alma más atenta y diligente durante todo ese tiempo. Dense cuenta, en cuanto les sea posible, de la majestad a quien se acercan, pensando lo impío que es estar en su presencia sin reverencia, perezosamente y con menosprecio. En ese tiempo olvídese de todas las cosas. Ha de estar en oración de esta manera: extienda el alma, si fuera posible, en vez de las manos; en vez de los ojos, fije en Dios la mente; en vez de estar de pie, levante del suelo la razón y así la mantenga delante del Señor. De quien parezca haberle injuriado aparte su indignación tan lejos como quiera que Dios retire su enojo contra él. Si ha hecho mal o pecado contra muchas personas o tiene idea de haber obrado contra la propia conciencia[27].

Muchas y diferentes pueden ser las posturas del cuerpo, pero has de preferir entre todas la de brazos extendidos y mirada levantada, porque de esta manera el cuerpo viene a ser imagen de las características que el alma ha de tener en la oración[28].

Uno debe ponerse de rodillas cuando va a hablar de sus pecados ante Dios, pues suplica le sena perdonados. Entendamos que, como dice san Pablo, esta postura es símbolo de la “actitud humilde ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra”[29]. Se entiende esto como genuflexión espiritual porque todo lo que existe adora a Dios en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos”[30]. No parece que los cuerpos celestes tengan rodillas, pues son de forma esférica según han demostrado los que investigan seriamente estos temas. Quien no admita esto aceptará en cambio que cada miembro tiene su función propia, pues todo ha sido creado por alguna razón. Así, pues, se encontrará en este dilema: o dice que Dios ha dado inútilmente miembros a los cuerpos celestes o dice que también los órganos internos cumplen sus funciones en los cuerpos celestes. Es absurdo decir que son como estatuas, con apariencias de seres humanos por fuera pero dentro no se les parecen en nada. Son estas ocurrencias a propósito del “doblar la rodilla” del texto: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos en la tierra y en los abismos”[31]. El profeta dice lo mismo: “Ante mí se doblará toda rodilla”[32].

Con respecto al lugar sepamos que ora bien en todas partes la persona que ora bien. Pues “en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre” dice el Señor”[33]. Y “quiero que los hombres oren en todo lugar”[34]. Pero todos pueden, si se me permite la expresión tener un lugar santo para la oración en el propio hogar, donde puedan recogerse tranquilamente y sin distracción. Inspecciónese bien este recinto para evitar cualquier cosa impropia del lugar de oración o que sea fuera de lo razonable. Si algo hubiere indigno, Dios retiraría su mirada tanto de las personas como del lugar de la oración. Al reflexionar sobre este lugar sugiero una idea que puede parecer dura pero no despreciable para quien lo considere despacio. Se trata del lugar donde se haga vida matrimonial, legítimamente por supuesto, peor permitida según la expresión del apóstol: “por concesión, no por mandato”: Cabe preguntarse si este sería lugar santo y puro a los ojos de Dios. Porque si a uno le resulta imposible sacar tiempo para orar como es debido, a no ser que “de común acuerdo” lo dispongan[35] lo mismo se puede decir del lugar[36].

Por consiguiente, cuando se reúnen los santos hay una doble iglesia o asamblea: la de los hombres y la de los ángeles[37].

Por eso, no se menosprecien las oraciones comunitarias, ya que añaden algo excelente a quienes piadosamente se reúnen[38].

Cualquier persona reconoce sin la menor duda que debemos orar mirando al oriente, expresión simbólica del alma que mira al levante de la luz verdadera[39].


Fines de la oración: adoración, gracias, perdón, peticiones

Creo que debo concluir este tratado de la oración tocando brevemente cuatro puntos de que he hablado en distintos lugares de las santas Escrituras. Todos deberían tenerlos en cuenta. Son éstos: al comenzar debemos dirigir fervorosa adoración al Padre, por Jesucristo, y el Espíritu santo, glorificados y alabados igualmente con el Padre. Sigue la acción de gracias por los beneficios que todo el mundo recibe, y en particular cada cual por los propios. En tercer lugar, creo que uno debe acusarse sin compasión ante Dios de los propios pecados pidiendo dos cosas: primera que le libre del hábito de pecar, y segunda que le perdone todos los pecados cometidos. Después de esta confesión, a mi parecer, ha de añadirse la petición de grandes y celestes mercedes, para uno mismo en particular y para todo el mundo, empezando por los familiares y amigos más queridos. La oración concluirá con una doxología o alabanza a Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo.

Como dije antes, he hallado estos puntos diseminados a lo largo de la Biblia. Ante todo, la adoración y alabanza se pueden ver en estas palabras del Salmo 104: “¡Alma mía, bendice al Señor! ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto. Tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, levantas las aguas de tus altas moradas; haciendo de las nubes carro tuyo, sobre las alas del viento te deslizas; tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros. Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás. Del océano, cual vestido, la cubriste; sobre los montes persistían las aguas; al increparlas tú emprenden al huida, de tu trueno a la voz se precipitan”[40]. Casi todo este salmo es una alabanza a Dios Padre. Cada cual puede por sí mismo seleccionar más ejemplos y comprobar con cuanta frecuencia recurre el tema de la alabanza por todas las Escrituras.

Como ejemplo de acción de gracias cito lo que se refiere en el libro segundo de Samuel sobre David. Cuando el profeta Natán le dio a conocer las promesas del Señor, lleno de admiración por tantos goces, exclamó David en acción de gracias: “¿Quién soy yo, Señor Dios mío, y qué es mi casa par que tanto me ames? Yo era insignificante a tus ojos, Señor, y tú anuncias a la casa de tu siervo grandes cosas para el futuro... ¿Qué más puede decirte David, pues conoces a tu siervo? Por amor a mí has realizado tan grandes cosas. Eres grande, Señor, nadie como tú, no hay nadie fuera de ti. Según tu corazón has realizado todas estas grandezas dándolas a conocer a tu siervo para que pueda glorificarte, Señor Dios mío”[41].

Ejemplo de confesión son estos textos: “De todas mis rebeldías líbrame”[42]. “Que mis culpas sobrepasan mi cabeza como un peso harto grave para mí; mis llagas son hedor y putridez debido a mi locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío ando todo el día”[43].

Un ejemplo de peticiones el siguiente: “No me arrebates con los impíos, ni con los agentes del mal”[44].

Y habiendo comenzado la oración con himnos de alabanza se termine también glorificando al Padre del universo por Jesucristo en el Espíritu Santo, a quien sea dada la gloria por siempre[45].

Equipo de redacción: "En el Desierto"

[1] 9, 1, p. 89

[2]9, , p. 90

[3] 11, 1, p. 92

[4] 11, 3, p. 93

[5]11, 4, p. 93

[6]12, 2, p. 94

[7]1 Sm 1, 9

[8]Jr 15, 1; Sal 99, 6

[9]Mt 1, 9-10; 2 Re 20, 1; Is 38, 1

[10]Jdt 13, 4-9

[11]Cántico de los tres jóvenes 27. Dan 3, 50).

[12]Dn 6, 22

[13]Jon 2, 3-4. El texto de Orígenes es 13, 2, p. 95.

[14]1 Tm 2, 1

[15] 14, 12, p. 98.

[16] 18

[17] 18, 3, p. 108

[18]Mt 6, 6; Col 2, 3; 1 Tm 6, 18-19

[19]20, 2, p. 110.

[20]21, 1, p. 111

[21]Flp 3, 19

[22]26, 6, p. 124.

[23]Jn 1, 1

[24]27, 13, p. 130

[25] Job 40, 8, versión LXX

[26]Dt 8, 2.3. 15

[27] 31, 2, p. 149

[28]31, 2, p. 150

[29] Ef 3, 14-15

[30]Flp 2, 10

[31]Flp 2, 10

[32]Is 45, 23. La cita de Orígenes es 31, 3, p. 150.

[33]Ml 1, 11

[34]1 Tm 2, 8

[35]1 Co 7, 5

[36] 31, 4, pp. 150-151

[37]31, 5, p. 151.

[38]31, 5, p. 151.

[39] 32, p. 152

[40] Sal 104, 1-7

[41]2 Sm 7, 18-22. (LXX)

[42] Sal 39, 9

[43] Sal 38, 5-6

[44]Sal 28, 3

[45]Rm 16, 27; Hb 13, 21; Gl 1, 5; 2 Tm 4, 18.

martes, 7 de junio de 2011

Compartimos un texto de Orígenes que agradecemos a Teodoro H. Martín

I. Exhortación al Martirio
Resistamos con firmeza no sea que surja en nosotros alguna duda sobre si debemos negar o confesar; para que no se aplique la palabra de Elías: “¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si el Señor es Dios, seguidle” (1 Re 18, 21)[1].

En el capítulo “Ejemplos” acude abundantemente a la confesión y martirio de 1 Mac 16,1 ss.

A ti, su compañero de batalla, y a todos los demás que sufren martirio completando lo que faltó a los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24). Él está contigo para mostrarte el camino del paraíso de Dios y cómo tú puedes pasar por los querubines y la espada flameante que gira en torno y guarda el camino que conduce al árbol de la vida (Gn 3, 24). Guardan el camino que lleva al árbol de la vida para que ninguno entre por él indignamente. La espada flameante alcanzará a los que sobre el cimiento puesto, que es Jesucristo, han edificado con madera, heno o paja (1 Co 2, 11- 12). La madera, si me es lícito hablar así, de la negación, que arde fácilmente. Pero el querubín recibirá a quienes por naturaleza no pueden alcanzar la espada ardiente, pues ellos no han edificado con nada que pueda incendiarse. Los escoltarán hasta el árbol de la vida y hasta todos los árboles que Dios plantó e hizo crecer sobre el suelo (Gn 2, 8-9). Porque Jesús es su guía hasta el paraíso, éstos desprecian la serpiente que él ha vencido y aplastado con sus pies[2].

Cualquier persona desea vivir esta vida, aunque esté persuadida de que el alma es de naturaleza racional y que tiene parentesco con Dios. Dios y el alma son inteligibles e indivisibles. El alma es incorpórea como lo demuestra la realidad[3].
Equipo de redacción:"En el Desierto"

Notas:
[1]p. 45
[2] n.36, p. 58
[3] n. 47, p. 66

lunes, 23 de mayo de 2011

Continuamos dialogando con el Padre Simeón sobre el demonio


*Cuarta Parte



QUÉ PUEDE HACER Y QUÉ HACE EL DIABLO

De los datos que hemos aducido cabe concluir que los demonios, por su naturaleza angélica, tienen una forma de conocimiento y una capacidad de acción muy superiores al hombre, puesto que no están condicionados, como nosotros, por el cuerpo: son puramente espirituales. De ahí que haya que evitar antropomorfismos al pensar en el dinamismo propio de la naturaleza del diablo. Su actividad y el modo de la misma pueden ser juzgados por los efectos, por sus repercusiones en nosotros. Tales efectos siempre entran dentro de unas limitaciones generales, impuestas por el hecho de que los demonios son criaturas _por tanto, no pueden ser omnipotentes_, dependen de la permisión divina y Dios no les autoriza a superar las fuerzas del hombre en el plano moral (cf. 1 Cor 10, 13). Esto supuesto, la actividad diabólica es de signo negativo, orientada siempre hacia el mal.



Acción ordinaria: la tentación


La actividad maligna del diablo puede ser ordinaria o extraordinaria. La forma ordinaria de acosarnos es la tentación. Tentar es, literalmente, someter a prueba. El diablo nos pone a prueba para que caigamos en pecado. Es su tarea, porque con esta aviesa intención “Dios a nadie tienta” (Sant 1, 13). Según hemos visto en los textos bíblicos, es el tentador por antonomasia; tentó a Eva, a Job, a Jesús, a San Pablo y a todos los apóstoles; se nos previene contra las tentaciones del “enemigo”, porque constituyen un peligro, razón por la que Jesús nos enseñó a pedir: “No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal” (o del Malo) (Mt 6, 13). Se nos exhorta a estar alerta y a luchar denodadamente (cf. Pe 5, 8; Ef 6, 11. 16).


La táctica habitual del diablo consiste en acomodarse al modo de ser y a las circunstancias de cada persona. Tiene que respetar la libertad individual y no puede actuar directamente en el entendimiento ni en la voluntad del hombre. No puede, por tanto, suscitar pensamientos o decisiones de la voluntad sino por vía indirecta, es decir, mediante los sentidos y la imaginación. A este nivel inferior, que es para el hombre la puerta por la que entran los datos sobre los que habrá de trabajar después el entendimiento, aprovecha el punto flaco de cada cual: “En aquello en lo que ve que hay deleite introduce diversas sugestiones”, decía San Jerónimo (Breviar. In Ps., 16, 20: ML 26, 860- 861).


Los clásicos suelen insistir en esto: “El demonio, para sitiar y combatir nuestra conciencia, reconoce primero las fuerzas y flaqueza de ella, rodéala con ojos solícitos para asentar la artillería do ve más daño le podrá hacer y entrarla por el lugar donde más flaca la hallare". La astucia insidiosa y la mentira, así como el hábil sentido de la gradación son armas del tentador. Por eso la tentación procede con visos de normalidad y sería difícil asegurar cuándo y en qué medida la tentación ha sido suscitada o mantenida por este agente extrínseco a nuestra propia debilidad. Pero, insistimos, el diablo no puede tomar por nosotros las decisiones, no puede anular nuestra responsabilidad personal: nunca hay pecado sin consentimiento voluntario y libre.


Según todos los indicios, nadie que llegue al uso de razón se libra de tentaciones. Por eso la vida del hombre sobre la tierra es “milicia” (cf. Job 7, 1). Muchos antiguos pensadores cristianos la describieron como una lucha permanente contra el diablo. Algunos llegaron a sospechar que, así como cada uno gozamos de los buenos oficios del ángel de la guarda, tendríamos también asignado el correspondiente demonio encargado de tentarnos. Es una opinión relativamente extendida entre los Santos Padres, sobre la que no hay datos suficientemente seguros para poder pronunciarse. La resistencia a las tentaciones ha de ser activa (cf DS 2217), aunque en algunas tentaciones, por ejemplo, contra la castidad la actividad más prudente es huir de ellas. Ni los contemplativos más avanzados pueden dispensarse de esta lucha (cf. DS 2192). La victoria es posible con la ayuda de la gracia (cf. DS 1515), gracia que Dios da, porque no manda imposibles (cf. DS 1536).


Pero la tentación diabólica puede también revestir caracteres colectivos, que responden a la dimensión social de la persona. Sería ingenuo pensar que el diablo es ajeno a la formación de ambientes en los que el odio, la mentira y la injusticia contribuyen a contaminar más fácilmente a los miembros de la sociedad. No es descabellado pensar en tentaciones colectivas, suscitadas por Satanás en orden a invertir la escala natural y cristiana de valores, a difundir tópicos insidiosos contra la verdad, intentar la promoción de leyes directamente opuestas a la ley de Dios, esclavizar al hombre con señuelos meramente materiales, fomentar la degradación moral y la irreligiosidad, susurrar de mil modos y maneras la vieja promesa: seréis como dioses. La acción del diablo consistirá en pudrir el ambiente con criterios discordantes del Evangelio y en sacar partido de la debilidad humana, para que la sociedad se deje arrastrar por la corriente de lo fácil.


Especial gravedad reviste la tentación colectiva cuando viene provocada directamente por las “estructuras de pecado”, amparadas o establecidas por formas de sociedad o por leyes positivas que inducen a violar la ley natural o la ley divina. Estas “estructuras de pecado” son fruto del pecado de personas concretas, muchas o pocas, que incitan o pretenden obligar a que otros pequen. Con razón pueden ser denominadas diabólicas, por la presión que ejercen sobre la persona para ponerla ante el dilema del heroísmo o la práctica del mal.


Actividad extraordinaria:


Podemos llamar extraordinaria toda intervención del diablo en el orden material y psíquico mediante fenómenos de carácter maléfico que alteren los procesos naturales en sí mismos o en el modo de producirse. Supuesta la permisión divina, son varias las posibilidades de que el diablo cause males naturales, especialmente en perjuicio del hombre. Apuntemos algo sobre tres capítulos mayores: la infestación local, la posesión diabólica y la magia negra.


La infestación local. La naturaleza puramente espiritual del diablo le hace posible penetrar en las cosas materiales, conocerlas profundamente y, a la luz de ese conocimiento, aplicar su energía angélica en orden a causar trastornos imprevisibles de hecho para el hombre, por ejemplo, algunas catástrofes naturales, accidentes, epidemias, etc. No puede conocer los actos futuros que dependan exclusivamente de la libertad divina o de la libertad humana, pero puede hacer planes a base de conocer el engranaje de las causas naturales y de las propensiones de las personas, para provocar hechos o situaciones de carácter maligno en lo material y en lo psíquico.


Para pormenorizar en este campo habría que analizar hechos que la literatura demonológica aduce con profusión. Ya aludíamos más arriba a algunos, pero es una literatura que, no es muy de fiar. No todos esos hechos pueden ser descartados de antemano; algunos tienen hoy posibles explicaciones que no tenían en el momento en que acaecieron. Por principio general, la acción diabólica tiene que ser demostrada en cada caso. La certeza de que determinados desastres, enredos de circunstancias o hechos que se salen de lo normal sólo pueden ser obra del diablo es, casi siempre, muy difícil de establecer. Por supuesto, no basta la persuasión basada en la credulidad popular. Por otra parte, es dudoso que el diablo tenga interés en ser descubierto. Pero hay que dejar abierta la puerta a la posibilidad.


La posesión diabólica. Consiste en la ocupación del cuerpo de una persona por el demonio, el cual ejerce dominio directo sobre el mismo e indirecto sobre las facultades anímicas, de suerte que el endemoniado deja de tener dominio total o parcial de sus actos: el maligno actúa a través de él. Puede tratarse de un solo demonio o de varios. El poseso no suele serlo de modo permanente, sino con intermitencias. Los efectos de la posesión pueden ser muy distintos y, a veces, espectaculares: actividad corporal extraordinaria, por ejemplo, en cuanto a velocidad, fuerza física desproporcionada; alteraciones súbitas de la vida vegetativa, por ejemplo, del ritmo cardíaco, del ritmo de crecimiento; modificaciones en la percepción sensorial, por ejemplo, visión y audición atrofiadas o, por el contrario, agudizadas en grado increíble; capacitación asombrosa de las facultades superiores, por ejemplo, para hablar y escribir en lenguas desconocidas, resolver instantáneamente complicados problemas, etc. Característica habitual: aversión a lo religioso y propensión a actitudes blasfemas, sacrílegas y lúbricas.


Estos cuadros presentan en ocasiones coincidencia con enfermedades como epilepsia, histerismo y una larga serie de trastornos psíquicos. También pueden darse semejanzas con fenómenos objetivos y subjetivos descriptos por la parapsicología. Ello a dado pie a muchos racionalistas para negar por sistema la posesión diabólica aún en los casos más inexplicables. Sin embargo, no es científico rechazar la posibilidad de la misma. La Iglesia es más prudente. En el Ritual Romano 11, 1, 3, antes de dar fórmulas para los exorcismos, advierte al exorcista que “no crea fácilmente que alguien está endemoniado”; y el canon 1151 del Código de Derecho Canónico establece que el exorcista, que ha de ser un sacerdote “piadoso, prudente y de vida irreprensible”, necesita para cada caso licencia especial y expresa del Ordinario y que “no debe proceder a hacer los exorcismos sin antes haberse cerciorado, por medio de una investigación cuidadosa y prudente, de que se trata realmente de un caso de posesión diabólica”. Con estas reiteradas cautelas, equidistantes de la negación cerril y de la fácil credulidad, ha autorizado oficialmente, en algunos casos, a practicar los exorcismos; es decir, los conjuros o mandatos imperativos que, en nombre de Dios, se profieren contra el demonio, según las normas y textos del Ritual. El hecho de que, fracasados los recursos de la ciencia, haya dado resultado positivo la labor del exorcista, inclina a pensar que se trataba de posesión diabólica. Por otra parte, también es posible la mezcla de trastornos físicos o psíquicos, naturalmente explicables, con la posesión diabólica, que ofrece aspectos científicamente inexplicables. Cuáles sean éstos, habrá de estudiarse en cada caso, por personas competentes, no predispuestas a la credulidad, pero tampoco cerradas de antemano a la valoración objetiva de los hechos.


Por analogía, cabría hablar también de posesión diabólica “espiritual” cuando la persona se obstina fríamente en el mal y, a ciencia y conciencia, lucha contra Dios. Se da entonces coincidencia con los objetivos satánicos, a los que la persona aspira mediante la reafirmación voluntaria de una soberbia “luciferina”, que se manifiesta en forma de odio y envidia de Dios. Actitudes como la de Juliano el Apóstata, de Nietzsche, de algunos perseguidores de la Iglesia o de corruptores del pensamiento hacen pensar que el diablo se sirve de ellos como de instrumentos maléficos.


La magia negra. Entendemos por magia negra la facultad de obtener efectos sensibles insólitos, moralmente malos, con medios desproporcionados. Esa facultad se atribuye a pacto explícito o implícito con el diablo, de quien el mago recibiría poderes sobrehumanos, a cambio de vender su alma a Satanás, por ejemplo, al modo del Doctor Fausto, de Goethe. Difiere de la magia blanca, en la que se utilizan medios naturales, como en la prestidigitación, “trucos” bien conocidos y hábilmente practicados. Las formas de la magia negra son muchísimas y han sido ampliamente descriptas ya desde la antigüedad, aunque estén siempre envueltas por cierto aire de misterio “religioso”. Mencionemos, a modo de ejemplos, los maleficios, cuya finalidad es hacer daño a alguien en su persona, en su familia o en sus bienes; la adivinación, para conocer cosas ocultas presentes o futuras, mediante el recurso a ídolos, oráculos, pitonisas, astrólogos, etc.; la nigromancia o evocación de los muertos; los horóscopos, sortilegios, etc.


En la mayor parte de los casos, la práctica de la magia se ha convertido en negocio y tiene más de aparente que de real. La clientela de los magos suele aumentar a medida que disminuye la religiosidad. En algunas grandes ciudades modernas los magos y pitonisas se cuentan por millares y su clientela es de lo más variopinta. En los pueblos culturalmente menos evolucionados los magos suelen jugar un papel similar al de los sacerdotes paganos, y sus prácticas adoptan casi siempre caracteres manifiestamente supersticiosos.


Tampoco ante la magia cabe adoptar actitudes de ingenua credulidad, pero no se puede descartar que, en algún caso pueda intervenir el diablo. Que el mago esté o no convencido de ello es indiferente. Casos de magia se mencionan ya en el Antiguo Testamento, por ejemplo, los prodigios que realizaron los magos al servicio del faraón de Egipto en tiempo del Éxodo (cf. Éx 7, 10- 12; 22). La Biblia prohíbe la magia con severas penas (cf. Dt 18, 10- 12). Pero la labor del diablo puede ser más bien indirecta, al fomentar por este medio la curiosidad malsana y cierto sentido del misterio donde no suele haberlo. No deja de ser un diabólico sucedáneo de la fe religiosa para personas que tratan de llenar de algún modo su vacío interior.


Algo parecido cabría decir también de las prácticas espiritistas, las cuales, aparte de sus famosos fraudes, son perjudiciales para la buena salud mental y religiosa, no por la intervención directa del diablo, sino por su carácter morboso y porque se trata de una superstición incompatible con la doctrina católica sobre el más allá, sobre la persona humana y sobre la divinidad de Cristo. Con razón prohíbe la Iglesia asistir a las sesiones espiritistas aún por mera curiosidad y aunque se descarte la intención de relacionarse con los espíritus malignos (cf. AAS 9 [1917] 268).


“Estas pocas razones y autoridades creo que bastarán para declarar al pueblo común cuán falsas, malas y peligrosas son las supersticiones, vanidades y hechicerías entre los cristianos; y cuándo se deben apartar de ellas los buenos siervos de Dios, porque es cierto que en ellas se ofende mucho a Dios y son pecados que él castiga con mucho rigor y saña”. De ellas se sirve el diablo, sin necesidad de muchas manifestaciones extraordinarias.


Con estas reflexiones he querido compartir una inquietud y un deseo de que nos tomemos “en serio” y no dejemos que nos secularicen las creencias.


Equipo de redacción: "En el Desierto"




S. DE FERMO. La victoria de sí mismo. Trad. De Mechor Cano, C. II v. En Tratados espirituales (BAC, Madrid 1962).



La narración pormenorizada de algunos casos recientes puede verse en C. BALDUCCI, La posesión diabólica (Barcelona 1976) 19- 87.



P. CIRUELO, Reprobación de las supersticiones y hechicerías (Salamanca 1538), p. 79.